Imagen: Cathryn Virginia/Motherboard
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Así fue como dejé Apple, Microsoft, Google, Facebook y Amazon

Una reflexión sobre el mes que pasé sin usar nada que fuera propiedad de Apple, Microsoft, Google, Facebook y Amazon, y una guía para sacar de tu vida a los cinco gigantes tecnológicos.
MA
traducido por Mario Abad

MATADERO CINCO: TODO ERA HORRIBLE Y NADA FUNCIONABA

Faltaba poco para el cierre en la tienda Verizon (proveedor de telefonía móvil que opera principalmente en América) de Bushwick, Nueva York, cuando irrumpí en el establecimiento, empapado en sudor y exasperado. Llegaba corriendo ⎯bueno, caminando a paso ligero⎯ de otra tienda Verizon, a unas manzanas de allí, con la esperanza de encontrarla aún abierta. Buscaba una tarjeta SIM que pudiera usar en un Samsung Galaxy S3 del 2012, restaurado, que me había comprado hacía poco por eBay, pero en ninguna de las tres tiendas de la cadena que había visitado ese día tenían chips compatibles con un modelo tan antiguo.

Cuando le conté mi problema al dependiente, se echó a reír sin disimulo.

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“Quieres cambiar el móvil que tienes ahora por… ¿un S3?”, me preguntó con incredulidad.

Le expliqué mi situación. Estaba a punto de embarcarme en un experimento consistente en pasar un mes evitando usar cualquier producto o servicio ofrecido por las llamadas “cinco grandes” compañías tecnológicas: Amazon, Apple, Facebook, Google y Microsoft. A esas alturas, ya había encontrado sustitutos de código abierto para la mayoría de servicios que ofrecen estas compañías, pero deshacerse del SO de Android no estaba siendo nada fácil.

Casi toda la tecnología que uso a diario es bastante funcional. Por aquel entonces, en el trabajo me las apañaba con un portátil ASUS barato y en casa tenía un PC que me había montado yo mismo. Mi móvil era una versión Verizon del Samsung Galaxy J3, un modelo de 2016 que, nuevo, cuesta poco más de 100 dólares (87 euros). Nada espectacular, pero todos cubrieron perfectamente mis necesidades durante años.

Desde hacía una semana y media, había pasado casi todas las noches intentando instalar en el móvil un sistema operativo independiente llamado Sailfish sin suerte. Por lo visto, Verizon había bloqueado el gestor de arranque de mi modelo de teléfono, que era tan poco común que ningún usuario de la activa comunidad de hackers de Android se había molestado en buscar una solución. Si quería instalarme Sailfish, tendría que hacerme con un teléfono distinto.

Recuerdo que hace unos años, cuando vivía en India, tenía un Galaxy S3 y estaba bastante contento con él. Después de documentarme exhaustivamente de otros usuarios que habían conseguido instalarse sistemas operativos no oficiales en el móvil, finalmente me decidí por el Galaxy S3. Dos días y más de 20 dólares de gastos de envío después, era el orgulloso propietario de un Galaxy S3 de Verizon que, para mi sorpresa, estaba en muy buenas condiciones. Antes de instalar Sailfish en el dispositivo, lo único que faltaba era encontrar una tarjeta SIM compatible con ese modelo. Las tarjetas SIM se venden en tres tamaños: estándar, micro y nano. Yo tenía esta última, pero era inservible para mi nuevo móvil, equipado con un puerto de SIM micro.

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Para cuando terminé de explicarle todo esto al dependiente, ya me había encontrado la SIM que buscaba. Mientras navegaba por el menú de configuración de Android, me preguntó si quería vincular mi cuenta de Google al teléfono. “Ay, claro”, cayó en la cuenta al tiempo que levantaba la mirada del móvil, y se echó a reír. “Perdona, es la costumbre”.

Y no podía culpar al chico por el desliz. Probablemente yo fuera la única persona que haya entrado en la tienda y se haya negado a sincronizar los servicios de Google en el móvil. Sería absurdo renunciar a esas comodidades, y Google lo sabe. Precisamente por eso Android te sugiere que introduzcas tus credenciales de Google antes siquiera de poder acceder al menú de inicio del móvil. Pero yo quería saber si había alguna otra alternativa.

Hoy día todo el mundo sabe que Google, Facebook y Amazon están recopilando la mayor cantidad de información posible sobre nosotros para ofrecernos publicidad específica, afinar sus inteligencias artificiales y vendernos cosas que todavía no sabemos ni que necesitamos. Las consecuencias de este hipercapitalismo despiadado de los datos hablan por sí mismas: a día de hoy, las Cinco Grandes tienen un valor de mercado conjunto de 3 billones de dólares. Cuando empecé mi experimento, en mayo, tanto la empresa matriz de Google, Alphabet, como Amazon y Apple se estaban disputando el privilegio de ser la primera compañía del mundo en estar valorada en 1 billón de dólares. En agosto, Apple logró ese hito y, pocas semanas después, le siguió Amazon, que sobrepasó la marca durante un breve periodo.

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Con la excepción de Microsoftt y Apple, estas fortunas no se amasaron vendiendo productos extremadamente populares, sino recabando ingentes cantidades de datos de los usuarios con los que vendernos productos de forma más efectiva. Al mismo tiempo, estos datos se han usado de forma ilícita para cambiar el curso de las elecciones estadounidenses y respaldar la vigilancia estatal. La mayoría de nosotros consideramos que ceder nuestros datos era el precio a pagar por la comodidad. A fin de cuentas, Google y Facebook son “gratis”, ¿no?

Aunque ahora Amazon vende sus propios productos, su rápido crecimiento se debe a la venta de artículos de terceros. Esto dio a la empresa un acceso sin precedentes a los datos y los hábitos de consumo de los usuarios, información que utilizó en su beneficio para comercializar sus propias marcas y mejorar su sistema logístico y de alojamiento web. Hoy, tanto sus marcas propias como los servicios web son elementos esenciales de Amazon.

Por otro lado, la adopción generalizada de productos de Apple y Microsoft durante los últimos 40 años no ha sido fruto de la casualidad, sino el resultado de estrategias de negocio basadas en el monopolio gracias a las cuales percibimos sus productos de un designio natural. O eres de Mac o eres de Windows, y te aferras a esa marca porque siempre ha sido así.

Al tiempo que las megacorporaciones de Silicon Valley fagocitaban internet, se producía una revolución en el ámbito del software de código abierto (FOSS, por su acrónimo inglés). Si bien los orígenes del código abierto se remontan a principios de los 80, en los laboratorios de inteligencia artificial del MIT, su uso se generalizó en gran medida debido a la creación de Linux, un sistema operativo abierto desarrollado a principios de los 90. Hoy día existe una enorme variedad de soluciones de software abierto y gratuito que brindan alternativas adecuadas a la mayoría de los servicios de las Cinco Grandes, muchas de ellas posibilitadas por Linux. De hecho, gran parte de los servicios de las Cinco Grandes que usas a diario seguramente estén basados en Linux u otro software abierto al que han incluido algún código privativo antes de darle una imagen de marca y vendértelo.

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Mi objetivo al pasar un mes sin usar servicios de las Cinco Grandes era comprobar si podía utilizar únicamente software abierto o independiente sin tener que renunciar a todo lo que me ofrecían las soluciones privadas. En definitiva, quería saber si podía llevar una vida normal solo con alternativas de código abierto.

Al poco de iniciar el experimento, empecé a temer que, al terminar, muy probablemente tuviera que volver arrastrándome al yugo de las Cinco Grandes. Sin embargo, durante el transcurso de esas cuatro semanas comprobé que, si bien las alternativas independientes no afectaron negativamente a ningún ámbito de mi vida, sí requerían cierto periodo de adaptación.

Antes de analizar con detalle los pros y los contras, quisiera dejar claras las limitaciones de mi experimento.

LIMITACIONES

Después de anunciar mi intención de renunciar a las Cinco Grandes durante un mes, fueron muchos en internet los que vaticinaron mi fracaso asegurando que seguramente acabaría entrando en algún sitio web alojado en un servicio cloud de Amazon y, por tanto, metiéndole dinero en el bolsillo a Jeff Bezo. Y llevaban razón. Amazon Web Services aloja una serie de sitios populares que uso regularmente, como Netflix, Reddit, Spotify, SoundCloud y Yelp, todos los cuales visité al menos una vez durante el mes que duró mi experimento.

