La prehistoria de la Confederaciones: Arabia Saudita, el Rey Fahd y el gol más hermoso de los Mundiales

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La prehistoria de la Confederaciones: Arabia Saudita, el Rey Fahd y el gol más hermoso de los Mundiales

Antes de ser la Confederaciones, era la Copa Rey Fahd. Un intento de Arabia Saudita por crecer su futbol en el mundo. El gol del saudí Owairan en Estados Unidos 94 sería uno de los más hermosos de la historia. Marcaría también la historia del mundo.

El rey que viajaba a sus vacaciones en Marbella a bordo de un Boeing 747 con motores Rolls-Royce y frente a un séquito de miles de personas entre familiares, secretarios y cocineros se organizó un torneo de futbol por gusto y para que la gente mirara hacia su país, Arabia Saudita. Su nombre era Fahd bin Abdulaziz y una estancia de dos meses en la ciudad española salvaba el verano gracias al derroche de más de 90 millones de euros a cambio de una lujosa tranquilidad, siempre criticada por los seguidores del Islam.

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La Copa Confederaciones que hoy conocemos inició por la necesidad de este rey de ser reconocido. A pesar de la existencia de otra competencia que pretendía lo mismo, la corona del Rey Fahd y sus millonarias recompensas sedujeron a las selecciones campeonas de las respectivas regiones para jugar por primera vez, en 1992, con la presencia de solo cuatro equipos.

El Estadio Rey Fahd, el único recinto que albergó el torneo mientras el capricho le perteneció a la corona, no podía llamarse de otra forma. Los petrodólares de la principal potencia del combustible sorprendieron al mundo con una construcción lujosa cuya belleza, a ojos del escritor Eduardo Galeano en su libro "El Futbol a Sol y Sombra", era vacía:

"El estadio del Rey Fahd, en Arabia Saudita, tiene palco de mármol y oro y tribunas alfombradas, pero no tiene memoria ni gran cosa que decir".

Si pretendía posicionar el futbol de su país, el rey falló. En las tres ediciones que recibieron en Riad, la capital, se quedaron en camino del título. Estuvieron muy cerca en la primera, en el 92, pero Argentina los derrotó en la final. En el 95, Dinamarca le quitó a la selección albiceleste la posibilidad del bicampeonato, ya con seis equipos en disputa. Hasta ahí la competencia estuvo controlada por ellos, el dinero movió voluntades, Asia y Europa aceptaron ser parte.

La tercera edición, la de 1997, fue arrebatada por FIFA de las manos del Rey Fahd. El torneo se realizaría por última vez en Arabia Saudita, y comenzó a tener validez oficial con el título brasileño y los ocho participantes que se mantienen hasta ahora con la incorporación del campeón del mundo y el de Oceanía. El título fue para la verdeamarhela y así, Arabia Saudita perdió la oportunidad de ganar algo en un deporte en el que, a pesar de los esfuerzos, siguen sin existir para el mundo del futbol.

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Las autoridades de ese país, que asumen el control del deporte por su poder de legitimación, trazaron el camino hacia el reconocimiento con la conformación de una liga de futbol profesional que permitió la firma de jugadores extranjeros en el equipo, eso ocurrió en los años 90, aunque el primer campeón de un torneo con 8 equipos tiene registro en 1976 y fue Al-Nass, el tercer equipo con más títulos en la historia de su competencia.

Tras su primera edición como organizadores de la Copa Rey Fahd, Arabia Saudita debutó en una Copa del Mundo en 1994, aquella fue su mejor participación porque consiguieron llegar a los octavos de final, una posición histórica junto a Marruecos y Argelia entre los países árabes, el resto de los recuerdos deportivos han sido decepcionantes.

Fue ahí mismo en Estados Unidos, en Washington, donde el Rey Fahd vio la escena máxima del futbol árabe. Saeed Al-Owairan, con la camiseta 10, tomó el balón en su propio campo, y se encarreró. Comenzó a quitarse rivales. Uno, dos, tres, cuatro. Entró al área chica y definió sobre la salida del arquero para mandar el balón al fondo, y anotar uno de los goles más hermosos en la historia de los Mundiales.

Fue una copia al carbón del gol de Diego Armando Maradona frente a Inglaterra en México 86. Pero la joya de Owairan nunca alcanzaría la misma estatura que el gol de Diego en el imaginario popular. Y es que, al final, no llevaría al alzamiento de la copa. En realidad, el gol de Owairan fue visto como se veía a todo el futbol de Arabia Saudita: fue un lujo, un desplante exótico, una suntuosidad gratuita. Ni todo el mármol, ni todo el oropel compran la inmortalidad.

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Arabia Saudita buscaría esa inmortalidad a su propio modo, aunque en el mismo lugar. Siete años después del Mundial de Estados Unidos, el 11 de septiembre de 2001, 19 terroristas secuestraron cuatro aviones comerciales. Dos de ellos fueron impactados a propósito contra las torres gemelas del World Trade Center de Nueva York; un segundo avión fue estrellado contra el Pentágono, en Washington; y el cuarto avión cayó en los campos de Pennsylvania. De los 19 secuestradores, 15 eran de Arabia Saudita.

