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Nuestra vida después de 30 años secuestrados en la selva peruana por Sendero Luminoso

En 2015, 54 indígenas que estuvieron cautivos en un campamento del grupo terrorista, fueron rescatados y enviados a vivir a una comunidad nativa. VICE News viajó a esta zona cocalera para conocer el proceso de reinserción de los exprisioneros.
Virginia Matusanchi, una delle superstiti del gruppo terrorista. (Foto di María Cervantes/VICE News).
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En julio y agosto del 2015, un total de 54 personas en Perú, entre ellos niños y mujeres, fueron liberados de un campamento donde los remanentes del grupo terrorista Sendero Luminoso los mantuvo cautivos aproximadamente 30 años. Durante ese periodo vivieron en el 'sector 5', un área en el monte que los senderistas destinaban a la "masa de producción", es decir, a las personas que se dedicaban a trabajar para alimentar a los mandos y combatientes.

La noticia dio la vuelta al mundo. Los indígenas aparecieron en las primeras planas de los diarios nacionales. Pero para el Estado, y para el mismo grupo de rescatados, inició un proceso complejo de reinserción en la sociedad.

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A finales del 2015, las familias fueron trasladadas a una comunidad nativa de la selva central del Perú, no lejos del campamento donde vivieron décadas cautivos, pero esta vez resguardados por el río, la naturaleza salvaje y de vez en cuando, por la policía contrasubversiva.

'Por cualquier problema te mataban…, un error te disparaban'.

Su nuevo hogar está ubicado en el Valle de los Ríos Apurímac, Ene y Mantaro, conocido como VRAEM, la segunda zona más cocalera del mundo, según un reporte de la Oficina de las Naciones Unidas contra la Droga y el Delito del 2015.

En esta área el Estado ejerce una lucha contra el narcoterrorismo debido a que los senderistas aún realizan ataques y actividades delictivas. De hecho, el pasado 9 de abril, un día previo a las elecciones presidenciales de primera vuelta, los terroristas abatieron en Junín a ocho militares y dos civiles que debían resguardar las casetas de votación.

VICE NEWS tomó camino hacia a Junín, un lugar donde los paisajes son paradisíacos pero la tensión flota en la zona, para conocer la situación actual de los rescatados de Sendero Luminoso, a casi un año de su liberación.

Este es el local comunal donde viven los rescatados de Sendero Luminoso. (Imagen por María Cervantes/VICE News).

Nos internamos en la selva, hasta un lugar donde las carreteras se pierden y aparecen los ríos y montañas. Los militares están presentes por el puerto vigilando el posible paso de droga. Para llegar hasta donde están los rescatados hay que hacerlo navegando en bote, pero por motivos de seguridad evitamos decir el lugar exacto de su ubicación.

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Por fin llegamos a una de las comunidades nativas Asháninkas que están dispersas por el VRAEM. Uno de los pobladores nos recibe con su hija de tres años; ambos caminan descalzos pese a las altísimas temperaturas.

Me informa que antes de hablar con cualquier persona del grupo tengo que recibir el permiso del "jefe". Así que vamos a buscarlo. Es mediodía y todos están realizando labores en las chacras (granjas) ubicadas en el monte, o pescando en el río.

Caminamos por el vasto territorio de generosa naturaleza de la comunidad. Las vistas quitan el aliento. Encontramos a Walter Castro, el "jefe". Un hombre pequeño y moreno que con su cabeza sostiene el alambre de un canasto de yucas que cae en su espalda. Él no va descalzo, lleva botas, y en su mano derecha un cuchillo.

Él estuvo secuestrado en los campamentos terroristas. En realidad, esta comunidad desapareció por completo en 1989. Ese año todos fueron llevados al monte por los subversivos. Según el informe de la Comisión de la Verdad y Reconciliación publicado el 2003, durante el conflicto armado 5.000 nativos de todo el país fueron hechos prisioneros en los campos y 10.000 fueron desplazados por la fuerza o por voluntad propia. "Aquí no quedó nadie", dice Walter.

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Walter Castro es el jefe de la comunidad, quien estuvo secuestrado en los campamentos terroristas. (Imagen por María Cervantes/VICE News).

Narra que en los comités de Sendero Luminoso lo despertaban a las 4 de la mañana para adiestrarlo en el enfrentamiento contra los enemigos. Si veían helicópteros corrían al monte. "Nuestra vida era similar al ejército. Todo se centraba en cuidar el cuerpo, nada más, comer un poquito y ya está", recuerda.