Por desgracia, evitar este tipo de apoyo indirecto de los gigantes tecnológicos a través de sus servicios de backend va a ser cada vez más difícil de evitar. Un ejemplo: Google ha empezado a desplegar su propio sistema de cableado de internet submarino y la infraestructura para facilitar la creación de una red de hogares inteligentes, y está trabajando en el desarrollo de un servicio de vehículos de conducción autónoma. Microsoft, por su parte, está apostando muy fuerte por la creación de plataformas de computación cloud y hace poco ha adquirido GitHub, un repositorio de código fuente al que suelo recurrir a menudo para aprender a programar. Amazon ha dado sus primeros pasos en el negocio de los datos espaciales y está también trabajando en impulsar los hogares inteligentes con dispositivos como Alexa; y Facebook sigue controlando la forma en que gran parte del mundo se comunica a través de su plataforma y de Instagram y WhatsApp.

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Incluso aunque hubiera evitado rigurosamente visitar los sitios alojados por Amazon Web Services, el experimento estaba pensado para ser temporal. Esto implicaba que, en lugar de cancelar mis cuentas de Gmail del trabajo, desvié la recepción de emails a un proveedor alternativo que usaría también para enviar correos durante mi experimento. También hubo archivos importantes que no transferí desde mi Google Drive a un servicio de hosting alternativo cuando me estaba preparando para el experimento, por lo que tuve que conectarme a mi cuenta de Google para recuperarlos y trasladarlos. Hubo ocasiones en las que, mientras intentaba cambiar un enlace a YouTube a uno de HookTube, acababa accidentalmente entrando en el primero.

No considero que estos lapsos traicionaran el espíritu de mi experimento, ya que en ninguno de esos casos utilicé intencionadamente los servicios de las Cinco Grandes. Si hubiera tenido intención de renunciar a ellas de forma permanente, habría transferido todos mis archivos de Google Drive, borrado mis cuentas de Gmail, etc.

Teniendo en cuenta estas limitaciones, esta es mi Guía Motherboard para renunciar a las Cinco Grandes, basada en mi experiencia durante el mes de mayo de 2018.

LA GUÍA VICE PARA RENUNCIAR A LAS CINCO GRANDES

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Imagen: Motherboard

CÓMO DEJAR FACEBOOK

Realmente, el experimento empezó en marzo, cuando borré mi cuenta de Facebook tras conocerse el escándalo de Cambridge Analytica. De todas las compañías que abandoné para este experimento, Facebook y sus filiales fueron, con mucho, las más fáciles de eliminar temporalmente de mi vida. Durante varios años, he intentado sin éxito abrirme una cuenta de Instagram, y es que esta plataforma me resulta extremadamente aburrida. He llegado a la conclusión de que nunca entenderé su popular atractivo.

Renunciar a WhatsApp fue más complicado, ya que lo uso para estar en contacto con mis amigos del extranjero, muchos de los cuales viven en países en los que WhatsApp es la herramienta de comunicación por excelencia. Con la familia y los amigos aquí, en Estados Unidos, me pasé a Telegram o simplemente usé SMS y el correo electrónico. Pronto aprendí que la plataforma de mensajería instantánea ideal no existe. Si te preocupa la seguridad, WhatsApp, Messenger, Signal y Telegram ofrecen servicios similares, todos ellos con sus fallos de seguridad. La principal ventaja de WhatsApp es que la utiliza casi una cuarta parte del mundo.

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Ya llevo varios meses sin Facebook y lo único de lo que me arrepiento es de no haberlo dejado antes. Aunque reconozco que al principio sufres un poco el efecto del miembro fantasma ―sacar el móvil en respuesta a un sonido de Messenger que solo existe en mi cabeza o buscar inconscientemente la página de inicio de sesión de Facebook para darme cuenta al instante de que ya no tengo cuenta―, esa sensación de que estás constantemente perdiéndote algo enseguida desaparece. Sigo saliendo con amigos y asistiendo a eventos como lo hacía antes. No me importa perderme eventos de los que hubiera recibido invitaciones masivas de Facebook por el simple hecho de que ahora vivo en la feliz ignorancia de su existencia. Y es que, al contrario de lo que esperaba, estoy más tranquilo que nunca respecto a perderme acontecimientos.

“Al contrario de lo que esperaba, estoy más tranquilo que nunca respecto a perderme acontecimientos”

Lo cierto es que poder dejar Facebook es un privilegio. Para muchos, esta plataforma y Messenger son los únicos vínculos con el mundo exterior o los motores de sus negocios. No estar en Facebook también puede hacer más difícil contactar contigo para algunas personas. Antes de borrar mi cuenta, procuré recopilar toda la información de mis contactos, pero es inevitable que te olvides de alguno.

Durante el mes que duró mi experimento, recibí un email de un amigo argentino al que hacía años que no veía y que me dijo que estaba de viaje e iba a pasar por Nueva York. Cuando quedamos para cenar, me comentó lo que le había costado dar conmigo al no encontrarme en Facebook. Por suerte, mi cuenta de email puede verse en mi sitio web y, en aquel entonces, todavía tenía la cuenta de Twitter activa, por lo que mi amigo tenía alternativas para contactar conmigo. Pero para la gente que no trabaja en sectores en los que es habitual hace pública la cuenta de email o tener un sitio web propio, perderán inevitablemente contactos durante el proceso.

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El procedimiento para borrar la cuenta de Facebook es muy sencillo. Ya expliqué con detalle cómo hacerlo en otro artículo, pero hay unas cuantas consideraciones que debes tener en cuenta antes de lanzarte. Si eres de esas personas que se registra en otras plataformas como Tinder y Airbnb a través de Facebook, borrar tu perfil va a ser más problemático porque antes vas a tener que vincular todas esas cuentas a una dirección de email. En segundo lugar, si tienes cientos de álbumes de fotos desde 2008 que quieras conservar, prepárate a pasar varias horas rescatándolas de Facebook. Aparte de esto, Facebook incluye un botón que te permite descargar todos tus datos de una vez. En el archivo resultante se guardarán cada “Me gusta”, comentario e invitación a evento que se haya producido en tu perfil durante la última década, para que puedas disfrutar revisitándolos cuando llegues a la tercera edad.

Hay varias buenas razones para dejar Facebook. En mi caso, me fui porque me incomodaba la idea de estar regalando tal cantidad de información personal a una empresa que no tiene muy buena fama en lo referente a la gestión de los datos de sus usuarios. También me estaba cansando de tener que ver las publicaciones de personas con las que hacía años que no hablaba. Había llegado al punto de convencerme a mí mismo de que indicar que me gustaba el simulacro digital de la vida de alguien se podía considerar como una forma de sociabilización y, en palabras de Zuckerberg, te convertía en parte de una “comunidad”.

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Nadie duda de que el ser humano es una criatura sociable y de que la interacción con otras personas es una parte fundamental del bienestar de un individuo. Por eso me extraña que tantos estudios demuestren que reducir el uso de redes sociales, de hecho, disminuye la sensación de soledad y el sentimiento de infelicidad. Y para colmo, sabemos que Facebook nos hace infelices a propósito.

Pero incluso aunque tengas tanto tiempo libre que no sepas qué hacer con él y no te importe regalar tu información a una empresa milmillonaria que “solo” se dedica a “ gestionar publicidad”, tal vez podría interesarte dejar Facebook por ser un caldo de cultivo para la desinformación. En los últimos tres años, se ha demostrado que esta plataforma ha sido un elemento primordial para sembrar la discordia política en Estados Unidos y, hasta ahora, Zuckerberg no ha demostrado que su empresa tenga la menor idea de cómo parar esto. Quizá un día encuentren una forma efectiva de filtrar las fake news, pero hasta entonces es muy probable que ese meme racista que publicó tu tío lo haya generado un bot ruso.

Durante las declaraciones de Zuckerberg ante el Congreso de EUA el pasado abril, la senadora Lindsey Graham le preguntó sin rodeos si Facebook era un monopolio. Zuckerberg estuvo eludiendo la respuesta y finalmente no fue capaz de mencionar un ejemplo de servicios alternativos que ofrecieran un producto similar a Facebook.

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Si bien existen muchas plataformas sociales alternativas en el mercado, ninguna de ellas la utiliza medio mundo, aspecto que es el que hace de Facebook una plataforma tan valiosa. En cualquier caso, si quieres seguir teniendo redes sociales en tu vida, plantéate la posibilidad de usar una alternativa como Mastodon (una imitación descentralizada de Twitter) o Ello (una alternativa a Facebook libre de publicidad en la que prima la privacidad). Probablemente no las use nadie que conozcas, pero al menos no estarás sacrificando tu privacidad para usarla.

CÓMO DEJAR APPLE

Solo he tenido dos productos de Apple en mi vida. Uno era un iPod clásico de 120 gigas que todavía echo mucho de menos, y el otro, un iPhone 4 que me compré en 2010 y tuve durante un año y medio. Luego me pasé a Android y nunca más he vuelto a Apple.

