Casa Max Rojas, el ocaso de un foro cultural

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Música

Casa Max Rojas, el ocaso de un foro cultural

Durante 3 años, una residencia al norte de la Ciudad de México fungió como uno de sus espacios culturales más dinámicos. Una serie de eventos culminaron con su cierre a fines de mayo.

Hasta hace un mes, Arturo se sentía pleno: sus 2 proyectos de gestión cultural —la Biblioteca Enrique González Rojo Arthur en Ecatepec y su residencia a lado del Casco de Santo Tomas, la Casa Max Rojas—, marchaban bien y tenía varias propuestas de eventos en puerta. Además, un terreno que gestionaba en la colonia Clavería (Clavería 22), acababa de ganar una sentencia a favor de su reapertura.

También, de su imaginario poético seguían emanando textos y mantenía constancia con el proyecto documental sobre Gonzalo Martré (escritor y argumentista de Fantomas) donde colabora.
Todo parecía ir viento en popa para este gestor y poeta. Pero una inesperada visita familiar en mayo acabó con la quietud en su hogar: la dueña de la casa, su tía, le pidió desocupar.

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Esto marcó el fin de Casa Max Rojas, pero no fue un suceso inesperado: malos manejos internos, algunas irresponsabilidades de organizadores que hicieron uso del sitio y el nulo apoyo vecinal contribuyeron al inminente ocaso del lugar.

Otro foro cultural independiente que se diluye en la ciudad.

Arturo Alvar, gestor cultura y fundador de la Casa Max Rojas

Apertura

12 de junio de 2015. La cita era a las 4 PM pero todo comenzó una hora después. Arturo y Pamela, los responsables del lugar, estaban nerviosos.

Era el inicio de su proyecto.

El proyecto: convertir su casona en un nicho artístico capaz de acoger música, poesía, exposiciones, performances y cualquier otra ramificación artística.

Por eso, para la función inaugural, convocaron de todo: Oblique Quartet, 66.6%, Caos del Té y Lowboy en la parte musical; Refugio Pereida, Francisco Zapata, Valentín Arcadio y Anaïs Blues como poetas invitados; y una exposición escultórica a cargo de Eduardo Domínguez.

Los artistas llegaron temprano. El público también.

Minutos antes de las 6 ya había varias decenas de curiosos que costearon los $15 que exigía el ingreso. Algunos rondaban por los cuartos de la residencia mientras otros se congregaban en la barra que también ofrecía tostadas.

Cuando Luisa Almaguer —en ese entonces vocalista de Lowboy— empezó a vociferar, el público se situó frente al escenario.

Así se inauguró la Casa Max Rojas.

Flyer de la Apertura de la Casa Max Rojas, el 12 de junio del 2015

La casa que fue

Entre la zona politécnica del Casco de Santo Tomas y el deportivo Plan Sexenal se ubica una casa con rejas negras y paredes amarillas. Específicamente en el número 12 de la calle Máximo Rojas, colonia Plutarco Elías Calles, delegación Miguel Hidalgo, Ciudad de México.

Este caserón de dos niveles emergió hace muchos años en pos de resguardar familia, pero hace 3 años dio el mencionado giro cultural.

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El responsable: Arturo Alvar Gómez.

“La usé porque quería ver qué sucedía en el entorno inmediato en la colonia, con estudiantes y vecinos, si de pronto se abría un espacio para la poesía, la música y las artes plásticas, donde los jóvenes tuvieran un lugar de expresión. Siempre me gustó la idea de una residencia artística que vinculara a creadores de distintas partes del país”, cuenta Arturo sobre la decisión de abrir su casa en ese entonces, para actividades culturales.

Max Rojas, el nombre con el que se bautizó al espacio, no fue por la calle (Máximo Rojas) sino en honor al poeta mexicano que alcanzó la cumbre gracias a libros como El turno del aullante o Ser en la sombra.

Desde su apertura, Arturo y Pamela —pareja en aquel entonces; hace más de un año ella salió del proyecto— se preocuparon por correr la voz respecto al lugar. Pronto colectivos, gestores y productoras empezaron a solicitar fechas.

Lo que ofrecía Casa Max en un evento promedio era el uso total de la planta baja y un cuarto superior para guardar instrumentos. A veces, por lo regular en exposiciones, se usaban los cuartos del primer piso. Y el trato era: organizador se queda el cover, el lugar con la barra. Pocas veces se llegó a rentar el espacio con todo y barra por aproximadamente 3 mil pesos.

