Harold, el rey eterno de la nueva ola colombiana

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Música

Harold, el rey eterno de la nueva ola colombiana

Un recorrido por su vida para homenajear un músico que marcó un antes y un después en la música nacional.

Cuando Harold Orozco Rengifo llegó a Bogotá aún era un niño, tenía 15 años, le faltaba cursar sexto grado de bachillerato y quería hacer lo mismo que Elvis Presley y Paul Anka, sus ídolos de juventud: ser un gran cantante de rock and roll. Era 1965, y esa música, que empezaba a despabilar del letargo a centenares de jóvenes colombianos era tan nueva y resultaba tan extraña que la llamaban de muchas formas: rock and roll, twist, música juvenil, gogó, música moderna y nueva ola. Y aunque empezaba a ponerse de moda en el mundo del espectáculo criollo no contaba con la aceptación de la mayoría de padres de familia quienes, apegados al catecismo y a la tradición, veían con muchas sospechas una música que incitaba al desorden y al desenfreno. A diferencia de esa mayoría conservadora, don Malek Orozco, el padre de Harold, antes que opinar cualquier cosa sobre el rock and roll, creía ciegamente en el talento y la convicción de su hijo y lo respaldó en su deseo de irse a probar suerte en Bogotá.

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Harold nació el 16 de febrero de 1947 en el barrio San Fernando, de Santiago de Cali, al interior de una familia integrada hasta entonces por Malek y Alba. La tranquilidad familiar y la infancia del niño Harold se interrumpieron de forma abrupta, siete años más tarde, cuando sus padres, en una navidad, optaron por regalarle una guitarrita de la que quedaría prendado y aprendería todos sus encantos. Bajo la instrucción del profesor Nino Subelli, Harold empezó a estudiar guitarra clásica cuando tenía ocho años; y mientras aprendía, en su cabeza se almacenaban melodías de tango, bolero y son que se escuchaban todo el día en su casa. Su aporte personal a la melomanía familiar llegó con el cine y las primeras películas dedicadas a la juventud, en donde el rock and roll era un componente esencial.

Los discos de Elvis que llegaban importados y por encargo, engordaron la discoteca de la familia Orozco, prendaron al joven Harold e hicieron que se interesara más por el idioma inglés que aprendía a diario en el colegio bilingüe al que asistía. Lo que siguió fue puro frenesí. La guitarra criolla quedó aparcada con el arribo de una Teisco eléctrica, fabricada en Japón. Harold empezó a emular al de Tupelo en diferentes escenarios, algunos improvisados, en donde descrestaba a toda la muchachada mientras los grandes lo veían como un bicho raro. Su frecuencia en las tarimas de las fuentes de soda (nombre común para los bares en la época) y su destreza en la guitarra, llamó la atención de los Bobby Soxers, un grupo de música tropical que precisaba de alguien que tuviera una guitarra eléctrica. La llegada de Harold amplió el repertorio de los Soxers: la cumbia y la guaracha le abrirían espacio al rock and roll.

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Con la experiencia acumulada y las limitantes que imponía la provincia, Harold decidió marcharse a Bogotá. A pesar de que aún le restaba un año para culminar la secundaria, Malek y Alba le dieron su bendición y lo dejaron partir; el compromiso consistía en que mientras buscaba la manera de abrirse camino en el mundo de la música, terminaría el bachillerato. Y lo cumplió, Harold se graduó de bachiller académico en el colegio de la Universidad Libre, el único que le ofrecía la posibilidad de estudiar en una sola jornada.

Con el único propósito en su cabeza hallar la manera de darse a conocer, empezó a escuchar y a frecuentar las emisoras y los teatros en donde se realizaban shows de música en vivo. Su acceso a las instalaciones de Inravisión, la entidad estatal a cargo de la televisión en la época, es memorable. Como lo contó a mediados de 2014 en el programa A vivir que son dos días, de Caracol, la primera vez que intentó entrar para presentar su trabajo no se lo permitieron, por una parte no conocía a nadie, y por otra, notó que su vestimenta no era la adecuada. Harold reparó en que los músicos que llegaban a Inravisión lo hacían vestidos de smoking, así que alquiló uno, se fue para Inravisión y cuando vio que un trío de músicos trajeados con smoking se bajaron de un carro y caminaron hacia la puerta de ingreso, él se fue detrás de ellos y entró como uno más del conjunto.

