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Cultură

Arresté a mi amigo afgano por traficar heroína

Platicamos con Edward Follis, un agente encubierto de la DEA, para que nos contara más acerca de la relación de hermandad que tuvo con el poderoso rey del opio, un hombre a quien finalmente tendría que atrapar.
Max Daly
London, GB

Edward Follis (a la izquierda) y Haji Juma Khan (Foto cortesía de Edward Follis).

Antes de que los globos de heroína lleguen a sus consumidores en Liverpool, Berlín y Oslo, el ochenta por ciento de la heroína pasa por las manos de un grupo bastante poderoso de traficantes afganos de opio. Debido a que financían al grupo Talibán —el cual tiene bastante influencia en gran parte del país, particularmente en el sur—, estos hombres operan con casi completa inmunidad.

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Naturalmente, estos enigmáticos traficantes de opio son objetivos clave de la Administración para el Control de Drogas (DEA por sus siglas en inglés), de agencias de inteligencia y de agencias militares. Entre 2006 y 2008 el agente encubierto de la DEA, Edward Follis, pasó dos años con Haji Juma Khan, uno de los vendedores de opio más poderosos del mundo en ese entonces y quien financió al grupo Talibán con miles de millones de dólares. A Follis se le dio la instrucción de ganar la confianza de Juma Khan y de que le tratara de sacar información para después poder hacer que éste se retirara del negocio.

The Dark Art: My Undercover Life in Global Narco-Terrorism es una memoria de las experiencias de Follis mientras se infiltraba en cárteles de narcotráfico de todo el mundo para perseguir a traficantes de opio. De toda la acción de su libro, destaca el tiempo que pasó persiguiendo a Juma Khan, pues éste terminó volviéndose su gran amigo.

Llamé a Follis, quien se describe a sí mismo como "un chico irlandés de St. Louis", para que me contara más de su relación de hermandad con el poderoso rey del opio, un hombre a quien finalmente tendría que chingarse.

Un equipo de lucha contra el narcotráfico quema un escondite de heroína en Afganistán.

VICE: Juma Khan era un poderoso traficante de opio y obviamente nada estúpido. ¿Cómo te metiste en su mundo?
Edward Follis: Un confidente mutuo nos presentó diciendo que éramos personas que nos podíamos ayudar mutuamente. Yo fui honesto acerca de quién era —el jefe de la DEA en Kabul—, pero le dije que era un hombre flexible con quien podría trabajar y le ofrecí una relación de la que podría beneficiarse. Le dije que era bastante consciente de quién era su competencia y que era de bastante interés para mí. Él me vio como una figura de valor para su imperio. Él me podía dar información de sus rivales. A cambio, yo le insinué que Estados Unidos se enfocaría sólo en sus adversarios. No obstante, Juma Khan era el verdadero objetivo.

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La primera vez que nos vimos fue en su restaurante persa favorito, un lugar de categoría llamado Shiraz. Me hizo sentir como un duende: estaba en sus cincuentas, medía 1.95 y pesaba unos 165 kilogramos. Recuerdo que tenía problemas para pasar por las puertas. Sin contar su tamaño, se veía como cualquier otro empresario afgano. Vestía ropas simples: una chamarra de rallas encima de un salwar kameez (túnica tradicional afgana). Jugaba constantemente con un tasbih (un hilo con cuentas utilizado para rezar). Era un tragón y, como pude ver, solía devorar unos 20 kebabs en una sola sentada, mientras que yo apenas me acababa uno o dos. Él era bastante agradable y encantador.

¿Entonces no fue un encuentro fugaz?
Es una cortesía en los negocios de Asia Central que no vayas al grano inmediatamente. Tiene que haber, a falta de una mejor definición, un "juego previo" antes de que una relación de negocios se pueda formar. Tomó algo de tiempo llegar a un entendimiento mutuo. Tuve que seguir cortejándolo por dos años, lo cual es mucho más tiempo de lo normal, ya que él tenía que confiar en mí y nosotros necesitábamos recaudar evidencia para sostener la acusación de sus relaciones con el grupo Talibán. Por suerte para nosotros, su negocio marchaba tan bien que tenía suficiente tiempo a su disposición. Pudimos pasar mucho tiempo juntos.

Me intriga saber de qué hablaban un agente de la DEA y un traficante afgano de opio durante la cena.
Al principio él no quería hablar del tráfico de opio. La mayoría de las cosas sobre las que hablábamos eran nuestras familias, nuestras vidas y nuestros destinos. Él tenía 14 esposas y 29 hijos. Hablábamos mucho de religión. Él era un hombre bastante religioso. Se sabía el Corán de memoria y había estado en siete hajjis (viajes a la Meca). A veces me llevaba a la mezquita a rezar, aunque yo le rezaba a Dios y él a Alá. Vimos juntos La pasión de Cristo. Algo que él no entendía del cristianismo era por qué Dios había sometido a su hijo a tanto sufrimiento.

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Ciertamente no era un fundamentalista. Él simpatizaba con Estados Unidos acerca del once de septiembre. Me dijo que estuvo mal y que a Bin Laden —a quien él conocía en persona— nunca se le debió haber permitido que llevara a cabo el ataque. Su corazón estaba con los inocentes que habían muerto.

¿Qué tipo de hombre era?
Él tiene casi la misma edad que yo: yo me estaba enrolando en la Marina cuando él estaba en las trincheras luchando contra los rusos que dejaban desperdicios en su tierra. Él era un magnífico hombre de negocios que había crecido en la pobreza. Sobrevivió a la ocupación soviética, a las guerras civiles, al grupo Talibán, a Al-Qaeda; sobrevivió todo eso y aprovechó ese tiempo para construir su imperio.

