Me fui de fiesta en Halloween disfrazado de Puigdemont
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Referéndum catalán

Me fui de fiesta en Halloween disfrazado de Puigdemont

Un poli me dijo: "Ven aquí, que tienes una orden de detención".

El 31 de octubre ya no es lo que era, y menos este año. Las calles se llenan de brujas, zombis y esqueletos andantes, mientras que, para muchas personas, el govern (o exgovern) está regido por un elenco de políticos demoniacos independentistas, con Carles Puigdemont al frente, que se han hecho con el alma de centenares de miles de personas gracias a una especie de Códice del Diablo Secesionista.

Para cerciorarme de este "poder maligno" por parte de la política catalana, decidí caracterizarme con una frondosa peluca, gafas cuadradas y una corbata rancia para salir por las calles de Barcelona en la noche más terrorífica del año a ver si es cierto que el tema político engendra el peor de los odios. Sí, dejé de ser Jordi para convertirme en PuigdeJor.

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Lo primero que hice fue lo normal: ir a un bazar chino la misma tarde. Sudé del típico machete manchado de sangre o la careta caduca de Scream porque hemos venido a jugar fuerte. Compré una serie de objetos catalanistas y españolistas para ver si el poble claudicaba ante su líder.

No era sangre artificial, me tuve que afeitar la barba

Fui a casa y me afeité. No sería un hecho destacable si no me rasurara la cara con cuchilla desde el verano de 2010, así que mi destreza con esa maquinilla de cincuenta céntimos no fue la esperada y terminé con la cara llena de cortes. No me detuve. La sangre y el escozor de una piel irritada no podían frenar el carácter infranqueable y revolucionario del President, así que me puse un poco de cremita y me calcé el pelucón, las gafas y el traje, sin olvidar la encomiable estampita de mi Caín, de mi Yang, de mi ángel caído: esa mirada entre tierna y bobalicona de Rajoy.

Quién me iba a decir a mí que terminaría representando a PDeCat

Pillé la moto y me dirigí al centro de Barcelona. Sentía una extraña sensación entre paz y recelo porque no sabía muy bien cómo iba a reaccionar la gente al ver a su líder en casa, aunque en la prensa se dijera que me encontraba en el reinado de Flandes. Paparruchas. Aparqué en La Rambla y fui a la puerta de casa (o Palau de la Generalitat) a ondear la bandera. Puigdi is back, bitches.

Se queda

Una vez mis chacras estuvieron sosegados, decidí ir a tomarme el primer pelotazo. Ron cola, le dije al sirviente que regentaba el local y a los pocos segundos ya le estaba dando al beber. Los de la mesa de al lado sonreían porque me reconocieron y gritaron: "¡President, una foto! ". Un sentiment de orgullo me invadió y levanté mis posaderas para reunirme con mis súbditos. "¿No estaba en Bélgica, President?". Les desmentí la patraña y seguí hablando con ellos un buen rato entre risas y abrazos, hasta presentarles mi proyecto secesionista versión Halloween.

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Bajo el manto de sonrisas, les invade el miedo

Me dirigía a la puerta de salida porque era la hora de mover el esqueleto, cuando un tipo que se había fumado un bosque septentrional me espetó un "le van a enchironar". Eso será si me cogen, le dije, y me fui a otro garito dirección al Carrer Ample, una calle llena de locales en el barrio gótico de la Ciudad Condal.

La peña como loca por hacerse una foto con su ídolo

Empezaba a notar el hormigueo chisposo de una buena taja independentista y andaba con el espíritu vivaracho de Francesc Macià que atraía cada vez más y más feligreses indepes. Fotos por aquí, fotos por allá, es usted el puto amo, se ha pasado tres pueblos y alguna que otra frase más, me decían mientras seguía sin pausa mi recorrido hacia uno de esos garitos con música ochentera que pedían mis prominentes y marchosas caderas.

