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terrorismo

Fui el espía más importante del MI6 en Al Qaeda

Hablamos con Aimen Dean, quien pasó una década haciendo bombas para el grupo yihadista.
Sergio Ávila
traducido por Sergio Ávila
Aimen Dean en Londres. Julio de 2018. 

Artículo publicado originalmente por VICE Reino Unido.

Escondido en un café internet en Peshawar, uno de los principales fabricantes de bombas de Al Qaeda —recién salido de los campos de entrenamiento yihadistas de Duranta, en Afganistán— estaba a punto de tomar la decisión de espiar a los hombres con los que había estado trabajando durante años. El hombre, en la encrucijada que significaba la cuchilla de un verdugo de Al Qaeda o sus propios conflictos con la fe, sabía que esa decisión no podía revertirse.

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En 1999, después de cuatro años como yihadista, la persona conocida como Aimen Dean ya no podía soportarlo más. Lo que había empezado como una forma de salvar a los musulmanes de la persecución en Bosnia se había convertido en una célula que había bombardeado a dos embajadas de Estados Unidos, acabando con las vidas de 224 persona en Kenia y Tanzania. Con el corazón a toda velocidad y con un ojo fijado en la puerta, Dean veía cómo pasaban los archivos de Al Qaeda sobre bombas y venenos a un disco duro externo. Sabía que el disco le daría la protección necesaria para hablar con las autoridades, pero si lo atrapaban, sería su boleto directo a la decapitación.

Dean logró mantener el disco seguro y voló a Catar, donde fue arrestado por oficiales locales. Sus captores le dieron una opción: podía convertirse en un activo para la seguridad del Reino Unido o de Francia. Dean escogió el Reino Unido y se convirtió en un activo preciado para el MI6, dando accesos a un área de Afganistán que no salía en radares o Internet. En un punto, él llegó a ser el único infiltrado en el régimen de armas de destrucción masiva de Al Qaeda, ayudando a exponer campañas para gasear el metro de Nueva York, así como las campañas de reclutamiento y terrorismo de líderes religiosos (imanes) del Reino Unido como Abu Hamza y Abu Qatada.

La fachada de Dean se destapó en 2006, cuando se publicó en la revista TIME un fragmento de The One Percent Doctrine, un libro sobre los esfuerzos de Estados Unidos contra el terrorismo. Las fuentes del libro dieron detalles suficientes sobre un espía conocido como "Ali" para que el comando de Al Qaeda pudiese atar cabos y entender que la rata era el hombre que había pasado una década haciendo bombas para ellos.

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Hoy, sentado en un café en Tottenham Court Road, en Londres, el hombre de 39 años, con lentes y una voz suave, no se ve como yihadistas ni como un súper espía que pasó diez años con algunos de los hombres más peligrosos del mundo, entre ellos Osama Bin Laden. Dean me cuenta que inicialmente admiró al hombre que luego se volvió en el terrorista más buscado de la Tierra. "Era muy alto —mucho más de 1.80m— y hablaba con mucha delicadeza, como un amable director de escuela", dice. "No se sentía la amenaza o la ira que después tuvo".

La ruta de Dean a la yihad fue acelerada por una tragedia personal. En Arabia Saudita, donde creció, su padre murió en un accidente automovilístico cuando él tenía solo cuatro años, y tiempo después su madre murió a sus 14. Después de los 16, el solitario Dean no necesito de mucha motivación para seguir a su maestro y amigos de la escuela que, a estas alturas, ya estaban peleando contra la milicia serbia junto a los musulmanes bosnios.

"La yihad no me necesitaba; yo necesitaba a la yihad", dice. "En televisión veía como los musulmanes de Bosnia eran asesinados por francotiradores mientras iban a comprar pan. Yo quería ser un mártir para esta causa".

Con solo dos días de entrenamiento médico, Dean fue lanzado a la línea de combate como paramédico, y rápidamente se dio cuenta de que la guerra no era tan gloriosa. "Los hombres gritaban de dolor, pero cualquier sonido o señal de auxilio podía alertar a los francotiradores", dice. "A un hombre le habían disparado en el estómago con una metralleta. Envolví mi bufanda en su torso para impedir que se le salieran los intestinos".

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En la escuela, Dean había sido excelente con las matemáticas y los mapas; cosa que le servirían para disparar morteros de 120mm a los enemigos. En una escaramuza, logró disparar directamente a unos soldados serbios que se escondían en un cementerio. "No sentí pena por ellos", dice. "Habíamos encontrado restos carbonizados de bebés, así como los cadáveres de mujeres y niños en los pueblos musulmanes. Los serbios contra los que peleábamos habían sido responsables de unas atrocidades horribles".

Cuando acabó la Guerra de Bosnia, el afán de Dean de ser un mártir lo llevó a Afganistán y a la guarida de Al Qaeda en Darunta. Ahí, las dudas que en Bosnia le habían empezado a generar las acciones del grupo, de repente se habían convertido en una avalancha.

