Vida después de la muerte: el regreso del futbol a Ciudad Juárez
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Vida después de la muerte: el regreso del futbol a Ciudad Juárez

Hace unos años, la incertidumbre económica y de seguridad mermó al equipo de Ciudad Juárez. Ahora, la que fue considerada la ciudad más peligrosa del mundo, tiene un nuevo equipo y una nueva esperanza.

El estadio de futbol en Ciudad Juárez se ve bastante bien estos días. Lo pintaron por afuera y por adentro. Los banners publicitarios que rodean al estadio son nuevos y han sido lavados después de la tormenta de arena que dejó su paso durante la noche. Cemento Chihuahua y Coca-Cola. El banner más prominente no es en sí un anuncio de publicidad, sino una foto del Papa Francisco sonriendo a los jugadores que calientan sobre el campo. Una hora antes del arranque, los vendedores de tacos empujan sus puestos sobre ruedas en el estacionamiento, atrayéndome a salir por el sonido de los alimentos hirviendo. Una camioneta de las televisoras nacionales apunta su antena satelital hacia el cielo. El altar gigante donde el Papa ofició una misa, sólo un par de meses atrás, permanece de pie.

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Es casi inapropiado pensar sobre la cabeza cercenada. Pero no puedo evitarlo. Recuerdo claramente la cabeza cercenada que encontraron aquí en el estadio. Pertenecía a un policía federal, un tipo asesinado y desmembrado antes de que sus miembros fueran dispersados a lo largo del río que separa a Juárez de El Paso. Su cabeza, para incrementar el nivel de sorpresa, cayó intencionalmente en el estadio no hace mucho en 2010. O tal vez sí fue hace mucho, porque nadie habla de ello, y de cualquier otro asesinato que convirtió a Juárez en la capital de los asesinatos a nivel mundial en ese entonces, cuando solía vivir aquí. En su lugar, lo que todo el mundo me dice es que Juárez ha mejorado.

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"Definitivamente, Juárez está mejor", dice Whiskey, el manager de equipamiento de los Bravos, el equipo de futbol al que he regresado a Juárez para apoyar. "Juárez está mucho mejor ahora", dice Miguel Carbajal, amigo mío y capo de El Kartel, la barra brava de los Bravos. Fueron ellos quienes remodelaron el estadio. Los Bravos, y su espectacular y veloz éxito en el campo son presentados como la muestra más clara de que Juárez está de regreso, de que ahora todo está bien. También lo creo. En los pocos días desde que regresé a la frontera, he visto mucho mejor a la ciudad. Hasta se siente mejor, más calmada, segura. En el estacionamiento afuera del estadio, escucho los tambores y las trompetas de El Kartel, calentando para el partido. No puedo esperar para ver a los Bravos jugar. ¿Qué hay de los pensamientos sobre la cabeza cercenada? Intento sacarlos de mi mente, como todo el mundo.

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El Kartel, antes el grupo de animación de Los Indios, apoyan de corazón al nuevo equipo de Juárez. Foto por Ivan Pierre Aguirre

Los Bravos del FC Juárez es uno de los equipos más notables en la historia del futbol mexicano. Luego de su inicio el pasado julio en la Liga de Ascenso, la segunda división del futbol mexicano, los Bravos se llevaron a casa el campeonato en su primera temporada. El trofeo les puso un pie en el ascenso hacia la Liga MX, el máximo circuito del balompié mexicano. La victoria puso de nuevo a Juárez en el mapa futbolero de México, lo cual muchos creyeron que no pasaría en un buen rato. Yo también dudé que algún día los vería de nuevo.

Fui seguidor del equipo de antaño de Juárez, los Indios, cuando me mudé aquí en 2009. En ese entonces, la violencia era particularmente preocupante. Volteando hacia el pasado, siento que las palabras "violencia" o incluso el adjetivo "preocupante" se quedan cortas. Era peor que eso. En el año en que llegué, 2,700 personas fueron asesinadas de un total de 1.3 millones; aproximadamente la cantidad de habitantes en Filadelfia. Al año siguiente, mientras estaba aquí, hubo 3,910 homicidios, de acuerdo con los oficiales del estado de Chihuahua. Esto es más que diez asesinatos por día, obviamente, todos los días a lo largo del año.

