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Sexo

La primera vez que me pagaron por sexo

“Lo hice movida por una curiosidad apremiante, una voz en mi cabeza que no era capaz de ignorar”.
DS
traducido por Daniela Silva
MA
traducido por Mario Abad
Foto de la autora por Mindy Tucker 

Artículo publicado originalmente por VICE Estados Unidos.

Cuando decidí entrar al mundo del trabajo sexual, hice mi tarea y me puse a investigar. Durante años, leí acerca de cortesanas famosas, prostitutas reales y ficticias, víctimas trágicas y femme fatales heroicas. Pero cuando decidí que quería averiguar por mí misma cómo era cruzar esa línea, comencé buscando en Google "Escort Raleigh, NC". Encontré algunos sitios web, estudié los anuncios, reseñas y foros de chat y me alivió encontrar preguntas frecuentes. Luego cambié a preguntas frecuentes dirigidas a posibles clientes.

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Mi mayor motivación era la curiosidad, una voz en mi cabeza que no podía callar. Y, por supuesto, como todos los adolescentes (y las personas), me sentí atraída por lo prohibido. Aunque era joven, apenas tenía 17 años, no tenía prisa. Pasé semanas estudiando en internet.

Elegí dedicarme al trabajo sexual, y decidí escribir sobre eso, desde una perspectiva privilegiada. Mi historia no es como la de todas, pero tampoco es especialmente única. Utilicé mi situación privilegiada, además de las plataformas en internet y la cultura de consentimiento que crearon para mantener mi seguridad física y psicológica. No todas las trabajadoras sexuales han tenido acceso a esas herramientas. Y después de las leyes de SESTA/FOSTA ahora nadie lo tiene.

De los foros, aprendí cómo comprobar los antecedentes y referencias, y que se esperaba que las escorts "de buena reputación" tuvieran un buen escrutinio. Aprendí que revisar las identificaciones personales y usar condones era algo indispensable. Aprendí que darle una toallita tibia a un cliente después del sexo era una cortesía que demuestra profesionalismo. Me sentí más fuerte sabiendo cuáles eran las reglas y expectativas. Insistí en cosas, confiada en que cientos de otras mujeres estaban imponiendo los mismos límites. Ningún cliente me sugirió que estaba siendo demasiado cuidadosa o demasiado mojigata. Parecía que mi dogmatismo los aliviaba. Sabían que podían confiar en mí porque yo era consecuente e intransigente.

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Cuando estaba lista para publicar mi primer anuncio, me fijé en lo que cobraban las otras mujeres y a eso le aumenté 50 dólares. No estaba interesada en la cantidad de dinero, no tenía deudas urgentes que pagar. Si alguien intentaba negociar las tarifas conmigo, borraba su correo electrónico y pasaba a los siguientes 50 posibles clientes.

Especifiqué que ellos tenían que reservar el hotel ya que yo era demasiado joven para reservar legalmente mi propio cuarto de hotel. Mi cumpleaños número 18 estaba cerca, pero me presentaba como una universitaria de 20 años. Les decía a los clientes que era demasiado joven para beber. Físicamente, no parecía menor de edad. Me desarrollé a temprana edad. Hice una lista de mis estadísticas, que parecían normales. Cabello y color de ojos, busto, cintura, caderas.

Una vez que publiqué el anuncio, estaba comprometida. Tomé una decisión y todo lo que sucedió después simplemente se dio. Nunca se me ocurrió cancelar una cita, o no irme de una. En mi opinión, me convertí en escort después de publicar mi primer anuncio, no después de mi primera cita, que era simplemente el siguiente paso.

Me sentía abrumada con la respuesta. Entre clase, tarea, debate, ensayo y comida con mis padres, pedía referencias de posibles clientes. Siempre pedía dos. Las referencias me las daban otras mujeres que ya habían estado con ellos sin problema. No tenía que ponerme en contacto con las dos referencias, solo con una. Ambos tenían que aparecer en el foro en el que ya confiaba para obtener información. Empezaba a reconocer los nombres. Si alguien nunca había estado con una escort, no podían reservar una cita conmigo. Era demasiado arriesgado.

