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Género

Predicciones VICE: ¿a dónde va la equidad de género en Colombia?

En 2017, las mujeres alzaron su voz. En 2018, los colombianos deben escucharlas.
Montaje: VICE Colombia

Quien salta empuja la tierra y la reta a devolver el empujón. Quien revuelve el mar con un par de remos obliga las olas a batir de vuelta. Quien camina jala hacia atrás el suelo. Quien dispara rompe el aire. Quien se enamora muere de miedo. Pero quien salta vuela y quien rema viaja. Quien camina se mueve y quien se enamora ama. Por cada fuerza vital hay una contraria que se levanta con igual intensidad. Por cada lucha, por cada arenga, hay un statu quo que opone resistencia. Terco, obtuso, violento, pero útil si se usa bien.

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La equidad de género es una batalla en ascenso, una de esas fuerzas reaccionarias que despiertan un ímpetu que corresponde a lo que se enfrentan. Por cada #Metoo, #YoTambién, #MoiAussi, hay alguien que alega mojigatería en el erotismo y la seducción. Por cada denuncia de feminicidio, resultan voces que insisten en llamarlo asesinato. Por cada exigencia de equidad participativa, hay quienes hablan de privilegios inmerecidos. Por cada libertad ganada, hay un mundo inflexible que solo encuentra válida una forma de existir.

Por cada mujer violada, hay alguien que pregunta por qué no se defendió.


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En 2017, las mujeres hablaron. Se tomaron la opinión pública y, como la balsa que revuelve el mar con sus remos, recibieron de vuelta el golpe de las olas para treparse en sus crestas y caer más lejos.

Denunciaron el acoso, la desigualdad, la violencia, la censura. Gritaron, como dice la periodista y escritora Carolina Vegas. Gritaron juntas y gritaron todas. Pidieron garantías, pidieron voz y poder de decisión. Gritaron porque se cansaron de pedir por las buenas. Porque ya estuvo bien de votar y no decidir. De estar y no contar. De saber y no influir. Gritaron porque se hundió la paridad en el Congreso, porque la guerra se cobró en el cuerpo las niñas, porque cada treinta y tres minutos a una mujer en Colombia su pareja la golpeó.

Gritaron con fuerza. Con rabia. Con valentía. Y es ahora, en 2018, cuando sabremos cuánto se oyeron sus gritos.

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Las mujeres y la política

En Colombia, veinte por ciento de los congresistas son mujeres. Igual que diez por ciento de los gobernantes y quince por ciento de los alcaldes y concejales.

Si contar un país sin sus voces femeninas ya resulta en sí absurdo, construirlo sin ellas es, en esencia, un suicidio evolutivo. El numeral 2.3.4 del segundo punto del acuerdo con las Farc asume la apertura política como indispensable para la construcción de paz. Las mujeres tienen derecho a elegir y ser elegidas desde hace sesenta años y, al menos de labios para afuera, ya nadie pone en duda su capacidad de estar en el poder. Pero aún así, la paridad se hundió en el Congreso. El sistema cremallera, que pedía a los partidos intercalar hombres y mujeres en sus listas para las próximas elecciones, no alcanzó la mayoría necesaria.

“Ese es un primer reto”, dice Claudia Mejía, directora de Sisma Mujer. “Garantizar la participación paritaria de las mujeres en la política colombiana”.

En este sentido, el año no empieza mal. El tribunal de la Justicia Especial para la Paz (JEP) es quizá la Alta Corte más democrática que hemos tenido los colombianos. De cincuenta y dos magistrados, veintisiete son mujeres. Más de la mitad. “Una experiencia única. Es la primera vez que las mujeres van a aportarle al país de esta manera”, dice Cristina Rosero, abogada de Women’s Link.

Las mujeres y la paz

Es ingenuo pensar que la guerra afecta a los hombres y a las mujeres por igual. Que tras siglos de machismo, de desigualdad y de subordinación, la violencia no se lleva con más fuerza a quien la historia ha vuelto más vulnerable. Entre 2010 y 2015, según una encuesta de Oxfam en 29 departamentos, 875.000 mujeres mujeres fueron víctimas de violencia sexual en el marco del conflicto armado. En 142 municipios. Una cada cuatro minutos.

¿Quién va a garantizar sus derechos? ¿Y cómo? El enfoque de género planteado en el acuerdo de paz es un logro político y una conquista de la equidad. Una que celebramos, pero que aún se tambalea. Que tiembla en sus cumplimientos y se se hace débil en sus ejecuciones. Que necesita compromiso y ojos dispuestos a velar por ella. “Es necesario que se fortalezcan las políticas de reparación y no repetición, que se cumpla todo lo estipulado en el punto uno. Solo así podremos dejar atrás este pasado de guerra”, dice Marina Gallego, vocera de La Ruta Pacífica de la Mujer.

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Las mujeres y la diversidad

No existen reglas para ser mujer. No existen reglas para enamorarse, tener hijos o habitar el mundo. El género se construye y las posibilidades son inmensas. Reconocerlas y respetarlas es una premisa básica. 2016 fue un buen año para las mujeres LGBTI: se sumaron derechos y se ganaron espacios. Pero 2017 trajo todo lo contrario: posiciones sesgadas y arengas conservadoras que no solo intentaron invalidar sus luchas, sino también invisibilizarlas. No al tercer género, no a las familias diversas, no a una supuesta ideología que, al final, no resultó ser más que el ejercicio de la libertad.

“Reconocernos como individuos y reconocer nuestra existencia es indispensable para poder hablar de igualdad”, dice Laura Weinstein, activista y directora de Fundación GAAT (Grupo de Acción y Apoyo a Persona Trans). Este es un año para dar dos pasos atrás y volver a donde nos había dejado 2016. A ese momento en que la diferencia parecía un lugar seguro en el que cabíamos todos.

Las mujeres y el acoso

Se vale repetirlo: las mujeres hablaron y denunciaron, pero no pasó nada. Las cifras de violencia siguieron siendo escandalosas. Cada tres días una mujer fue asesinada por razones de género. Cada veintiséis minutos una niña fue agredida sexualmente. Cada treinta una mujer fue víctima de violencia doméstica. Las mujeres hablaron y quienes lo hicieron llevaron la peor parte. Entre el 1 de enero y el 8 de agosto del 2017, la Defensoría del Pueblo registró 118 amenazas a defensoras de la equidad y los Derechos Humanos.

Las mujeres hablaron y estuvo bien. Fue un primer paso. Uno urgente y necesario, pero no definitivo. “Sigue existiendo una impunidad muy grande, de atención injusta y revictimizante”, dice Cristina Rosero, de Women’s Link. Siguen faltando garantías y respuestas. Soluciones y esfuerzos concretos. Leyes que se cumplan y sanciones que no se deshagan en multas. Sigue pendiente que cese el acoso, que disminuyan los abusos, que paren las agresiones.

Las mujeres hablaron. Con fuerza y con determinación. Solo hace falta que las escuchen.


Laura María está en Twitter por acá.