Después de tres años de haber abandonado su hogar en Arabia Saudita, él ya había visto a sus colegas matar a prisioneros serbios y ahora debía encargarse de la fabricación de venenos y armas para matar a poblaciones civiles, experimentando con toxina botulínica en madrigueras de conejos. Las conversaciones habían pasado de construir armas para proteger a los musulmanes vulnerables, a dirigir la ofensiva a Occidente con ataques suicidas y artefactos para detonar en cines, plazas públicas y discotecas. "Al Qaeda consistía en matar gente inocente", dice. "Y la culpa por las experimentaciones también me afectó, por ser un amante de los animales. Solía ver conejos persiguiéndome en mis sueños".

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El estar enclaustrado con algunas de las personas más odiadas del mundo solo fortaleció el deseo de Dean de traicionarlos. "Abu Nassim —quien luego dirigiría el atentado de Susa— realmente disfrutaba torturar a los conejos en las pruebas de armas", dice Dean. "Era un completo psicópata. A veces contaba historias sobre sus días de dealer en Milán, pero casi siempre hablaba de destruir a Occidente".

Fabricar las bombas, que se hacían con una mezcla de químicos y pilas de reloj Casio conseguidas en los mercados pakistaníes, era sumamente riesgoso. "Abu Hamza siempre decía que había perdido sus manos y un ojo peleando con los soviéticos o removiendo minas, pero en realidad él simplemente ignoró un consejo sobre mezclar los químicos a la temperatura recomendada", afirma. "El compuesto le explotó en las manos, y todo quedó pegado al techo".

Después de aceptar trabajar con el MI6 para exponer el trabajo de Al Qaeda, Dean tenía que seguir haciendo bombas pero se aseguraba de que los artefactos no funcionaran del todo, o creaba problemas para retrasar su uso, todo mientras trabajaba con aspirantes a asesinos.

Dean también dio información sobre el yihadista radicado en Gran Bretaña Hamayun Tariq, un mecánico de Dudley, en West Midlands. Inicialmente, Dean guió a Tariq en un plan fallido para envenenar la puerta de un carro con nicotina, para así intentar matar por medio del tacto. "Desde entonces", dice Dean, "se ha vuelto muy hábil y es probablemente el mejor bombardero de Gran Bretaña. Ahora está determinado a atar estadios y eventos públicos con drones. Él fue el responsable de la prohibición de laptops en aviones".

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Durante su tiempo con el MI6, Dean frecuentó varias veces el Reino Unido, infiltrándose en la ferviente escena yihadista alrededor de la mezquita de Finsbury Park a comienzos del nuevo milenio. Dean dice que ninguno de los hombres en la cima de la escena —Abu Hamza y Abu Qatada, entre otros— nunca debieron ser imanes, pues eran unos impostores. "Hombres como Qatada ni siquiera conocían el Corán, pero les daban fatwas (decretos) a psicópatas para matar a otros", dice. "Emitió una fatwa para que unos argelinos mataran oficiales de policía, diplomáticos y a las familias de trabajadores municipales; golpeaban las cabezas de los bebés contra los muros".

Y durante ese tiempo que estuvo de espía del MI6, Dean tuvo grandes sustos en varias ocasiones. En Afganistán, un miembro de la policía secreta de Al Qaeda le apuntó una pistola a su columna para probar su reacción. "Me dijo, 'se acabó el juego; sabemos quién eres'. Los servicios de inteligencia de Al Qaeda hacían estas operaciones, incluso cuando apuntarle a alguien con una pistola fuera contra las reglas del campamento". Durante su tiempo en el campamento de Darunta, otros seis espías fueron capturados y decapitados. El único que evitó la captura fue él. "Nunca pude ver los juicios o ejecuciones de los espías. Mi salud mental no me lo permitía", dice.

Cuando se descubrió su identidad, Dean se fue a vivir al Reino Unido e intentó llevar una vida normal, trabajando en acciones de detección contra el terrorismo en otras áreas. Es extraordinariamente indiferente a los peligro a los que podría enfrentarse, aun cuando muchos de sus potenciales ejecutores se encuentran tras las rejas o en detención. Pero su pasado lo persigue. En 2016 tuvo que cancelar un viaje a una boda en Bahrein tras recibir información de las autoridades de que dos asesinos intentarían matarlo tan pronto llegara allá. En otra ocasión, incluso logró evitar a un séquito de Al Qaeda en el metro hacia Kensington, escondiéndose en una farmacia hasta que pasara el peligro.

Con una batalla aún por ganar con el extremismo, Dean tiene un mensaje para los aspirantes a yihadistas. "Pasé seis años de mi vida en cinco zonas de conflicto diferentes", dice. "Puedo asegurarles que la Nación-Estado que odian no debe darse por hecha; la policía, los hospitales, la sociedad. Estos dizque yihadistas nunca han pasado un día sin una comida caliente. Ni siquiera pueden pasar un día sin Internet. Piensen en lo que quieren crear".

El libro de Aimen Dean, Nine Lives—My Time as MI6's Top Spy Inside Al-Qaeda, ya está a la venta.

Sigue a Andy Jones en Twitter.