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Payasos, enanos y toros ilesos: la otra cara del toreo en Colombia

Después de los matadores importados, llega un show que vale diez mil pesos. Un recorrido por los extramuros de la tauromaquia.
Imagen vía Facebook / Wee-Man

Cuando las ferias taurinas terminan, y de las plazas de toros salen las personalidades de apellidos grandes y los matadores importados, las puertas de las plazas reciben a los otros: al resto del pueblo. A los que el salario no les da para ir al gran evento. Hay que salir de Bogotá.

La gran fiesta taurina oficial termina pero el espectáculo no. En el centro de la plaza, a los toreros de trajes coloridos y ceñidos los reemplazan otros con trajes igual de coloridos pero de otra confección: payasos, enanos disfrazados y acróbatas con capas que se lanzan sobre toros pequeños y que agitan la muleta --la famosa tela roja-- para entretener al público: en esencia, la misma labor de los toreros profesionales, la diferencia es que esta vez entretienen a punta de carcajadas y cuando se acaba el show el toro no sale arrastrado, sino caminando, intacto.

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No es nada nuevo. Los espectáculos de toros, payasos y enanos, o toreo cómico, han acompañado las corridas profesionales desde hace mucho tiempo, por lo menos desde principios del siglo XX en España. En Colombia, la tradición de llevar a los niños a ver a los "enanitos toreros" es popular, sobre todo en los pueblos y ciudades como Manizales, donde la fiesta taurina es mucho más protagónica que, por ejemplo, en Bogotá.

Superlandia es uno de los shows de toreo cómico más viejos y populares en Colombia. A su cabeza está Noel Valencia, un libanés --del Líbano, Tolima-- de 70 años. Noel decidió involucrarse y meterse en la arena después de años de ver corridas y de volverse un taurino apasionado. Solo que no lo hizo de matador, sino de torero cómico. "No tenía el valor de ponerme un vestido de luces, me parecía muy peligroso eso de un toro embistiendo a un torero. El toreo serio es diferentísimo al toreo cómico. Los toreros, los matadores, tienen que quedarse muy quietos, porque el toreo es de quietud. Y yo bailaba más que un gitano", me dijo Noel por teléfono antes de confesarme que, en realidad, la comedia siempre había sido lo suyo y que desde siempre había admirado el trabajo de Chaplin y de Cantinflas.

Me contó que todo empezó cuando tenía cerca de 13 años. Ya entonces era seguidor de las compañías de comediantes que venían desde España a presentarse en las plazas cuando las corridas habían terminado. En una de esas presentaciones, en la Plaza de Toros de Manizales, una de esas compañías lo sacó del público y lo puso a torear un novillo. Ahí quedó enganchado. El toreo cómico se volvió su vida y su oficio.

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"Al principio actuaba solo, de pueblo en pueblo. Luego vi que cogía fuerza y que tenía amistades que me respaldaban para montar un evento. Vi la oportunidad más o menos en el año 68 y monté el espectáculo de los enanitos. Empecé con dos enanitos, luego tres, luego cuatro y así. Ahora el espectáculo tiene 12 personas: siete enanitos toreros, tres toreros cómicos y un acróbata que vestimos de Superman".

En todos los espectáculos de Superlandia se usan toros de lidia pequeños. Novillos. Los payasos, los enanos y los acróbatas torean en medio de juegos y parodias. No hay banderillas ni espadas. La boleta para los adultos cuesta más o menos 10.000 pesos y para los niños 5.000. Siempre actúan en las plazas de toros. Cuando no hay plaza, alquilan plazas portátiles en los pueblos a los que van. Así ha sido desde los 60 y así sigue siendo hoy. Así también será hoy en Puerto Wilches, un pueblo de Santander donde Superlandia tiene su próximo espectáculo.

En la década de los 70, Superlandia empezó a viajar más y a crecer en integrantes. Por ahí en el 71, me dijo Noel, Superlandia empezó a recorrer Norte de Santander y a incursionar en otros países, como Venezuela. Un tiempo después de estar en la zona, Superlandia encontró a Pastora Basto en Chinácota, un pueblo a una hora de Cúcuta. Pastora luego se convertiría, según ella, en la primera enanita torera del mundo. La primera mujer.

