Los niños de Paco

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Los niños de Paco

Myriam Meloni retrata la vida en las villas miseria de Buenos Aires.

En su serie "Frágil", la fotógrafa Myriam Meloni expone de forma cercana, cruda y a la vez tierna la vida de los adolescentes adictos al "paco", una droga devastadora hecha a partir de los residuos de la producción de cocaína que se lleva por delante a más de 200 chavales al mes en Argentina. Impresionados por su trabajo, decidimos llamarla para saber más sobre su incursión en tan infernal submundo.

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VICE: ¡Hola Myriam! ¿Cómo surgió la idea para esta serie?

Myriam Meloni: Mira, nunca había vivido en Latinoamérica y nunca me había enfrentado al hecho de que ciertos tipos de realidades fueron tan parte de la vida cotidiana. Me atraía mucho ver las cantidades de niños que viven en la calle aquí en la ciudad. Investigando un poco me di cuenta de que uno de los grandes problemas a los que se enfrentaban era la adicción. Se me abrió todo un mundo, por un lado muy duro y por otro muy fascinante, porque englobaba toda una problemática social mucho más amplia.

Tu trabajo se enfoca básicamente en chicos muy jóvenes, ¿no?

Sí, la mayoría son muy jóvenes. Empecé a hacerlo por la ternura que me inspiraron varios de ellos. Ves niños en situaciones en las que no tienen opción… porque un chico de 13 años no puede decidir qué hacer con su vida.

Yo misma apenas sabía nada del "Paco". ¿Es una droga que haya eclosionado recientemente?

No, no es tan reciente. Lo que es relativamente reciente es que se venda y que se venda aquí. En Argentina, no había producción de cocaína, por lo cual no había residuos. Pero cuando en la década del 2000 se convirtió en país productor/exportador, se empezó a vender esta sustancia obtenida a partir de los residuos químicos del proceso de transformación de la PBC (pasta base de cocaína) en clorhidrato de cocaína (cocaína pura). Las más de 700 pistas de aterrizaje clandestinas y la falta de radares simplifican la entrada en el país de las materias primas provenientes sobre todo de Bolivia. El Paco –que puede contener acetona, éter, ácido clorhídrico, ácido sulfúrico, cal, gasolina y keroseno– genera dependencia desde las primeras tomas y su poder destructivo es superior incluso al del crack.

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¿Es un problema palpable sólo en zonas específicas de Buenos Aires o está muy extendido?

En el Gran Buenos Aires hay más de 12 millones de habitantes y la mayoría no viven en el microcentro. En las periferias de la ciudad y en el conurbano el tipo de paisaje cambia completamente, a nivel humano y geográfico. Ves problemas típicos de un país en fase de desarrollo. Una parte de la ciudad puede cerrar los ojos moviéndose sólo por determinados círculos, pero en realidad no es tan extraño toparte con "paqueros" hasta en los barrios más ricos o más aislados de la pobreza.

En tu opinión, ¿ha habido la voluntad o los medios necesarios para intentar paliar este problema?

Afrontar de verdad un problema así implicaría, a nivel político, cambiar todo un contexto social de pobreza. A nivel legislativo las pequeñas reformas nunca van a ser suficientes. También hay organizaciones independientes que intentan abrir centros de ayuda terapéuticos para adictos. Seguramente hay políticas gubernamentales que pueden menguar la producción de cocaína y la cantidad de sustancia disponible. Pero la lucha debería ir por otro lado: se trata de desarraigar todo un sistema y un mecanismo de pobreza que hace que en la ciudad de Buenos Aires la mayoría de la gente viva en una situación precaria en cuanto a vivienda, escolarización y otras cosas que permiten a un niño crecer de forma saludable.

¿Por qué el título de FRÁGIL?

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Era el sentimiento que me suscitaban sus historias. Y también es diferente ir a ver un trabajo que se llame "El Paco en Argentina" que ver algo que se llama "Frágil". Es frágil el adicto, y también la familia que hay atrás. La adicción resquebraja los vínculos familiares.

