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Semana del Crimen

Prisioneros nos hablan de sus crímenes y penas

“Saqué una navaja que siempre traía en mi pantalón y se la encajé varias veces. No murió pero me sentenciaron 12 años por intento de homicidio”.

Visité el Sistema Estatal Penitenciario de Baja California para conocer algunas de las experiencias ligadas a los crímenes que cometieron algunos reclusos.

Las historias compartidas logran un caleidoscopio narrativo de delitos del fuero común (donde el ciudadano es afectado por el delincuente) y federal (los que perjudican a la seguridad del país) cometidos por aquellos a quienes penalmente se les considera una amenaza social que debe ser puesta "a la sombra" por un tiempo prolongado, extirpándoles su libertad y suspendiéndoles sus derechos.

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Rogelio, 35 años

Estoy aquí por un pleito que se salió de control. Andaba con mis amigos paseando en bicicleta y se nos ocurrió ir a un table dance. Luego de un rato bebiendo fui al baño y me estrellé por accidente con un vaquero. Le pedí disculpas, pero como andaba tomado, me empujó y quiso humillarme y eso no lo perdonaba. Saqué una navaja que siempre traía en mi pantalón y se la encajé varias veces. No murió pero me sentenciaron 12 años por intento de homicidio. Si me preguntan por qué lo hice, la única respuesta es porque andaba pingo de rivotril [drogado con clonazepam] y no me di cuenta de lo que hacía. Supe de mí hasta que sus amigos quisieron ayudarlo sujetándome. Huí corriendo pero unas calles adelante me arrestaron.

Aquí en la cárcel he aprendido dibujo y quisiera dar talleres a jóvenes. Las pingas no las quiero volver a probar, son el demonio. Saldré de prisión y tendré problemas para conseguir trabajo por mis antecedentes penales y por no tener credenciales. Salgo en tres años. Conozco el trabajo de soldadura y a eso me dedicaré. Estoy acostumbrado a estar solo y tengo miedo de salir y engentarme.

Durante algunos meses estuve fumando metanfetamina y comencé a quedarme arriba [loco]: creía estar en el año 2025 y pensaba que era un clon. Gracias a Dios ya estoy limpio. Está culera esa droga.

Los primeros años de cárcel alardeaba y contaba con lujo de detalles mi delito, pero el tiempo me cayó encima y fui tomando seriedad. Ya no me enorgullezco. He dejado de fanfarronear y ahora soy más precavido, solamente cuando me preguntan la razón del por qué estoy preso es que cuento los hechos pero sin lujo de detalles.

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Gilberto, 45 años

Soy ex policía ministerial. Fui detenido por la traición de un amigo que me delató porque tenia 40 kilos de marihuana y cinco metralletas R-15. Trabajaba como policía y comencé a vender películas piratas y a traficar marihuana hacia California. Esa ocasión tenía dos paquetes, de 20 kilos cada uno, guardados debajo de la cama donde dormía con mi esposa. Me marcó un amigo y me dijo: “Necesito 20 kilos porque los voy a cruzar, van para Los Ángeles” . Me pareció una buena idea y le dije que pasara a mi casa por ellos. Minutos después llegó, metió su camioneta en la cochera, me pagó y se fue. Pero después pasó algo raro: marcó de nuevo y me pidió el otro paquete explicándome que me lo pagaría después. Lo mandé a la chingada, pero insistió tanto que accedí. “Ya voy, ábreme para entrar en chinga”, me dijo. Abrí la puerta eléctrica pero valió madres, con él venían varios policías antinarcóticos.

Desde la primera vez que se fue de mi casa lo habían detenido. Le pidieron que me hablara para detenerme a mí también. Todo fue una trampa. La tropa de la policía revisó toda mi casa. Me estaban golpeando en el estómago para que hablara cuando un compañero policía ministerial marcó por radio al jefe de ellos y les pidió que no fueran culeros conmigo, ya que yo también era policía. Me dieron siete años de sentencia.

Ahora estoy inscrito en el taller de teatro. Estoy construyendo un hacha de leñador con un palo de escoba y una cartulina porque participaré en una obra. Cuando salga de aquí pondré una tortillería y una planta de agua, tengo dinero escondido.

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Fabián, 38 años

Me tatué el sello de Hecho en México en mi cuello porque estoy orgulloso de la sabiduría mexicana. Llevo cinco años encarcelado por robo, pero pronto saldré libre. Vivía en la playa y me dedicaba a cuidar las casas de los turistas cuando estaban fuera. Con el tiempo me enganché a la metanfetamina y comencé a robar objetos y artículos que cambiaba por una dosis. Un día llegué a casa y mi esposa me dijo que la policía me buscaba. Me escondí unas semanas hasta que me detuvieron y encarcelaron. Ya habían pasado algunos días cuando me enteré que estaba detenido por robo de auto, no de casa.

