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Identidad

Viví una semana siguiendo los Diez Mandamientos

Nuestro autor, un pecador, no ha pisado una iglesia desde hace más de cinco años, pero le encantan los consejos de autoayuda. ¿Y no son los Diez Mandamientos la lista de autoayuda más antigua del mundo?

No soy una persona religiosa, ni de lejos. Mientras otros rezan en Navidad y van a la iglesia, yo como y bebo con mi familia hasta las tantas de la madrugada. La única vez que puedo sentir impulsos espirituales es al final de las vacaciones, cuando me pongo a rezar a Dios con la esperanza de que las comilonas de las fiestas no afecten demasiado a mi figura.

Aunque de niño fui a una escuela católica privada y sigo siendo miembro de la Iglesia católica (es como lo de ser miembro de Amazon Prime: hace meses que olvido darme de baja), no soy practicante y no he vuelto a una iglesia en cinco años. Supongo que se debe a que, por dentro, estoy convencido de que arderé en llamas si vuelvo a poner un pie en la casa de Dios.

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Aunque habitualmente soy crítico en lo que respecta a la religión, soy bastante receptivo a cualquier tipo de guía o de "reglas" para mejorar.

Si en vez de tablas de arcilla los Diez Mandamientos se hubieran escrito en la página web de Gwyneth Paltrow o en el boletín de noticias de Oprah Winfrey, supongo que los seguiría de cerca y los alabaría durante horas ante mis amigos después de nuestras sesiones rutinarias de yoga. Tal vez los Diez Mandamientos sean el manual de autoayuda más antiguo del mundo: son consejos que han conseguido resistir el paso del tiempo después de miles de años.

Por eso pensé que sería buena idea vivir según los Diez Mandamientos durante una semana. Los Diez Mandamientos, esas reglas que mi profesor de religión me contó hace más de diez años con las palabras "¡Si no los sigues, acabarás en el infierno!".

Quién sabe: quizá sea capaz de llenar ese abismo sin fondo que he estado sintiendo en mi alma desde el final de la nueva temporada de las Girlmore Girls.

No me he metido ahí dentro desde hace más de cinco años. Foto por Dominik Pichler

Lunes

Hoy me voy con mi madre a pasar unas pequeñas vacaciones en Estiria —el corazón verde de Austria—, y al principio me siento genial (y cristiano) por hacerlo. Normalmente me llevo bien con mi madre. Pero esta vez incluso soy capaz de reprimir las muecas de disgusto cuando se ofrece a ayudarme a fregar el suelo de mi apartamento.

Puesto que tengo que honrar a mis progenitores, le mando a mi padre un mensaje y un selfi de nuestras vacaciones. Eso seguro que es honrarle. Si lo pienso bien, hay muchos mandamientos que no me costará mucho respetar:

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"No matarás". ¿Matar? ¿Yo? ¡Jamás! "No tendrás dioses ajenos delante de mí". Eso implica que no es bueno creer en múltiples dioses a la vez que no creer en ningún Dios en general parece correcto. ¡Bien! "No cometerás adulterio". Ni siquiera estoy casado. ¡Conmigo no sirve! "No robarás". No es ningún problema, aunque hay mucha gente que me acusa de robar el protagonismo. "No codiciarás la mujer de tu prójimo". La única mujer a la que codicio es Céline Dion.

Sin haber empezado, ya cumplo la mitad de los mandamientos. De repente me siento un buen cristiano.

Martes

Honrar a mis padres esta mañana ha sido más complicado puesto que mi madre se ha informado mucho con las noticias de internet y me ha puesto al día de la vida de mis amigos blogueros. Mi carrera, en comparación a la suya, es tan cuesta arriba como un viaje a Eslovenia. Aparentemente, mi madre vio a un colega mío en un anuncio de televisión, y otro amigo ha ganado un premio.

La única "buena noticia" reciente es que por fin he sido capaz de aplastar la maldita cucaracha que se escondía en la despensa con un periódico enrollado (vale, quizá mate de vez en cuando).

Sé que está mal, pero hoy veo un poco difícil lo de no "codiciar las cosas del prójimo". Ojalá los Diez Mandamientos no me dijeran solamente que no haga cosas, sino que por lo menos vinieran con un corto tutorial de cómo hacerlo. "¿Cómo?", me pregunto mientras levanto la vista al firmamento. Debe haber quedado un poco estúpido, estando sentado en una cafetería.

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Miércoles

Ya de vuelta en Viena, decido imprimirme los Diez Mandamientos en grande y colgarlos en la pared, lo que —si me asesinan esta semana— seguro que causará mucha confusión a los detectives. Así que decido no tomar alcohol en la fiesta a la que me han invitado esta noche. Sé que no forma parte de los Diez Mandamientos pero, después de todo, solo es miércoles, y es precisamente en esas fiestas con música rock en las que se incurre en el pecado. Pero yo no.

Ojalá los Diez Mandamientos no me dijeran solamente que no haga cosas, sino que por lo menos vinieran con un corto tutorial de cómo hacerlo

En vez de eso, me tomo tres bebidas con cafeína y al poco rato me siento como Courtney Love en los años ochenta. Intento sacar temas de conversación católicos como "la zarza ardiente" o "tus animales favoritos del arca de Noé", pero me ignoran. Y entonces cometo el error de decirles a mis amigos que he decidido vivir según los Diez Mandamientos.