"Yo tenía 16 años cuando llegaron a mi casa varios enanitos toreros. Me dijeron que me uniera a Superlandia. Yo les dije que bueno y me fui con ellos", me dijo Pastora por teléfono. Pastora ahora tiene 48 años y sigue viviendo en Chinácota, con su mamá, con quien trabaja en un negocio de comida rápida cuando no está de gira con Noel y los otros integrantes del espectáculo.

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Los 80 y los 90 fueron la época gloriosa de Superlandia. En los 70 ya habían incursionado en las grandes ciudades del país –como Bogotá en el 76— y en algunos países fronterizos, pero fue una década después que el espectáculo empezaría a cubrir distancias más grandes: República Dominicana, Brasil, Estados Unidos –más específicamente Orlando—y España, la cuna de todo esto. A España estuvieron yendo y viniendo durante 10 años, según me contó Noel, donde se presentaban en ciudades pequeñas. Pastora también fue. Y los viajes han seguido. Cuando hablé con Pastora me contó que acababa de llegar de Perú.

Antes de llamar a Pastora, había hablado con ella por Facebook. Mientras cuadrábamos el día y la hora de la llamada, Pastora me hizo entender que no todo era una maravilla y que tenía varias inconformidades con su trabajo en Superlandia. Primero me dijo que, en realidad, el espectáculo no era muy bueno –algo sobre lo que no quiso volver a comentar cuando hablamos por teléfono--. Luego, me confesó que había muchos empresarios que se aprovechaban de ellos. Sobre eso sí quiso hablar.

"A veces los empresarios que nos contratan en los pueblos se quedan con la plata y no nos dan nada. A mí me pasó una vez. El empresario que se encargó de la boletería se quedó con toda la plata de las boletas y luego se desapareció. Fue muy duro porque no tenía con qué devolverme. [Noel] siempre trata de ayudarnos cuando eso pasa", me dijo Pastora. Lo mismo dijo su esposo, quien luego quiso pasar al teléfono. A él, Franklin Moreao, "más conocido como 'Chicharrón'" --me dijo por teléfono— lo conoció en Superlandia. Él también hace parte del espectáculo y es uno de los siete "enanitos toreros". "Cuando eso pasó (me dijo hablando del empresario que los habría robado) yo la tuve que consolar porque [Pastora] se puso a llorar. Nos toca estar pendientes de nuestras cosas y de los celulares porque a veces nos roban".

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Y aunque eso no pasa seguido, la situación para Pastora no ha mejorado. Me dijo que ya no la llaman tanto como antes para ir a espectáculos. Me aseguró que no sabía por qué era, pero que ella creía que a veces había envidia o chismes de otros compañeros. Pero lo cierto es que, al igual que las corridas de toros, el toreo cómico anda en crisis.

"Todo cambia. Uno ve una corrida de toros y se da cuenta que eso termina por decaer y acabarse. Ahora uno va a una plaza de toros, a una corrida, y solo hay viejos, gente adulta. Se ve muy poca gente joven. A los jóvenes ahora les gusta es la música rock, sus cosas y sus bandas, y de toros muy poco. Ya tú ves que Bogotá tiene 8 o 9 millones de habitantes y tiene una plaza para 13 mil personas que no se llena. En España también ha mermado la gente. Es una minoría tremenda", me dijo Noel.

Solo se necesita una rápida mirada a los asistentes que llegan a una plaza de toros para darse cuenta que la tradición de los toros es una cosa de otra generación. Son pocos los de 30 años que van a una corrida. Son incluso menos los de 20. Y la asistencia a la polémica temporada taurina de Bogotá tampoco ha sido abrumadoramente exitosa. La tauromaquia, para muchos, incluyendo a Noel, es una tradición sentenciada a morir pronto.

Todo lo que ha pasado últimamente con la tauromaquia en Bogotá le auguran la misma suerte al espectáculo en el país. Después de que no hubiera corridas en la capital por cinco años --por una decisión del exalcalde Gustavo Petro-- el regreso de los toros a la Santamaría resultó en un encontrón agitado entre taurinos y antitaurinos que volvió a llevar el debate del estatus legal de la práctica a la Corte Constitucional. En 2010, la Corte había confirmado la legalidad de las corridas como un evento de tradición cultural que estaba protegido constitucionalmente. Pero, en enero de este año, la Corte reconsideró su posición y decidió que sí debían prohibirse. Finalmente, le dio un plazo de dos años al Congreso para legislar sobre el tema.

