El legado del Nar-decó

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El número de la reencarnación

El legado del Nar-decó

Recorrimos Medellín en busca de la herencia urbanística que nos dejaron Pablo Escobar y su combo.

Bañera en la mansión Montecasino. Foto por Juan José Higuera.

Este artículo hace parte de la edición de abril de VICE.

Lo primero que quisimos ver fue la concha. Es la parte más famosa y lo que le da el toque estrafalario a la mansión Montecasino. La concha está en el segundo piso y a ella se accede luego de entrar a la casa, subir por una imponente escalera curva de madera y atravesar los corredores con piso blanco que conducen al cuarto principal. Como el resto de la casa, la habitación está completamente vacía y solamente se ven algunos cables saliendo de las paredes. Una vez allí hay que dirigirse al baño.

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En Florencia, durante el Renacimiento, la familia Médici le encargó a Sandro Boticelli que pintara a la diosa Venus saliendo del mar en una concha. En los ochenta, los Castaño, enemigos acérrimos de Pablo Escobar y cabecillas del paramilitarismo, le encargaron a algún arquitecto anónimo que les construyera una concha que oficiara como bañera. La concha, negra en el exterior, es de un color naranja nacarado, con acabados dorados y un grifo en forma de pez. El color contrasta con el mármol negro del piso y las paredes del resto del baño, donde también hay otro jacuzzi, unos vitrales que no dejan entrar mucha luz, estrellitas doradas pintadas en las paredes y, cómo no, espejos en el techo.

Montecasino es una mansión que parece sacada de la campiña inglesa, construida en los años sesenta por William Halaby Mejía, un empresario dedicado a los textiles. Comprada y remodelada por los Castaño, la mansión entró a la onda de lo que popularmente se conoce como greco antioqueño, de lo que los académicos como Luis Fernando González denominaron el Nar-decó, o, en términos burdos, de la arquitectura traqueta que surgió y se impuso en la ciudad en los ochenta y noventa.

Si hay un periodo de tiempo que definió a Medellín y la globalizó, fue ese. La Medellín de los carteles que nos llenó de traumas se encuentra en el imaginario de los extranjeros que visitan la ciudad y en el de todos los paisas que la vivieron. Hoy en día queremos estar en otra onda: ser la ciudad del metrocable, de las escaleras eléctricas, de las bibliotecas y la innovación; pero el pasado sigue estando ahí. Tanto, que a cada rato lo usamos como evidencia de la transformación y redención de la ciudad. Nos quedaron los edificios, llenos de fantasmas.

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Montecasino fue invisible para la opinión pública hasta 2008, cuando el país se enteró de su existencia gracias a las declaraciones del jefe paramilitar Jesús Roldán Pérez, alias Monoleche. Desde ese momento la mansión se convirtió en un punto de referencia para contar la historia del paramilitarismo en Colombia.

Montecasino fue el centro de operaciones de las Autodefensas Unidas de Colombia (AUC) y una de las propiedades más preciadas de los capos. Tanto así, que Monoleche declaró ante los jueces de la sala de Justicia y Paz del Tribunal Superior de Medellín que le ofrecieron 10.000 millones de pesos si no decía nada de la existencia de la propiedad para protegerla del proceso jurídico, y así evitar que entrara en la lista de bienes que se usarían en el Fondo para la Reparación de las Víctimas.

Piscina en la mansión Montecasino. Foto por Juan José Higuera.

Mientras tanto, Montecasino fue entregada provisionalmente a la Alcaldía de Medellín para que la adminstrara. Entre 2011 y 2015 fue la sede Telemedellín, el canal local de televisión. Además de shows y grabaciones, la casa se usó para actividades comunitarias, donde las señoras de los edificios vecinos de El Poblado hacían yoga y aeróbicos al lado de la piscina, que también tiene forma de concha.

Finalmente, en diciembre de 2015 Montecasino fue entregada a la Unidad Nacional de Atención y Reparación Integral de Víctimas, mientras se define cómo se aprovechará en función de las víctimas del paramilitarismo.

