"Adiós entusiasmo": una película colombiana sobre lo siniestro de una familia
Adiós entusiasmo, que se estrenó en Colombia la semana pasada, tuvo su estreno oficial en el Festival de Berlín de 2017. | Foto: Cortesía Atrezzo Comunicaciones | VICE Colombia. 

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"Adiós entusiasmo": una película colombiana sobre lo siniestro de una familia

RESEÑA | La ópera prima de Vladimir Durán cuenta una noche festiva de una familia cualquiera. Con la excepción de que la madre está encerrada en un cuarto sin aparente explicación.

Artículo publicado por VICE Colombia.


Axel, que tiene unos siete o nueve años, habla con su madre. Ella le pide que le cante y él entona una canción que suena a ronda infantil. Termina. La conversación se convierte en un intercambio típico entre madre e hijo: ella hace largas intervenciones, aprovecha la situación para dar de pasada una lección. A él poco le interesa la conversación. Se limita a responder con monosílabos hasta que finalmente se queda en silencio.

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“¿Por qué no hacés ruiditos? ¿Por qué no te movés un poco? Estás ahí estático”, le reclama ella, con el acento muy argentino, el ímpetu maternal muy universal.

Él se ríe en silencio con picardía. La madre se desespera: para ella ese silencio es lo mismo que su ausencia. No lo puede ver: entre los dos hay una puerta sellada por una cadena y un candado. Afuera, en el pasillo, Axel se ríe apoyado en el marco de la puerta. Adentro, la madre invisible se desespera en su encierro: no sabe si su hijo la sigue acompañando al otro lado de la puerta.

Adiós entusiasmo, la ópera prima del cineasta colombiano Vladimir Durán, no se preocupa mucho por explicar la extraña situación alrededor de la cual giran sus protagonistas: Axel y sus tres hermanas, todas mucho mayores que él, conviven en un mismo apartamento con su madre, una mujer cuya presencia solo se hace sentir a través de su voz porque está encerrada en un cuarto.

La película cuenta lo que transcurre en una sola noche de la vida de la familia, cuando la madre decide celebrar su cumpleaños tres días antes de la fecha oficial, e invitar a amigos y familiares a una cena. Al otro lado de la puerta, y solo a través de una ventana que deja escapar su voz, la madre sostiene frágiles y extrañas relaciones con sus hijos e invitados.

Adiós entusiasmo, que se estrenó en Colombia la semana pasada, tuvo su debut oficial en el Festival de Berlín de 2017. Allí empezó un largo recorrido por varios festivales de cine incluyendo el Festival Internacional de Cine de Cartagena —Ficci—, donde consiguió el premio a mejor película en la competencia nacional y en la competencia internacional.

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Pese a la aparente extrañeza de su historia, Adiós entusiasmo se inspiró en hechos reales que vivió Sacha Amaral, el brasileño que escribió junto a Vladimir Durán el guion de la película.

“A su madre, por diferentes motivos, le gustaba mucho encerrarse en su cuarto y por momentos pedía que no la dejaran salir”, me cuenta Durán por teléfono cuando le pregunto de dónde había salido la historia. Los dos, Durán y Amaral, se conocieron en un taller literario al que el brasileño llegó con un guion de cortometraje en el que una madre vivía encerrada en un cuarto. Durán, encantado por la historia, le propuso escribir un libreto para largometraje.

“Hay toda una información detrás de eso”, dice Durán, refiriéndose a las razones que llevaban a la madre de Sacha Amaral a encerrarse. Y continúa, “pero a nosotros no nos interesaba que la película fuera sobre lo que llevaba a la madre a tomar esas decisiones. Si lo evidenciábamos, la película se iba a convertir en una historia sobre eso. Para nosotros lo importante era la vida en familia y cómo la situación se reflejaba en las dinámicas familiares”.

Y así se siente en la pantalla. A través de un formato de imagen alargado —que parece emular una persiana que se abre para espiar— se ve cómo todos los personajes, hasta los más ajenos —los invitados y los que resultan llegando al apartamento sin invitación—, aceptan con bastante facilidad el hecho de que la madre esté encerrada.

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Ninguno cuestiona el hecho de que las mesas para la cena tengan que acomodarse entre los pasillos y el baño para lograr al menos oír la voz de la madre. Al abandonar la obligación de hablar del tema, los personajes gozan de la libertad de ocuparse de otras cosas: de sus inquietudes, de las relaciones con los otros, de las manualidades, de la música, del evento.

Los actores, todos argentinos a excepción de Vladimir Durán, que interpreta el papel de un colombiano amigo de la familia, se mueven y hablan con la naturalidad propia de los ambientes familiares. Es ese el resultado del trabajo con actores que hace Durán, una labor que le dio mucho espacio a la improvisación y que, gracias a la formación actoral que tuvo, facilitó la interpretación de situaciones en las que es fácil reconocerse a sí mismo, y a la propia familia, como espectador. En medio de la extrañeza lo que parece invadir el apartamento, y la pantalla, es la naturalidad de las relaciones humanas.

Pero claro, la ausencia de información, el hecho de que a la película no le interese ahondar en el porqué del encierro, deja espacios que el espectador ansía llenar. Eso es claro para Durán, quien reconoce que esa es la consecuencia de dejar lo raro, lo oscuro, en un segundo plano sin indagar en ello y, así, ver qué incidencia tiene esa oscuridad en todo lo demás que queda en primer plano.

La película nunca explica las razones por las que la madre está encerrada ni si está encerrada por su propia voluntad o por la de alguien más. Ese vacío de información, sumado al hecho de que lo único que tiene el espectador de la madre es el sonido de su voz, también da espacio a otro tipo de explicaciones que juegan con otros sentidos.

Es casi inevitable, por ejemplo, ver metáforas psicoanalíticas: la omnipresencia de una madre invisible cuyas palabras retumban en el aire como si vinieran de la propia cabeza; la cercanía excepcional que solo el niño varón, sumergido en un mundo predominantemente femenino, siente con una madre invisible a la que no quiere abandonar pero que tampoco posee.

Entre la inexplicada presencia, en ocasiones siniestra, del encierro y la naturalidad de las relaciones familiares que se tejen alrededor de él, Adiós entusiasmo se convierte en una historia sobre los alcances retorcidos y extraños que pueden habitar, sin mucho problema, en las relaciones familiares. Lo que parecería un argumento surreal, como el hecho de vivir con una madre que vive encerrada en un cuarto, termina siendo una forma de señalar directamente, en el mundo por fuera de la pantalla, la forma en que la intimidad, la burbuja de eso que se llama “familia”, es capaz de ocultar y normalizar cualquier situación sin importar su extrañeza. No es raro que, entonces, la inspiración primera de su historia haya nacido de la realidad misma de un entorno familiar.

“Cualquier temática familiar o personal que uno viva uno tiende a aceptarlo. Uno no tiende a nombrar todos los problemas porque, muchas veces, ni los puede nombrar. Entonces uno sigue adelante con su vida y uno canta, se relaciona con los hermanos, se divierte y se hace chistes por más de que esté viviendo algo que es más oscuro”, asegura Durán.

Parte de lo que hace a Adiós entusiasmo una película que cautiva y que deja un no-sé-qué en la piel es el hecho de que parece señalar un peligro del que inconscientemente todos estamos advertidos: que es ahí, en la familia, en lo que se siente más cercano, más íntimo y seguro donde lo oscuro y lo siniestro parecería tener más espacio para manifestarse y donde somos más propensos a aceptarlo sin hacer muchas preguntas.