"Nunca vi a alguien ser asesinado", dice Eduardo Uribe Vargas, el Director de Parques y Jardines de Ciudad Juárez. "Pero sí vi cuerpos en las calles, cuando conducía de regreso a casa del trabajo o cuando iba a mi rancho en el valle".

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Yo tampoco vi a alguien ser despojado de su vida. Pero también me tocó ver cuerpos sin vida. Tres en total afuera de mi apartamento, sobre la calle. Dos en una tienda de conveniencia cercana al aeropuerto. Uno frente a mi tienda de abarrotes. Uno más en el estacionamiento de mi lavandería; aquella víctima el colega de un amigo. Un compañero de trabajo de otro amigo fue el siguiente. Un día rumbo al centro comercial Río Grande para comprar algo de café en el último día del peor año, mi amigo y yo pasamos lentamente junto a tres cuerpos de mujeres tendidos en medio de la Avenida Paseo Triunfo de la República, una vía principal. Ingresamos al centro comercial, terminamos nuestras bebidas, y para cuando salimos los cuerpos habían desaparecido de la calle, el flujo de los autos avanzaba con normalidad como si nada hubiera pasado.

Los jugadores de los Indios y entrenadores navegaron a través de la violencia como todos los demás. A un mediocampista le robaron su auto a punta de pistola. Un portero huyó de la ciudad con su familiar luego de que un ladrón le apuntara a la cabeza con una arma de fuego. Alguien baleó de muerte a un entrenador en una tienda de teléfonos celulares —no sabemos quién le disparó porque los criminales en Juárez casi nunca son atrapados, ni castigados—. Cuando los Indios ascendieron al máximo circuito en 2008, fueron declarados como un bien civil; lo único que funcionó en Juárez. Pero conforme intentaron jugar alrededor de la violencia, comenzaron a perecer en el campo. El club tuvo 27 partidos consecutivos sin conocer la victoria, un sospechoso récord de liga. En 2010, el año más violento, los Indios descendieron de nuevo a las menores. Un año después, el club se vino abajo en su totalidad.

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"Para ese entonces los Indios estaban heridos, porque las cosas se fueron a la basura dramáticamente", dice Alejandra de la Vega, la dueña principal de los Bravos, el nuevo equipo. "Fue imposible. En ese entonces Juárez era un pueblo fantasma. Ahora está mejor".

De la Vega es juarense de tercera generación, y un personaje importante en ambos lados de la frontera. Su familia controló la distribución de cerveza en la ciudad que los hizo ricos. De la Vega se hizo aún más acaudalada cuando se casó con un multimillonario petrolero de Texas. Vive con él cruzando el río en El Paso, viajando todos los días para supervisar el negocio familiar en México, y viajando por Juárez con una SUV blindada y un conductor que mantiene un rifle automático en el asiento de al lado. Aunque podría vivir en cualquier otro lugar, permanece en la frontera por decisión propia. "No siempre todo es blanco y negro", dice, "pero Juárez es gran parte de quién soy".

Cuando se desató la violencia, de la Vega se reunió con colegas del lado de Ciudad Juárez para meditar ideas sobre cómo detenerla. Estudiaron a ciudades como Medellín, Colombia, y Palermo, Italia. ¿Qué habían hecho esas ciudades? Los deportes, concluyó, fueron parte necesaria de la solución. A pesar de que los Indios habían fracasado rotundamente, de la Vega decidió que su ciudad debería volver a intentar alinear a un equipo sobre el campo.

"Para nosotros, el futbol es muy poderoso porque nos provee modelos a seguir", dice. "Hicimos encuestas en las colonias. Algunos niños dijeron querer ser sicarios. En realidad te hace reflexionar de que se necesita proveer sueños para la comunidad. Si no lo haces, entonces estos niños crecerán para ser aquellos que asesinen a tus hijos".