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En esas épocas no conocían el arroz, ni el fideo, ni la sal. Sólo se alimentaban de sopa de yuca. "La yuca era nuestra vida, por eso la gente moría", dice.

Por falta de comida fallecieron en el monte su padre, sus hermanos y su cuñado. El jefe Asháninka recuerda que en el campamento lo trataban bien, "pero por cualquier problema de frente te mataban, un error te disparaban. Si se daban cuenta de que querías escaparte; si escapaba tu familia, los que se quedaban pagaban con su vida".

Es así que en el año 1995 decide huir del terror, gracias a que a sus manos llegaron los volantes que repartía el ejército por la zona, llamando al arrepentimiento.

Mientras Sendero Luminoso decía a los indígenas que los soldados los matarían si los encontraban, los volantes les prometían acogida y los llamaban a ir a sus lugares de origen.

Escapó solo, por el río, hasta que los militares lo encontraron. Luego se unió al ejército en la lucha contraterrorista como guía. Realizó patrullas para salvar a sus hermanos que aún estaban en el monte. Ellos también lograron huir, y lo que quedó de la familia se pudo reunir para repoblar la comunidad. En el año 1995 regresaron a estas tierras ocho personas, "ahora somos unos 200", dice Walter.

Los 'rescatados' duermen en el suelo de área comunal

Walter nos invita mazato, una bebida hecha a base de yuca, que se toma en un recipiente de coco. Nos sentamos en un tronco mientras vemos jugar a sus hijos en la tierra. Las gallinas caminan alrededor de ellos. El calor empieza a menguar. Las hojas de los árboles ya hacen ruido por el viento. Es tarde y pronto llegarán de la faena los comuneros.

Los hombres están trabajando en la construcción de las casas temporales prometidas por el Estado. Llevan varios meses de retraso por falta de materiales. "Las autoridades prometieron a los rescatados casas para que pasen la Navidad, pero no han cumplido y hasta el día de hoy no tienen dónde vivir", denuncia Walter. Los nativos están muy enojados y las mujeres deprimidas por esta situación.

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Vamos al local comunal. Este es el lugar que hasta el momento sirve de dormitorio, comedor y sala a todos los rescatados del 2015. "Normalmente el río se sale e inunda este local, menos mal que por ahora esto no ha sucedido", dice el líder. No hay camas, sólo colchones tirados en el suelo. En un rincón está la comida que reciben de las donaciones. En el otro extremo del local está la televisión.

'Nuestra vida era similar al ejército. Todo se centraba en cuidar el cuerpo… comer un poquito y ya está'.

Los niños que ya llegaron del colegio que tiene la comunidad en su territorio, se entretienen viendo un programa musical. Apenas están aprendiendo a hablar español. Las niñas de 12, 14 y 15 años están en tercer grado de primaria, empezando a leer, escribir, sumar y restar. Los más pequeñitos están en el primer año del colegio.

Pese a que los medios de comunicación informaron que estos niños habían sido adoctrinados en el "pensamiento Gonzalo" [la ideología que llama a la revolución popular formulada por el ex líder de los subversivos Abimael Guzmán], aquí lo niegan.

Vicente, prefiere evitar decir su nombre verdadero. Él fue secuestrado a los 19 años con sus tres hijos, y ahora es padre de una de las niñas que vemos en el local comunal. Asegura que en el 'sector 5' los niños jugaban y tenían sus profesoras.

Es el único que habla español e intenta traducir lo poco que hablan los pequeños. Ellos miran hipnotizados la televisión, así que salimos del local comunal buscando silencio para conversar. Nos sentamos en la vereda, y él intenta escoger las palabras en castellano para explicarme su experiencia en el campamento.

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"Como nosotros éramos la 'masa de producción' nos mandaban a trabajar hasta las 6 de la tarde. Sembrábamos frijol, arroz, plátano, caña, maní. Si no hacíamos caso nos mataban, si no trabajábamos no nos daban comida. Si alguien no podía caminar ellos lo asesinaban. Yo he visto cómo han matado a mis amigos, por eso cuando yo no podía hacer algo, igual lo hacía. Era mejor hacer caso", recuerda Vicente.

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Este es el lugar que hasta el momento sirve de dormitorio, comedor y sala a todos los rescatados del 2015. (Imagen por María Cervantes/VICE News).