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Cuando fuimos a verla nos recibieron Jorge Eliécer y Oswaldo, los vigilantes de la empresa de seguridad a cargo de las instalaciones. Después de mostrarnos la ostra, nos dieron un tour por la propiedad. Ahí les preguntamos por la cava de Fidel Castaño, otro de los atractivos de la mansión. El problema era encontrarla.

"¿Cómo se nos va a perder la cava si es que le damos vuelta todos los días?", dijo Jorge Eliécer, mientras buscaba en cada uno de los cuartos de los dos pisos de la casa. "Yo me acuerdo de que eso estaba como escondido, era una entrada como en una pared".

Volvimos al bar, que adorna sus paredes con páneles de madera. Yo había buscado detrás de la barra sin éxito, pero tras escuchar a Jorge Eliécer empecé a tocar los tablones al fondo del salón. Una luz por una rendija me llevó a empujar uno. El tablón cedió y me abrió el paso a un pequeño cuarto escondido, con piso de baldosa y un baño al lado.

A mano derecha había una especie de kiosco cilíndrico de madera, con una rosca de caja fuerte en la puerta. Al abrirla, un corto pasadizo nos condujo a una escalerita de caracol que bajaba a un cuarto completamente oscuro donde solamente quedan las estanterías de madera que alguna vez sostuvieron una costosísima colección de vinos. Mientras prendía la linternita del celular para ver mejor, los vigilantes nos gritaron desde afuera: "¡Si se quedan atrapados, gritan!" Eso fue suficiente para sentir terror infinito durante un instante.

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Hace 20 años, la cava no tenía polvo, la casa estaba llena de obras arte y en el bar se reunía con frecuencia el personal más peligroso de Colombia. Sin embargo la recorríamos como si fuera una atracción turística, preguntando por las caletas e imaginando cómo serían las fiestas que hacían allá. La recorrimos buscando las huellas del estereotipo del narcotraficante opulento, olvidándonos que esta casa es uno de los sitios más importantes para la historia reciente del país.

Cuando el narcotráfico presentó sus excentrecidades sin pena, nosotros las adoptamos como propias sin resistencia.

Según las confesiones de Monoleche y otros paramilitares, en Montecasino se planearon las muertes de Carlos Pizarro y Bernardo Jaramillo, dos candidatos de izquierda para las elecciones presidenciales de 1990. También se gestaron masacres como la ocurrida en Mapiripán, Meta. Allí,120 hombres de las AUC viajaron desde Urabá para matar y degollar a más de 40 personas, con la complicidad del ejército.

Al salir de la cava, el morbo nos llevó a buscar la parte más macabra de la propiedad. La leyenda urbana cuenta que los Castaño tenían un pozo con un león donde echaban a sus enemigos para que los devoraran las fieras.

Para encontrarla, salimos de la mansión y caminamos hacia las otras tres casas que hacen parte del complejo y que, a diferencia de la mansión, están completamente en ruinas. Grafitis de bandas de punk conviven con vidrios, paredes y pisos rotos. Al entrar a la casa más cercana a la avenida El Poblado, observamos un montón de dibujos infantiles ­—globos terráqueos, animales, flores, paisajes­—, a pocos metros de una bañera cuyo fondo fue destruido en busca de una guaca y de una cocina gigantesca, posiblemente usada para la producción de cocaína.

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Así como con la cava, no sabíamos dónde estaba exactamente la leonera. Encontramos una especie de sótano con una entrada enrejada desde el exterior. Al interior, una puerta que abría al vacío era el único modo de acceso al sótano. Era evidente que desde allí se podía lanzar a una persona y esta quedaría atrapada junto a cualquier cosa que estuviese abajo. En el transcurso de la semana siguiente investigué sobre la mansión y pude salir de la duda. Si es cierto que un león se comió a alguien en Montecasino, se lo comió en ese sótano.

***

A pesar de sus excesos, Montecasino no puede considerarse arquitectura nacida del narcotráfico, por lo menos en su diseño original. La mansión no comparte los acabados y el diseño que aprendimos a identificar: el vidrio polarizado, el mármol a la vista, los espacios desproporcionados, la mezcla de estilos y, sobre todo, el deseo de exhibir poder y riqueza.

