Joe Exotic Tiger King
Ilustración: Dan Evans
Actualidad

'Tiger King' demuestra que el autosabotaje es inevitable

Hay humanidad en la historia de Joe Exotic, entre todas las jaulas, los huesos, la sangre, los piercings, los tatuajes, el fuego, los miembros amputados y las pistolas.
DE
ilustración de Dan Evans

Pienso en el papel que hubiera tenido yo en la saga de Joe Exotic si por casualidad hubiera sido parte de ella. No, borra eso: Pienso en cómo habría muerto yo en la saga de Joe Exotic si por casualidad hubiera sido parte de ella.

Probablemente, con los ojos nublados, bocarriba, mientras me arrastran medio inconsciente a una picadora de carne. O resbalo cuando camino en una cuerda floja sobre un pequeño pantano lleno de cocodrilos, mientras un grupo de niños mira entre carcajadas y Joe tiene que devolver el dinero a 20 clientes para que nadie se escandalice. O, mejor, con una bala directa al cráneo que me hace caer de cabeza en un camión, y Joe me prepara un altar y me entierra debajo. Atado a una silla en un garaje con un tigre sedado. Con el cuerpo lleno de tatuajes, azotado con cables eléctricos hasta que, agonizante, aprieto tanto los dientes que se salen del cráneo. O por un puñetazo de Allen Glover, que me rompe la nuca contra la pared del único bar que hay a miles de kilómetros. O en una playa, bañándome despreocupado, disfrutando del agua salada que moja mis cansadas piernas mientras escucho en la distancia un dron, brrrrrr, y de repente aparece James Garretson en una moto acuática directo hacia mí y me golpea con tanta fuerza que empiezo a sangrar por los ojos y floto muerto, a la deriva, mientras las olas me arrastran hasta la orilla.

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“Ay, joder”, dice Joe Exotic, cuando alguien le llama para informarle de mi muerte, porque sabe que se ha metido en otro lío. “Joder, joder, joder”. Tira el teléfono desechable entre el montón de trastos que tiene desperdigados por la habitación. Se arrastra con la pierna destrozada hasta la cama y empieza a hacer un trío sin muchas ganas. Mientras agoniza nervioso de placer, un tigre ruge en la distancia. El aire huele a arena. El aire huele a gasolina. El aire huele a sangre.

Sobre Tiger King: Murder, Mayhem and Madness

Creo que es importante subrayar dos verdades muy importantes sobre Tiger King, la nueva serie documental de Netflix de la que todo el mundo habla:

i. Si bien es cierto que, al estar encerrados en casa, vemos todo lo que hay en la televisión, incluso aunque no queramos, no quiero quitarle importancia a Tiger King y la historia de Joseph Exotic. Todos habríamos visto el documental con virus o sin virus. Dicho de otra forma: no hay una sola línea temporal en la Tierra en la que Joe Exotic hubiera existido —en la que hubiera llegado a tener hasta 200 tigres y casi tantos maridos, y pudiera haber ido a la cárcel durante 22 años después de un intento fallido de lo que podríamos describir como un “ajuste de tigres”— y tú no te hubieras enterado. Joe Exotic iba a aparecer en tu vida, sí o sí. Este ha sido simplemente el momento en el que lo hemos descubierto.

ii. Claramente, la historia de un zoo en el que el dueño tiene más leones que Dios, por sí sola, es suficiente para hacer un documental de siete partes, incluso sin que el marido de alguien desaparezca misteriosamente. Si hicieran un episodio de 41 minutos solo de Joe Exotic, en el que se hablara de todas las heridas que tiene —sorprendentemente, un gran número de ellas no tienen que ver con tigres—, seguiría siendo más entretenido que muchas de las películas que se han llevado un Óscar. El hecho de que esta historia nos lleve por un funeral en el que Joe, con un gorro de vaquero, un traje de cura, una pistola brillante y cromada y los piercing de la ceja temblando, habla sin tapujos sobre las pelotas de su marido muerto y le canta una canción para calmar su alma; el hecho de que este documental llegue a ese extremo y que ni siquiera sea el momento más intenso de toda la serie, es un testamento de la mitología de J. Exotic. Él es puro espectáculo. Es dinero, baby. Joe Exotic es una silla eléctrica hecha de puro carisma.