Como no tenía productos Apple a los que renunciar para mi experimento, aproveché para hacer un poco de reflexión sobre por qué no me gustan los dispositivos de esta marca. La principal razón es que yo crecí usando Windows, por lo que no me apetecía tener que aprender el funcionamiento de un nuevo sistema operativo. Con el paso de los años, creció en mí un odio enconado por el enfoque de “jardín amurallado” que Apple da a su ecosistema de productos. Soy consciente de que este sistema cerrado y de interoperabilidad total entre dispositivos es donde reside precisamente el encanto de la marca.

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El mejor ejemplo de la obsesión de Apple por el control absoluto quizá lo constituya el lanzamiento del iPhone 7, en 2016, con el que se deshicieron de la entrada para la clavija de sus omnipresentes auriculares, usados literalmente en todos los dispositivos del mundo, y la sustituyeron por un adaptador exclusivo. Aquello supuso una afronta a los devotos seguidores de Apple, sin duda, pero ni siquiera eso impidió que la compañía vendiera 200 millones de iPhones el año pasado, a una media de 600 euros por unidad. Y pese a todo, años después de que Apple introdujera el adaptador, aquí seguimos, lamentando la pérdida de la entrada para los auriculares de toda la vida.

Tengo muy claro por qué yo no uso Apple, pero incluso después de un mes pensando en ello, sigo sin entender cómo puede haber gente que pase la noche a las puertas de una tienda Apple para ser de los primeros en adquirir uno de sus sobrevalorados productos. Muchos lo justifican asegurando que el sistema operativo de iPhone, iOS, ofrece mayores garantías de seguridad que Android . Sin embargo, las últimas actualizaciones de Android han mejorado considerablemente las vulnerabilidades de este sistema operativo , haciéndolo prácticamente tan fiable como el de Apple.

Después de un mes pensando en ello, sigo sin entender cómo puede haber gente que pase la noche a las puertas de una tienda Apple para ser de los primeros en adquirir uno de sus sobrevalorados productos

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Desgraciadamente, no disponemos de estudios independientes que analicen por qué la mayoría de la gente prefiere móviles de Apple, aunque sospecho que el tema de la seguridad no está entre las prioridades a la hora de decidirse. Además, tal como demostró el último rifirrafe entre el FBI y Apple sobre el acceso al contenido de un móvil , no hay dispositivo al que no pueda accederse. De hecho, existe una herramienta de hackeo relativamente barata que la policía usa para burlar el cifrado de los iPhones . Pese a los esfuerzos de Apple por arreglar este fallo con un parche, volvieron a conseguir hackear iPhones . C’est la vie!

Bueno, y ¿qué pasa con los Mac? Los ordenadores portátiles y de sobremesa de Apple suelen despertar admiración por su rendimiento y sus aplicaciones enfocadas al trabajo creativo (GarageBand, iMovie, etc.). Apple lo sabe, y por eso en un anuncio reciente de MacBook aparecían varios artistas en pleno proceso creativo mientras sonaba un tema de Daniel Johnston titulado “Story of an Artist”. Muy sutil. Sin embargo, lo cierto es que puedes montarte un PC personalizado con prestaciones similares o incluso mejores que las de un Mac sin necesidad de gastarte 5000 euros.

A pesar de lo que hayas oído , crear un PC a medida no es tan difícil como parece. Básicamente es como montar un Lego electrónico, pero más caro y delicado. Yo mismo, que no tengo ninguna formación en informática, me hice un PC con 2 GPU, 16 gigas de memoria, 2 terabytes de almacenamiento y un núcleo cuádruple por unos 1000 dólares (unos 900 euros) usando herramientas como PC Part Picker . Mi equipo tiene mucha más potencia de la que realmente necesito y aun así cuesta menos que un MacBook nuevo y mucho menos que un ordenador de sobremesa de Apple. Respecto a las aplicaciones nativas de Mac, la mayoría de ellas tienen un equivalente en Linux. Aquí, por ejemplo, tienes una lista exhaustiva de software MIDI y de sonido gratuito para Linux; Ubuntu Studio es genial para la edición de vídeo; e incluso hay varias alternativas a Siri de código abierto.

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CÓMO DEJAR AMAZON

Según cómo se mire, Amazon puede ser la compañía de la que es más fácil o más difícil prescindir de las cinco. Por una parte, su negocio se basa en la idea de la comodidad, como demuestran productos como el Dash Button o Alexa. En principio, no debería costarnos ignorar esto y volver a los métodos de compra tradicionales en tiendas físicas o visitando sitios web que vendan artículos específicos.

Cuando empecé mi experimento, tenía una cuenta de Amazon Prime, aunque realmente solo usaba la plataforma para comprar tres cosas: libros, comida para gatos y arena para gatos. Como usuario del transporte público, es un engorro comprar estos productos en una tienda y tener que llevarlos a casa, porque pesan y son voluminosos. Obviamente, siempre tengo la opción de comprarlos en otro sitio web, pero Amazon no cobra gastos de envío y ofrece la posibilidad de configurar pedidos recurrentes.

Sin embargo, para mi experimento decidí acudir a la tienda de mascotas de mi zona, ya que me pareció lo más contrario al dominio que ejerce Amazon sobre la venta al por menor. Llevar las bolsas de comida y arena hasta mi casa fue bastante peñazo, pero aún lo fue más la diferencia de precio: la misma comida para gatos que compro en Amazon costaba el doble en la tienda física. Por un mes no pasaba nada, pero no habría podido permitirme ese gasto adicional a largo plazo, así que tendría que recurrir a otros sitios web para mascotas, que resultaban igual de cómodos que Amazon.

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Pero Amazon no se ha convertido en el mastodonte que es hoy solo ofreciendo comodidad a los usuarios. Su éxito se debe a que, cuando empezó con la venta de libros allá por 1994, incluía en su catálogo títulos que ningún otro distribuidor (en línea) ofrecía. A lo largo de las últimas dos décadas, ha extendido esta lógica a todo tipo de bienes de consumo, y eso es precisamente lo que hace que sea tan difícil abandonar esta “ tienda que lo tiene todo”.

A diferencia de lo que ocurre con las tiendas físicas, el inventario de Amazon es, en la práctica, ilimitado. La combinación de selección infinita y comodidad absoluta es exactamente el mayor atractivo que se puede ofrecer a la población de la mayoría de países desarrollados, en los que el tiempo y el dinero son bienes cada vez más escasos. Asimismo, Amazon también se ha convertido en un servicio indispensable para personas con discapacidad o que viven en zonas rurales aisladas.

Yo no tengo ninguna discapacidad y vivo en una de las mayores ciudades del mundo, por lo que dejar Amazon es un privilegio. No me supuso ningún trauma llamar por teléfono a la librería del barrio para preguntar si tenían un título concreto o pasarme en persona por la tienda de mascotas cada pocas semanas si era necesario para prescindir de los servicios de Amazon.

Hasta que un día estaba cocinando y me hicieron falta piñones. Ninguno de los tres supermercados del barrio tenía, y la única tienda en la que sí había, Whole Foods, había sido adquirida recientemente por Amazon. Reconozco, queridos lectores, que ahí cedí y compré una bolsa de piñones carísimos a una subsidiaria de Amazon.

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Aunque comprar en tiendas de la zona o en otros sitios web es una opción para evitar Amazon, algunas de sus subsidiarias no son tan fáciles de sustituir porque son únicas. Yo no soy aficionado a los videojuegos, pero si lo fuera, sé que sería muy complicado encontrar un sustituto de Twitch porque lo utilizan muchísimos usuarios. De igual modo, Internet Movie Database (IMDb) y Goodreads, la web de reseñas de libros, son dos destinos en línea sin una alternativa adecuada. Y por último, como ya he mencionado, muchos sitios web importantes , como Netflix y Spotify, están alojados en los servidores de Amazon Web Services, por lo que si usas esos servicios, estás apoyando indirectamente a Amazon.

En cualquier caso, hay un montón de buenas razones para limitar el patrocinio de Amazon y sus filiales. Para empezar, esta compañía es famosa por lo mal que trata a sus empleados. Un informe de 2015 del New York Times describía las leoninas condiciones que tienen que soportar los operarios, condiciones que corroboran las innumerables historias contadas por los propios trabajadores .

Otro motivo puede ser que te inquiete el desarrollo de un software de reconocimiento facial financiado por Amazon , que también está apoyando financieramente la creación de productos similares desarrollados por empresas como Palantir, que a su vez utilizan el servicio de alojamiento en la nube de Amazon. Por muy buenas que sean las intenciones detrás de la creación del Echo Dot, el dispositivo es susceptible de ser hackeado y, por tanto, utilizado como herramienta de espionaje .