Antes de los setenta, la arquitectura paisa había sido tradicionalmente austera. Según Jorge Pérez Jaramillo, director del Departamento Administrativo de Planeación de Medellín entre 2012 y 2015, los habitantes de la ciudad éramos gente poco pretenciosa en términos materiales y sin mucha inclinación a la opulencia.

Jorge es uno de esos arquitectos enamorados de su profesión, que son capaces de hablar durante horas sin aburrir a quien tienen al frente. Me encontré con él en el restaurante de un hotel en El Poblado, donde me contó la evolución de la arquitectura de Medellín.

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"Somos unos montañeros", me dice con cierto orgullo. Esto se evidencia en las casas viejas de las familias tradicionales en el barrio Prado, cerca al centro de Medellín. Construidas en la primera mitad del siglo XX, tienen patios interiores al estilo de las casonas de los pueblos de Antioquia. Ni siquiera la Catedral Metropolitana, con la imponencia que debe tener un edificio de su categoría, tiene muchos ornamentos. Es una iglesia inmensa hecha de ladrillo común.

Claro, no faltaban los locos por ahí. En 1929, un optómetra de apellido Estrada enamorado de la cultura egipcia, mandó construir un palacio de granito rosado con jeroglíficos, columnas y hasta un busto de Nefertiti. Después de ser un restaurante, una discoteca, un salón de eventos y un instituto de educación técnica, hoy en día el Palacio Egipcio está abandonado. En 1931, un médico de apellido Tobón quiso que su residencia campestre fuera un castillo gótico medieval al estilo francés, con techos en punta y almenas rematando las torres.Trece años después, la propiedad pasó a mandos de Diego Echavarría Misas, uno de los grandes promotores del arte en Medellín en el siglo XX. Después de su muerte, El Castillo se convirtió en una casa museo que exhibe varias obras propiedad de Echavarría y otras pertenencias familiares, donde se destaca una colección de cucharas traídas de todas partes del mundo. Además, sus jardines y sus salones lo hacen muy popular para las fiestas de matrimonio.

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A mediados del siglo XX, la arquitectura moderna llegó a la ciudad y empezaron a abundar los edificios angulares, sin tanto ornamento, que se alejaban de las casas pueblerinas. También llegaron los grandes proyectos urbanos, como el barrio Carlos E. y la Villa del Aburrá, que crearon nuevas viviendas en unidades residenciales abiertas y arborizadas donde las personas tenían acceso a la calle sin una portería que los separara.

Es la época del edificio Coltejer, símbolo de la Medellín industrial. Para construirlo, fue necesario demoler el Teatro Junín, una joya arquitectónica donde cabían 4.500 personas y que fue el eje cultural de la ciudad. La historia del Coltejer puede entenderse como una metáfora sobre Medellín. En esta ciudad la plata vale mucho y el pragmatismo financiero puede con lo que sea. El que seamos emprendedores "echaos pa'lante" tiene tanto de espíritu de aventura como de ambición.

Hasta los setenta, los barrios más exclusivos estaban concentrados en el centro de la ciudad. Pero de a poco, las grandes fincas que quedaban en lo que hoy es El Poblado empezaron a urbanizarse. Los ricos salieron del centro a vivir en sus haciendas o en los nuevos apartamentos. La nueva urbanización se proyectaba como un negociazo.

Según Jorge, el narcotráfico llegó en un momento determinante para Medellín. Era una época de crisis económica en América Latina; el desempleo empezaba a convertirse en un problema nacional, el café estaba a precios bajísimos y la industria tenía problemas. La plata de los narcos fue un salvavidas al que brincamos encantados.

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Por ahí dicen que tener plata y no ser lobo es como no tener plata. La cocaína inundó de dólares a Medellín y sacó a flote nuestra lobera interna. En términos arquitectónicos eso implicó propiedades gigantes, con influencias tan dispares como Miami, México, Roma y las fincas de Antioquia. El sentido del espacio y el diseño se perdió para enfocarse en los ornamentos y los acabados. Cambiamos los muros de ladrillo por paredes blancas impolutas, como si hubiera un afán de mostrar limpieza y pulcritud.

Izquierda: Edificio Bosques de la Volcana. Derecha: Piscina de un apartamento en Torres de Benarés. Fotos por Juan José Higuera.