¿Cómo fuiste conociendo a estos chicos?

Hay zonas de encuentros, como la "villa miseria" del barrio Bajo Flores, y determinados semáforos donde trabajan de limpiavidrios. A menudo, al ser mas fácil comprar en estos lugares, acaban mudándose a los alrededores de las villas y a consecuencia de ir dos, cuatro, cinco, veinte veces empecé a identificar algunos rostros y ellos también me reconocían. Algunos eran tan niños que al fin y al cabo tenían ganas de hablar y de que alguien les preguntara sobre su vida. Son personas muy indefensas e ingenuas. Por otro lado, también fui a muchos centros de apoyo y conocí a chicos que estaban en una fase intermedia.

¿"Fase intermedia"?

Hay una foto de un padre abrazando a su hijo y, no sé si se nota, pero el abrazo es un abrazo muy flojo. Es casi como si el padre no supiera abrazar. Ese chico me contó que lo que realmente le hizo querer recuperarse, fue que cuando dejó de usar drogas empezaron a despertar en él sentimientos que la droga había adormecido. Como el amor a su hijo. El paco anula cualquier tipo de sentimientos, cualquier forma de expresarlos. Este chico, en esta fase de recuperación, volvió a sentir. Este abrazo representa para mí ese momento de transición.

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¿Te encontraste con casos en las que hubiera una voluntad clara de recuperarse?

Sí, pero es muy difícil que alguien haga el esfuerzo enorme para salir de esa situación sin saber que viene algo positivo después y sin tener ningún apoyo. Cuando un chico sabe que lo que le espera en casa es peor que lo que vive estando solo en la calle…

¿Cuál fue la historia que te impactó más?

A nivel emotivo, la historia de Darío, de 14 años. El padre lo había abandonado y la madre tenía SIDA. Vivía en la calle desde los 2 años y había desarrollado actitudes de puro superviviente. Un día pasó algo que me hizo pensar que era un chico aún recuperable porque tenía la capacidad de discernir entre lo que está bien y lo que está mal. Era invierno y me lo encontré tirado en una esquina todo mojado y me dio tanta lástima que le traje un buzo. Al día siguiente volví y ya no lo tenía, probablemente lo vendió para comprar algo pero, en lugar de decirme eso, me dijo que se lo había dado a otra persona que lo necesitaba más y que de todas formas no era tan lindo. Puede parecer una tontería, pero el hecho de que necesitara encontrar una justificación me pareció positivo. Él sabia que lo que había hecho era algo socialmente poco aceptable.

A pesar de su dureza, tus fotos transmiten cierta sensación de ternura.

Es lo que quería. Quería crear una cercanía estética y visual respecto al "espectador", no sólo mostrar al chico en un estado feo que roba porque a veces nos quedamos con esa imagen por miedo, por ignorancia, por no tener tiempo de profundizar, por prejuicios, por un montón de razones justificables o no. Yo quería que el espectador tuviera el coraje de ver esos ojos que no dejan de ser ojos de niños de 14 años a quien la vida no les ha dado ni una oportunidad. Una situación que obviamente desemboca en hechos violentos o la muerte o una vida arruinada. Pero que, de base, se debe a circunstancias de mala suerte, de mala organización social.

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Tras realizar este trabajo, ¿te quedó alguna mínima sensación de esperanza?

Por todas la historias que yo vi, el fenómeno del paco es la punta de un iceberg en que si no se arreglan otras muchísimas carencias no se va a poder parar el fenómeno del paco. A nivel individual sentí cierta esperanza respecto a algunos de los chicos porque tenían una situación social o familiar un poco más favorecida.

¿Estás trabajando en algo ahora mismo?

Estoy en varios proyectos. Uno de ellos tiene que ver con cierta franja juvenil de Buenos Aires. Estoy en una fase de exploración y todavía no me atrevo a decir nada más. Y también espero trabajar en algo un poco más "ligero" para no morirme de tristeza.