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Dinero

Aprendí a planear financieramente, aunque crecí en la pobreza

Así es como vivir en la pobreza me ayudó a planificar mejor mi futuro.
Ilustración de Xavier Lalanne-Tauzia ​
Ilustración de Xavier Lalanne-Tauzia

Artículo publicado originalmente por FREE Estados Unidos.

Me di cuenta de que éramos pobres la primera vez que se fue la energía. Como la más joven de cinco hermanos, tengo una memoria muy viva de tener siete años y estar buscando en un cajón algunas velas después de que nos quedamos en la oscuridad. Después, esa noche miré por la ventana, y me di cuenta de que éramos la única casa sin luz en toda la cuadra.

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Escuché a mi mamá al otro día alegando con la compañía de electricidad, “$10.500 (alrededor de 3 dólares) más el próximo jueves, lo prometo”. Hicimos un juego con la falta de luz esa noche, riéndonos mientras proyectábamos marionetas de sombras contra las paredes de la cocina. Pero la ilusión se había roto, especialmente una vez que la electricidad empezó a irse cada semana después de eso.

Ayesha Cording Family photo

Ser pobres nos hacía diferentes del resto de nuestros vecinos en Rangiora, una ciudad de clase media de Nueva Zelanda, y eso me avergonzaba. Como muchos otros niños viviendo por debajo de la línea de pobreza, en vez de aprender a planear financieramente, aprendimos a sobrevivir.

En Colombia, según datos del DANE del 2017, una familia es pobre si recibe, en promedio, menos de $250.620 al mes; es decir, una familia de cuatro personas es pobre si recibe menos de $1.000.000 al mes. En Nueva Zelanda, según Unicef, los niños crecen en la pobreza si su familia gana menos del 60% del ingreso nacional promedio, que en 2016 fue $60.000.000 al año o $1.120.000 a la semana. Nueva Zelanda es un estado de bienestar que provee amplia asistencia financiera a los pobres, pero el Gobierno desalienta y castiga a los que reciben ayudas gubernamentales por tener una cuenta de ahorros con intereses.

Mi mamá (soltera), quien sufría una discapacidad por una rara enfermedad de su ojo, nunca pudo trabajar y nunca aprendió cómo planear financieramente – y nosotros tampoco. En cambio, aprendimos que cada centavo se tenía que gastar o podría desvanecerse. Aceptamos que la mayoría de nuestro cheque de $800.000 (alrededor de 260 dólares) de cada dos semanas se gastaba en comida, y mirábamos al hambre a los ojos cuando la comida no duraba ni la quincena.
Aprendimos cómo vivir sin nada, pero eso no impidió que deseara cada cosa que no podía tener.

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Cómo caí en una adicción a comprar basura

Cuando me gradué del colegio, no estaba sola en mi ignorancia financiera.

En Colombia, por ejemplo, la situación no es mejor. Como reportó la Revista Semana, en las Pruebas Pisa del 2012 Colombia ocupó el último lugar en educación financiera. Este no es un problema exclusivo de aquellos que vienen de contexto menos privilegiados. Y aunque Colombia se ha posicionado como uno de los 59 países que ha establecido una política pública en materia de educación económica y financiera, enfrenta retos para lograr su implementación como lograr una unión entre la academia y los sectores público y privado, para implementar acciones que conlleven a la mejora de los niveles de formación de los colombianos en esta materia.

Por otro lado, una encuesta de 2016 en Estados Unidos encontró que cuatro de cada diez estudiantes universitarios no les siguen la pista a sus gastos, mientras que más de la mitad dijeron que no habían recibido educación financiera en el colegio. Según un estudio del Banco Mundial de 2013, en Colombia, el 64 % de la población planifica para menos de un mes o no planifica, el 58% no alcanza a cubrir todos sus gastos y solo el 41 % de los menores de 60 años se ha preparado para los gastos de la vejez.