De Miami no tomamos solamente los referentes estéticos, sino que adoptamos una idea de una ciudad llena de vías y condominios. Al mismo tiempo, la ola de violencia nos aterrorizó y nos quitó las ganas de salir a la calle. Los proyectos inmobiliarios en las antiguas fincas de El Poblado empezaron a multiplicarse con el nuevo impulso económico, pero esta vez construidas con rejas y portería.

Como nací en la mitad de los ochenta, no tengo recuerdos muy fuertes de la época, y menos de Medellín, porque cuando tenía cuatro años nos mudamos a Bogotá. Para mí, Medellín era la ciudad donde vivían mis abuelos y donde pasaba la mayoría de mis vacaciones.

En ambas ciudades viví en conjuntos cerrados. Cuando volví a Medellín en el 97 mis amigos no eran los vecinos de la cuadra sino "los parceros de la unidad". Vine a entender la necesidad del espacio público años después, cuando ya era ingeniero y le gastaba mucha cabeza a pensar en el desarrollo de las ciudades. Hoy, las unidades cerradas son el estándar de la urbanización. Incluso los nuevos proyectos, que se conciben en las zonas cercanas al río y tienen una visión urbanística más integral, son incapaces de escaparse de este concepto. Son un híbrido entre parques y plazoletas rodeadas de edificios con rejas y portería, que tienen la piscina y el gimnasio al interior.

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***

Podríamos decir que "por las piscinas en sus balcones los reconoceréis". Si bien esto es mera especulación y no constituye una prueba judicial de nada, el exceso y el costo de tener una piscina privada en un apartamento es un fiel reflejo del espíritu de la época.

Desde el balcón de mi antiguo apartamento en la parte alta de El Poblado, donde viví desde 2005 hasta hace un par de años, se pueden ver dos apartamentos dúplex, uno encima de otro, cada uno con piscina. Como todas las piletas urbanas, estas casi no se usaban. La excepción era un bulldog que se asoleaba al lado del agua en el apartamento de abajo y las serenatas con mariachis a la 1:00 a.m. en la piscina de arriba, que me robaron el sueño en dos o tres ocasiones a lo largo de los años.

A unas pocas cuadras de ahí, hay otro edificio que parece una rockola. Tiene una piscina en cada piso y la fachada termina en una cúpula de cristal. Hoy, por 1.600 dólares diarios (los apartamentos se ofrecen a público extranjero) es posible alquilar un apartamento de cinco habitaciones, con ascensor privado y 1.000 metros cuadrados.

Bajando la loma, al frente de la iglesia de La Visitación, hay un par de torres blancas que llaman la atención por unos balcones inmensos de color negro que le salen por los lados, desafiando la gravedad. La unidad se llama Torres de Benarés, pero la gente la identifica como "los edificios de las piscinas en voladizo". Los más perspicaces los llaman "los edificios de las viudas".

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Conseguí una visita a Torres de Benarés porque ahí vive Darío Motoa, un compañero de trabajo de mi suegra. Cuando ella me describió el apartamento, me dijo que había una cámara de bronceo. Pensé que era normal y que en alguno de los cuartos extras habían puesto una de esas camas que parecen naves espaciales. Me imaginé a Darío como un tipo de color anaranjado zanahoria, con la marca pálida de unas gafas oscuras en la cara y, ¿por qué no?, una cadena de oro.

Contrario a lo que esperaba, Darío es un ingeniero caleño de hablar pausado y vestimenta convencional. Vivía en una casa-finca en las afueras de Cali antes de venir a trabajar a una importante compañía de ingeniería. Acostumbrado como estaba a los grandes espacios, los 500 metros cuadrados distribuidos en dos pisos le parecieron muy atractivos. Además, la piscina era un plus para un amante de la natación como él. Después de la confirmación del banco de que la propiedad no tenía ningún problema jurídico, Darío y su familia decidieron comprar allí.

El apartamento tiene un balcón con una piscina y un jacuzzi a los que se llega luego de pasar por un ventanal gigante. Darío hizo dos reformas menores, pero mantuvo los acabados originales. El mármol predomina en todas partes: blanco en las áreas sociales y verde oscuro en el baño principal, donde hay otro jacuzzi.