Sobre los restos humeantes del Pentágono, en la misma ciudad donde Owairan había firmado su joya, yacían también los sueños árabes de perpetuarse con el balón. A partir de ese día, casi apocalíptico, el mundo del islam estaría más presente que nunca en la boca de todos, aunque por razones muy distintas al futbol.

Al margen de la competencia local en Arabia Saudita, desarrollada en un torneo largo que decide al campeón con dos rondas de partidos de ida y vuelta, de la que Al-Hilal es el máximo campeón con 14 títulos y la mayor cantidad de participaciones en torneos oficiales reconocidos, el país es conocido en el mundo por el contexto de riesgo que rodea al futbol.

La Copa Confederaciones, desde 2001, dejó de ser libremente asignada, ahora es el torneo que antecede a la Copa del Mundo y corresponde al anfitrión organizarla como previsión para el gran evento; México, Francia (2) y Brasil (3) han sido campeones a partir de la última vez que ellos la organizaron. El panorama en el mundo ha cambiado en muchos ámbitos de la vida cotidiana, pero en Arabia Saudita permanece la opacidad ocasionada por la aplicación intransigente de la Ley Sharia que permea también en este deporte.

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El futbol es para los aficionados alrededor del mundo un escape de las problemáticas cotidianas, lo es también en Arabia Saudita casi a la par de la religión -un dato que evidencia el temor que representa para las autoridades una afición apasionada-, pero las mujeres no pueden disfrutar en las tribunas como lo hacemos de este lado debido a que es uno de los países con mayor desigualdad de género. Ahí, el 95% de la población trabajadora es masculina, la mujer tiene una participación mínima y supedita a un tutor hombre que restringe cada una de sus decisiones.

En 2014, una mujer, que nunca reconoció la intención de pasar desapercibida, fue llevada a prisión por acudir a un partido de futbol en el Estadio Rey Fahd, el mismo que recibió la Copa, el enfrentamiento entre el Al Shabab y Al Ittihad fue el motivo. Ese día vistió pantalón largo, sudadera, gorra y gafas de sol, aun así fue descubierta y acusada de violar la prohibición que dijo desconocer. En últimos años, algunas mujeres han compartido fotografías en estadios, a manera de desafío a las autoridades que se niegan a flexibilizar la ley totalmente, porque en algunos regiones han aceptado modificar las construcciones de los recintos para permitirles una zona especial, como el Estadio Al-Faisal en Yeda, la segunda ciudad más grande del país.

El peligro que representa el futbol para los gobernantes es tal que les ha costado ceder terreno, solo las deudas ocasionadas por la dependencia extrema del petróleo pudo obligarlos a dar paso a la privatización de la liga. Una decisión que tomaron recientemente para poner a disposición de la iniciativa privada al menos cinco clubes como medida de austeridad porque sus deudas ya era una gran carga sobre los recursos públicos. El proyecto incluye préstamos para resolver los problemas financieros de los clubes, prevé la creación de 40 mil empleos y la prohibición de fichajes extranjeros para los equipos deudores.

Sin embargo, la preocupación permanece porque algunos de los movimientos de inconformidad por las decisiones del gobierno han sido originados entre grupos de fanáticos y creen que pueda escalar. Así ocurrió con seguidores del Al-Nassr FC, uno de los clubes endeudados, cuando crearon una página en Facebook titulada "Nasrawi Revolution" para motivar la renuncia del príncipe Faisal bin Turki, dueño del club, acusándolo de corrupción con reclamos por su ostentosa vida entre los cánticos comunes en las tribunas. Los seguidores se han empoderado con el paso de los años y tras ver el resultado de sus manifestaciones; en 2012, forzaron al príncipe Nawaf bin Feisal a dejar su cargo como presidente de la Federación de Futbol Saudí bajo las mismas acusaciones.

De acuerdo con la información de The Huffington Post, el proyecto que también pretende limpiar al futbol de los negocios que dirigen el rumbo del balón sentó precedentes al ordenar el descenso a segunda del Al Mujjazel, club que escaló de la tercera división a la primera gracias al amaño de partidos, luego de comprobar la operación con su rival Al Jeel Club.

El juego está involucrado en las decisiones políticas del gobierno saudí, tal como las victorias en la cancha representan triunfos estratégicos entre rivales políticos con la posesión de los equipos. Semanas atrás, la noticia sorprendió a quienes son ajenos al conflicto de los países árabes con Qatar: si persona es vista por las calles de Arabia Saudita con una camiseta del Barcelona que exhiba la publicidad de Qatar en el pecho, puede ser detenida y recibir una pena de 15 años de prisión. ¿El motivo? La decisión que tomaron las autoridades junto a las de Emiratos Árabes Unidos, Egipto y Baréin de romper relaciones diplomáticas con dicho país por apoyar y financiar a organizaciones terroristas.

A 25 años de organizar la copa que inspiró la Confederaciones por la necesidad de miradas internacionales, el lujoso Estadio Rey Fahd es el más grande de la liga saudí, alberga los partidos de tres equipos, y el amor por el futbol, en aumento desde entonces, se ha vuelto una herramienta peligrosa para el régimen que condena las protestas con decapitación.