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Mi primer cliente fue de lo más normal. No recuerdo su correo electrónico. Él simplemente fue el primer hombre que pasó mi proceso de selección. No recuerdo su nombre, trabajo o cómo era físicamente. Era blanco, de edad promedio. Era amable y de voz suave. No le dije que era mi primera cita. Nunca nos volvimos a ver.

Recuerdo que me sentía, nerviosa e inquieta. Quería ser buena en mi trabajo. Quería dejar una buena impresión.

Me presenté en el hotel que había reservado diez minutos antes. Como me estaba tomando muy en serio la clase de teatro en la escuela, pensé que necesitaba cambiarme a mi "disfraz" y "entrar en el personaje". Revisé su identificación en la puerta, saqué mi teléfono y le llamé a mi mejor amigo. "Estoy aquí con Fulano de Tal, te llamaré dentro de una hora" le dije. De esa manera, el Sr. Fulano sabía que alguien estaba enterado de dónde estaba, con quién estaba y a qué hora esperaba saber de mí. Después de hacer los trámites, fui al baño para prepararme.

Salí con mi vestido de graduación. Me hizo sentir sexy y elegante. En retrospectiva, esa parte me da pena y risa por lo ingenua que era. En aquel entonces, creía que las "mujeres elegantes" usaban vestidos formales todo el tiempo.

Él aún estaba vestido, pero había puesto porno en la televisión. Me quité el vestido y me metí a la cama. Le pedí que viniera conmigo, lo hizo. Dejé que me tocara. Parecía respetuoso, casi reverente, algo que aprendí era cierto para la mayoría de los clientes. Le puse un condón antes de ponerlo en mi boca. Odiaba el sabor del látex, pero tenía que protegerme, tanto física como psicológicamente. Quería reducir el riesgo y el contacto.

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El sexo en sí fue superficial y breve. Cuando todo terminó, apagó el porno mientras yo le llevaba un trapo caliente. Empecé a preguntarle sobre él. Antes de ese momento estaba tan concentrada en quedarme en mi personaje sexy que lo olvidé. Más tarde, aprendí a hacer que los clientes se sintieran más cómodos con una pequeña plática al principio de la sesión, pero todo era un cuestión de práctica.

Parecía indeciso, de repente incómodo. Le dije que teníamos mucho tiempo, lo cual era cierto. A las escorts se les paga por su tiempo, no por actos sexuales individuales. Apenas llevábamos 20 minutos en la habitación. Me dijo que no tenía que quedarme todo el tiempo si no quería. Bailamos incómodamente un rato. Traté de descubrir sus sentimientos "reales". ¿Me estaba pidiendo que me fuera? o ¿pidiéndome que demostrara que quería quedarme? Mejoré con esto a lo largo del tiempo, pero no sabía muy bien qué hacer en esa primera cita. Decidí vestirme e irme. Casi me olvido del sobre con el dinero en efectivo cuando salí por la puerta.

Cuando subí a mi coche manejé como loca. Tenía cuatro billetes de 100 dólares. Entré a un billar lleno de humo, caminé hasta el mesero y pedí una Coca-Cola light con limón. Le pregunté si tenía cambio de 100, me dijo que sí. Me senté ahí durante una hora, vibrando de adrenalina, tratando de calmarme. Se me hizo un hábito tomar Coca de dieta en bares después de las citas. Aunque no pedía alcohol, sabía que no debía estar ahí, pero nadie me veía raro cuando todavía estaba "en mi personaje". El dinero me entusiasmó de una manera que un cliente nunca podría haberlo hecho. Me sentí viva y emocionada. Ya no podía parar.

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