Le pregunté a Darío por la cámara bronceadora y él se rio, consciente de que es una de las excentricidades de la casa. La cámara no estaba en un cuarto aparte, sino que venía empotrada en la pared, en un nicho al lado del turco. Se abre una ventanita y hay espacio para una persona acostada. Si se remueve el piso de madera, la cámara se convierte en una bañera con ducha. Darío nunca la ha prendido y la usa para guardar un par de sillas de la piscina.

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El diseño también incluye equipos de calefacción y aire acondicionado que tampoco han sido prendidos porque… bueno, Medellín y su clima perfecto. Lo mismo pasa con un sistema central de aspiradoras, donde se puede conectar el tubo en cada cuarto y así no trastear el electrodoméstico por el dúplex. La estructura tiene unas vigas inmensas, necesarias para sostener las piscinas, y unas columnas dimensionadas sin hambre. No me quiero imaginar cuánto costó construir este edificio.

En mi primera clase de ingeniería civil, Ignacio Arbeláez, un profesor mítico de la Universidad Nacional, nos fulminó a todos con una máxima contundente: "Todos los problemas de ingeniería son problemas de plata". La técnica puede con todo, pero es un ingeniero el que hace que las cosas funcionen a costos razonables. De ahí que los ingenieros nos pasemos la vida optimizando diseños, materiales y procesos.

En la narcoarquitectura esta máxima de ahorro es una vil pendejada. Y no porque se cuente con presupuestos infinitos y una desmedida sed de opulencia. La justificación del exceso es mucho más lógica y pragmática: la construcción es el negocio perfecto para lavar dólares.

No deja de ser paradójico que Pablo Escobar, la persona que impuso la violencia más cruda de la época, fuera el mismo que nos recordara que la forma de construir una ciudad inclusiva es por medio del espacio público.

La mano de obra y muchos materiales se pueden pagar directamente en efectivo. Además, entre más cara sea una propiedad, mayor será la plata lavada. Las burbujas inmobiliarias que surjan son bienvenidas, porque se puede vender a precios infladísimos a quienes quieran lujos excesivos. Con este esquema de trabajo no se necesita de la buena ingeniería que predicaba el profesor Arbeláez, y los edificios con piscinas en los balcones tienen garantizado su lugar en el mercado.

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A pesar de la cantidad de dinero disponible, no todo el mundo quería involucrarse en proyectos de narcotraficantes. Más allá del peligro personal que eso podía representar, trabajar abiertamente con la mafia se convertía en una especie de marca que generaba rechazo social, aunque de puertas para adentro muchos lo hicieran. Pocas personas quieren hablar de cómo se diseñaba o se trabajaba en la época. A veces por prudencia, a veces por guardar apariencias y a veces simplemente porque contar las historias implica revivir dolores personales.

Jorge Pérez, el exdirector de planeación, me cuenta que un amigo arquitecto lo recomendó para diseñar una finca en La Unión, en el Valle del Cauca. Viajó allí para conocer la propiedad y reunirse con su dueño, a quien no conocía y que resultó ser Iván Urdinola Grajales, uno de los grandes narcotraficantes del Norte del Valle de mediados de los noventa. Siendo un religioso devoto, Urdinola quería una casa inmensa con capilla y oratorio, con un plazo de entrega muy ajustado.

Una vez allí, Jorge no supo cómo negarse al proyecto y volvió preocupado a Medellín. Sin embargo, fue capaz de rechazarlo usando como excusa un viaje que tenía pendiente a Italia a trabajar en un proyecto relacionado con la iglesia católica. "¡Me cayó como mandado del Vaticano!"

De acuerdo con la escala del proyecto y el poder financiero del promotor, los narcos a veces buscaban estudiantes o arquitectos recién graduados. Es el caso de Óscar Santana, un arquitecto y urbanista, a quien contactaron en octavo semestre. El proyecto consistía en una especie de licorería drive-in para poder comprar trago sin necesidad de bajarse del carro y facilitar así uno de los parches populares de la época: manejar y beber por la vía Las Palmas, la salida de Medellín hacia el aeropuerto (probablemente sin cinturón de seguridad).

