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Así es crecer en

Así es crecer en… Guarromán

Ya puedes rebanarte la sesera pensando un chiste, un juego de palabras o un comentario ingenioso sobre el nombre de mi pueblo que ya los he escuchado todos a lo largo de mi vida.

El autor a los 7 años

El gentilicio de Guarromán es guarromanense y la mujer de Guarromán no es la 'guarrawoman'. Ya puedes rebanarte la sesera pensando un chiste, un juego de palabras o un comentario ingenioso que los he escuchado todos a lo largo de mi vida.

Guarromán pertenece a la provincia de Jaén. Su nombre proviene de la castellanización del árabe Wadi-r-rumman (río de los granados, ya veis qué bonito) y su localización es una pregunta recurrente en concursos de televisión. Tenlo en cuenta para el futuro y ya me invitarás a unas cañas como agradecimiento cuando ganes el premio de cualquier pseudo 50x15 en la tarde de Antena 3.

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Hasta donde alcanza mi memoria, en los noventa, la Nacional IV atravesaba el municipio y, como si del muro de Berlín se tratase, el pueblo quedaba divido en dos: Guarromán Este y Guarromán Oeste. Con esa edad, cruzar la carretera era peligroso y bajar por aquellos dos túneles también lo era. Más que por la propia peligrosidad del pueblo o la falta de luz en semejantes subterráneos, era por el olor a orina que se impregnaba en la ropa y te calaba hasta los pulmones.

¡Ay de ti si cruzabas de un lado a otro sin la supervisión de un adulto y te pillaban! Esa noche cenabas caliente a manos del Führer en el régimen totalitario de tu hogar.

La verdad es que entretenerse en un pueblo de apenas tres mil habitantes tenía su aquel: cuando jugabas al escondite no había límites, valía toda la superficie del municipio y las partidas se alargaba la tarde entera. Más de una vez estuvimos a punto de llamar a Paco Lobatón de ¿Quién sabe dónde? para encontrar al compañero rezagado que aparecía en el último segundo al grito de "por mí y por todos mis compañeros" y ahí ya no había cascarón de huevo que valiese.

Antes de todo el boom de las videoconsolas en casa, los chicos de Guarromán crecimos en el salón recreativo, donde aprendimos una experiencia vital como era jugar al Street Fighter mientras alguien nos soplaba el humo de un cigarro a la cara para desconcentrarnos. Eso nos curtió como chicos duros y fumadores pasivos altamente preparados para cualquier adversidad en el futuro.

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Las excursiones del colegio eran muy variadas, íbamos al Diario Jaén, a la fábrica de galletas Cuétara, al Diario Jaén, a Cuétara y ¡ah! también nos llevaban a veces al Diario Jaén.

Cualquier niño de mi generación tiene la mítica foto en el archivo del periódico o en las escaleras de la entrada. "¡Mira papá, ahí estoy!", decías señalando en una diminuta foto un borrón de tinta que parecía ser tu cabeza, ¡Que ilusión salir en el periódico! Y en la factoría Cuétara, entre cero y nada era el nivel de interés que nos generaba conocer el proceso de producción de las galletas campurrianas aunque, para qué negarlo, nos hacía una ilusión terrible recibir al final de la visita una caja de Tosta Rica y pegatinas de los Picapiedra. ¡Yabadabaduuuuu!

Si hablamos de fiestas no podemos pasar por alto San Isidro, romería en la que todos los vecinos bajaban a la pradera de Piedra Rodadera. Por aquel entonces, como buen hijo de Jaén, me diagnosticaron alergia al polen del olivo y, otra cosa no, pero en esta provincia olivos hay unos cuantos. Para mí, esta fiesta era el equivalente a darle un baño de kryptonita a Superman y para asistir tenía que ataviarme cual hijo de Michael Jackson y fingir que me encontraba estupendamente ante mis padres "Mamá, estoy bien." decía levantando el pulgar mientras disimulaba un ataque de asma que me transformaba por momentos en un señor octogenario con la risa del perro Patán.