El sitio no tenía respaldo institucional ni legal. Se manejaba de forma autogestiva y sin permisos para ejercer como establecimiento mercantil.

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Aun así, iniciativas musicales como Pizzatanicos, Violencia River, Humo, Aquí no hubo escena, Calipso Corp, Neandertales y Nuestra Escena proyectaron los sonidos de Tygre, Wk, Belafonte Sensacional, Sad Saturno, Andrés Canalla, Logan Hate, La Era Vulgar, Islas y Axel Catalán en Casa Max. Es decir, exponentes diversos, de diferentes géneros musicales y diferentes lugares de la República Mexicana.

Uno de los muchos shows que hubo en la Casa Max Rojas. Foto cortesía de Arturo

Una noche

— ¿Y Arturo?
Es noche de viernes de 2017 en Casa Max Rojas.

La pregunta se repite: “¿Y Arturo?”

Muchos no saben y quién responde da otra incertidumbre.
— ¿No está arriba?

Porque abajo, en el evento, donde está la barra y la puerta, Arturo no está. Están un par de sus amigos que le ayudan a destapar y cobrar botellas, pero no se dan abasto.

Se siente y nota cierto descontrol. Ya se ven algunas latas de cerveza externas a las que aquí venden; algo no permitido pero que sucede. También sucede que un desconocido ya tiene un libro —parte de la biblioteca de la Casa— en la mano. Y luego el micrófono no suena y por eso los organizadores del show se concentran en hacer sonar a la segunda banda y descuidan la puerta.
Cuando por fin se escucha a la banda, el desconocido se pierde entre la gente y las cervezas externas se camuflan.

Media hora después Arturo aparece: sí estaba arriba aunque el evento, la barra y la puerta están abajo.

Muro antes de la mudanza

Mismo muro después de la mudanza

Ocaso

“Yo acepto que me equivoqué, debí haber sido más riguroso. Por un lado, me empeñé en levantar el espacio, crear vínculos, tener una actividad constante, pero no trabajé mucho con otros sectores que eran clave con la comunidad. También sostener de una manera sobria los eventos. De pronto me entregaba al hedonismo, al festejo, y eso lo sentía la gente que decía: 'Si (Arturo) está muy relajado, se está echando sus chelas, nosotros también podemos hacer lo que queramos’”, confiesa el también editor de la revista Sapiencia.

Orines afuera de la casa, ingreso de bebidas alcohólicas, robo de libros y adornos, y personas alcoholizadas o violentas, fueron algunos problemas con los que lidió Arturo en los eventos. Pero la mayor complicación fueron las quejas vecinales: “Hay varias anécdotas. Una vez un amigo venía preguntando por Casa Max y, sin querer, llegó con una vecina que le dijo: 'Seguramente vas a ese lugar dónde hacen sus orgías'. La gente en general ocupa los errores de los demás para acentuarlos, y estaban esperando que nos equivocáramos. El modelo de negocio era un pie en la informalidad, y, en cierto punto, la situación de la casa, al ser un espacio privado, no nos exponía tanto. La casa era benévola en ese sentido”.

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Quién no fue benévola fue su tía, la dueña del inmueble, que, tras ver la propiedad anunciada en Airbnb, realizó una visita inesperada a principios de mayo del año en curso. Lo que encontró la alarmó: murales en las paredes, conexiones de luz destartaladas, ventanas rotas y sillones deslucidos.

El panorama la orilló a pedirle el desalojo en un mes.

“Realmente no era tan necesario que [la tía de Arturo] llegará a esta medida, pero también tiene que ver con una lógica de que al interior de las familias se reproduce todo lo que está pasando a nivel social. Por ejemplo: cuando una familia ve en su propiedad una lógica de vender más allá del arraigo, de pronto hay confrontación; se vuelve una pugna entre la mirada cultural que va más en lo histórico contra la lógica inmediata del baro. A eso me refiero. El perfil que se está castigando es el perfil cultural, de las tocadas, que mi tía piensa que ponen en riesgo la propiedad”.

Por eso se puede afirmar que Casa Max Rojas ya no existe debido a una decisión familiar. Pero haciendo un análisis del panorama general, es notable que el frenesí no solo de su gestor sino de toda la comunidad cultural que se involucró en el proyecto, encauzó al ocaso.

