Frankenstein sobre ruedas

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Frankenstein sobre ruedas

Los almendrones de La Habana —esos autos clásicos de musical cincuentero que ruedan por las calles de la ciudad— son prueba de que un auto muerto puede volver a la vida si el ingenio coopera.

La escritora Mary Shelley imaginó, en su novela más famosa, a un ser llamado Frankenstein: una criatura ensamblada con brazos, piernas y cabeza de distintos cuerpos humanos, llevada a la vida gracias a una descarga eléctrica. La creación de Shelley —humana, a la vez monstruosa— se ha entendido como una metáfora para aquellas obras que escapan de la mano del creador y adquieren vida por virtud de su propia potencia.

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Los almendrones de La Habana —esos autos clásicos de musical cincuentero que ruedan por las calles de la ciudad— son prueba de que un auto muerto puede volver a la vida si el ingenio coopera. A falta de refacciones, los cubanos han tenido que recurrir a soluciones inventivas para reparar los viejos autos.

En el taller de Candito se especializan en fabricar las refacciones por mano propia. Tras cruzar una pesada reja de metal y atravesar un patio donde los cascarones de dos viejos Dodge se someten a una paciente restauración digna de fresco de iglesia, se encuentra el lugar de trabajo de Candito. Ahí, bajo un techo frágil, están las láminas con las que los mecánicos labran (ellos lo llaman "conformar") las puertas, cofres, radiadores y salpicaderas; tras fabricar la autoparte, esta se ensambla al cuerpo del auto con ayuda de una soldadora improvisada.

Más que mecánicos, se podría decir que Candito y sus hombres son herreros o, incluso, escultores. Así como el poeta convierte meros sustantivos en versos y el pintor transforma brochazos de pintura en metáforas profundas de lo humano, Candito forja, con técnicas del pasado, los autos del presente: gracias a estas piezas, La Habana sigue viva.

ANTITURISTA es una colaboración entre VICE e Interjet. Viaja a Cuba y piérdete en el goce.