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Es notable lo rápido que puso a funcionar a los Bravos. En sólo seis semanas, escogió un nombre, encontró un estadio, diseño uniformes llamativos, y armó un plantel completo. En el draft de la liga en Cancún, ella y sus entrenadores le preguntaron a los jugadores prospecto si se sentirían cómodos viviendo en Ciudad Juárez. ¿Tendrían la disposición de visitar escuelas, hospitales, y visitar la varias fábricas en Juárez? Por la forma en que se refiere a los jugadores, pareciera que son trabajadores sociales. En conjunto, se les paga mucho más que en cualquier otro equipo de la liga, lo que podría ser la razón de su buen desempeño. Desde el primer partido, los Bravos eran contendientes al título.

"Es una increíble oportunidad para que nosotros intentemos proyectar la marca de Juárez de una mejor forma", dice de la Vega. "Las malas noticias tiene alas. Las buenas no tanto. Queremos que nos conozcan más allá de las malas cosas que sucedieron en años malos. Somos mucho más que eso".

Paul Foster y Alejandra de la Vega llevaron a los Bravos a Juárez. Su cercana afiliación con el partido político del PRI ha irritado a algunos seguidores. Foto por Ivan Pierre Aguirre

De la Vega dice que el nombre de su equipo, Bravos, fue seleccionado por el voto público. "Creo que fuimos muy democráticos a la hora de escoger el nuevo nombre. Es el equipo de la comunidad, no el mío. Le pertenece a la gente".

Aunque admite que Bravos era de su preferencia —"Quería algo distinto"— y que de hecho en el voto popular su elección quedó en cuarto lugar, por detrás de Indios. No es sorpresa. Casi todos los equipos de la ciudad, desde un viejo equipo de beisbol fundado por su padre, hasta un nuevo equipo de basquetbol, son conocidos como los Indios. Es lo que la gente de Juárez quería, pero de la Vega se quedó con Bravos.

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También decidió que los nuevos uniformes serían verdes, con una gran "X" roja en el pecho, para evocar una escultura característica que se ve desde la frontera. Creo que las playeras se ven espectaculares, pero no fueron bien recibidas por El Kartel y otros fans. Esto tampoco fue una sorpresa. Los Indios vestían de rojo, blanco y negro. El equipo de beisbol sigue vistiendo rojo, blanco, y negro. Y lo mismo con el equipo de basquetbol. Verde es el color del equipo del Santos de Torreón, uno de los enemigos futboleros de Juárez. Y, aún más controversial, el verde es el color principal del PRI, el partido político dominante de México.

"Sí, bastante", responde Miguel de El Kartel cuando le pregunto si la asociación con el PRI es un problema. Miguel y el resto de la barra brava se niegan a vestir las equipaciones verdes. Jamás ondean banderas durante los partidos. No quieren que el FC Juárez sea visto como el equipo del PRI, o de cualquier partido político.

El cuñado de Alejandra de la Vega, Álvaro Navarro, es el Vicepresidente de los Bravos. Básicamente está a cargo de las operaciones diarias. Las oficinas temporales del club fueron instaladas en un espacio que tiene de una compañía embotelladora de la que es dueño. También es un servidor político activo en las campañas del PRI, y fungió como Secretario de Economía del estado de Chihuahua. Cuando lo conocí en su planta embotelladora, me percaté de fotos en sus paredes del presidente del PRI, Enrique Peña Nieto, y también de César Duarte, el gobernador priista de Chihuahua. Mientras Álvaro y yo estábamos hablando, me interrumpió un momento para tomar una llamada telefónica de Enrique Serrano, hasta hace poco alcalde de Juárez —Serrano, partidario del PRI, dejó su puesto para nominarse como gobernador—.

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"De verdad necesitamos que sea elegido", me dijo Álvaro después de convivir, disculpándose por la interrupción. "Él hará mucho por Juárez".

Las elecciones son en julio, no sólo para gobernador, sino también para elegir a un nuevo alcalde en Juárez. Los espectaculares de los candidatos plagan la ciudad. Los más prominentes son los de Teto Murguía para alcalde. Su sonrisa lasciva se puede ver en prácticamente toda calle y lámpara. Así eran las cosas cuando vivía en esta ciudad; Teto estaba en todas partes, de nuevo contendiendo por la alcaldía. Pero esta vez hay una estatua de Teto afuera del estadio de futbol, en apariencia para honrar a los profesionales que jugaron futbol en la ciudad. Teto, en plata brillosa e intocable, patea la pelota con la punta de su zapato. Teto jamás jugó futbol profesional en Juárez, pero qué le vamos a hacer. Teto es del PRI. Intenta quedarse por tercera vez en el cargo. Si él sigue presente en todo esto, me preguntó cómo podrían cambiar las cosas realmente en Juárez.

