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A quién le sirven las congregaciones masivas… y a quién no

No hace falta un doctorado en historia para saber que todo proceso de organización popular que haya tenido algún efecto histórico en México y en el mundo ha incluido la congregación masiva en calles y plazas.


​​Foto por Daniel Villa.

"Una campaña de protesta en redes sociales no sirve de nada", dijeron ciertos sabios en las redes sociales cuando empezó el asunto. Y tenían razón. Cuando esta campaña dio lugar a concentraciones pequeñas, dijeron que las concentraciones pequeñas no servían. Y también tenían razón. Entonces las concentraciones pequeñas dieron lugar a paros estudiantiles. Una vez más, los sabios señalaron acertadamente que los paros estudiantiles no sirven de nada. Ahora los paros estudiantiles han dado lugar a movilizaciones gigantescas. Y ahora dicen que son las concentraciones masivas las que no sirven.

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Ya han empezado los paros obreros y pronto los oiremos repetir su estribillo.

En efecto: últimamente hemos visto a muchos comentaristas hostiles a las luchas populares convertirse en estrategas revolucionarios para explicarnos lo que sirve o, por lo menos, lo que no sirve. Pero la gente es malagradecida y hasta ahora se ha negado a escuchar sus sabios consejos. Y sigue construyendo organización y consciencia con medidas cada vez mayores.

Nuestros estrategas de última hora son sabios, qué duda cabe: es verdad que ninguna marcha sirve de nada. Ninguna marcha por sí sola.

Sin embargo, no hace falta un doctorado en historia para saber que todo proceso de organización popular que haya tenido algún efecto histórico en México y en el mundo ha incluido la congregación masiva en calles y plazas.

Y es que es muy difícil reunir a cientos de miles en un apartamento.

Cosas que afectan nuestra vida diaria, desde la jornada de ocho horas hasta el derecho al aborto y al matrimonio igualitario, pasando por el voto femenino e incluyendo la caída de varios gobernantes (desde el zar de Rusia hasta el egipcio

Mubarak), se han logrado mediante procesos que no se reducen a las congregaciones masivas, pero que siempre las incluyen.

Siendo visibles estos horrorosos efectos, ¿por qué la gente insiste en congregarse?

Dicen algunos malintencionados que la sociedad está divida en clases y que estas clases tienen intereses contrapuestos. Dicen que la horrenda jornada de ocho horas, que evidentemente no le conviene a la buena sociedad, fue en cambio muy bien recibida por la gentuza de las fábricas, los talleres y las oficinas.

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Las congregaciones masivas suelen interrumpir el tráfico y distraer a la gente de sus labores productivas supuestamente para exigir del gobierno o de los patrones tal o cual cosa. Pero no nos dejemos engañar. Lo que en realidad busca la gente que se moviliza en ellas es algo aun más perverso: busca desarrollar su propia organización y su propia consciencia con vistas a imponer las cosas que pide o incluso cosas nuevas. Busca modificar a su favor la correlación de fuerzas.

En el fondo, la buena gente que afirma que las marchas no sirven se queda corta. No sólo no sirven (no le sirven) sino que le son nocivas y peligrosas: cada marcha, por pequeña que sea, es una escuela de organización: puede llevar a nuevas marchas, a paros, a huelgas, e, incluso, dios no lo quiera, a organizaciones permanentes.

Todo dueño de una empresa o un edificio, todo jefe delegacional, sabe que es más fácil y lucrativo administrar una empresa sin sindicato, un edificio sin organización inquilinaria, un barrio sin organización vecinal. Más fácil y lucrativo… para los dueños.

Así, antes de que enfrentar la pregunta táctica de si las congregaciones masivas sirven o no sirven, habría que preguntarse para qué sirven, o, mejor aun, a quién le sirven.

Y a quién no.

Ni yo escribo esto ni usted lo lee en un momento y en un lugar cualquiera de la historia universal. Lo escribo en el México de noviembre de 2014, el México de Ayotzinapa.

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Hasta hace pocos días, todavía podía leerse en las redes sociales la ingeniosa frase "si las marchas sirvieran de algo, el gobierno las prohibiría". Pues bien, en los hechos (aunque no en los códigos), el gobierno las prohibió. Al fallar contra las marchas la fuerza del argumento, se recurre al argumento de la fuerza:

Tras la gigantesca manifestación del pasado día 20, disuelta por los granaderos, al menos once personas fueron detenidas y hoy enfrentan cargos ridículamente severos. Es claro que no es práctico detener a quinientos mil manifestantes. Pero se puede elegir a once y arruinarles la vida para mandar un mensaje.

A esos once van dedicadas estás líneas. Luchar por ellos es luchar por el derecho de todos a decidir si marchamos o no.

Sigue a Óscar de Pablo en Twitter:

​@OscarDelDiablo