Ese mismo día no sólo consiguió que lo atendieran entre otros, Gloria Valencia de Castaño, Rebeca López y Otto Greiffenstein (hoy leyendas de la televisión colombiana); fue tal la impresión que dejó en ellos que lo invitaron a que cantara en vivo y en directo para todo el país en la emisión de esa tarde del programa Fantasía en cristal. Semejante debut le significó conocer a los pesos pesados de la radio juvenil: Carlos Pinzón y Alfonso Lizarazo. Con este último trabó amistad rápidamente gracias a la afinidad que sentían por la nueva música; Lizarazo, director de Radio 15, estaba desarrollando todo un plan de promoción alrededor del rock and roll que incluía la grabación de discos de los nuevos artistas, y Harold tenía toda la experiencia necesaria para hacerse a cargo de los arreglos y la producción musical. La mancuerna hizo posible el despegue de Estudio 15 y con él, el surgimiento de las figuras juveniles más destacadas: Óscar Golden, Lyda Zamora, Alex González, Ernesto Satró, Kenny Pacheco, Los Martins y Las Estrellas de Fuego, entre otros.

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Paradójicamente el primer álbum de Harold no fue lanzado por Estudio 15. El rey de la nueva ola fue editado en 1966 por Discos Philips e incluye temas de Paul Anka, del argentino Johnny Tedesco, de Héctor Ulloa, una adaptación de una pieza de Beethoven, y un tema propio: "Nunca me olvides". Ese mismo año grabó sus dos siguientes elepés para Discos Fuentes: Harold a go-gó y Harold volumen II; que además de versiones de standards anglosajones, contienen "Lloro", una canción del caleño Ferdy Fernández, por entonces integrante de Los Young Beats, y canciones de su autoría como "El gato con botas", "Carolina" y "El surf del perro" en las que se acompaña de Los Yetis.

Un año más tarde, de nuevo en Bogotá, mientras copaba las discotecas en las que cantaba, grabó por fin para Estudio 15 Camino… la ciudad, álbum que marca una ruptura con sus anteriores grabaciones ya que se distancia de la sonoridad "garagera" del primer rock and roll criollo y se afianza como una gran figura de la canción melódica y las baladas; sin embargo, para la grabación del disco contó con la colaboración de Rodrigo García de Los Speakers, Óscar Lasprilla y Yamel Uribe de Los Ampex, y Manuel Jiménez de los Streaks. La canción que da título a ese disco se convertiría en su caballito de batalla gracias a que funcionó como tema de entrada de la telenovela "Destino la ciudad" producida por RTI, con Judy Henríquez y Álvaro Ruiz como protagonistas. A diferencia de sus temas anteriores, Harold, por primera vez, pone su sentido creativo en la música andina colombiana y arroja como resultado una guabina en clave de bossa. Fue tal el impacto mediático de la canción que llegó hasta los oídos del compositor y arreglista de muzak, Franck Pourcel, que terminó grabando una versión un año más tarde.

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El paso de los años y los diferentes intereses estéticos fue generando una evidente brecha sonora entre las bandas de rock y los cantantes de balada pero la camaradería genuina de ser parte de esa nueva ola y las colaboraciones se mantuvieron intactas. En 1967 Harold, junto a Los Speakers, Los Ampex y Óscar Golden encabezaron la descomunal gira de conciertos Milo a Go-gó, que recorrió casi todo el país causando furor y locura en la multitud que concurría a escucharlos.

Los siguientes movimientos discográficos de Harold, además de su incansable labor como arreglista y productor, aunque difíciles de corroborar, remiten a dos discos grabados para CBS: "Enamorado y feliz" y "Harold en México", editados a finales de los años sesenta. Después de un largo silencio público, en el que se refugió en el aprendizaje de la dirección y arreglos para orquesta en Estados Unidos, Harold regresó a Colombia para emprender su proyecto musical más ambicioso.