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Óscar y sus compañeros diseñaron el proyecto y se lo presentaron al promotor, un tipo algo sospechoso que tenía dos camionetas blindadas. Los recibió en una oficina en el fondo de un alquiler de películas de VHS, y después de escuchar la presentación del grupo de estudiantes, el tipo les dijo tranquilamente que faltaba diseñar la caleta. "Era una arquitectura que tenía hacia la cara una fachada, pero internamente era otro mundo", me dice Óscar. El proyecto nunca se materializó porque el lote estaba ubicado en los terrenos dedicados para construir la doble calzada de Las Palmas.

Los planos dobles, unos parciales para entregar en la Oficina de Planeación y otros completos para los constructores, se suman a la otra cantidad de mitos de la época: arquitectos anónimos que terminaron muertos porque sabían la ubicación de los escondites, proyectos que quedaron en obra gris porque no se "coronó" el cargamento y diseñadores a los que nunca les pagaron y que no tenían forma de cobrar. También hay historias de escultores reconocidos que terminaron diseñando mansiones llenas de pasadizos y de sujetos con doble profesión, arquitectos de día y narcotraficantes de noche, que financiaban sus propios proyectos.

***

Como todas las personas de mi generación, yo nunca pude dimensionar completamente qué fue lo que pasó en esta ciudad. Afortunadamente fui adolescente a finales de los noventa y no diez años antes, y así me ahorré el dolor de perder amigos a manos de sicarios. Aunque no me tocó vivir la época, Pablo Escobar es parte de la mitología de Medellín y todo el mundo colecciona historias extrañas sobre él. Mi abuela está convencida de que Escobar, haciéndose pasar por taxista, la recogió un día y la llevo al trabajo. Probablemente por no salirse de su personaje, Pablo le cobró la carrera.

Además de los cuentos, en la mente de muchos todavía quedan los recuerdos de las bombas. La familia Castaño se unió con el Cartel de Cali para crear Los Pepes (Perseguidos por Pablo Escobar) y hacerle frente al tipo más poderoso de Colombia. Desde los salones de Montecasino se diseñó el plan de ataque, que incluía hacer estallar las propiedades del capo, dejando muchas en ruinas.

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Cada uno de los edificios de Escobar que fue bombardeado se convirtió en un punto de referencia. La conexión era tan inmediata, que al ver cualquier edificio en ruinas la gente asumía que era de Pablo. Incluso los dueños de un centro comercial, que estuvo en obra negra durante años, desplegaron un cartel que decía "Esta propiedad nunca fue de Pablo Escobar" para evitar los rumores de la gente.

Tras el paso de los años y de los procesos en la Dirección Nacional de Estupefacientes, los edificios de Pablo encontraron destinos diversos. En Monterrey, un centro comercial de propiedad del capo, hoy se consigue cualquier programa, computador o accesorio informático (con o sin factura). También se puede ir a un cine barato o a jugar bolos.

Una bomba de los Pepes convirtió al edificio Dallas, que debía haber sido un centro de negocios, en una ruina incómoda que duró dos décadas adornando la avenida El Poblado. Con la intención de construir memoria, un arquitecto llamado Juan Carlos Medina planteó una intervención para el Dallas en su tesis de maestría. Proponía que la ruina se mantuviera y entendiera como una cicatriz, pero que alrededor se construyeran unos pasadizos y escaleras. El destino del Dallas, sin embargo, tomó otro rumbo: la cadena hotelera Viaggio está recuperando la estructura completa para construir el Hotel Viaggio Poblado, que se inaugurará este año.

Colegio Manuel Mejía Vallejo (anteriormente discoteca Cama Suelta). Foto por Julián Gallo.

Cama Suelta, que fue la discoteca más grande de Medellín y uno de los símbolos de poder de Pablo Escobar, hoy en día es el Colegio Manuel Mejía Vallejo, que conserva su fachada de columnas griegas y vidrios polarizados. En su momento, la publicidad de la discoteca incluía comerciales de televisión, con copas redondas de champaña y un primer plano de una chica con labios rojos mordiendo un langostino. A la entrada había un letrero de neón de una mujer dentro de una copa. Hoy la publicidad del edificio consiste en un letrero en el que se lee el slogan del colegio: "La familia…nuestra razón de ser".

