Lo que queda de Gaza

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Lo que queda de Gaza

Me sentía muy incómodo usando la cámara entre tanta destrucción. Jamás las habría tomado si las familias no me hubieran invitado, mientras recogían los fragmentos de sus vidas.

A principios de septiembre, viajé a Gaza para profundizar en los traumas de los niños que viven en la región y conocer los proyectos que están desarrollando organizaciones benéficas como Hope and Play y la autóctonaCanaan Institute. Durante mi viaje, visité principalmente zonas residenciales, en las que fui atónito testigo del grado de destrucción que el Secretario General de la ONU, Ban Ki Moon, calificó de "indescriptible".

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La Operación Borde Protector que el verano pasado llevaron a cabo las Fuerzas de Defensa de Israel se saldó con más de 2.000 muertos y 11.000 heridos, un crudo recordatorio de que son siempre civiles inocentes los que pagan el pato en los conflictos. Barrios enteros quedaron reducidos a escombros y 18.000 viviendas fueron destruidas, dejando a 108.000 personas en la calle.

En un lugar como Gaza, donde existe tan poca seguridad y libertad, un hogar familiar cobra un poderoso sentido como remanso de normalidad y paz en el que refugiarse. Conocí a un niño de siete años que ya ha vivido tres guerras, situación que acentúa aún más la necesidad de un hogar para él.

Mi intención era hacer una serie de fotografías en las que se mostrara la desolación de una forma en que todo el mundo pudiera sentirse identificado. Me centré en los detalles de lo poco que sobrevivió, más que en lo que había sido destruido. Fragmentos de las vidas de esas gentes salpicaban los cráteres provocados por las bombas y las cunetas de Shuja'iyya y Beit Hanún, dos de los barrios de Gaza más afectados por los ataques. Una plancha, un inodoro, juguetes o una copa, capturé objetos que suelen encontrarse en cualquier hogar del mundo exactamente en el lugar en que los encontré, tratando de respetar su disposición.

Me sentía muy incómodo usando la cámara entre tanta destrucción. Muchas de esas viviendas son ahora tumbas: vi familias removiendo desesperadamente los escombros para intentar recuperar los cadáveres de sus seres queridos, incluso semanas después de que hubieran acabado los bombardeos.

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Conocí a una familia que estaba cavando en su antigua casa en busca de regalos de la boda de su hermano, que se había celebrado recientemente. Querían ofrecerles un entierro digno, pese a que poco hay de digno en ver destruido todo lo que alguna vez has querido y en que los restos de lo que fue tu hogar estén diseminados por toda la ciudad.

Por eso todavía me incomodan esas fotografías. Jamás las habría tomado si las familias no me hubieran invitado, mientras recogían los fragmentos de sus vidas. Y si al verlas no me sintiera incómodo, supongo que sería señal de que no he sabido acercar al espectador la destrucción que tenía ante mí. Al fin y al cabo, ese era mi propósito.