Me hicieron un 155 de barra: no me atendían

Una vez dentro, me dirigí a la barra a tomarme uno de esos chupitos amnésicos. Los de al lado me miraron y me comenzaron a hacer stories para el Insta. "¿Truco o DUI?", le dije a uno. Saqué las banderas (senyera y española) y bailamos hipnotizados gracias al ritmo del rock. A todo esto, la camarera se acercó y me llenó el vaso. La miré con la cabeza alta y ojos llenos de orgullo, pero no fue suficiente y me hizo pagar, la desdichada. ¡A su legítimo President! Maldita camarera antidemocrática. Pensaba que este disfraz me iba a ahorrar algunos euros, pero ni por asomo. En Barcelona te clavan bien clavado allí donde vayas, no hay remedio. Eso sí, otra camarera se acercó y me puso laca en el flequillo para conseguir un mejor volumen. "Tiene que domar el pelo, señor Puigdemont", me dijo.

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La camarera quería arreglarme el gatete

No sé si fue el chupito de Jäger o el júbilo de la sala, o incluso quizás fue la señora que me llamaba Carles todo el rato como si fuera su sobrino, que rendí pleitesía a la farándula entre carcajadas y desvergüenzas. Saqué la foto de Rajoy y le pregunté a un grupito de chicas qué les parecía. Le criticaron sin piedad. Mostré mi propuesta de república y la apoyaban con un hilarante sí. En fin, había un ánimo de tranquilidad y libertinaje que se distaba de la angustia y el separatismo que estos días tantos tertulianos y periodistas utilizan como arma arrojadiza. La gente sigue haciendo su vida y tiene ganas de fiesta, esto es así.

Monstruos y terror en una imagen: la de Rajoy

Joder, qué noche. Me hinqué otros dos cubatas más, porque desde que proclamé —digo, proclamó, proclamó la DUI, que el personaje me engulle—, la tensión no me dejó darme un buen homenaje. Buen rollo, música bailonga, hondonadas de risas y cachondeo; alaridos secesionistas, alguna que otra reprimenda y un tipo inquietante que me agarró fuerte y me soltó un "sacarás esto adelante, ¿verdad?" con una mirada bastante perturbadora.

Presentando el proyecto a unas votantes

En fin, yo seguí con mis bailes y con mi festejo hasta que encendieron las luces y me topé con un chaval de metro noventa que llevaba puesto un sostén de pastillas de azúcar. "¿Puedo?", le pregunté con una mueca picarona. Me asentó con la cabeza y me irrumpió un estrépito de enajenación para devorar aquellas dulces y pequeñas grajeas cual episodio especial de The Walking Dead: Catalan Nightmare. La noche se me fue de las manos y ya era hora de volver.

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Mamá, no mires

Puse rumbo hacia la moto y anduve Rambla arriba, plagada por criaturas de todas las índoles frente a las discotecas. Le di fuego con un mechero independentista a un tipo y vi a mi lado una joven que estaba incordiando a un urbano por toda la movida catalana. Pasé por al lado y el poli me dijo: "Ven aquí, que tienes una orden de detención". Le susurré que actuara como si no hubiera visto nada provocando una sonrisa en su semblante. Era muy majo. Me estuvo hablando un poco del tema con un tono distendido para terminar haciéndome una foto con él, mientras oteaba si le veía otro compañero ante tal acto prohibido.

"Ven aquí, que tienes una orden de detención", me soltó este urbano

Faltaba el broche final. La noche no se iba a terminar sin una última parada. Sí, el buen President exiliado no se merecía menos que un suculento BigMac a las 5 de la mañana. Tuve que saciar la hambruna de la República Independiente de Catalunya con la doble hamburguesa y salsa secreta que toda persona con dos dedos de frente ansía después de una buena juerga. El colofón a una noche más que épica.

Más satisfecho que en el 1-O

Como la DUI en manos del Tribunal Constitucional, todo llega a su fin. He podido experimentar las alabanzas y críticas del pueblo, desdibujadas por el protagonismo que desprenden la simpatía y el buen ambiente. Aunque muchos quieran hacer ver que en Barcelona ha irrumpido una especie de Apocalipsis zombi terrorífico, la realidad es que, más allá del discurso político, todos queremos pasárnoslo bien y, por encima de cualquier ideología, brindar por la vida.