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Un periódico de la Ciudad de México acusó a Teto de financiar su primera campaña con dinero de un cártel de Juárez. Tres meses después que su primer terminó expiró, el jefe de la policía, escogido cuidadosamente por Teto, fue captado transportando más de una tonelada de mariguana hacia Texas. Teto aseguró no tener idea alguna de que su amigo y compañero de negocios era traficante de drogas.

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El principal oponente de Teto en estas elecciones, Armando Cabada, fue durante cuatro el principal presentador de noticias del popular canal 44 de Juárez. Como parte de su campaña, Cabada se dispuso a ver un partido de los Bravos en en el estadio con El Kartel. Le prometió a la barra brava que de salir electo haría que el equipo renunciara al verde del PRI en sus uniformes. También intentará cambiar el nombre de nuevo a Indios. Recientemente, dos narcomantas fueron encontradas colgadas en las calles de Juárez. Firmada por los "asociados de Farfán", en las narcomantas se leía, "Cadaba, tú y tu esposa 'La China' le robaron al cártel. Ahora nos toca nuestra parte".

En conferencia de prensa, Cabada admitió que su esposa se había casado con Joel Farfán Carreño, asociado del Cártel de Juárez quien ahora cumple su sentencia de 25 años en prisión en Estados Unidos. Su esposa se divorció de Farfán luego de seis meses de matrimonio en cuanto se enteró que su prácticas ilegales. "No voy a ser intimidado", dijo Cabada en la conferencia de prensa. "No tengo nada que ocultar, y no le debo nada a los narcos".

Aún hay homicidios en Juárez. Mientras que el volumen de las muertes ha bajado —por mucho—, los asesinatos siguen siendo muy parecidos a los que vi cuando vivía aquí. Rara vez son investigados por la policía. El día previo al partido, tres hombres fueron baleados cerca de una primaria; los testigos vieron a los agresores huir en una camioneta pickup roja. El mismo día, encontraron un cuerpo con señales de tortura a un lado de la Carretera Panamericana. Estas muertes son violentas y rutinarias. A menudo parecen perpetradas por cárteles, justo como antes.

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En cuanto regresé a Juárez, tuve la oportunidad de reunirme con el actual alcalde, Javier González Mocken. Sustituyó a Serrano cuando éste decidió contender para la gubernatura, y sólo ocupará el puesto hasta las elecciones. También es del PRI, y la mayoría del tiempo habló solamente de los Bravos. "Me alegro por el equipo", dijo. "Los Bravos son una nueva identidad para la ciudad. No más cárteles de drogas".

El delantero de los Bravos, Leandro Carrijó, celebra con sus compañeros. Foto por Ivan Pierre Aguirre

Puedo ver las mejoras. El viejo centro, justo cruzando El Paso, está siendo remodelado. El pasillo principal de bares muestra nuevas fachadas, nuevas lámparas, e incluso una nueva calle. La transformación aún no es completa —la mitad de los edificios en El Centro se ven abandonados, o tal vez son marcas de la violencia— pero muchas de las estructuras vacías han sido pintadas, lo cual ayuda. Un proyecto ambicioso para construir un túnel transformó el área alrededor de la catedral de Juárez es un centro comercial para transeúntes. En general, los cambios son atractivos. Yo diría que hasta buenos, si te gusta la imperfección y el ambiente como a mí.

