Persea americana: Campeón invicto del superdomingo
Fotografía vía Munchies

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Super Bowl LI

Persea americana: Campeón invicto del superdomingo

Este es un elogio, una oda, a este protagonista del Super Bowl, que aunque siempre presente y en abundancia, queda oculto: El aguacate.

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Hagamos la pregunta de otro modo: ¿qué fue primero, el antojo o la campaña publicitaria? ¿Primero quisieron, nuestros vecinos en sus salas y comedores, hundir el nacho en guacamole o fueron las sutiles insistencias del mercadólogo y la publirrelacionista las que crearon el hambre? Parece una necedad, un detalle innecesario preguntarse por el aguacate habiendo tanto más que considerar en víspera del partido más importante de la NFL. El resultado del partido y el ganador del trofeo a jugador más valioso poco tendrá que ver con el puré de aguacate servido en trastes decorados, no me engaño. Aún así, la fruta –¿o verdura?– sería el detalle que amalgama este evento. Parafraseando al alemán Sebald: los pequeños detalles, apenas visibles, determinan todo. Digámoslo con palabras concretas: este es el elogio de un protagonista oculto hecho de datos.

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Empecemos: la semana que culmina con el Super Bowl es el momento en el año en el que más aguacate se consume en los Estados Unidos. Durante el año pasado se enviaron 800 mil toneladas de aguacates al vecino, y según estimados de la Asociación de Productores y Empacadores Exportadores de Aguacate de México 100 mil toneladas son enviadas especialmente para el evento. El año pasado, por ejemplo, en la semana del Superbowl L, se vendieron 278 millones de piezas. Como en toda ocasión de cantidades vastas, lo más preciso es el comparativo con el Estadio Azteca. No hay falla de ese modo: qué más dan las toneladas, ¿cuántos Estadios Azteca llenos de aguacates se consumirán este domingo?

Fotografía por Mauricio Castillo

Aficionados como somos a derivar orgullo de la presencia mexicana en todos lados, podemos decir que este regalo botánico de la geografía nacional domina un evento extranjero. Pero ese dominio es algo relativamente nuevo. Cuando Vince Lombardi orquestó el primer triunfo de Green Bay en templado domingo en el Memorial Coliseum de Los Ángeles, no había guacamole en las mesas de centro. Cuando la cortina de acero en los setentas, o incluso cuando Bill Walsh amplió el campo a pases cortos con los 49ers en los ochenta, tampoco abundaba el guacamole. Habrá sido chili, papas fritas, salchicha alemana o puré de papas pero no el oro verde mexicano. Según un estudio académico de antropología botánica, los primeros vestigios del consumo de este producto fueron hallados en Coaxcatlán, Puebla, hace diez mil años. Y luego se dispersó por varias regiones del continente, híbridos y entrecruzados, hasta la configuración variada actual, incluso un californiano de apellido Hass patentó una especie que ahora se conoce por su nombre. Pero fue después de los noventas, posterior a la firma del TLCAN, que esa cascada de verdor oleaginoso, esa pirámide de persea americana no se abultaba en las zonas fruteras de los supermercados. Y aquí, una vez más, es pertinente la pregunta: ¿qué fue primero, el antojo o la campaña publicitaria?

Dos digresiones mínimas hacia la historia profunda. Ambas son casi en trivia, pero ambas son también casi una profecía. Cultura adivinatoria si las hay, los mayas lo sabían: cierto calendario agrícola de aquella civilización que empataba, como los calendarios de los talleres mecánicos o de las oficinas gubernamentales, cada mes con algún ícono agradable, reservaba el glifo del aguacate para el mes catorce. No sabemos a ciencia cierta si el decimo cuarto de esos meses corresponde con la Supersemana de la NFL, pero siempre que quepa la posibilidad entonces la profecía está a punto de cumplirse. Por otro lado, en el Códice Mendocino, ese documento ilustrado de la antigüedad mesoamericana producido mientras reinaba en Nueva España el virrey Antonio de Mendoza, existe una inscripción ––un árbol con un diente en el tronco— que significa Ahuacatlan, o el lugar donde abundan los aguacates. Los especialistas lo han ubicado cerca de Jalisco. La adivinación es sorprendente si uno mira las cifras que ofrece la SAGARPA: cerca del 90 por ciento de las piezas de ahuacatl vienen del estado de Michoacán. Y, hasta el momento, dónde queda Michoacán si no cerca de Jalisco.

Por eso, si el martes ocho de noviembre las inclinaciones de los electores en Estados Unidos hubieran sido distintas, estaríamos hablando de aguacates con cierto fastidio. "Sí, ya sabemos que el aguacate se vende mucho, pero mejor hablemos de la defensiva contra el pase de Nueva Inglaterra". Tal vez una mención o dos, alguna seguidilla de notas por el anuncio que aparecerá en el primer cuarto del Super Bowl LI, y poco más. Trump y su cabalgata contra el TLCAN hace que quizá sea más urgente cantar una oda al aguacate. Encarecida la compra por impuestos y aranceles, quizá la tarde del domingo más especial de febrero vuelva a ser sólo ese festival del maíz y el cerdo con salsa barbacue. Este toque mexicano, reivindicación hispanoamericana en un país que cada vez se vuelve más diverso, recuerda que el sincretismo se beneficia de la extrañeza, del maridaje de lo improbable. Si la tragedia aguacatera se concretara, quizá estemos ante la posibilidad de que surja una especie de mayonesa sintética y verdosa, coloreada con el tóxico verde #3, que se comercie como "avocado flavored paste" o alguna cosa similar. Terrible pérdida del gusto: si el guacamole es expulsado del Super Bowl, gana la homogeneidad.

Entonces, ¿qué fue primero? ¿Habrá estado ahí, latente, escondido en las papilas gringas la predisposición a hacer del pico de gaiou el perfecto compañero del nacho, el jersey y la cerveza aguada? ¿O fue la lenta erosión de las reservas que provocan las campañas publicitarias, los afiches, las inserciones, los pequeños guiños en los recetarios —en fin, el marketing en pleno—, la que consiguió esta preeminencia?