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Por último, Amazon se ha ganado la reputación de estar arrollando las economías locales y podría llegar a acabar con más de dos millones de puestos de trabajo si continúa ampliando su dominio del mercado.

CÓMO DEJAR MICROSOFT

Llevo usando el sistema operativo de Microsoft hasta donde alcanza mi memoria. El primer ordenador que hubo en casa tenía Windows 95, pero la primera experiencia que recuerdo fue con Windows 98 y la musiquilla de inicio, que debió de quedarse grabada en mi cerebro de 5 años porque desde entonces no he vuelto a usar otro sistema operativo. Los años de Vista y XP fueron duros, lo reconozco, pero tras la tempestad siempre viene la calma. Windows 10 tiene sus defectos, por supuesto (sobre todo en lo que respecta a la privacidad), pero mentiría si dijera que no me aterraba la idea de cambiarlo por Ubuntu, una distribución muy popular de Linux.

Desarrollado como un sistema operativo de código abierto por Linus Torvalds a principios de los 90, Linux ha pasado de ser una curiosidad para frikis a convertirse en un elemento definitorio de los sistemas informáticos modernos. Google, Microsoft, Amazon y Facebook son todas donantes importantes de la Linux Foundation, lo que da una idea de la fiabilidad de este sistema. Actualmente, el núcleo Linux posibilita la existencia de cerca del 75 por ciento de las plataformas cloud y también se encuentra en muchos dispositivos, como cualquier móvil que use Android, el sistema operativo para móviles más popular del mundo con una enorme diferencia.

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Llevo usando el sistema operativo de Microsoft hasta donde alcanza mi memoria

Aunque Linux es apreciado por administradores de todas partes por su versatilidad, no ha acabado de cuajar como sistema operativo para el usuario medio de PC que solo usa el equipo para navegar por internet, escribir con procesadores de texto u otras tareas sencillas. Al principio, Linux todavía era un sistema experimental y no ofrecía equivalentes para muchos de los programas estándar que se encuentran en los equipos con Windows o en los Macs. Además, muchos de los programas más populares no se molestaban en crear una versión de su software para equipos que tuvieran instalado Linux.

Hoy, las cosas han cambiado mucho en ese aspecto y existen equivalentes de Linux para todo, desde Microsoft Office a Adobe Photoshop, y muchas aplicaciones populares, como Spotify, suelen ofrecer una versión Linux de su software.

Antes de este experimento, mi única experiencia con Linux fue la de configurar un equipo para minar criptodivisas con un sistema operativo llamado EthOS, diseñado específicamente para este propósito. Gracias a eso me familiaricé con varios comandos básicos. Aparte de eso, era un novato total con Linux.

Por suerte, fue muy fácil instalar y configurar Linux en mi portátil y mi PC de sobremesa. Para el portátil, usé el que tiene mi amigo para jugar, un Alienware de 2010. En lugar de hacer una partición del disco duro, que es una forma de poder tener varios sistemas operativos en el mismo equipo, opté por borrar Windows e instalar únicamente Ubuntu.

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Para ello, descargué Ubuntu (hay muchas distribuciones de Linux para elegir, pero Ubuntu es una de las más populares entre los usuarios ocasionales) en una unidad USB. Si quieres probar Linux antes de decidirte a sustituirlo por tu sistema operativo actual, puedes ejecutar cualquiera de sus distribuciones desde un pincho USB. Como mi experimento duraría un mes y quería tener acceso al espacio de almacenaje del equipo, opté por formatearlo e instalar Linux.

En el PC de casa tengo dos terabytes de espacio de disco, más que suficiente para alojar dos sistemas operativos y que me sobrara capacidad de almacenamiento en ambos sistemas. A la hora de hacer una partición de disco para ejecutar tanto Windows como MacOS y Linux en el mismo equipo, puedes escoger cuánta capacidad de disco quieres asignar a cada sistema. Yo escogí repartirlo de forma equitativa. Ahora, cada vez que reinicio ese equipo, me aparece Windows por defecto, pero si accedo al menú de arranque después de reiniciar el ordenador, puedo escoger iniciar Linux en lugar de Windows.

Pese a la facilidad de instalación y su compatibilidad con la mayoría de soluciones de software, Ubuntu y otros sistemas operativos de Linux no han logrado abrirse un hueco entre el público general. La razón, creo yo, es que usar Linux se parece mucho a usar un ordenador, en el sentido de estar trasteando con un complejo sistema de transistores, puertas lógicas, etc. Linux quebranta la primera regla para conseguir que la gente use la tecnología, que es hacer que parezca que no estás usándola. Parafraseando a Arthur C. Clarke, debería ser como magia. Más que magia, lo de Linux se parece más bien a un dolor de muelas, al menos hasta que no aprendes a usar un terminal de comandos.

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Estamos tan acostumbrados a las interfaces gráficas que la mayoría hemos olvidado que, antes de mediados de los 80, los ordenadores no tenían iconos de aplicaciones capaces de ejecutar programas avanzados con solo hacer doble clic con el ratón. Al contrario, para acceder a un documento o iniciar un programa, el usuario tenía que teclear el comando correspondiente como texto. La última versión de Ubuntu tiene una elegante interfaz gráfica muy similar a las de Windows o MacOS.

Es posible hacer prácticamente de todo desde un terminal de Linux, pero que sea posible no significa necesariamente que quieras hacerlo. Aprender a usar el terminal de forma eficiente fue, sin duda, la experiencia más gratificante del experimento. Aunque todavía estoy en pañales, me gustó el hecho de que pudieras decirle exactamente al ordenador qué quería hacer, sin tener que navegar por un mar de menús o de funciones innecesarias. Me sentía como si tuviera control absoluto sobre mi equipo, y no como si me obligaran a usar unas aplicaciones creadas en función de lo que los diseñadores creen que los usuarios necesitan. También aprendí mucho sobre el funcionamiento de los sistemas operativos al tener que acceder a las estructuras de los directorios y seguir secuencias lógicas de comandos.

Los primeros días usando Linux fueron increíblemente frustrantes. Cada dos por tres tenía que buscar en Google ⎯ejem, quiero decir DuckDuckGo⎯ la solución a cosas tan sencillas como descargar una aplicación. A día de hoy, Ubuntu dispone de un repositorio de paquetes muy amplio, por lo que muchos de los programas que utilizas con frecuencia seguramente estén al alcance de un clic. Pero como quieras ejecutar un programa algo más raro, vas a tener que compilarlo tú mismo desde el origen, lo que implica aprender a crear un directorio y cosas por el estilo.

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Aparte de las dificultades iniciales con el terminal, la experiencia con Ubuntu fue bastante agradable. Hay programas alternativos de código abierto para prácticamente todo lo que puedas encontrar en un sistema Windows. LibreOffice, por ejemplo, es un sustituto perfecto para Word, Excel y PowerPoint; GIMP es una alternativa más que aceptable a Adobe Photoshop para aficionados a la edición de fotografía; y Pidgin es genial como aplicación de mensajería instantánea. Si no te queda otro remedio que ejecutar programas de Windows en un equipo Linux, hay una aplicación llamada Wine que te lo permite.

Linux, además, tiene otra serie de ventajas “ocultas”. Para empezar, posiblemente sea el sistema operativo más seguro que existe. De hecho, con él prácticamente no necesitas ningún antivirus. En general, Ubuntu y las otras distribuciones de Linux son sistemas operativos ultraeficientes y elegantes, así que si estás usando un ordenador viejo, como yo, no deberías tener ningún problema para ejecutarlo. Y lo mejor de todo: es completamente gratuito, lo cual era de agradecer viniendo de Microsoft, que te cobra un ojo de la cara por su Windows (145 euros por la edición Home).

CÓMO DEJAR GOOGLE

Dejar Google fue, sin duda, la parte más ardua del experimento y, por esa razón, la más necesaria. Dependo de los productos de Google en casi todos los aspectos de mi vida personal y profesional. En el trabajo, mis editores y yo redactamos los artículos directamente en Google Docs; el sistema de correo electrónico de mi empresa está alojado en servidores de Gmail; mis comunicaciones con la gente de VICE que no trabaja directamente en Motherboard se realizan casi exclusivamente por Hangouts; organizo llamadas a partir de Google Calendar; todos mis documentos y mis fotos se sincronizan automáticamente en Google Drive; escribo con frecuencia sobre vídeos que encuentro en YouTube; Google Maps es el único modo que conozco para no perderme en los sitios; la aplicación Authenticator de Google protege muchas de mis principales cuentas en internet; Chrome ha sido mi navegador desde que salió, hace una década; y lo más importante: mi teléfono y el 75 por ciento de los teléfonos del planeta funcionan con Android, desarrollado principalmente por Google.

