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Comida

Analizando el dolor que sienten los cangrejos

Estudios recientes han mostrado que la neurología de los crustáceos es en realidad muy similar a la de los vertebrados, lo que apunta a una experiencia de dolor igual a la de los humanos.
Foto von bigbirdz via Flickr

Para su ensayo "Considera a la langosta," David Foster Wallace es enviado a un Festival de langostas de Maine, donde es testigo de cómo hierven langostas vivas – supuestamente para mantener su sabor natural – lo que invariablemente lleva a la importante pregunta de si las langostas tienen o no la capacidad neurológica de sentir dolor, y cuán sofisticado es ese dolor.

Estudios recientes han mostrado que la neurología de los crustáceos es en realidad muy similar a la de los vertebrados, lo que apunta a una experiencia de dolor igual a la de los humanos. El que no exista una forma de habitar en la consciencia de las langostas, nos ha llevado a nosotros y al lector a un maravilloso pozo oscuro.

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¿En qué punto es el sufrimiento de un animal extrañamente antropomorfizado; eso es, convertido en un problema humano de proyección filosófica y moral? Por el contrario, ¿no es esta pregunta sólo una excusa retórica de mala calidad para un evidente hecho- de que todo sufrimiento es igual?

Su hermano mayor, mi tío, un hombre aún más severo, les arrancaba toda la carcasa, exponiendo sus órganos internos mientras enloquecían. Si yo llegaba a comentar algo durante el proceso me decían gay.

Mi padre solía arrancarles las piernas a los cangrejos vivos, en preparación de un plato clásico de frituras. Le pregunté amablemente por qué no mataba al cangrejo primero, como dice en las instrucciones culinarias, cortándole rápidamente su cerebro en dos con un cuchillo en el medio de su cara. Me dijo –muchos chinos creen esto – que cuando matas a un animal, su muerte se permea en su carne, como una especie de toxina espiritual, y debes matarlo lo más tarde posible en el proceso de cocción. Con esta lógica retorcida, las patas cortadas del cangrejo – aun contrayéndose en la tabla de cortar como dedos diciendo "ven a mi" – están todavía vivos, técnicamente. Su hermano mayor, mi tío, un hombre aún más severo, les arrancaba toda la carcasa, exponiendo sus órganos internos mientras enloquecían. Si yo llegaba a comentar algo durante el proceso me decían gay.

Este artículo podría haber sido sobre como no comí el cangrejo; o en cómo en solidaridad con los caídos, hice ayuno en protesta. Recuerdo odiar cada uno de sus movimientos en la bolsa plástica cercana a mí en el asiento de atrás cuando volvíamos a casa. Pero para el momento en el que el cangrejo hacía su última aparición, de la bolsa de plástico a la tabla de cortar, al wok, al plato, estaba cubierto de cebollines, jengibre, y una salsa de sus huevas reducidas en Coñac. Rompí la carcasa y absorbí la carne. La chupé toda.

El mayor rasgo evolutivo de los gatos y perros (a través del lente del Darwinismo) es el mantener la mirada fija en los humanos, para evocar algún tipo de relación con nosotros, cuya domesticación eventual los convirtió en mascotas y no en comida. Aun así, esto es de cierta forma cultural (un puñado de videos de YouTube que muestran a vietnamitas cocinando un perro ha incitado comentarios racistas, generalmente por la misma demografía que le haría algo similar a un ciervo). La ética alimenticia hace que ciertos animales merezcan ser matados y otros no. En Colapso: como ciertas sociedades eligen y fallan en tener éxito, el antropólogo Jared Diamond menciona a escandinavos en Groenlandia que morían de hambre y a veces recurrían al canibalismo, porque consideraban que los peces y los crustáceos eran monstruos alienígenas que salían de las aguas turbias. Su xenofobia les impedía aprender de los Inuit cercanos, que pescaban con redes y los cuales prosperaron. Personalmente, intento ignorar el hecho de que las langostas son insectos gigantes.

El cangrejo sofrito es un plato tradicional chino cantonés también reinterpretado en la cocina vietnamita y tailandesa. Lo pones a fuego muy alto, así la carne se hace al vapor en su carcasa, apenas cocida y muy tierna. Siempre tiraba del tendón que está pegado a las pinzas que activa la bisagra. Parecía grotesco – pero raramente divertido, hasta íntimo – que este cangrejo lo usaba para captar en su mundo superficial, buscando una presa, sobreviviendo. Ahora está en mis grasosas manos y sus huevas cubriendo mis labios.

Sí sufrió cuando mi tío le arrancó la carcasa – sus glándulas, branquias, corazón, arterias y cerebro quedando al descubierto – entonces la sensación de tormento insoportable se desvaneció dentro de ese pequeño cerebro. El dolor es una historia hermética que el cuerpo manda al capitán, imposible de ser sentido o aun entendido por otros. Ni que hablar de otras especies. El sufrimiento es el daño colateral de la sobrevivencia de otros. Estamos atados a la cadena alimenticia.

Durante estas comilonas familiares de cangrejos, mi abuela solía venir con una bolsa de plástico – tal vez la misma que la de los cangrejos, pero ahora con desechos que fueron traídos a nuestra casa – para juntar todas las carcasas restantes en la mesa. Ella era vieja y lenta, nuestra enferma matriarca, a veces torpe con la abertura de la bolsa. Le dábamos a entender que se diera prisa en el lenguaje universal de suspiros profundos mientras nos traían al próximo cangrejo, sintiendo poca simpatía por ella. Lo que sintiera en su cabeza era su problema.