Pero también veo fantasmas por todos lados. La noche previa al juego, mientras manejaba del estadio al centro, pasé por una cancha de futbol sala, un híbrido techado pero en la intemperie. Recuerdo el cuerpo que encontraron justo ahí, sobre el pasto artificial, debajo de una pancarta con el eslogan de la ciudad de aquel entonces, "¡Juárez vive!" Pasando City Hall, recuerdo a dos hombres que fueron baleados en una Jeep Wrangler cerca del puente de Santa Fe hacia Texas. Estaba con Mike de El Kartel y me sugirió que fuéramos al Yankee Bar, sobre la Avenida Juárez. Me estremecí porque en algún punto recuerdo ver una cabeza sobre la acera frente al bar. Pero cuando llegamos, me di cuenta que el Yankee Bar había sido transformado en un bar de deportes común y corriente. Las pantallas mostraban partidos de futbol. Nos tomamos unas cervezas. Intenté pasarla bien.

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"Las cosas han mejorado", me dijo una amiga aquella noche, mientras tomaba de su margarita en el Kentucky Club, lugar que asegura haber inventado la bebida. Ella es oriunda de Juárez. Vivió el peor período de violencia. Le dije que sentía como si nada malo hubiera pasado en la ciudad, que tal vez me había imaginado todas las muertes. Su gesto de desaprobación me trajo alivio. Todo mundo en Juárez conoce a alguien que ha sido asesinado. Todos tienen que cargar con ese peso.

"Todos vivimos con ello", dijo. "Vive dentro de todos nosotros".

El inicio del partido es a las 7:30, después de que el sol descienda de las colinas de la Sierra Madre. Regresó al estadio, abrochando mi chamarra hasta el cuello para cubrirme de la noche del desierto. Los Bravos toman el campo vistiendo mangas largas en sus llamativos uniformes verdes. Los enemigos son los Leones Negros, otro equipo de segunda división de Guadalajara. Es un partido de copa, sin mucha importancia comparado con los juegos de temporada regular. De todos modos, se transmite a nivel nacional, y es una excelente oportunidad para poner a Juárez en los reflectores. La asistencia es muy buena, en especial para un martes por la noche. También ayuda que el pequeño estadio cuenta con buenos asientos y que los boletos son muy baratos.

En el primer silbatazo, me toma unos minutos olvidarme del futbol europeo que he visto por la televisión; la Liga de Ascenso no es exactamente La Liga. Los Bravos no están jugando su segunda temporada tan bien como su primera. "Campeonitis" dice un amigo que escribe sobre futbol para El Paso Times. Juárez ni siquiera entrará a la liguilla, lo que significa que no podrán repetir el título y no ascenderán de forma automática. De todas maneras, tendrán que enfrentar al ganador de esta temporada para ver quien logra ascender. Juárez ya tiene un pie en primera división.

Compro una cerveza. Mirando hacia la parte alta del estadio, en el palco del dueño, veo a Alejandra de la Vega animando al equipo. Camino hacia la parte sur del estadio donde se reúne El Kartel, pero primero tengo que convencer a un guardia de seguridad para que me deje pasar, porque las barras bravas tiene la reputación de ser violentas. No creo que sea justo. Nunca me he sentido amenazado por ellos, y considero a muchos mis amigos. Inmediatamente, el vendedor me pasa otra cerveza, y después una bolsa de pepitas. Me uno en los cánticos, todos en español.

"Vamos, vamos Juárez. Tu gente está aquí para apoyarte. En casa o de visita, nunca te dejaremos".

"Ganaremos, Juárez, ganaremos".

De tanto cantar, me es difícil seguir la acción dentro del campo, lo cual no me incomoda. No es como si conociera a los jugadores, y no es como si el partido fuera los principal. "Lo bueno es que de nuevo tenemos un equipo al cual apoyar", dice Juvie, un vendedor que vivía en Las Cruces, Nuevo México, hasta que fue deportado. "Me metí en algunos problemas aquí", me dice queriendo reírse. Después de noventa minutos, el marcador final es un empate, 1-1, lo suficiente para que Juárez siga avanzando en el torneo. El delantero de los Bravos corre hacia las gradas, se quita la playera y la avienta a El Kartel. De su piel sale vapor por el frío. Su playera es bien recibida, aunque se trate del verde de un partido político.

Regreso la mirada a Alejandra de la Vega en su palco. Se le ve contenta. Por supuesto, también lo estoy. Espero que los Bravos asciendan a la Liga MX, y que Juárez siga llamando la atención por algo que no sean asesinatos. De todas formas, esas son noticias del pasado. Tal vez nunca ocurrieron.