En algunos casos, los productos de Google son mucho mejores que cualquier otra cosa que haya en el mercado (Google Maps) o parecen insustituibles porque los usa todo el mundo (YouTube). Pero el mayor atractivo de Google es que todos sus productos se integran a la perfección en todos los dispositivos. La mera idea de renunciar a todos esos aspectos vitales de mi vida profesional y personal era desmoralizadora, y encontrar sustitutos adecuados de todos esos servicios parecía tarea imposible. Pero estoy aquí para deciros que hay vida después de Google.

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GMAIL

El producto de Google más fácil de descartar fue Gmail, porque existen infinidad de proveedores de email alternativos perfectamente válidos. Yo opté por Protonmail, un proveedor suizo que cifra todos los mensajes enviados a través de su servicio. El único inconveniente fue que en el mes que duró el experimento usé la mitad de los 500 Mb de espacio gratuito que tenía.

Obviamente, tienes la opción de pagar por una suscripción y más capacidad de almacenamiento, pero el coste es bastante más elevado que el de Gmail, que también permite alojar archivos en Google Drive. A título comparativo, 5 GB de capacidad en Protonmail cuestan algo más de 5 dólares al mes (4,50 euros, más o menos), mientras que Google cobra 2 dólares al mes por 100 GB. Ahí tenemos un ejemplo perfecto de la economía de escala.

Es posible configurar tu propio servidor de correo, pero el proceso es bastante complejo. Hay algunas startups que están intentando simplificarlo. Si nunca antes has configurado un servidor web (hablaremos de ello más adelante), prueba a hacerlo antes de dar el salto a configurar un servidor de correo.

En lugar de borrar todas mis cuentas de Gmail por un mes, lo que hice fue configurarlas para que todos los mails se desviaran automáticamente a mis nuevas cuentas de Protonmail, así que, técnicamente, Google seguía procesando mis correos. Quien esté pensando en divorciarse permanentemente de Gmail, seguramente también tendrá que desviar los mensajes a su nueva cuenta al menos al principio, para evitar perderse algo importante. Otra opción sería enviar un email masivo a todos tus contactos para informarles de tu nueva dirección.

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GOOGLE DRIVE

A lo largo de mi vida personal y profesional he llegado a acumular una cantidad considerable de documentos, grabaciones de voz, fotografías y otros archivos digitales. Para disponer de los datos distribuidos en varios dispositivos y evitar la pérdida de los mismos por la destrucción de discos duros, usaba una suscripción a Google Drive. En esta cuenta tenía nada menos que 100 GB de espacio de almacenamiento en servidores de Google por unos pocos dólares al mes. Pero el verdadero coste era la pérdida considerable de privacidad. Google escanea automáticamente el contenido de los documentos de los usuarios almacenados en Drive para evitar infracciones de sus condiciones generales y poder ofrecer publicidad específica. Hasta el año pasado, también escaneaba las cuentas personales de Gmail.

Aunque tenía la opción de pasar mis documentos personales a un servicio de hosting distinto o a un disco duro local, me parecía que no valía la pena el esfuerzo, ya que la mitad de mi trabajo se desarrolla en Google Docs. Google Drive era cómodo porque permite que varias personas editen el mismo documento alojado en el mismo sitio.

Existen varias buenas alternativas a Gmail, aunque no hay tantos servicios web que permitan trabajar sobre el mismo documento. Uno de los editores de código abierto más conocidos que tiene esta función es Etherpad, lanzado en 2008… y adquirido casi de inmediato por Google.

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Esta vez me decanté por Piratepad, una ramificación de Etherpad creada por el Partido Pirata sueco. Aunque me encantaba la premisa de Piratepad, su tosco formato dificultaba la edición de artículos porque no era sencillo dejar comentarios y sugerencias. En lugar de eso, estabas obligado a hacer los cambios directamente en el documento.

Además, cada vez que intentaba volcar un artículo de Piratepad al sistema de gestión de contenidos de VICE, el formato se desajustaba totalmente, y tener que volver a configurarlo suponía una inversión de tiempo y esfuerzo considerable.

La solución con la que dimos mis editores y yo distaba de ser ideal: yo escribía un artículo usando LibreOffice Writer (el equivalente a Word de Linux), enviaba el documento por Slack a los editores, estos lo cargaban en Google Drive desde sus equipos, lo editaban, lo volvían a descargar como archivo ODT ⎯el formato de archivo de los documentos de texto de LibreOffice⎯ y me lo volvían a enviar por Slack para que lo editara. Pese a ser un método muy poco eficiente, permitía usar todas las funciones de Google Docs sin problemas de formato. El apaño era suficiente para un mes, aunque difícilmente sería sostenible como solución a largo plazo. Por tanto, hasta donde yo sé, no hay alternativa de edición colaborativa a Google Docs.

Respecto a la plataforma de hosting, decidí usar NextCloud, un servicio de código abierto de ownCloud. Me sorprendió gratamente comprobar lo intuitiva que era la interfaz de NextCloud y la facilidad con la que se integraba con todos mis dispositivos, incluyendo mi teléfono tuneado. NextCloud opera desde Alemania, pero al ser de código abierto, cualquiera puede tener un servidor de hosting local para almacenar archivos por un coste de unos 40 dólares con los que comprar un Raspberry Pi, un soporte de almacenamiento como un disco duro externo y un cable de Ethernet. Suena complicado, pero hay muchos tutoriales sencillos que te enseñan a configurar tu sistema de almacenamiento “cloud” en casa.

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MAPS

Hubo un tiempo en que sabía usar una brújula y leer un mapa topográfico, pero la parte de mi cerebro reservada a almacenar esa información empezó a atrofiarse el día que descubrí Google Maps. Esta aplicación es, sin lugar a dudas, el mejor mapa que existe, lo cual tiene su lógica, teniendo en cuenta todo lo que Google ha invertido en tecnología en ese sentido. La compañía tiene flotas enteras de coches con cámaras que recorren las calles de todo el mundo, pero la información más importante la envían sus millones de usuarios, cuyos móviles registran datos y los envían a Google cada vez que se desplazan por algún sitio.

Hoy no sabría dónde estoy sin consultar Google Maps, por lo que moverme por Nueva York ⎯una ciudad en la que llevaba solo unos meses cuando hice mi experimento⎯ sin esta ayuda era todo un reto. El año pasado, un cartógrafo llamado Justin O’Beirne publicó un fascinante y exhaustivo artículo sobre por qué los mapas de Google son tan buenos y por qué nadie de la competencia, ni siquiera Apple, ha sido capaz de emularlos, por lo que desde el principio supe que, en cuanto a ayudas cartográficas se refería, iba a pasarlas canutas durante un mes.

A pesar de todo, hay muchas alternativas entre las que elegir. Las dos mejores, Apple Maps y Waze, no eran viables porque eran propiedad de Apple y Google, respectivamente. Recordé la época en la que MapQuest era la solución escogida por la mayoría para orientarse, así que opté por volver a ella, suponiendo que habría mejorado mucho en todo este tiempo. Si ha mejorado, no sabría decir en qué.

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Uno de los aspectos más cómodos de Google Maps es que incluye varios medios de transporte a elegir. Así, recibirás indicaciones distintas según si eliges ir en bici, coche, andando o en metro. Sin embargo, MapQuest solo ofrece la opción de ir en coche o andando, lo cual es muy poco útil en una ciudad en la que la bicicleta y el transporte público son los principales medios de transporte.

A lo largo de todo el mes, en varias ocasiones llegué a frustrarme con tonterías como tener que averiguar en qué cruce se encontraba una parada de metro, en lugar de escribirlo en MapQuest y que me dijera la ubicación. También di más vueltas de lo necesario al ir en bici porque la aplicación no sabía decirme qué calles tenían carril bici. Resulta inexplicablemente agradable escribir solo “biblioteca” y que Google Maps directamente te indique la ubicación de la Biblioteca Pública de Nueva York, a solo unas manzanas de distancia. En MapQuest, a no ser que escribas el nombre completo de la biblioteca, corres el riesgo de que te envíe a una situada en otro estado.

CHROME

Abandonar Chrome fue lo más fastidioso de todo. Tras años de devoción a Firefox, ya llevo un tiempo usando Chrome para navegar por internet y, aunque todavía tenía Firefox instalado en mi ordenador, no lo tenía tan personalizado como Chrome. Lo usaba básicamente para cuando tenía que visitar un sitio en el que me obligaban a desactivar el bloqueador de publicidad y los plugins antirrastreo que uso en Chrome. El principal motivo por el que dejé de usar Firefox era su flagrante falta de seguridad, que parece que va mejorando poco a poco.

