Nación de Inmigrantes: la mujer que le pidió a dios abrir un restaurante
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Nación de Inmigrantes: la mujer que le pidió a dios abrir un restaurante

Después de llegar a Indiana desde Honduras, Maritza Castellanos pasó años trabajando como empleada doméstica y con el tiempo abrió Rincon Catracho, amado entre la comunidad hondureña.
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fotografías de Nick Gomer
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traducido por Elvira Rosales

Ésta es la novena entrega de una serie de artículos que hablan sobre inmigrantes y refugiados dueños de restaurantes ubicados en territorios fuera de las grandes ciudades de Estados Unidos.

Hace dos años Maritza Castellanos abrió Rincon Catracho, un restaurante hondureño en Plymouth, Indiana. Había muchos obstáculos: habla muy poco inglés y el papeleo parecía insuperable.

"Rezó a dios para que la guiara de alguna manera para encontrar a las personas adecuadas que la ayudaran en el proceso", dijo Carlos Perez, quien ejerció como traductor durante mi visita al restaurante. Él y Castellanos asistían a la misma iglesia.

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Y entonces dios envió a Castellanos a ver al dueño del edificio en el que está ubicado el restaurante. Previamente había sido sede de una pizzería y los cuadros de villas italianas siguen colgadas en la pared. El propietario —un hombre blanco, subrayaron— ayudó a Castellanos a conseguir los permisos y la puso en contacto con contratistas calificados.

Afuera de Rincon Catracho en Plymouth, Indiana. Todas las fotos son de Nick Gomer.

Rincon Catracho está situado junto a un riachuelo espumoso en una avenida agradable de Plymouth, que podrías encontrar justo después de 32 kilómetros de campo después de pasar la interestatal. Castellanos, y el 4 por ciento de los 10,000 residentes de la ciudad, nació en Honduras. Castellanos proviene de Yocón, es un municipio casi del mismo tamaño que Plymouth que, al igual que Plymouth, está localizado en medio del país. Su madre manejaba una lonchería y algunos de los recuerdos más preciados de Castellanos son de cuando ayudaba a su mamá a servir comida a los clientes. Atraída por una docena de hondureños que ya habían convertido Plymouth en su hogar, se mudó a esa ciudad a mediados de los 90. Trabajaba como empleada doméstica —aún lo es, de hecho— y, luego de invitar a sus amigos a cenar, rápidamente ganó una buena reputación entre los extranjeros por hacer la mejor comida hondureña en la ciudad. Rincon Catracho ("Catracho" es un apodo para alguien con ascendencia hondureña) abrió con grandes expectativas por parte de la comunidad hondureña.

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Actualmente multitudes llenan el lugar, en especial los viernes y sábados, para comer parita catracha, una especie de enchiladas.

"No hay traducción", dijo Cesiah Perez, la esposa de Carlos Perez. "Los mexicanos le dicen enchiladas a una cosa, los hondureños le dicen de otra forma. Es una tortilla de maíz, carne de res molida, papas, ensalada de col, salsa, chimol —parecido al pico de gallo— y queso hondureño".

Durante mi visita, ordené una sopa marinera, una sopa de mariscos, cremosa y color marrón parecida al curry de coco que se come con arroz. Venía acompañada de tostones —tortitas de plátanos fritos— cebollas y betabel en vinagre. También pedí una parrillada grande de verduras cocidas, filete, pollo, chorizo, frijoles y arroz; era tan grande que lo comí durante días.

Sopa marinera.

A pesar de la popularidad que tiene el restaurante durante los fines de semana, Castellanos batalla para que las finanzas salgan a favor. Ella es la única empleada con salario, lo cual significa que cuando hay prisas, son voluntarios como la familia Perez y Castellanos quienes mantienen la cocina andando.

"Es una forma de comenzar. No hay otra manera, si realmente quieres construir algo", respondió Cesiah Perez a mi reacción de asombro cuando me enteré de que estaba trabajando sin paga. "Es nuestra naturaleza. Si necesitas algo y puedo ayudarte, ¿por qué no?".

Cesiah también es una de las proveedoras de ingredientes del restaurante. Señaló una botella de salsa picante D'Olancho sobre la mesa. Le pregunté dónde la había conseguido el restaurante, asumiendo que de algún distribuidor en Chicago.

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Filete asado, camarones y vegetales.

"Honduras", respondió. "Voy a mi país una vez al mes y traigo cosas; sobre todo especias que no se pueden conseguir aquí. Trata de ser muy auténtica".

Se detuvo un momento, ella y su esposo se miraron.

"Y solo lo que inmigración permite", dijo sonriendo. "No todo".

Carlos Perez y su esposa Cesia ayudan de vez en cuando en la cocina del restaurante.

Inmigración y el ICE (Servicio de Inmigración y Control de Aduanas de Estados Unidos) son temas graves en el restaurante. Aunque habló muy bien de la comunidad en general de Plymouth, Carlos Perez admitió que se sentía rechazado por su color de piel y que a veces existen tensiones raciales en la zona. Mencionó a un amigo indocumentado quien, después de cometer algunas infracciones de tránsito, fue deportado.

"¿Podría entrar el ICE aquí?", le pregunté.

"No, a menos de que quieran comer", dijo tranquilo.

"Hubo una época en la que sentí que debía complacer a los clientes estadounidenses ofreciéndoles lo que les gusta, como hamburguesas", dijo Castellanos en palabras traducidas por Perez. "Pero para mi sorpresa la mayoría me dice: 'Vengo por la comida hondureña, no la americana'".

"Ni en mis sueños más fantasiosos pensé que podía llegar hasta este punto", dice Maritza Castellanos.

Un día, un cliente blanco la tomó de la mano.

"Dijo que había comido el mejor filete de su vida, que Dios bendijera mis manos para seguir cocinando así", dijo Castellanos, comenzando a llorar.

"Vengo de una provincia pequeña", me dijo. "Ni en mis sueños más fantasiosos pensé que podía llegar hasta este momento y dejar que mi comida bendiga a Estados Unidos; cocinar comida hondureña, ofrecerla a la gente y al mundo".