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Sobre la absolución del bien y el mal, o: ¿dónde queda el infierno en el mundo de Joe Exotic?

Joe Exotic Here Kitty Kitty

Joe Exotic en su vídeo musical "Here Kitty Kitty", en el que aparece una doble de Carol Baskin dando trozos de carne humana falsa a un león.

He estado pensado mucho últimamente en la absolución moral del discurso de la conciencia social —una especie de empatía competitiva que hemos desarrollado en los últimos años; una especie de catolicismo moderno en el que la idea subyacente es que se puede vivir una vida impecable perfectamente moral. Una bola de bolos que rueda sin moverse por el escabroso camino del bien, paralela a las barreras del mal y que lleva todas las opiniones perfectas, un aliado angelical y una columna de luz perfecta. Si das un paso en falso, estás fuera para siempre. Amén.

En general, creo que una cultura más considerada, educada y practicada, en la que se valora la empatía, es, como se suele decir, “buena”. Pero si alguna vez llegaran a leer mis mensajes de texto voy a tener que encerrarme en silencio en un ataúd para ahorrarme el sufrimiento. Ya lo pillas.

Lo he tenido muy presente, porque no puedo acallar ese sentimiento que tengo de que Joe Exotic es, en realidad, una buena persona. He hablado de esto con varios amigos recientemente y todos han empezado a tratarme como si me hubiera dado un golpe en la cabeza y están esperando a que los médicos estén libres para que me diagnostiquen un trastorno del pensamiento. Joe Exotic está en prisión, sí, lo sé. Trató de matar a una mujer, sí. Sedujo a un montón de hombres jóvenes y heteros con metanfetaminas hasta que se tatuaron su nombre en la polla: también. Tuvo un negocio durante mucho tiempo en el que dejaba a los clientes acariciar a los cachorros de los tigres, que viene a ser lo mismo que una fábrica de cachorros, solo que estas no van de centro comercial en centro comercial cobrando a la gente 40 dólares por tocarles. Casi con toda seguridad, se cargó a un gran número de cocodrilos con una granada y pidió dinero por internet para arreglar su destrozo. Lo entiendo. Pero, aun así, por alguna razón, creo que es bueno. El exotismo central de Joe Exotic tiende a una divinidad superior.

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Esto tiene que ver mucho con el universo en el que se encuentra Joe Exotic, donde Joe es el imán central que atrae a otros imanes igual de jodidos. Dicho de otra forma: “el caos atrae al caos”. El grupo de personajes que aparecen en el universo de Joe Exotic no sé encuentran juntos en ningún otro lugar del mundo. Exotic es el héroe principal que los une a todos: el matón cobarde de ojos diminutos que condece entrevistas en su bañera; el guaperas sin dientes hetero al que le da demasiada vergüenza disparar enfrente de la cámara; la pacífica archienemiga que parece la típica tía rica y que tiene un palo por marido; el playboy calvo con una cartera de Ferrari al que han bloqueado de todas las páginas de niñeras; las muchas mujeres robóticas de Doc Antle que ni parpadean; el pavo que se parece al batería de los Foo Fighters después de haber pasado una temporada como preso político y que anda como si tratara de no pisar minas; el chico al que un tigre le muerde el brazo y vuelve a trabajar cinco días más tarde —yo he tenido resacas que han durado más tiempo—; el tío que tiene payasos pintados en las piernas ortopédicas y en su coche y al que en ningún momento le preguntan: “Oye, tío. ¿Qué te pasa con los payasos?”; el hombre que parece sacado de un club de jazz justo después de haber colapsado porque Joe incendió la nave donde tenía a sus cocodrilos; James Garretson, que no es el malo de la película sino la sombra del malo que solo se hace amigo del abusón para que no le hagan nada a él, solo que, en realidad, graba todas las conversación y se dedica a pasear con su moto de agua; Travis Maldonado, el buenorro que se pega un tiro enfrente del director de campaña que Joe había contratado en una armería.