A los 18, me fui de la casa. Lo único que sabía de plata es que tenía que gastarla tan rápido como fuera posible. A los 20, me gastaba la plata en público. En privado, ignoraba los recibos y botaba las cartas de los que buscaban cobrarme deudas. Estaba rodeada de basura: velas con esencias, maquillaje fino, decoraciones inútiles, perfumes de diseñador, ropa a la que no le quitaba ni la etiqueta y un enterizo de lana con patrones de pato por el que mi exnovio me amenazó con terminarme si no dejaba de usarlo.

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Hace cinco años, a los 23, fue necesaria una camioneta más un tráiler totalmente llenos para que entendiera el monstruo que había creado. La burbuja de cosas en la que estaba metida se reventó en la entrada de mi casa. Nada de esto me traía la sensación de plenitud que buscaba. Cuatro años de dirigir un negocio de compra de ropa en línea y lo único que me había dejado era una gran pila de basura mal hecha y cara. Ah, y muchas deudas.

Cómo me enseñé, finalmente, a presupuestar

Finalmente, el miedo de arrepentirme los siguientes diez años eclipsó lo avergonzada que estaba de confrontar mis problemas financieros. Esta no era la vida que esperaba, no estaba ni cerca. Si no cambiaba iba a estar quebrada, viviendo en la misma ciudad y dependiendo de cada pago hasta que me salieran canas. Nunca iba a saber qué era la independencia financiera o cumplir mi sueño de recorrer el camino de la Cresta del Pacífico. Entonces tomé una bolsa de basura llena de mis pertenencias, me cambié de ciudad, vendí todo lo que no necesitaba y doné el resto. Tenía que soltar y aprender de mi pasado. Dependía de mí romper el ciclo. Así lo hice:

Identifiqué una meta. Me puse como objetivo ahorrar lo suficiente para viajar por un año. Para ayudarme a lograrlo, devoré libros de finanzas personales de la biblioteca, incluyendo Transformación Total de su Dinero de Dave Ramsey y Obtén Una Vida Financiera de Beth Kobliner. Vi videos de YouTube sobre planeación básica y seguí a blogueros que estaban en un camino similar. Con una meta hacia la cual trabajar, calmé la urgencia de desordenar mi vida con todo lo que había deseado alguna vez.

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Ayesha-Cording-Annapurna-Circuit-2017

Creé un presupuesto simple para ajustarme. Usando Word, hice una plantilla para rastrear cuánto gastaba cada semana en lo esencial – comida, arriendo, utilidades. Luego me di $50.000 de (alrededor de 15 dólares) como margen de maniobra (por “margen de maniobra” me refiero a un vino de $13.000 o cuatro dólares, acompañado de una buena llorada) y el resto era para pagar las deudas. Actualizaba esta plantilla cada semana; mantenerla simple significó que podía apegarme a ella.

Me perdoné. Tenía mucha vergüenza sobre cómo había crecido y por mi relación irresponsable con la plata, pero también por usar un enterizo de lana con patrones de pato todos los días por los últimos dos años (lo siento Paul, no eras tú, era yo).

Cómo me mantuve fuerte y continué aprendiendo

Ahora, con casi 30, reconozco que la crianza que inicialmente evitó mi desarrollo es lo que mantiene mi mentalidad fuerte todos estos años después. Descubrí que no tener cosas es natural para mí cuando cambió de ser una necesidad a ser una elección personal. La forma en que fui criada me dio las herramientas mentales para apreciar lo que tengo, en vez de obsesionarme por lo que quiero.

Ahora tengo sobrinos y quiero mostrarles todo mi amor dándoles todo lo que nunca tuvimos, pero a la vez sé que lo que quiero para ellos es que aprecien que la plata no equivale a la felicidad o amor.

Supe que era pobre a los siete años cuando la corriente se fue, pero sabía que mi vida siempre sería rica cuando tuviera ese poder de vuelta.

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