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El más icónico de todos, el edificio Mónaco, todavía es una ruina. Se encuentra tan cerca de Montecasino que uno demora cinco minutos a pie. La primera bomba fue un atentado contra Escobar y su familia en 1988. Doce años después, cuando el edificio cambió de dueño e iba a convertirse en la sede del CTI de la Fiscalía, sufrió un segundo atentado y el proyecto nunca se materializó.

El año pasado la Alcaldía pensó en convertir al Mónaco en la nueva sede de la Secretaría de Seguridad, pero los vecinos interpusieron una acción judicial para evitarlo porque no querían que el barrio volviera a convertirse en un blanco. En enero de este año, la Alcaldía desistió del proyecto y dejó al edificio sin vocación definida. Si me preguntan a mí, sería el sitio perfecto para que Medellín hiciera catarsis y construyera una especie de museo del narcotráfico. Si hay una ruina que sea una cicatriz del terror que vivió esta ciudad, es Mónaco.

En Florencia los Médici dejaron palacios renacentistas. En Nueva York y Chicago, la plata de las mafias dejó rascacielos. A pesar de la cantidad de dinero gastada, en Medellín nos quedaron edificios blancos sin mucho valor estético. Si tienen algo que valga, aparte de sus materiales, es su historia.

Hall de entrada del Edificio Mónaco. Foto por Julián Gallo.

***

Después de varios días mirando edificios en la ciudad, me resistía a pensar que el narcotráfico no hubiera dejado ningún legado arquitectónico para Medellín más allá del mármol y el brillo. Por eso busqué a Luis Fernando González, director de la Escuela de Hábitat de la Facultad de Arquitectura de la Universidad Nacional. Arquitecto e historiador, fue quien acuñó el término "Nar-decó" para referirse a la arquitectura de la época. Desde un punto de vista de rigor estético, el Nar-decó es un estilo que retoma elementos neoclásicos (columnas griegas, estatuas, florones) y que concibe edificaciones brillantes, desproporcionadas y estridentes. Si bien esto podría compartir ciertos elementos del kitsch, desde la superioridad moral paisa se entiende como algo simplemente mañé.

Gran parte del trabajo de Luis Fernando se centra en estudiar la historia urbana de Medellín desde mediados del siglo XIX hasta el presente. Por eso me citó en el Archivo Histórico de Medellín, donde lo encontré frente a un libro viejo y grande, armado de unos guantes azules de látex y una cámara fotográfica. Cuando terminó de digitalizar unas páginas amarillentas, nos fuimos a tomar un café.

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Luis Fernando me explicó que la inyección de plata que vino con el narcotráfico sirvió para desarrollar técnicas que permitían construir extravagancias, pero también potenció la industria de la construcción en Medellín. No todos los narcos tenían mal gusto y hay muchos edificios que, sin hacer parte del Nar-decó, se construyeron con plata del narcotráfico y hoy en día se camuflan entre el resto de edificios de la ciudad.

Cancha El Dorado, Envigado. Foto por Juan José Higuera.

Cuando le pregunté por algún legado urbanístico, Luis Fernando me habló de un elemento que me sorprendió: las canchas de fútbol. Pablo Escobar hizo con estos campos deportivos algo sencillo y genial: les puso luz. "El hijueputa, al iluminarlas y convertirlas en el sitio de prestigio, las potenció como el centro de dominio territorial y de alarde de poder", me dijo.

Cuando Pablo incursionó en la política, hacía sus eventos en las canchas que él mismo había iluminado. Las luces de las canchas permitieron la congregaciónde los pelaos que el capo necesitaba; eran espacios para los desposeídos con los que se ganó el apoyo popular. La gente podía ir a jugar fútbol, a fumarse un bareto o simplemente a parchar.

"Siempre buscamos el urbanismo en las calles y en las trazas, pero las canchas cambiaron todo el panorama en Medellín. "Bastó con este gesto para que la atención de la ciudad se enfocara en los jóvenes, convirtiendo a Pablo Escobar en una especie de gestor de política pública para la juventud. La sola idea suena rarísima, pero los jóvenes de Medellín pedían una salida a gritos.

