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el número de la desesperanza

Reseñas de libros Febrero

Libros de Joann Sfar y Eugène Dabit, entre otros.

A los barceloneses los gabachos nos parecen una ascendencia aunque no son más que una carga impuesta, un reconocer nuestro complejo de ser español, español, español; pero sarna con gusto no pica y tampoco vamos a dejar de adorar por despecho a estos pervertidos que no sólo tienen (o han tenido, porque Europa hoy ya se va nivelando por lo bajo) un respeto por su cultura propia (actitud inimaginable para nosotros) y una dignidad que los llevó a la revolución (actitud etcétera, etcétera), sino también un catálogo contante y sonante de talentos originales que es que molan enorme. Hoy esto va de franceses.

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MIS MEMORIAS

Eugène-François Vidocq

Libros del Silencio

Mis memorias, de Eugène-François Vidocq (1775-1857), es un título que así a palo seco puede sonar a recapitulación de vejestorio, pero quien tenga idea de quién fue el ilustre sabrá aventurar la diversión. Esto son las peripecias encadenadas de un tío que nace y echa a correr y que no se detiene hasta cruzar la línea de meta tres veces. Un mangante, un vivales y un duelista, un soldado de fortuna y un presidiario recurrente, un fiera que manejó la vida como Messi un balón, jugando primero al canalleo y al despiste, fintando con arte y con gracia toda la falacia legal, pasándose por la piedra a las unas y atizando a los otros con el pedernal, y recalando, dada su maña delincuencial y vista su estrella genética, en un puesto de altura que se creó para él: Jefe de Seguridad Nacional. Vidocq, héroe nacional, está considerado uno de los primeros investigadores privados y se dice que pudo inspirar creaciones literarias como el Auguste Dupin de Poe e incluso las maneras deductivas de Sherlock Holmes, lo que tal vez sea mucho decir pero nunca descabellado. Estas memorias, escritas por algún negro al dictado del coloso, se publicaron por entregas en 1828 y lograron un éxito que fraguaría del todo la figura mitólogica. Inexplicablemente inéditas hasta ahora en castellano, llegan en uno precioso, el del traductor David Cauquil, capaz de dar con petróleo entre el lodo, y se leen con tremenda envidia del vértigo, el riesgo y la euforia que Vidocq no sé si vivió, pero así quiso plasmar.

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RUBÉN LARDÍN

HOTEL DEL NORTE

Eugène Dabit

Errata naturae

    Sin salir de la capital, otro monumento histórico aunque esta vez con la procesión interna, es el Hotel del Norte, cuya atmósfera de leyenda parte de un libro de Eugène Dabit que Marcel Carné llevó al cine en 1938, haciendo del título un clásico popular no sé hasta qué punto olvidado en su encarnación literaria. A diferencia de Carné, que centraba un poco más la trama fatalista para atrapar al espectador, Dabit da un fresco recogido y sencillo entreverado de personajes adorables por ser tan corrientes, y a cuyo entorno apetece asomarse como se va a un mercado a mirar las frutas y los pescados, por placer puro y fundamental. Retablo bien entonado en el miserabilisimo, novela de costumbres y de acostumbrados, de resoluciones simples pero agudas intuiciones narrativas y asertos sobre la condición humana, ofrece una lectura muy grata para quien lea como se ha de leer, escapando del tiempo presente, siempre más rico en patetismo que todo lo que ya fue.

RUBÉN LARDÍN

Qué más. ¡La chanson! Ah, pero Georges Brassens es mucho más que chanson, su música es sensatez cristalizada en un mundo de locos, júbilo y pleamar de los hombres. En Brassens, la libertad, el cómic que sirvió de catálogo a la exposición alrededor del cantante que Joann Sfar comisarió en 2011, el dibujante encara la glosa del mito incapacitado por el respeto tan grande, así que, en jugada maestra, delega en sus hijos la tarea de resumirlo y expandir de nuevo sus claves. Sfar es uno de los grandes artistas franceses de nuestro tiempo, uno muy dado a honrar a los que ya fueron, a hombres de la cuerda que ejemplificaron las filosofías que hacen de la vida un lapso menos sufriente (un artista francés sufre más que cien españoles, esto es tradición). Aquí ofrece un tebeo que se sabe irregular y en ello persevera sobre la marcha, asumiendo que la zozobra es parte del paisaje y confiando a su devenir errático lo que será el acierto final: la obra viva. Esta actitud tan generosa y tan libre de academias da en tebeo dadivoso y desbordado de sí, como todos los de su autor, y una lectura de alto estímulo, mucho más densa de lo que parece, que nutre y contenta como no es frecuente ni es tendencia.

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RUBÉN LARDÍN

EL RAPTO DE BRITNEY SPEARS

Jean Rolin

Libros del Asteroide

    Ya en la contemporaneidad, no sólo editorial sino temática, El rapto de Britney Spears lo he leído sin querer, tras cruzarme en muchas ocasiones con su autor mientras indagaba en la memoria de un homónimo suyo aproximado, Jean Rollin, cineasta del óbito y la desnudez que también tiene escritos, pero muy olvidados. La lectura del Rolin de ahora me ha sido muy llevadera aunque no sé hablar de ella, y en mi brevedad de referencias acaso puedo definirla como un cruce entre Eduardo Mendoza y J. G. Ballard, donde un agente de los servicios secretos franceses se traslada a los USA para investigar las amenazas que un grupo islamista ha vertido sobre la que fuera princesa del pop. Su deriva consiste, puesta en página, en el paisajismo de una ciudad de tan poco interés como Los Ángeles, en cuyos rincones se irá apostando el espía para la observación del entorno demente de lo que hoy llaman celebrities. Rolin, en la que es su primera novela en quince años, se apropia de una conducta global plenamente estúpida y la sirve entonada de humor tenue y abatido, muy sintomático y muy galo, que me viene estupendo para abrochar estas cuatro lecturas que dan un trazado histórico muy moroso pero chiflado y estimulante, crema fina de la que sabe ofrecer el vecino de arriba.

RUBÉN LARDÍN