Tengo un hermano gemelo que en esos días se había robado un auto y también lo buscaban. Nos confundieron. El asunto es que nunca dije nada para que mi hermano la librara, total, yo ya la debía, lo malo fue que estando aquí salió que tenía una investigación por robo a casa habitación y me dieron unos años más. No sé hacer nada aparte de pescar. Ya no quiero trabajar en eso, no hay dinero, el mar está muerto.

Julio, 37 años

Siento rabia de estar en la cárcel. Es como vivir en otro planeta. Nunca me ha visitado mi mamá, sólo he hablado con ella por webcam y mis hermanas me han mandado dos cartas. A veces sueño que estoy libre y cuando despierto veo mi realidad y me hundo. Es cansado estar entre estas putas paredes. Mis crímenes son robo, portación de arma de fuego y, no me gusta hablar de esto, pero bueno, bajé [maté] a un bato. Violaron a una amiga y su mamá me pidió que arreglara el problema porque decía que no se haría justicia. “Está bien, yo arreglaré las cosas”, le dije.

Tengo 15 años encerrado y me faltan 20 más. La piel la tengo ceniza, como de lagarto, por tanto fumar cristal y heroína. Canto hip-hop y escribo mis rolas pensando en un tema, en un ritmo. Lo práctico muchas veces hasta que me sale bien. Luego, en el tanque [dormitorio] cuando me siento felón [aguerrido], le canto a mis compañeros. He escrito canciones a mi mamá, a mi barrio, a los niños, a la pinta [cárcel] , al demonio, a la vida y a dos-tres cotorreos saicos [asuntos desquiciados]. Quiero escribirle a los sueños y a la raza que se pasa de verga con la otra raza.

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Ricardo, 30 años

Estoy sentenciado a 19 años por una balacera en la que participé. Éramos polleros y un día nos encontramos carro a carro al bando contrario. Peleamos a palabras y disparamos; uno de ellos murió y una mujer y otro hombre de su grupo resultaron heridos. Quien lo mató fue mi hermano, pero no dije nada porque yo también andaba ahí.

Necesito justificar mi existencia en este mundo teniendo alguna habilidad en computación o mecánica automotriz para sentirme seguro y reconocido. Me he vuelto más sensible con los demás, ya no tengo temor de hacerlo, poco a poco involucro más a mi corazón. Dicen que he cambiado, que soy más humano, que hasta lloro en público.

Marvin, 26 años

Me aventé 15 robos a casa habitación. Soy de Los Ángeles, California. Estudié allá pero como andaba en pandillas tuve que venirme a la frontera mexicana porque me querían matar. Llegué a los 18 años y empecé a fumar cristal con la raza del barrio. Se me fue acabando el dinero y un día que andaba ya casi en ceros, unos batos con los que me drogaba me propusieron robar casas. La primera vez robamos dos aparatos de aire acondicionado y a partir de ahí supe que era una manera sencilla de obtener dinero.

Para decidir qué casa robar hay varias maneras: vigilar a personas con dinero, observar qué casas están. Eso sí, nunca entro a una casa si hay personas, porque ante todo el respeto a la familia. Lo primero que busco al entrar a una casa es dinero y joyas, y si alguien me dio el pitazo de que hay drogas, sobre eso, aunque nunca he encontrado mucha, si acaso algunas dosis. Básicamente yo robaba para mi dosis. Gastaba 600 pesos al día en droga.

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Si sumara todo el dinero que obtuve llegaría a una cantidad de unos 100 mil pesos. Me detuvieron en un parque fumando mota con unos batos. Cuando ya no estaba drogado pensaba en mis robos y sí me daba vergüenza. A veces me arrepiento, sobre todo cuando ya no estoy drogado y pienso en que las familias se esfuerzan trabajando para comprar sus cosas y yo me las robo. Mi única justificación es que siempre estaba drogado y no me daba cuenta.

Tengo una condena de siete años.

Manuel, 43 años

Soy de Guatemala y desde muy joven crucé de ilegal a California. Me detuvieron tratando de robarme un auto después de haber estado en un bar tomando y fumando heroína. No sólo robaba autos, también hacía otro tipo de crímenes: boquetes en los negocios para saquearlos, padroteaba prostitutas, asaltaba a mano armada, vendía metanfetamina, traficaba personas. Le pagaba 100 dólares a los muchachos para que se brincaran el cerco de la línea fronteriza; los usaba como carnada, a ellos los perseguía la patrulla fronteriza y se dejaban atrapar, saben que en 48 horas salen, mientras yo cruzaba personas hacia los clavaderos, como le decimos a las casas pegadas a la frontera en donde escondemos a los ilegales.

Uno llega a la cárcel borracho y drogado pero apenas pasa el efecto, se pregunta: “¿Qué hago aquí? ¿Para qué robé?” Entonces te deprimes y te la pasas dormido sin querer comer. Comienzas a acordarte de tu jaina [novia] y es cuando te agarras a golpes porque algún interno te dice que seguramente está con otro bato. Hay raza que intenta suicidarse, algunos sí lo consiguen.