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Aunque para este experimento usé Opera y Brave durante un breve periodo, finalmente me quedé con Firefox. Opera y Brave están basados en Chromium, el motor subyacente de Chrome.

Pese a ser un buscador de código abierto, Firefox tampoco está totalmente desvinculado de Google. Durante la última década, Mozilla ha mantenido un acuerdo intermitente con Google para usar su motor de búsqueda de forma predeterminada, un trato muy lucrativo para Mozilla. Aun así, no se ejecutaba en el motor de Google, por lo que decidí usarlo durante buena parte de mi experimento. En lo que se refiere a la experiencia del usuario, pasar a Firefox no supuso un cambio significativo.

GOOGLE SEARCH

Hay infinidad de motores de búsqueda alternativos entre los que escoger, pero los dos principales candidatos ⎯Bing y Google Search⎯ tampoco eran opciones válidas. Para el experimento elegí DuckDuckGo, un motor de búsqueda centrado en el aspecto de la privacidad. DuckDuckGo no registra tus búsquedas ni te muestra publicidad específica. Por eso no es de extrañar que sea el motor de búsqueda predeterminado de la red TOR.

DuckDuckGo también emula muchas de las funciones de búsqueda de Google, como el autocompletado y el comando que te permite buscar directamente en una web a través del buscador. Por ejemplo, si escribiera “!imdb the most unknown”, aterrizaría directamente en la página de IMDb de The Most Unknown, el primer documental de Motherboard. Por supuesto, no habría hecho semejante cosa porque IMDb es propiedad de Amazon.

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Aunque esas funciones son de agradecer, no pude evitar notar cierta merma en la calidad de los resultados de búsqueda comparándolo con Google. Con Google puedo escribir unas cuantas palabras clave y en general encuentro el resultado que busco. Con DuckDuckGo, los términos de búsqueda debían ser mucho más exactos. Esto complicaba las cosas cuando no sabía muy bien qué es lo que estaba buscando y hacía que me preguntara si no habría resultados mejores que los que se me mostraban. En cualquier caso, DuckDuckGo me impresionó bastante, y era tranquilizador saber que mis búsquedas no estaban constantemente siendo registradas y rastreadas.

Pero DuckDuckGo no está totalmente exento de la influencia de las Cinco Grandes. Según ellos mismos, ganan dinero mostrando publicidad gracias a la alianza Yahoo-Microsoft sobre las búsquedas. Aunque estos anuncios se basan en palabras usadas para la búsqueda, en lugar de en los datos del usuario, es innegable que una parte de los ingresos de DuckDuckGo procede de las arcas de Microsoft. Asimismo, DuckDuckGo es miembro del programa de Afiliados de Amazon, de modo que si adquieres productos de Amazon usando el motor de búsqueda de DuckDuckGo, la compañía se queda con una pequeña comisión.

YOUTUBE

Una parte importante de mi trabajo consiste en ver vídeos de YouTube, por lo que tuve que encontrar una forma de acceder a ellos sin pasar por este popular sitio web. En mayo del año pasado había un servicio muy cómodo llamado HookTube que hacía precisamente eso. Para usarlo, simplemente tenías que sustituir la parte del enlace de YouTube en la que pone “youtube” por la palabra “hooktube”. Ya está. Cuando usabas HookTube, evitabas dirigir el tráfico de datos hacia los servidores de Google, registrar visualizaciones de los vídeos o ver publicidad.

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Obviamente, todos esos vídeos siguen estando alojados en los servidores de Google y HookTube sería inútil sin ellos. Estamos, pues, ante otro caso en el que no hay un sustituto real para YouTube en lo que concierne a la ingente cantidad de contenido alojado en el sitio. Hay muchas otras plataformas de vídeo (como Vimeo), pero tienen bibliotecas distintas y mucho más reducidas.

HookTube me enamoró, pero desgraciadamente el servicio ha dejado de funcionar. Tal como se relata en su changelog, el 16 de julio se interrumpió el servicio debido a las crecientes presiones del equipo jurídico de YouTube. Si bien HookTube sigue existiendo, sus enlaces están dirigidos a través de los servidores de Google.

“Ahora, HookTube es una versión de peso ligero de YouTube, inútil para el 90 por ciento de aquellos de vosotros que os negáis a facilitar datos a Google y queréis ver vídeos censurados por vuestros gobiernos”, señala el texto.

Mientras tanto, otras plataformas han intentado crear sustitutos de HookTube. Algunos parecen funcionar bien, pero como ha quedado demostrado con la propia HookTube, es solo cuestión de tiempo que sus actividades llamen la atención del equipo jurídico de YouTube. Aunque se podría crear una serie ilimitada de réplicas para evitar la censura de los proveedores de internet, de forma similar a lo que hacen webs como Pirate Bay, por ahora nadie se ha animado a hacerlo con HookTube.

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AUTHENTICATOR

Si estás pensando en dejar Google y usas un sistema de autenticación en dos pasos para asegurar tus cuentas, asegúrate de tener el código de recuperación de todas las cuentas aseguradas con Google Authenticator. Si no, te será imposible acceder a ellas. No me cansaré de repetir lo importante que es que te asegures de que cuentas con una forma alternativa de acceder a las cuentas aseguradas con autenticación en dos pasos antes de que te marches de Google.

No recomendaría volver al sistema de verificación por SMS, que es susceptible de ser interceptado por piratas. En lugar de eso, hay una alternativa llamada Authy.

Authy puede usarse en cualquier sitio en el que pueda usarse Authenticator, pero presenta unas pocas ventajas significativas, la más importante de las cuales es que tiene una función para múltiples dispositivos. Authenticator solo puede usarse con un único dispositivo, por lo que no podrías usarlo en el móvil y la tableta al mismo tiempo. Tendrías que trasladar todas tus cuentas al nuevo dispositivo.

Con Authy puedes tener el servicio activo en varios dispositivos, por lo que si pierdes el móvil y no has hecho copia de seguridad como he mencionado, seguirás pudiendo acceder a los dispositivos (y, muy importante también, podrás deshabilitar Authy en el dispositivo perdido). Además, Authenticator solo funciona en dispositivos móviles, mientras que Authy puede usarse con portátiles y ordenadores de sobremesa.

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ANDROID

Cuando llegué a casa de la tienda Verizon con mi Samsung Galaxy S3, me puse inmediatamente manos a la obra para intentar instalar el sistema operativo Sailfish en el móvil. Sailfish tal vez sea el último sistema operativo para móviles independiente que hay disponible ⎯Firefox OS, Windows Phone y Ubuntu Mobile han ido pasando por el aro durante los últimos años. A estas alturas, solo hay un 0,1 por ciento de smartphones en el mundo que no funcionen con iOS o Android. Si quería decir adiós a Google, también tendría que despedirme de Android.

En teoría, Android también está considerado “de código abierto”, aunque en la práctica dista mucho de serlo, y es que Google ha estado a cargo del mantenimiento del Android Open Source Project (AOSP) desde que adquiriera Android, en 2005. Esto significa que los ingenieros de software de Google son los creadores de las versiones del sistema operativo de Android.

Android está basado en el núcleo de Linux, la parte de un sistema operativo encargada de interactuar con el ahrdware de un dispositivo y de gestionar los recursos del ordenador, como la CPU y la RAM. Este código fuente es público y gratuito gracias a AOSP, por lo que cualquiera podría usar este código de Android creado por desarrolladores de Google y usarlo para hacer su propia versión de Android.

Cuando compras un teléfono móvil, el sistema operativo Android que lleva instalado de forma predeterminada también tiene una serie de servicios insertados: los Google Mobile Services (GMS), que muchos usuarios creen que son características definitorias de Android. Estos son el buscador de Google, Maps, Drive, Gmail, etc. Y estos servicios, claramente, no son de código abierto.

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¿Por qué, entonces, es esto importante, si cualquiera puede modificar el código de Android en cualquier momento? Incluso aunque alguien lograra hacerlo y clonar las mejores aplicaciones de Android, tendría enormes dificultades para encontrar un fabricante dispuesto a crear un dispositivo para ese clon. Como ya explicó Ben Edelman, profesor adjunto de la Harvard Business of School, en un informe de 2016, los fabricantes tienen libertad para producir teléfonos con versiones “limpias” de Android, pero eso implica que no se podrán instalar aplicaciones de Google.

Si el fabricante quisiera incluir los Google Mobile Services en sus teléfonos Android, debería firmar un contrato de distribución de aplicaciones móviles según el cual estaría obligado a preinstalar determinadas aplicaciones de Google en ubicaciones importantes, como la página principal del teléfono. Asimismo, el contrato obliga a que el buscador de Google sea el predeterminado “para todos los puntos de acceso a la red”, y a que su proveedor de ubicación de red esté “precargado y sea el que detecte la ubicación geográfica de los usuarios en todo momento y envíe esa información a Google”.