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"Al paso que vamos, si cierran las corridas de toros en Bogotá, y si el Congreso las prohíbe en Colombia, se acaba la fiesta totalmente por ahí en dos años. Ya nos toca ponernos a hacer otra cosa. Ponernos a vender empanadas, dice mi mujer, porque de verdad que ya no hay nada más que hacer", me dijo Noel.

Y aunque frente a la posible prohibición de las corridas en el país el futuro del toreo cómico resulta incierto, Franklin y Pastora también temen que lo que hasta ahora ha sido su trabajo de toda la vida se les acabe. Cuando les pregunté qué pensaban de todo el debate que estaba sucediendo en Bogotá, me dijeron que les preocupaba mucho que se prohibieran las corridas. "Para nosotros es muy difícil conseguir trabajo, esto es lo que nos da plata. Si se acaba el toreo yo no sé qué me voy a poner a hacer", me dijo Pastora.

Franklin, que estaba mucho más indignado que Pastora, me dijo por teléfono que la posible prohibición de los toros es particularmente preocupante para ellos que no encuentran muchas posibilidades de trabajo. "Yo trabajo en un taller de motos, porque es de mi familia, pero a uno no le dan trabajo. A nosotros el gobierno no nos apoya. Y uno ve que le ayudan a los que eran guerrilleros, y que les van a pagar un sueldo, y a uno, ¿quién lo ayuda?".

En 2009 entró en vigor una ley que buscaba que las personas adultas en el país que midieran menos de 130 centímetros tuvieran las mismas garantías y beneficios que las personas con discapacidad: a saber, personas para los que la sociedad no está acondicionada, ni en espacios ni en oportunidades. La medida planteaba que, entre otras cosas, se adecuara el mobiliaro urbano para facilitar el acceso a servicios básicos y que mejoraran las oportunidades laborales para esta población que, desde el primer momento de vida, es víctima de discriminación.

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"Las personas de estatura baja se enfrentan a dos tipos de barreras, unas arquitectónicas: por ejemplo (…) que los lugares de atención y de información sean altos; y otras aptitudinales: hay muchas ideas de que las personas de estatura baja son menos, que no valen lo mismo, y muchas veces son representados como payasos o personajes que son motivo de burla. Eso también es una barrera para que puedan vivir como cualquier otra persona viviría en sociedad", me dijo Yenny Guzmán, una investigadora de Paiis (Programa de Acción por la Igualdad y la Inclusión Social), un grupo de investigación de la Universidad de los Andes que se dedica a promover los derechos de las personas con discapacidad.

Eso es evidente en lo poco que pude saber de la vida de Pastora y de Franklin y en lo que me contaron: no encuentran trabajo fácil y los únicos oficios a los que han podido dedicarse son los que dependen directamente de sus familiares, o los que se valen de su estatura para hacer un espectáculo.

Cuando le pregunté a Yenny qué opinaba de Superlandia, me dijo que para ella era algo que se tenía que veía de dos maneras: por un lado, me confesó que le parecía terrible ver que tuvieran que ponerse en ridículo para divertir a otros. Por otro lado, me dijo, el hecho de que Superlandia fuera su mejor fuente de ingresos probaba que no había más oportunidades laborales para ellos. De cualquier manera para ella era un asunto de discriminación.

"Si un comediante cree que por ser gordo es más chistoso, y hace chistes con eso, está perfecto. Siempre y cuando salga de la persona. Lo que me parece que no está bien es que limitemos las oportunidades laborales de estas personas a hacer de comediantes. Deberían tener muchas más alternativas. Además eso reproduce en las personas que lo ven (el espectáculo) las ideas de que son menos personas. Eso reproduce el hecho de que veamos una persona de estatura pequeña en la calle y entonces podamos burlarnos", me dijo Yenny.

Por ahora, el futuro laboral de Pastora, de Franklin y de Noel sigue siendo incierto: por lo menos hasta que el Congreso decida si las corridas de toros serán o no prohibidas en el país. Pero lo cierto es que, lo que hasta ahora ha sido su oficio, es algo cada vez menos posible con el cambio generacional y cultural que la sociedad ya siente. El maltrato animal, por un lado, y el hecho de burlarse de un enano o persona de estatura baja, por el otro.