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El verano en Guarromán era absolutamente soporífero pero tenía un gran aliciente: el cine de verano, al que traían los grandes éxitos de cartelera que habían arrasado desde otoño y que ya te habían contado en el cole. Creo que nunca vi aquel recinto tan lleno como la noche que pusieron Titanic. Guarromán de mis amores en pleno llorando a moco tendido por el desfallecido protagonista al borde de la hipotermia. Tres horas de película en unos incomodísimos asientos de metal y el criminal sonido del proyector al aire libre que se intercalaba con una Céline Dion y todo un pueblo cantando a coro "My heart will go on". Historia guarromanense en estado puro.

En la espumada de las fiestas del Olivar

Dentro de la feria y fiestas del Olivar se celebraba la mítica espumada antes de que se pusiera de moda como algo muy cool y reclamo de las típicas discotecas de Ibiza. Era sencillo: un camión de bomberos, una plaza y un puñado de niños sepultados por una espuma que picaba en los ojos y que era tan tóxica como chupar una barra de uranio enriquecido fluorescente. A día de hoy sigo pensando que algunos vecinos tragaron más espuma de la cuenta. Esto justificaría algunos comportamientos extraños que se ven en el pueblo actualmente.

De la espumada a la pintada, el sufijo -ada en este ayuntamiento ha dado para muchísimas actividades: la pintada era el evento artístico por excelencia de Guarromán. Las paredes en el cauce del río Tamujoso, seco como la mojama, servían de lienzo para que cientos de chavales dieran rienda suelta a su creatividad. Esta cita anual con el arte empezó siendo como nuestro museo del Prado particular y fue degenerando en una batalla campal de pintura donde al volver a casa, tu madre vestida cual liquidador de Fukushima, no sabía si meterte en la bañera antes o después de cruzarte la cara.

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Con mi colega Llopis dándole al graffiti

Si eres de Guarromán, probablemente estés de acuerdo conmigo en que lo mejor de la feria es la noche en la que encienden el alumbrado y prenden el castillo de fuegos artificiales: un evento de presupuesto absurdamente desorbitado que nos hacía enormemente felices. ¿Quién puede resistirse a presenciar año tras año un espectáculo de luces, cohetes y petardos al son de la épica banda sonora de Carros de fuego y siempre con la sinfonía de ladridos de perros asustados como eterno acompañamiento?

Ya en la adolescencia, tras el pistoletazo de salida y en semejante estado de éxtasis hacíamos botellón de Licor 43 con naranja. Beber como cosacos aquel mejunje azucarado nos daba fuerzas suficientes para aguantar una verbena cargada de Paquitos chocolateros , caballos que caminaban hacia adelante y canguros que caminaban para atrás. Y es que ser adolescente en este pueblo era un hándicap, un hándicap de los grandes.

Siendo un poco menos niños y con un acné galopante, mi grupo de amigos sustituyó el azúcar del licor 43 por el tolueno del spray. Aquel pasado activo en la pintada brotó en forma de graffiti y en un abrir y cerrar de ojos habíamos acabado con el blanco resplandeciente de las paredes de cal. Una cosa es que seas Banksy en Reino Unido y otra muy diferente era intentar serlo en un pueblo tan pequeño. Que te atraparan era sencillo, tanto como jugar al Quién es quién o acusar de asesinato al mayordomo en una partida de Cluedo.

A día de hoy, el tramo de la Nacional IV ya no existe, no queda ni rastro de los columpios peligrosos y los toboganes asesinos, el paloduz no es trending topic en las aulas, las paredes de cal volvieron a su blanco original, ya no se hacen visitas a Cuétara con el colegio y en el local del salón recreativo ahora hacen pizzas y kebabs.

Todo cambia, sí, todo menos los chistes sobre el nombre de nuestro pueblo. Y no seas pesado, ya te he dicho que 'guarrawoman' no es la mujer de Guarromán.