Él era un líder, pero no un dictador. Tenía dignidad; la gente respetaba mucho la manera en la que trataba a su competencia, a sus enemigos y a sus amigos. Nunca escuché salir de su boca una sola palabra despectiva acerca de alguien más. Él no tenía que recurrir a la violencia para mantener el control de su territorio.

Se veía a sí mismo como el emperador de su tribu. Era un hombre fuerte y orgulloso en la comunidad y él valoraba eso. Su rostro brillaba cuando hablaba de su gente, de su familia y de sus subordinados. Amaba ser adorado y era bastante generoso. Nunca pagué una sola comida y, aunque era haram (prohibido), él se aseguraba de que los meseros me sirvieran un Johnnie Walker etiqueta negra al final de la comida.

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En el libro dices que sentías que eran como hermanos. Incluso lo llevaste a Washington DC a ver a un oncólogo.
Para serte honesto, el tiempo que pasé con HJK fue una especie de consuelo para mí, lejos de todos los fantasmas y de la gente de la embajada en Kabul. Yo me sentía más tranquilo con HJK que con mis colegas de la embajada. Algunos de los fantasmas no confiaban en mí, pues me acusaban de saber de ataques a la embajada y de no avisarles.

Fue una especie de relación íntima. Un día me di cuenta de que él tenía un bulto en el pecho. Pensé que podía ser cancerígeno, ya que a mí me habían quitado un melanoma anteriormente, y le mostré la cicatriz. Le ofrecí un tratamiento en Washington y él fue, pero resultó ser una falsa alarma. Yo estaba ayudando a un amigo, pero esto también era una forma de crear más confianza entre nosotros. En ese tiempo no teníamos información suficiente para arrestarlo, así que él pudo regresar a Afganistán.

¿Qué tan productiva fue esa amistad en términos de tu trabajo encubierto para la DEA?
Su base de control estaba en la región de Baluchistán, cerca de la frontera con Irán, aunque sus redes y su desmesurada riqueza se esparcían desde Asia Central hasta Dubai y Pakistán, en donde tenía negocios y propiedades.

Tenía amigos cercanos y familiares en los rangos más altos del gobierno de Karzai. La suya era una "empresa total": desde las amapolas en la granja, su procesamiento en laboratorios clandestinos, traficantes al por mayor en bazares, la importación para que se procesara la base de la morfina, los envíos hacía Turquía. Él era un jugador clave en el tráfico mundial de heroína y nuestro objetivo era detener el suministro de dinero al grupo Talibán y a terroristas como los de Al-Qaeda por parte de capos como él. Al final se convirtió en un espía no oficial. Nos dio información valiosa que pasamos a los militares.

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Un póster de propaganda anti-amapola en Afganistán (Foto por Todd Huffman vía)

Y entonces tuviste que detenerlo.
En 2008 lo engañé para sacarlo de Afganistán; era demasiado peligroso arrestarlo ahí. Le dije que me habían promovido a una misión antidrogas en Irán y que nos ayudaríamos mutuamente allá: él aumentaría mi credibilidad en aguas inexploradas y se beneficiaría de tener personas en tierras altas que podrían facilitar su camino para exportar heroína por Irán.

Concertamos una cita para hablar de esto en Yakarta, Indonesia, aunque en realidad lo que haríamos sería arrestarlo y llevarlo a Estados Unidos. En el aeropuerto, cuando su avión aterrizó, me alzó como si fuera una muñeca de trapo y me besó en la mejilla. Lo arrestaron antes de llevarlo a Estados Unidos, en donde ha permanecido encarcelado por haber financiado el terrorismo desde 2008. Nunca volverá a ver la luz del día. Sus abogados prefirieron no ir a juicio porque HJK está más preocupado por el bienestar de su familia que por la supervivencia de su imperio.

¿Te sentiste culpable de haber traicionado a un hombre a quien le tenías tanto respeto?
Bueno, había un motivo ulterior para sacarlo de Afganistán. Salvé su vida. Él estaba en lo que llamamos la "lista cinética", una lista de personas que son blanco de un ataque con drones. Su tiempo había llegando y decidí sacarlo de su confortable y satisfecha vida para poder salvarlo.

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Tuve bastantes emociones en el aeropuerto. Lo alcancé a ver tras su arresto y nuestros ojos se encontraron. Él tenía una expresión de incredulidad y yo me sentí apenado. Corrí detrás de un pilar y me escondí. No quería verlo; me sentí como niño chiquito. Pero si no me sintiera así por un objetivo, entonces no sería humano; y si no fuera humano, entonces nunca sería capaz de abrirme paso en sus almas y convencerlos de que hagan lo que yo quiero.

Lo que tuve que seguir teniendo en mente era que el grupo Talibán y Al-Qaeda son armas en desarrollo que usan dinero proporcionado por gente como HJK. Eso me mantenía en pie. El punto era atacar la red financiera detrás del terrorismo.

¿Lo volverás a ver alguna vez?
No puedo visitarlo. Si lo hiciera podría causar resentimiento; lo saqué de una existencia increíble en la que él era el rey y lo convencí de renunciar a todo. Mi esposa sabe que he tenido noches en las que no duermo pensando en esto y, sí, me conflictúa. No he tenido oportunidad de explicarle lo del ataque con drones. Algún día el caso irá a la corte y ahí lo veré.

Aún tengo el teléfono celular de K Mart al que solía llamarlo; está justo ahí, en frente de mí. Él siempre contestaba. A pesar de tener 20 teléfonos, siempre lo llevaba consigo y siempre me contestaba.

The Dark Art: My Undercover Life in Global Narco-Terrorism por Edward Follis está publicado por Gotham. La versión en español aún no ha salido

@narcomania