Las mujeres que vienen de realizar la faena nos miran con desconfianza. Piensan que podemos llevar información a los terroristas. "¿Para qué preguntan mi nombre? ¿Para qué toman fotos?", dicen en su idioma nativo.

Virginia Matusanchi accede a conversar. Ella fue secuestrada en la década de los 90, cuando tenía 35 años. Nos cuenta que durante los primeros años de cautiverio ella estuvo junto a sus hijos, "cuando crecieron un poco, se los llevaron a otro grupo, y ya no sé qué pasó con ellos". Los pequeños que se quedaron con ella, murieron por falta de alimentos y sarampión.

Las visitas de los terroristas al 'sector 5' para llevarse a niños y mujeres concluyó entre los años 2005 y 2007. Las autoridades no pueden determinar la fecha exacta debido a que los testimonios de los rescatados dan datos aproximados. Lo cierto es que por esos años los mandos subversivos van por última vez al 'sector 5' y dejan como jefe de grupo al "camarada Ricardo", quien estaba enfermo. "Me dijeron: cuídalo, si no sana lo matas", recuerda Vicente.

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'Las autoridades prometieron a los rescatados casas para que pasen la Navidad, pero no han cumplido'.

Ricardo sanó y bajo sus órdenes los indígenas continuaron sus vidas trabajando las chacras (granjas), comerciando productos e incluso laborando como jornaleros para algunas empresas. Todo ello con la intención de comprar útiles para la educación de sus hijos, que recibían clases en el 'sector 5'. Los mandos terroristas nunca más regresaron.

Así vivieron hasta el 2015, cuando la policía del Perú, al tener datos de la existencia de este grupo, empieza a realizar patrullajes en la zona y a repartir volantes con mensajes en idioma nativo.

"Cuando vino la policía pensamos que íbamos a morir. Vino otro Asháninka y nos tradujo. Me preguntaron por qué escapábamos. 'Porque no quiero morir', les dije. 'No te asustes que no les vamos a hacer nada'", me respondieron. Nos dijeron que nos iban a rescatar. Me preguntaron si estaba de acuerdo. Les respondí que sí.

"Le dije al jefe que me espere para recoger a todos. Aquí nadie se va a quedar, porque si se entera Sendero los puede matar", recuerda Vicente.

Las niñas de 12, 14 y 15 años están en tercer grado de primaria, empezando a leer, escribir, sumar y restar. (Imagen por María Cervantes/VICE News).

La estrategia de control era la política del desmembramiento

Gabriela Parona, asesora del viceministerio de Interculturalidad del Ministerio de Cultura de Perú cuenta que la historia que han logrado reconstruir en este proceso es que estas familias llevaban de 25 a 30 años en cautiverio: "estas personas fueron secuestradas de sus familias y comunidades a principios de los 90 y Sendero Luminoso las usaba para generar recursos y mantener los campamentos", dice.

Estas chacras (granjas) estaban ubicadas estratégicamente por donde los terroristas pasaban para que se pudieran abastecer.

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En el campamento había parejas, pero no había una organización familiar permanente. La estrategia de control que ejercía Sendero era la política del desmembramiento. "La mujer daba a luz y los mandos dejaban al niño al cuidado de otras mujeres, a los padres se los llevaban para realizar patrullajes", comenta Lesli Villapolo Herrera, del Centro Amazónico de Antropología, que ha acompañado a estas familias en el proceso de reinserción.

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Empieza a oscurecer en la selva. Los Asháninkas prenden el fuego en el exterior de sus casitas. La comunidad se transformará dentro de poco en un lugar desolado y sin comunicación con el exterior. En unos minutos partirá el último medio de transporte que nos llevará al pueblo más cercano. Nos despedimos del jefe.

"A mi me dicen (las autoridades): Cuídalos, que no vayan a regresar al monte. Pero, ¿para qué van a volver? Si aquí están felices, toman su mazato, comen lo que hay, pescan", comenta Walter sobre los rescatados.

Regresamos a toda prisa, y dejamos atrás este pequeño paraíso con sus historias de muerte y olvido. Los rescatados intentan también dejar atrás su pasado de terror, pero Sendero Luminoso no es historia de ayer.

El pasado 15 de abril, días después de las elecciones presidenciales de primer vuelta, en Junín, se produjo un enfrentamiento entre una comunidad Asháninka y el grupo terrorista. Estos últimos habrían intentado entrar al área a secuestrar niños, según informó la prensa local.

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