Más preocupante aún es que Google obliga a todos los fabricantes de dispositivos que quieran incluir Google Mobile Services en sus productos a firmar un contrato antifragmentación (AFA, por su acrónimo en inglés), un documento en el que los fabricantes se comprometen a no incluir su propia versión de Android en los dispositivos que comercializan. Edelman asegura que nunca se ha filtrado ninguna copia de este contrato, pese a que la existencia del mismo ha sido confirmada por la propia Google. La justificación que esgrime la compañía es que, de este modo, se garantiza que todas las aplicaciones funcionen en todas las versiones de Android.

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A limitaciones similares se deben someter los miembros de la Open Handset Alliance (OHA), un grupo formado por Google en 2007 para aglutinar compañías comprometidas con el desarrollo de productos compatibles con Android de Google. Según, Ars Technica, la OHA obliga por contrato a sus miembros a crear dispositivos con versiones de Android que sean completamente compatibles con las aplicaciones de Google. Algo que reconoció la propia Google en una publicación de blog de 2012: “Al unirse a la Open Handset Alliance, sus miembros contribuyen a crear una sola plataforma de Android, en lugar de un grupo de versiones incompatibles”.

Como ya profetizó el capitalista de riesgo Bill Gurley en una visionaria entrada de blog de 2009, esta estrategia de Google le garantiza el dominio del mercado de sistemas operativos para móviles y obliga a todo el mundo a usar su verdadera gallina de los huevos de oro: el motor de búsqueda. La razón por la que las búsquedas son tan valiosas es que permiten recabar datos sobre los usuarios que luego pueden utilizarse para enviarles publicidad específica. Android, señala Gurley, no es un “producto” porque Google no pretende sacar provecho de él. Lo que pretenden más bien es hacer que “cada capa que se interpone entre ellos y el consumidor sea gratuita (o incluso menos que gratuita). Google está abrasando la tierra en una circunferencia de 400 km en torno a su castillo para asegurarse de que nadie se acerque. Y a mi parecer, están haciendo un trabajo excelente”.

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Los resultados de esta táctica hablan por sí mismos. Hoy, cerca del 88 por ciento de todos los smartphones del mercado utilizan Android, y la mayoría de ellos tienen versiones de Google del mismo. Pese a ello, Google insiste en que Android es de código abierto y que cualquier compañía puede instalar una versión limpia del mismo en sus dispositivos, Técnicamente, esto es cierto, pero muy pocos se han aventurado a probarlo.

Quizá el mejor ejemplo sea Amazon Fire, lanzado en 2014 con una versión limpia de Android. El dispositivo fue ampliamente criticado por no disponer de Gmail y otras aplicaciones básicas, por lo que Amazon dejó de fabricarlo al año siguiente, tras unas pérdidas de 148 millones de dólares y una excedente de dispositivos cuyo valor ascendía a los 72 millones.

Durante los últimos meses, Google ha estrechado aún más la soga en torno a los dispositivos Android no certificados. Antiguamente, era posible comprar un teléfono libre e instalar Google Play para descargar otras aplicaciones de Google. Sin embargo, en marzo Google empezó a bloquear el acceso a sus servicios y aplicaciones a todas las versiones de Android no certificadas.

En resumidas cuentas, esto dejó solo tres opciones posibles:

1. Si querías usar cualquier servicio de Google, tenías que usar dispositivos Android certificados por Google y una versión de Android no modificada y publicada también por Google.

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2. Podías usar una versión limpia o una modificada de Android, pero prescindiendo de cualquiera de los servicios de Google.

3. Podías usar el sistema operativo Sailfish, un sistema de código abierto que sigue en desarrollo, aunque tampoco así tenías acceso a los servicios de Google (podrías visitar Google Maps o Gmail a través de su buscador, aunque las versiones móviles de esos servicios dejan mucho que desear).

Opté por Sailfish, razón por la cual tuve que ir a la tienda Verizon para comprarme un Samsung Galaxy S3. El sistema operativo Sailfish está desarrollado por Jolla, una pequeña empresa finlandesa creada en 2012 por un grupo de exdesarrolladores de Nokia que saltaron del barco justo antes de que Microsoft la adquiriera.

En un principio, Jolla aspiraba a crear un teléfono alternativo acorde con su sistema operativo de código abierto y también alternativo. Pero tras años de impedimentos y lanzamientos fallidos, redujo sus ambiciones a trabajar exclusivamente en el desarrollo de Sailfish.

Recientemente, la compañía finlandesa ha dirigido su atención hacia el cliente empresarial, aunque un pequeño núcleo de fans acérrimos de Sailfish han mantenido en buena forma al sistema operativo para el usuario medio y continúan actualizándolo.

El editor jefe de Motherboard, Jason Koebler, tenía un Nexus 5 en el que había instalado Sailfish. Antes de empezar el experimento, estuve trasteando con su móvil para familiarizarme con el sistema operativo. Me gusta mucho Sailfish. Su interfaz es muy similar a la de Android, pero su idiosincrasia lo hacía lo suficientemente distinto a este. La diferencia más destacable es que Sailfish está mucho más orientado a los gestos.

Sailfish es un sistema operativo alternativo y de código abierto, pero eso no significa que estés limitado a las aplicaciones de código abierto. Este sistema ofrece soporte para aplicaciones de Android, que pueden cargarse manualmente en el dispositivo descargando el archivo APK correspondiente de internet. No obstante, la documentación de Sailfish señala: “Siempre desaconsejamos instalar Google Services en Sailfish, ya que se ha comprobado que puede causar multitud de problemas, desde muy graves a otros más triviales”.

Pese a lo mucho que me gustaba Sailfish, finalmente no pude usarlo para mi experimento. No podía usar el Nexus 5 de Jason porque, aunque estaba fabricado por LG, había sido desarrollado en colaboración con Google.

Aunque recientemente Samsung se ha abierto a las modificaciones de Android y hay mucha información disponible sobre cómo instalar Sailfish en un Samsung Galaxy S3, Verizon hace todo lo posible para evitar que sus clientes tengan acceso de raíz a sus dispositivos.

Verizon y otras operadoras, como AT&T, se han alzado como las mayores amenazas a las modificaciones de sistemas operativos para móviles en EUA al vender todos los dispositivos con el gestor de arranque bloqueado. Un gestor de arranque es un software sencillo que se activa en primer lugar cuando enciendes tu móvil. Su función es la de garantizar que todo el software funcione correctamente y, en ciertos casos, evitar que los usuarios instalen software no autorizado.

Un gestor de arranque bloqueado impide al usuario el acceso a la raíz de su teléfono, desde donde podría sustituir su sistema operativo Android de serie por uno alternativo o personalizado. Irónicamente, en los teléfonos Nokia de Microsoft y los dispositivos Nexus y Pixel de Google comercializados por muchas operadoras es superfácil desbloquear el gestor de arranque y personalizarlos, pero no es el caso de Verizon.

Después de varios días intentando sin éxito desbloquear el gestor de arranque de mi Samsung Galaxy S3 para instalar Sailfish, tiré la toalla. Opté por ejecutar SuperLite, una versión más sencilla de Android, una ROM desarrollada como parte del Android Open Kang Project (AOKP). Kang es el término que usan en su jerga los desarrolladores para referirse al código robado. Este software se basa en el oficial, pero está modificado por un código de terceros y da más control sobre la interacción del software del teléfono con el hardware.

Como no pude desbloquear el gestor de arranque, no fue posible instalar una nueva ROM con la que eliminar la versión Android de serie y sustituirla con otra de mi elección. Por tanto, no me quedó más remedio que instalar SuperLite en paralelo a la versión de Android de serie. Una vez hecho esto, podía escoger con qué sistema operativo quería arrancar.

El primer paso para hacer esto es habilitar el modo de desarrollador en el menú de configuración de Android. Luego, descargué e instalé el archivo para hacer una restauración personalizada del sistema. Yo opté por Team Win Recovery (TWRP), uno de los sistemas de restauración más populares entre usuarios de versiones modificadas de Android. Una vez lo hube instalado (conectando el móvil a un puerto USB del ordenador y arrastrando el archivo a la tarjeta SD del móvil), entré en el modo de restauración del móvil y lo reinicié.

