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humanos tontos

Louis CK es un fiel retrato de sí mismo

A Louis CK lo admirábamos por su amoralidad.
Foto pot Ben Gabbe/Getty Images para Tribeca TV Festival.

A Louis CK lo admirábamos por su amoralidad. De sus pensamientos y chistes, era lo que buscábamos: a alguien que pudiera, con el simple gesto de un chiste, confrontarnos con fantasías, deseos, secretos, vicios y virtudes que, sabemos, se esconden en todos.

Si hablaba del enorme pene de un bebé, nos revolcaba por la resonancia de esa imagen que derrumbaba nuestros estándares morales: en un mundo en donde las vergas han sido censuradas hasta el cansancio, donde los niños no pueden tener ningún rasgo de sexualidad, pareciera que hemos hecho esfuerzos miles por olvidar el hecho de que, sí, efectivamente, hay bebés vergones.

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CK se nutrió siempre de estas certezas amorales. Otro ejemplo clásico dentro de su cuerpo de obra es aquella vez que dijo que los pedófilos probablemente disfrutan mucho, muchísimo de lo que hacen, dado el carácter evidentemente prohibitivo de sus deseos. Fácil hubiera sido señalar lo dicho como una apología del abuso de menores, pero la cosa va un poco más allá: sabemos que, dentro de lo terrible, hay mucho de cierto en lo que dijo en aquella ocasión.

Es esta amoralidad con la que debemos comenzar a entender el fenómeno del abuso y el acoso sexual. No podemos prohibirle a CK nuestra admiración como comediante y sus chistes, sobre todo partiendo del hecho de que surgen gracias a una entrega a esas condenables conductas. Y lejos está de ser un mártir: es, más bien, un fiel retrato de sí mismo. Sus palabras son su vida y son su obra, y aquí es donde jugamos a ser un público hipócrita.

Hipócrita porque gozamos de sus desfiguros como artista, pero no aceptamos sus consecuencias. Ahí está el caso de Francis Bacon, un alcohólico golpeador y violador de menores, que se dejaba a ser violado y golpeado también, que retrató como nadie esa violencia y desgaste humano dentro de su obra.

No hablamos aquí de la relación entre “el hombre” y el “artista”. O, de alguna manera, no concentramos ahí nuestra discusión: pero si una obra creativa está dedicada a demostrar las torcidas dimensiones de la mente, sexualidad, el cuerpo y la sociedad humana, no debemos de aceptar sus frutos sin aceptar, también, la semilla de donde vienen.

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En el caso de Louis CK, y quizá casi únicamente en su caso de todos los que han salido a la luz en las últimas semanas, la óptica debe ser distinta. Debe de ser la de un público comprometido y entendido con lo que está consumiendo, aceptando sus inquietudes morales y sus vejaciones críticas.

En segundo lugar, y esto decía el propio CK, es dejar de asumir a las celebridades, y al prójimo en general, como seres totales de luz o de oscuridad. Creo firmemente que CK quiere tanto a sus hijas como tiene cualquier cantidad de problemáticas sexuales, y que goza de una increíble humanidad en algunas de sus acciones y, en otras, ninguna. En realidad, no lo sé. Pero si esto define la vida y obra de Louis CK, entonces cualquier evento fuera de nuestra cotidianeidad debería de marcarnos de por vida: la Letra Escarlata de la virtud o el vicio.

Lo que sí debemos hacer no es señalar ni buscar la salvación a partir de nuestra profunda indignación. El ejercicio verdaderamente transformador es el de la aceptación y el de las complejidades:

Que todos somos pecadores. Que todos somos hijos de Dios, diría Eduardo Yañez. Que dentro de cada uno hay un criminal y un santo, y que es nuestro contexto, y nuestro esquema social, el que dispara muchas veces a uno o al otro. Y que a partir de la escandalización no se resuelve nada.

Louis CK sigue siendo un genio. Y un pobre idiota que necesita abusar de su poder para tener un orgasmo. Pero, si pusimos atención, eso ya lo sabíamos.