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Solo en este universo puedes tener como aliado al alguien que “utiliza a los elefantes como reclamo para mantener una especie de harén”, como amigo al hombre “que va con un autobús lleno de tigres por Las Vegas para buscar tríos”, como marido a un tío “hetero” y como enemigo a una señora “que es rara pero educada, tiene una risa nerviosa y quiere demasiado a los tigres”. La mera presencia de Joe Exotic trastorna completamente el ideal de lo que es bueno y lo que es malo, de la homosexualidad y la heterosexualidad, del caos y de la neutralidad. No hay buenos ni malos en un lugar en el que mueren osos a diario. En ese momento, cuando se rompen todas las reglas, la estructura de la sociedad que te rodea empieza a tener sentido. No digo que esté bien contratar a un sicario por 3000 dólares, o conocer a un tío por Grindr dos semanas después del funeral de tu marido y al que entierras debajo de las jaulas de los tigres, pero lo que intento decir es que, con una historia así detrás, hay cosas que cuadran.

Exotic vs. Exotic

Hay dos lobos dentro de ti: uno es malvado y el otro es bueno. El que gana es el que come. Asimismo, hay dos tigres dentro de Joe Exotic: uno es malvado y el otro es bueno, pero ambos están rabiosos por algo que alguien dijo en internet hace 8 años y, para colmo, les han dado un contenedor entero de carne caducada, así que están desquiciados. No podemos esperar que haya ningún ganador. Eres muy tonto si de verdad pensabas que alguien saldría ganando.

Joe Exotic nunca llegó a su evolución final o: retrato de un ángel al que le cortaron las alas

Joe Exotic TV

Pantallazo de Joe Exotic TV

Es imposible despertar un día y parecerse a Joe Exotic. De hecho, ni siquiera le ha pasado a Joe Exotic. Por eso me da rabia que no haya más fotografías guardadas de Joe Exotic: poco a poco, decisión tras decisión, ha creado el estilo con más swag de todo el planeta. Un día, Joe Exotic decidió tatuarse agujeros de bala en el pecho. Él tomó esa decisión. Lo decidió y lo hizo. Se lo pidió a alguien y pagó por ello. “Al rojo vivo”, hubiera dicho Joe Exotic mientras señalaba a la tinta, “más color y más rojo”.

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Es una de las millones de decisiones que Joe Exotic ha tomado a lo largo de su vida para convertirse en Joe Exotic. El mullet fue el primer paso. Después, los piercings en las cejas. “¿Es posible hacerme un piercing en las cejas?”, preguntaría. “Lo único, ¿puedes hacerlo perforando sólo una molécula de piel? Quiero que el agujero sea a nivel atómico. No puede pasar por más de una célula”.

Nos han robado un recurso finito: ¿crees que Joe Exotic estaba en su evolución final? ¿Crees que ya habíamos visto todo lo exótico que Joe Exotic puede ser? Todavía le quedaba oreja por perforar. Mucho cuello para tatuar. Ni siquiera se había hecho un lifting facial todavía (Imagínate a Joe Exotic, con un lifting a lo Belén Esteban, como si le hubieran picado un montón de abejas después de que uno de sus maridos lelos se hubiera metido en una colmena, y con una muleta llena de diamantes de imitación). Nos han robado, a todos, el poder ver a Joe Exotic pasando de ser un señor medio normal de 54 años a un viejo de 70 completamente degenerado, por culpa de gente con pasta y del interés público, y creo que es una vergüenza. Todos los que se han encargado de meter a Joe Exotic en prisión deberían acabar ahí ellos también. Solo por robarnos esa experiencia.

Joseph Exotiqué y la inevitabilidad del autosabotaje

El principal fallo de Joe Exotic fue pensar que podía conseguir fácilmente el millón de dólares que Howard y Carole Baskin le habían pedido como indemnización por utilizar la imagen y tipografía de Big Cat Rescue para su empresa de acariciar cachorritos. Todo esto en mitad de un tira y afloja en el que Carole recurrió a la ley para pararle los pies a Joe.

No tiene ningún sentido darle a alguien como Joe Exotic una orden de cese y desista. Joe Exotic se ríe en la cara del cese y desista. Joe pone la orden de cese y desista cuidadosamente en un pantano y luego tira una granada. Tenía que ser abatido y amenazar a alguien con una indemnización de un millón de dólares normalmente funciona. Pero el principal fallo de Carole Baskin fue creer que Joe Exotic piensa como una persona normal.