"¿Significa eso que vas a misa los domingos?", dicen todos conscientemente, como si la iglesia fuera mi kryptonita. Seguro que respetar el día de descanso es un mandamiento, pero en realidad ya he hecho planes: pedir tacos e hincharme a comer mientras veo Sister Act: Una monja de cuidado. Me voy de la fiesta cabreado (sin alcohol es bastante aburrida) cerca de la una de la madrugada.

Jueves

Hasta hoy, había sido capaz de respetar lo de "no mentirás" durante el experimento. Pero cualquiera que me conozca sabe que me gusta mucho mentir y que es una de mis aficiones favoritas. Miento con tanta frecuencia que ofendería al mismísimo Pinocho.

Puesto que tengo las capacidades interpretativas de un saco de patatas y ni siquiera soy capaz de conseguir que el dentista me crea cuando le digo que uso hilo dental, prefiero mentir vía SMS o mail. En especial si los amigos me invitan a cosas con las que no me van.

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Si alguien me pregunta, "Michael, ¿te gustaría venir a la clase de Zumba conmigo?", no contesto con la verdad ("¡Se ha acabado nuestra amistad!"), sino que en su lugar digo, "Me encantaría, pero justo ese día estoy en el extranjero". Así, soy capaz de escaquearme astutamente del tema y doy a entender con sutileza que soy muy locuaz y que he viajado muchísimo.

Pero como esta semana no he mentido, la estrategia que seguiré con mi bandeja de entrada es la misma que seguiría en juegos de terror como Slenderman: mantener la calma y la neutralidad, como haría Britney Spears en una entrevista.

—Michael, ¿me puedes ayudar a pintar el piso?
—No será posible.

—¿Te gustaría compartir la página de mi banda de música en Facebook?
—No lo creo.

—Voy a dar una fiesta de disfraces ambientada en Moulin Rouge y se tiene que venir disfrazado.
—No le gustas a nadie.

Tengo la sensación de no haber ofendido a nadie. Sea como sea, me siento tan cansado como si hubiera hecho un baile de derviche sobre un campo de minas, así que me tumbo a dormir un rato y sueño con la época en la que se me permitirá de nuevo decir "estoy en el extranjero".

Viernes

El tema de hoy es el del sentimiento cristiano de la culpa. Ese es el problema del catolicismo: aunque sigo los Diez Mandamientos, todavía me siento como si no hubiera hecho suficiente. ¿Por qué no he leído nada de la Biblia? ¿Cuál es el tercer verso de Hosanna? ¿Debería confesarme y contar cómo maté a la cucaracha? Decido ir a la iglesia este domingo para redimirme.

Sábado

Tengo tan poca experiencia en ir a la iglesia que primero tengo que buscar en Google "horario de apertura de la iglesia" para acabar descubriendo que, igual que mis kebabs favoritos, normalmente están abiertas siempre. ¡Vaya! Incluso descubro que en la iglesia más cercana a mi casa celebran tres servicios los domingos. Decido ir a la misa de las once con mi novio, un plan tranquilo.

Aunque a pesar de todo estoy nervioso: ¿y si no hay más que cuatro personas y el cura dice algo como "Ah, veo que hoy tenemos un par de caras nuevas. Bueno, chicos, ¿os gustaría recitarnos vuestros salmos favoritos?" ¿Y si quedo en ridículo delante de todos y de los nervios demuestro que mis conocimientos bíblicos se limitan a lo que aprendí con la letra de Like a Prayer? ¿Qué hago?

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Domingo

En la iglesia durante las horas de apertura

Tengo buenas noticias: además de no haber ardido en llamas al entrar a la iglesia, ha acudido tanta gente que nadie se da cuenta de que estamos ni intenta hablar con nosotros. Me siento relajado en un banco vacío, abro el libro de cantares y empiezo a entonar respetuosamente las canciones que todavía recuerdo de la escuela.

Lo más destacado es que se menciona a una tal "Madonna", y justo cuando voy a saltar al escenario y mostrar mis dotes interpretativas, recuerdo que a la madre de Jesús también se le llama así. Vaya.

Entonces me doy cuenta de que, siendo alguien que no va a la iglesia habitualmente, hay cosas que puedo aprender de los demás: unos hombres con ropajes coloridos que cantan me recuerdan la película Las aventuras de Priscilla, reina del desierto. Y el sermón a continuación trata sobre cómo ser mejores, algo que encaja perfectamente con mi experimento personal.

Sea como sea, no puedo negar que esta semana me he sentido bien conmigo mismo, satisfecho, y que me he llevado bien con todos los de mi alrededor

Básicamente, lo que ha hecho es confirmar lo que he estado pensando a lo largo de la semana: la Biblia y los Diez Mandamientos son una guía para ser una persona feliz y buena. Se me escapa un poco la risa cuando el cura explica que la Iglesia católica va de "mirar al futuro y no quedarse atrapado en el pasado". Sí, por eso será que se aferran tanto a un libro escrito hace miles de años.

Sea como sea, no puedo negar que esta semana me he sentido bien conmigo mismo, satisfecho, y que me he llevado bien con todos los de mi alrededor. Hay mandamientos como "no mientas", "no robes", "no mates" y "no tengas celos" que son consejos generalmente buenos y valiosos, y quizá el mundo sería un poquito mejor si todos los siguiéramos.

Sin embargo, todos estos consejos me parecerían más atractivos si fuera Oprah quien me los presentara, porque, al contrario que mi profesor de religión, ella pocas veces te amenaza con que irás al infierno.