Lo siguiente era instalar SuperLite. Después de instalarlo en la tarjeta SD, volví a reiniciar el móvil. Desde el menú de TWRP, seleccioné “Boot Options” y luego “ROM-Slot-1”. Esta opción permite crear un nuevo slot de ROM. Una vez creado, volví al menú principal de TWRP, seleccioné la opción “Install” y el archivo ZIP de la ROM que quería instalar. Esta acción instaló el sistema operativo en el slot de ROM que acababa de crear. Una vez hecho esto, al reiniciar el móvil apareció el nuevo sistema operativo.

Cabe mencionar que todo este proceso fue un verdadero incordio, sobre todo para alguien como yo, que no tenía ni idea de cómo modificar teléfonos móviles. Aunque la mayoría de mis problemas se debían a que el gestor de arranque del móvil estaba bloqueado, me llevó varias noches de ensayo y error descubrir dónde estaba el fallo y cómo arreglarlo. Todas esas dificultades retrasaron varios días el inicio del experimento.

Entonces, ¿cómo era la vida usando una versión limpia de Android, sin Google? En general, no noté demasiada diferencia. Pude vincular mi cuenta de Protonmail al teléfono y a mi espacio de almacenamiento cloud a través de NextCloud. Me instalé Spotify y Lyft a partir de los archivos APK que descargué en el móvil desde internet (más tarde supe que Lyft usa Google Maps, por lo que finalmente me decanté por Uber). La única diferencia real la aprecié a la hora de usar los mapas, como ya he mencionado.

POST MORTEM: 6 MESES DESPUÉS

Ya han pasado seis meses desde que acabé mi experimento, tiempo suficiente para comprobar cuáles de las Cinco Grandes han vuelto a mi vida. El día después de acabar, retomé el uso de prácticamente todos los servicios de Google. Esto se debía sobre todo a la naturaleza de mi trabajo, que, como ya he explicado, depende del acceso a la cuenta de Gmail de mi empresa y a la posibilidad de editar documentos en vivo en Google Docs.

Pero en mi vida personal también sigo usando Google Maps, Google Drive y el buscador de Google, aunque intento usar DuckDuckGo para las búsquedas personales en la medida de lo posible.

En junio me cambié el móvil por un Samsung Galaxy S7 con la última versión de Android.

Varios meses después de que acabara el experimento, me cambié el portátil cutre que tenía en el trabajo por un PC personalizado. Si alguna vez hubo una ocasión para hacer la transición completa a Linux, era aquella, y sin embargo me faltó tiempo para comprarme Windows 10 y hacer una partición del disco duro para poder tener acceso a ambos sistemas operativos. No es fácil deshacerse de las viejas costumbres, y ahora uso el terminal con Windows con frecuencia, mientras que antes no lo usaba nada.

Aunque sigo usando Amazon de vez en cuando, he cancelado mi suscripción a Prime y procuro comprar en comercios locales o en sitios web alternativos siempre que puedo. Hasta ahora, ese cambio no ha supuesto ningún cambio significativo en mi calidad de vida.

Sigo pensando que Apple es un timo y que Facebook va a seguir recibiendo varapalos de los legisladores por hacer un uso indebido de la información de los usuarios y por desinformar. Sin embargo, después de dejar Facebook, descubrí que me gusta tanto vivir al margen de las redes sociales que desactivé la otra cuenta que tenía: Twitter. Me han dicho muchas veces que abandonar Twitter cuando trabajas en medios es buscar tu suicidio profesional. Para los periodistas que usan esta plataforma como herramienta, puede que eso sea cierto, pero en mi caso he descubierto que, después de haber apartado las redes de mi vida me siento mucho menos estresado y tengo mucho más tiempo libre. Leo más libros y dedico más tiempo a mis hobbies en lugar de pasarme horas y horas mirando el móvil.

No sabría decir si el experimento podría haberse aplicado a mayor escala, como un modo de existencia sostenible. Fue un éxito en cuanto que comprobé que es posible usar sustitutos de código abierto para casi todos los servicios que ofrecen las Cinco Grandes. Fue un fracaso en el sentido de que resultaba menos cómodo y suponía un fastidio para los demás que seguían usando los servicios de las Cinco Grandes, como mis editores.

También supuso un inconveniente desde el punto de vista social, ya que no pude usar ninguna de las principales aplicaciones de mensajería instantánea. El problema sobre todo lo tuve con WhatsApp, que uso para comunicarme con gente de otros países. Dentro de EUA, no tenía ningún problema en comunicarme solo a base de SMS.

Finalmente, considero que el experimento fue un fracaso en el sentido de que tuve que hacer varias excepciones, como visitar sitios web alojados en Amazon Web Services o usar una versión AOKP de Android en lugar de Sailfish.

Seguramente no soy el primero en dar la espalda a las Cinco Grandes ni seré el último. Hay colectivos enteros de gente dispuesta a no usar Google, cueste lo que cueste. Esto suscita una cuestión perturbadora: ¿es posible y deseable hacer una migración generalizada a servicios alternativos?

Posible lo es, en principio, pero muchas cosas tendrían que cambiar para que un paso masivo a servicios alternativos fuera una opción realista. La sociedad debería crear la infraestructura para un ecosistema de código abierto más sostenible. Tal como nadie Eghbal señala en el informe Roads and Bridges, el software gratuito y de código abierto se crea gracias a un trabajo anónimo y, a menudo, no remunerado. Algunos de los proyectos de código abierto más populares del mundo han sido desarrollados y actualizados por unos pocos individuos. Si realmente nos importan esos proyectos, debemos encontrar un modo mejor de apoyar su trabajo, aparte de confiar en su buena voluntad. Ahora mismo no tienen ningún incentivo para seguir manteniendo estos proyectos a flote, incluso aunque sean centrales pare muchos de los servicios de las Cinco Grandes.

La cuestión de si abandonar las Cinco Grandes es deseable no tiene una respuesta fácil. No cabe duda de que cada una de esas cinco empresas ha creado herramientas increíblemente valiosas que han cambiado el mundo. La razón por la que seríamos renuentes a dejar de usarlas es que suelen ser gratuitas, útiles y cómodas. Sin embargo, estamos aprendiendo rápidamente cuál es el coste oculto de esa comodidad.

Desde que empecé el experimento, el movimiento de personas que deciden borrar su cuenta de Facebook ha crecido, pasando de ser una protesta de poco calibre a un boicot en toda regla. Ahora, Google está bajo la lupa de los reguladores estadounidenses y europeos por hacer un uso indebido de los datos, por monopolizar el mercado y por trabajar en un motor de búsqueda censurado para China. Amazon sigue recibiendo críticas por el mal trato que dispensa a sus empleados, su dependencia de las exenciones fiscales y los fondos del Gobierno y su falta de escrúpulos a la hora de vender sistemas de vigilancia a las agencias del orden público. Apple está sumida en un procedimiento judicial por usar presuntamente tácticas comerciales ilícitas para monopolizar su tienda de aplicaciones.

El valor social de las herramientas desarrolladas por las Cinco Grandes no es otro que el que nosotros le damos. No son ni buenas ni malas por naturaleza. Como ha quedado demostrado con DuckDuckGo, es posible crear un buen motor de búsqueda financiado con publicidad pero que no recabe datos de los usuarios. Linux ha demostrado que es posible crear un sistema operativo increíblemente sólido gracias al talento de miles de desarrolladores. Los hackers de Android han dejado claro que no les falta creatividad a la hora de demostrar hasta dónde pueden llegar los límites de los sistemas operativos para móviles, solo para ver sus proyectos frustrados por el ansia de control absoluto de Google.

Tal vez nuestros legisladores sean capaces de pararle los pies a los titanes de Silicon Valley. O a lo mejor la gente acabará tan harta de renunciar a su privacidad que buscará servicios alternativos, aunque esta opción me parece mucho menos factible, en vista del poco conocimiento que se tiene sobre el funcionamiento de estas compañías y por qué esto importa.

En cualquier caso, me parece un ejercicio muy instructivo intentar comprobar cuántos de los servicios de las Cinco Grandes puedes eliminar de tu vida, aunque sea unos días. No solo aprenderás cosas sobre el funcionamiento de servidores, ordenadores personales y teléfonos móviles, sino que puede que descubras sustitutos de código abierto mejores que las soluciones que usas ahora.

Lo importante es ser consciente de que ninguno de estos servicios es necesario. Otra cosa es que hayamos desarrollado una fuerte dependencia de ellos. Lo de ser “de Apple” o “de Windows” no es más que un truco de marketing, no un rasgo de personalidad. Amazon no es más que una versión online de un gran almacén que colabora con la policía. Tú ya formabas parte de una comunidad antes de la llegada de Facebook. Google no siempre ha sido la única forma de buscar cosas. Tenemos la capacidad de cambiar estas compañías a través de la forma en que interactuamos con ellas, pero tenemos que estar dispuestos a ello.

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