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Joe Exotic ve un millón de dólares como una valla que se puede sortear estratégicamente, aunque te quedes cojo en el proceso. Imagina que vendes cada cachorro de tigre a 5000 dólares: joder, ¡solo necesitas 200 cachorros! Y eso sin contar los leones, los osos, los linces, lo que cobras por tocar a los animales, el dinero de las armas y de la munición, y lo que le sacas al seguro por un incendio en la caseta de los cocodrilos. Diez fines de semana seguidos, cobrando por tocar a doscientos cachorros con el número de gente normal que visita a un zoo, son un millón de dólares seguro. Es justo en ese momento en el que Joe Exotic comienza a caer en picado por una cuesta de locura que nunca llega a remontar.

No soy abogado, pero creo que responder a una amenaza de una denuncia de un millón de dólares por “tener un programa de televisión en internet en el que disparas a la cabeza a un maniquí que supuestamente es tu archienemiga con una bala de alto calibre, para luego extender rumores de que hizo picadillo a su marido y no dejar de hacer la cosa por la que te han multado” es probablemente desaconsejable. Pero he intentado hallar algo de humanidad en toda esta historia y es ahí, precisamente, donde la encontré. Joe Exotic acaba en prisión por darle demasiada importancia a un enemigo a quien él no le importaba. Le dio tantas vueltas en su cabeza a un ataque que nunca llegó a ocurrir que acaba en la cárcel por ello. Y me siento identificado. Es algo que yo haría cien por cien seguro.

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A comienzo de la veintena, se me daba muy bien lo que ahora llamo “arruinarme la vida”. Principalmente, en el trabajo, pero también en mis relaciones interpersonales: me estancaba en curros que odiaba, tomaba decisiones muy estúpidas cuando se me daban oportunidades para progresar como escritor, me saltaba los plazos, tenía un montón de descubiertos en mi cuenta bancaria, me emborrachaba cada dos por tres, etc. La mayoría por pura arrogancia juvenil, pero muchas veces era algo más oscuro, más profundo, que iba dirigido a mí mismo: creaba un montón de problemas que no necesitaba por un impulso primitivo, raro y vehemente de joderme a mí mismo. “Se te da muy bien autosabotearte, ¿no?”, me dijo alguien una vez cuando cumplí los 25 y fue, en ese preciso instante, cuando me di cuenta: joder. Quizás el mundo no estaba en mi contra. Quizás era un capullo y un mierda que lo único que hacía era buscarme problemas. Un momento muy revelador.

A ver, todavía tengo ese impulso —es como cuando tienes que aguantarte las ganas de tocar el fuego, pero en vez de eso se trata de “un correo que no deberías mandar”— pero, habiéndolo superado en gran medida, es una cualidad que ahora veo en otras personas. Joe Exotic apesta a autosabotaje. Joe Exotic no estaría en prisión si no fuera por la suma de toda las decisiones y acciones del propio Joe Exotic. Joe Exotic empezó siendo un hombre normal, en el suelo de un vecino acariciando un cachorro, maravillado por el tremendo poder que da tener a un animal así en los brazos, como si fuera un motor que ruge, para que al final—tras décadas, jaulas, huesos, sangre, piercings, tatuajes, incendios, pistolas, cuerpos de humanos y de animales enterrados en la misma arena roja y marrón— todo se transfigurara, se volviera horrible e inimaginable, impulsado pasivamente desde la distancia por Carola Baskin, mientras sonríe levemente con una corona de flores.

Joe Exotic es una mala persona: sí. Joe Exotic tenía buenas intenciones: eso creo. Pero el tigre de Joe Exotic venció al hombre de Joseph Schreibvogel y se lo comió entero dejando tan solo los huesos. Esa es la persona que causó todo este caos: alargando una discusión, una y otra, y otra vez hasta tal punto que le dio tres mil pavos a un hombre, que se parece a un bebé que han metido en una máquina de envejecimiento, para que matara a alguien. En cierto modo —un modo poco convencional, grotesco y sin sentido— me veo a mí mismo en Joe Exotic de una forma que me aterroriza y me deleita.

No se trata de una historia sobre tigres o sicarios, o sobre cómo tirarse a dos tíos bajo el tórrido sol de Oklahoma. Es una historia sobre cómo arruinarte la vida sin ninguna razón por obsesionarte tan frenéticamente con una bronca de internet que acabas en la cárcel. Si no te ves reflejado en el espejo de Joe Exotic, vuelve a mirar dos veces.

@joelgolby

Este artículo se publicó originalmente en VICE Reino Unido.