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Cultură

Ficción: Mis putas vacaciones en Palm Springs

Metí mis cuerdas y mi rabioso traje de baño en una maleta y salí en busca de la buena vida.

Foto y dibujos por Robyn Hustle.

Cuando un güey me envió boletos de avión para Palm Springs en invierno, sentí que había subido otro escalón en la escalera dorada de la prostitución. Después me di cuenta que pasaría un fin de semana de excesivo sexo echando mis masivas cacas mañaneras a unos metros de un hombre que apenas conocía. Y, tendría que ser ultra sigilosa para poder rasurarme la cara en secreto. Aun así, me estaban ofreciendo dos mil dólares a mediados de enero por pasar un par de días atada a la cama, con uno que otro descanso para nadar en una alberca al aire libre. Así que metí mis cuerdas y mi rabioso traje de baño en una maleta y salí en busca de la buena vida.

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Todos siempre nos preguntan cómo separamos nuestras relaciones sexuales laborales de las otras, y cómo evitamos involucrarnos sentimentalmente con nuestros clientes. Esa es una línea de preguntas irrelevante, porque para la mayoría de nosotras, esto no es problema. Aunque sí nos esforzamos bastante para ayudar a que nuestros clientes hagan dicha distinción; los hacemos sentir como si estuvieran recibiendo algo “real” (como si no estuvieran pagando por ello), al tiempo que les hacemos entender que nuestra interacción tiene un comienzo (dinero en la mesa, o para ser más exactos, el proceso de evaluación antes de conocernos) y un final. El final, más que el sexo, es por lo que realmente están pagando. Sin embargo, no son profesionales en la materia y a veces necesitan un guía para entender dónde empieza su vida con nosotras, y dónde termina.

Antes de Palm Springs, Roger había trabajado en una película en Chicago y llevaba un mes siendo mi fuente principal de ingresos. No lo habíamos discutido por teléfono, pero ese brillo en sus ojos la primera vez que entré a su cuarto de hotel me dijo que se trataba de un hombre que me tendría de rodillas y con las manos atrás en un abrir y cerrar de ojos. Por suerte, mis gustos sexuales están más orientados al lado brutal de las cosas. Muchos clientes se preocupan por mi placer más que por el suyo (más bien, mi placer es su placer), y aunque esto lo expresan usando sus manos y su cara de toda forma posible, y aunque aún así obtengo lo que quería de la situación, siempre es lindo encontrarse con un cliente cuyos gustos sean iguales a los míos. El lado negativo de eso es que al cliente se le dificulta todavía más entender qué es lo que estamos haciendo. Hacia el final de nuestra primera sesión de cuatro horas, Roger me dijo: “Esto te gusta tanto que seguro seguirías aquí si no te estuviera pagando”. No puedes seguirles la corriente en este aspecto. Tienes que encontrar una forma delicada de explicarle que te estás divirtiendo, pero que no estarías aquí si no te estuviera pagando. No importa lo bien que lo hagas, si en su mente ya cruzó esa línea, se sentirá estafado y dirá que estás mintiendo o que lo fingiste todo. El cliente que hace este tipo de afirmación es uno que busca una razón para resentirte.

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Durante una de las sesiones en Chicago, Roger decidió sacar su laptop para enseñarme algunas fotos de sus mascotas. Esta fue una excusa para decir: “Oh, no mires esas fotos de mi esposa y mis hijos”, sólo para enseñarme las fotos de su esposa y sus hijos. Aunque este acto me presentó con otra fascinante oportunidad, fue otra desviación de la naturaleza de nuestra relación. El cliente quiere tu aprobación. Quiere que le digas que lo que está haciendo no está mal. Y ya que hablamos de ello, no creo que tenga nada de malo. Creo que la monogamia no funciona, y las mentiras apestan, pero mejor engañar a alguien con una acompañante que teniendo una aventura. Y obviamente no está en mi mejor interés decirle que no me contrate. Para beneficio de su psicología, es importante reconfortarlo. Roger, igual que muchos otros, también necesitaba de mi aprobación con respecto a su intelecto, sus preferencias gustativas y sus logros profesionales; la clave es demostrar tus propios gustos e inteligencia hasta el punto que tu aprobación se vuelva importante, pero siempre consciente de que no puedes parecer más educada ni conocedora que ellos. Este es un juego que las mujeres juegan todo el tiempo; para mí, es un negocio. ¡Que increíble, me encantaría aprender más sobre este vino oscuro!

En Chicago, el resentimiento de Roger había sido sutil pero estaba aumentando. En Palm Springs, lo dejó fluir con todo. No todo el tiempo, por supuesto. Un cliente con el pito duro es un cliente seguro. Un hombre que sabe cómo obtener lo que quiere, etcétera. Un hombre de mediana edad y en forma se cansa después de seis horas seguidas, y termina exhausto. Nos sentábamos en el balcón del cuarto de hotel a fumar y a tomar vino, y sus ojos se entrecerraban. Se quedaba callado, y su cuerpo se tensaba como diciendo: “Cómo te atreves a interponerte entre mi familia y yo, y a cobrarme por ello”.

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Estoy acostumbrada a ser el chivo expiatorio. He jugado ese papel tantas veces que he desarrollado una paranoia permanente que me hace sentir que tarde o temprano llegara ese momento. Aunque suelo ser una experta estratega, me he vuelto cada vez peor con el tiempo, principalmente porque no puedes ganarle un argumento lógico a alguien que está determinado a hacerte cargar con todos sus problemas. El resentimiento de Roger era silencioso, físico, y mucho más difícil de disipar. Cuando ya no podía soportar otro minuto de su fría mirada, le pregunté como se sentía con todo esto.

"Si en este momento pudiera enviarte en un taxi al aeropuerto, lo haría”.

Reconoció que el sentimiento era temporal, pero todo regresó a la normalidad después de una cena de 700 dólares, gracias en parte al encanto de nuestra mesera jamaiquina. El resto del fin de semana, su agresividad sexual tomó un tono verdaderamente agresivo. Contrario a lo que se podría esperar de una prostituta sumisa, no dejo que me golpeen para exorcizar a mis demonios, dejo que me golpeen porque me excita, y ser dominada por un hombre que realmente te odia mientras coge contigo es algo que realmente se cuela por debajo de tu piel.

Ya que al universo le gusta alinear a tu estado emocional con tu estado físico, tuve el resfriado más brutal de mi vida. En mi última noche en Palm Springs, despertaba cada veinte minutos cubierta de mocos, charcos de mocos sobre la almohada del hotel. Nos dijimos adiós con un aire de amable superficialidad; un mutuo resentimiento entre los dos. El vuelo de regreso a casa hizo que me enfermera aún más y terminé sin voz durante casi dos meses; sin la posibilidad de trabajar en silencio, ese fin de semana de bonanza había terminado por dejarme sin un centavo.

Ya en otra ocasión había entrado al mundo de la superprostitución, un cliente me había “reservado” toda mi vida sólo para verme una vez a la semana durante algunos años, y eso también se había disuelto en un charco de resentimiento y disgusto. Ahora estoy determinada a mantener mis encuentros profesionales como debe ser, como fueron durante mis primeros siete años en el negocio: salir del lugar lo más rápido posible después de que todos se vienen. No porque yo no pueda manejar un arreglo más complicado; sino porque ellos no pueden.