“Ahora que estoy haciendo la remodelación de la casa me está saliendo muy cara; si me hubiera dedicado a algo más tranquilo no hubiera tenido tanto problema, pero decidí hacer locuras y tengo que aceptar las consecuencias. Hace falta mucho más conciencia del trabajo que implica y hay que valorar más ese trabajo colectivo. Lamentablemente yo veía gente diciéndome: 'Qué mala onda que no dejes meter cerveza', y pues ese era el ingreso que nos permitía pagar los gastos. En fin, a veces los sucesos culturales importantes son breves y efímeros; pero, paradójicamente, en el carácter pasajero está su permanencia”, reflexiona Arturo.

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Casa Max Rojas durante su mudanza

Mudanza

Ni los murales, ni los sillones, ni los libros, ni los cuadros, ni las hojas de poemas regadas, ni las series de navidad colgadas en la pared, ni la caratula del vinilo de José José, ni el amplificador de bajo olvidado, ni las tapas de cerveza, ni el destapador, ni la botella de agua natural que en realidad tenía mezcal, ni las pipas de marihuana, ni el ruido del primer guitarrazo, ni Yuma ladrándole a cualquiera, ni el tipo vomitando en la escalera, ni el slam que llenaba la sala, ni el viejo micrófono dónde se leían versos, ni la guitarra acústica que se volvió adorno.

En el número 12 de Máximo Rojas no quedó algo de lo que fue Casa Max Rojas.

Solo la memoria de noches sin control.

Adornos antes de la mudanza

Adornos después de la mudanza

Un nuevo hogar

“Ahora que gané la sentencia de Clavería 22 estoy consciente que tengo que regresar sin cometer los mismos errores, valorar mi trayectoria, mis capacidades y, por lo pronto, no voy a ocupar en el centro de mis preocupaciones los eventos o la venta de cerveza”, dice Arturo a propósito del nuevo espacio que gestionará.

Aunque ni tan nuevo: Clavería 22, anteriormente un local automotriz en la colonia Clavería, Azcapotzalco, es un sitio que hace más de un año mantenía actividades culturales. Yokozuna, Dolores de Huevos, Sonidero El Gato, El Mastuerzo y Zeta, fueron bandas que se presentaron ahí durante su primera etapa que abarcó de 2015 a 2017.

El año pasado fue clausurado debido a una demanda que emitió la delegación Azcapotzalco por 170 mil pesos alegando falta de medidas de protección civil. Pero hace pocas semanas Arturo ganó la sentencia debido a que un magistrado determinó que la delegación “se atribuyó autoridad que no tenía. Había otras instancias que debían haber puesto la multa. Ahorita tenemos el mandato del tribunal para que abran”.

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Arturo muestra la sentencia a favor de Clavería 22

La reapertura de Claveria 22 aún no tiene fecha definida pero su gestor ya tiene en mente 3 proyectos para desarrollar: Surco (una cafetería), Lagave (Laboratorio de Artes Gráficas y Artes Visuales Experimentales) y Azcapo Existe (ciclo cultural en torno a la demarcación).

El enfoque ya no serán los conciertos.

“Si están en contra de que exista un espacio así, ¿ellos qué proponen?, ¿cuál es su idea de cultura?”, son los cuestionamientos que Alvar Gómez, ya desde un departamento en los límites de Azcapotzalco y Naucalpan, se hace respecto a quienes les ponen trabas a los espacios culturales independientes.

Porque él, a través de la experiencia, esa prueba-error que ya le costó la existencia de Casa Max Rojas, tiene claro lo que no se debe hacer y, sobre todo, que su labor “pone sobre la mesa las contradicciones de la propia sociedad hacia lo que considera correcto. Si no aparecieran estos espacios o estos desafíos, la sociedad en su parte conservadora no se sentiría susceptible y las cosas seguirían igual pero de manera silenciosa. Viene a remover una serie de valores y a exponer la doble moral de la sociedad, y creo que esa es una función del arte: desnudar las partes oscuras que producen una sociedad más abierta .

Desnudar para evitar el ocaso cultural. Pero, sobre todo, aprender de los errores.

Acá está el Facebook de la Casa Max Rojas y acá el de Clavería 22.