Por esta época Víctor Gaviria filmó Rodrigo D. no futuro y Alonso Salazar escribió No nacimos pa' semilla, obras que contaban historias de pelaos marginados, sin esperanza, sin oportunidades, rodeados de droga y violencia. Según Luis, la cancha se convirtió en un lugar fundamental porque era un parche abierto a cualquiera.

La Alcaldía de Medellín entendió la importancia de estos espacios y lo que antes eran areneras se convirtieron en canchas con manga sintética y gimnasios al aire libre. El mismo espíritu de crear sitios de encuentro barriales está en los parques bibliotecas de la Medellín del urbanismo social, aunque hoy estos respondan a una arquitectura totalmente distinta a la de los ochenta: limpia, angular y austera.

No deja de ser paradójico que Pablo, la persona que impuso la violencia más cruda de la época, el que convirtió a Medellín en una ciudad maldita, el que impulsó el negocio de la arquitectura traqueta y el que nos llevó a vivir en unidades cerradas, fuera el mismo que nos recordara que la forma de construir una ciudad inclusiva es por medio del espacio público.

Así como el narcotráfico era mucho más que sus edificios, la redención de Medellín no fue gracias a los parques bibliotecas y el metrocable; estos son símbolos de algo más. Es fácil caer en la caricatura de que el urbanismo social transformó a Medellín, pero la realidad es mucho más compleja y la explicación es, hasta cierto punto, invisible.

Cuando los narcos pusieron en jaque a la ciudad, Medellín se tomó en serio el problema. La amenaza del narcotráfico era tan grande que generó cohesión y la fuerza suficiente para contrarrestarlo. De a poco se le devolvió el poder a las instituciones públicas al mismo tiempo que se trabajó por la inclusión de los habitantes de los barrios.

Hoy podemos decir que recuperamos la ciudad, así estemos llenos de problemas sociales y el narcotráfico siga siendo una realidad. A pesar de esto, Medellín es un referente urbano internacionales, gracias a lo que han hecho instituciones estratégicas como el Metro, EPM, el INDER, la Empresa de Desarrollo Urbano, el Centro de Convenciones Plaza Mayor y Ruta N, la oficina de innovación. Casualmente, las sedes de estas instituciones hacen parte de la nueva "arquitectura de mostrar" de esta ciudad.

***

En Medellín queda algo intangible de esa época. Algo que de a poquito empezó a impregnarnos y que sin darnos cuenta nos cambió. Dejamos de ser los arrieros de toda la vida y nos convertimos en otra cosa.

A los niños de hoy, que viven en la "Medellín innovadora", todo lo que pasó les debe sonar cómo a fábula o a serie de televisión. Es difícil que caigan en cuenta de que las "narcotoyotas" de vidrios negros, las cirugías de tetas, el "parce" y el "gonorrea" y los edificios desproporcionados llenos de mármol son elementos nuevos a nuestra cultura. Hoy se sienten normales y naturales.

Incluso los que vivieron los ochenta se concentran más en el fin de las bombas y del terror que en una cosa tan sutil como los ajustes a nuestra cultura. Cuando el narcotráfico presentó sus excentricidades sin pena, nosotros las adoptamos como propias sin resistencia. Tal vez porque algunas de ellas desde siempre estuvieron allí.

Mi papá se emputa conmigo cuando hablo de "narcotoyotas", por la Toyota 4Runner que tiene en el garaje. "Eso lo tiene todo el mundo", me dice. Yo le respondo: "¿No te digo pues que ya permeó la cultura?". Se queda callado y me mira con cara de que hablo muchas güevonadas.

Entro a mi apartamento y me llama la atención el piso de apariencia marmólea. De repente, me acuerdo de las escaleras blancas del edificio, siete pisos en caracol, rodeadas por un vidrio exterior, que recuerda un poco a Miami. Los guiños a la época están ahí, en todas partes.

Jorge Eliécer Delgado en la mansión Montecasino. Foto por Juan José Higuera.

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