Desde pequeño, Harold fue asimilando y sacando provecho a un montón de músicas, pero durante su estadía en Estados Unidos halló una conexión natural entre el soul y el funk con la música caribeña y la salsa, entonces decidió explorar los seductores territorios de las sonoridades afroamericanas. En 1975, en los estudios Ingesón y acompañado por algunos de los mejores músicos del país como el tecladista José Gallegos y el baterista Carlos Cardona, ambos integrantes de Los Flippers, dio forma a Evolución, un álbum rebosante de funk luminoso y optimista en el que su autor derrocha muestras gozosas de su destreza como instrumentista y cantante: todas las guitarras y los bajos corren por su cuenta. Los siete temas del disco, especialmente "Busque el gato", que sirvió para publicitar unas pilas y puso a bailar a los discotequeros del momento, son apenas una muestra del genio creativo de Harold.

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Evolución es hoy un vinilo incunable apetecido por los coleccionistas de rock colombiano y funk latino, pero en su momento, como ocurrió con tantas otras joyas discográficas editadas en Colombia en esas décadas, no pasó nada. Harold se concentró en la creación de arreglos para otras voces melódicas y, sobre todo, en la creación de música publicitaria; jingles de marcas como Chocolate Sol o Magicolor marcaron a varias generaciones de la misma forma que lo hicieron sus canciones. Los discos de Harold en estudio luego de Evolución son escasos: apenas un disco sencillo grabado para FM Discos & Cintas en 1983 y un elepé de clásicos de rock and roll de los cincuenta grabado en 1991 para el sello Hitazo, son los últimos registros que se conocen.

Al igual que otros artistas que echaron a rodar la piedra de la música juvenil en Colombia a comienzos de los años sesenta; dos décadas más tarde, mientras surgían nuevos cantantes y bandas que ignoraban la historia de sus antecesores, Harold empezaba a formar parte de un club agridulce que, sin duda, ha debido merecer mejor suerte: el de los pioneros del rock nacional. Y aunque permanecía en la memoria de sus coetáneos como un ídolo de su juventud, las nuevas generaciones lo desconocían. Entonces, dicho club empezó a ser celebrado regularmente como un fenómeno enquistado en el pasado pasando por alto las barreras que derribaron con encanto, esfuerzo y música emocionante para conquistar la felicidad en nombre propio y, sin saberlo, de las generaciones venideras. La vieja nueva ola, se atrevieron a llamarlo.

Hace 20 años partió de forma prematura Humberto Monroy, figura determinante del rock nacional; hace casi una década también se fue Óscar Golden, el gran cantante juvenil de los sesenta; en agosto de 2016 falleció Guillermo "Pipo" Valderrama, uno de los primeros en ponerle voz en Colombia a la música moderna; y hace apenas seis semanas murió Vicky, quizás junto con Harold, los dos solistas más fértiles de los primeros años del rock colombiano. La impronta que dejaron es tan profunda que se resiste a ser borrada y momificada en cualquier show del recuerdo. Mientras algún melómano dotado con las escasas virtudes de la curiosidad, la generosidad y capacidad de asombro se detenga a escudriñar en las discografías de Harold, Vicky, Oscar Golden o Humberto Monroy, su obra estará a salvo; pero si además de sorprenderse decide compartirla, esa obra habrá cumplido la misión de irradiar la alegría genuina de una generación que decidió pensar y actuar por cuenta propia.

Aún quedan muchos tesoros por descubrir y nombres que reivindicar. Ahí están Elia y Elizabeth fascinando hoy a tantos con sus canciones; la obra de Ana y Jaime es encantadora, y la de Christopher, Yolanda o Billy Pontoni, entre tantos otros, irradian ternura, arrojo y muchísima calidad. Esa misma calidad que le imprimía Harold Orozco con tanto corazón a cada canción que escribía y arreglaba para él o para otros. Ese mismo corazón que ilusionado un día se echó a andar camino… la ciudad.