franquismo

La dictadura franquista rapaba y daba laxantes a las mujeres para pasearlas en público

La humillación pública como castigo ejemplarizante fue una constante.
rapadas
Imagen vía 'La guerra civil en Córdoba (1936-1939)'

Hay infinitas maneras de torturar y castigar y muchas de ellas pasan por la violencia física, probablemente la más evidente, en la que todos pensamos cuando nos hablan de la tortura. Pero otras muchas no. Y durante los 36 años que duró la dictadura de Franco se llevaron a cabo de las primeras y de las segundas, que suelen ser más silenciosas, más sutiles, porque no dejan cicatriz visible aunque sí una huella igual de profunda.

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La humillación pública como castigo ejemplarizante fue una constante, como en muchos otros regímenes desde hace milenios —en España tenemos el precedente de la Inquisición—, en la dictadura franquista. En su libro Las rapadas. El franquismo contra la mujer (Siglo XXI), el psiquiatra Enrique González Duro recoge, entre otras muchas, la historia de miles de mujeres que fueron peladas al cero y en muchos casos también obligadas a desfilar después ante sus familiares y vecinos en la España de la guerra y la posguerra.

Y es que como cuenta la sinopsis del libro, tras el golpe de estado de julio del 36, cuando ellos hubieron caído en el frente o sido ejecutados, o mientras que huían ante la llegada de los milicianos del bando nacional, "ellas permanecían en los pueblos, a cargo de sus familias, en miseria, y eran, muchas de las veces, juzgadas en tribunales militares en los que se decidía qué mujeres debían ser vejadas y marcadas por haber contribuido al derrumbe de la moral".



Prosigue afirmando que así fue como se extendió "el corte de pelo al rape y la ingesta de aceite de ricino para provocarles diarreas y pasearlas por las principales calles de las poblaciones 'liberadas' acompañadas por bandas de música. No se trataba tanto de apartar o perseguir al enemigo, sino, más bien, de exhibir a una especie de supuesta 'deformidad' generada en la República. Era algo más que un abuso ejercido sobre las mujeres, fue un ataque a un modelo de mujer libre e independiente".

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El procedimiento era el siguiente: a las mujeres del bando republicano a las que se quería represaliar, a las rojas o "familiares de rojo" condenadas o bien por su participación directa en la contienda o simplemente por defender la democracia o ser "mujeres e hijas de" quienes lo hacían se las rapaba al cero. A algunas se les dejaba un mechoncito y se les ponía un lazo con los colores del bando nacional. Y se las paseaba para mostrarle al pueblo que la mujer que proponía la República era un engendro, algunas veces tras tomar aceite de ricino, de efecto laxante, otras acompañadas de una banda de música.

"No se trataba tanto de apartar o perseguir al enemigo, sino, más bien, de exhibir a una especie de supuesta 'deformidad' generada en la República"

El secretario. Revelaciones sobre la Guerra Civil en Badajoz es uno de los libros que recoge la práctica y habla de cómo se producía en San Vicente de Alcántara, en Badajoz, una de las provincias españolas donde estas humillaciones públicas se dieron sistemáticamente. "La mayoría de los huidos capturados eran fusilados en el mismo lugar en el que eran encontrados. Mujeres y niños padecieron también aquella furia (…) y se les aplicaban castigos más suaves: se les rapa la cabeza, dejándoles solo en lo alto un mechoncito para adornarlo con lazos rojos. Así, se les pasea por la calle haciéndoles levantar el puño como señal de la ideología extremista de izquierdas. Otro de los leves castigos fue el de las purgas con aceite de ricino", cuenta.

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Y continúa Enrique Santos, en cuyo testimonio se basa el relato, "los desfiles procesionales de mujeres y niños pudo contemplarlos este narrador en Valencia de Alcántara, San Vicente de Alcántara y Alburquerque. En la primera de dichas localidades, uno de los muchos desfiles que se celebraron fue el siguiente: anudadas fuertemente a una larga soga caminaba una hilera de mujeres con algunas de sus hijas —no mayores de cinco o seis años— luciendo sus cabezas afeitadas, sus lazos rojos, sus vestiduras rasgadas. A uno y otro lado los verdugos con látigos, fustas y palos propinándoles constantes golpes y obligándoles a decir en voz alta '¡Somos comunistas!'. Si aquellos gritos no se pronunciaban con la suficiente energía, los látigos se encargaban de que lo fueran".

"Los crímenes de género durante los conflictos y posconflictos bélicos no son algo nuevo ni que empiece con el régimen de Franco sino que prácticamente acompaña a la historia de la humanidad"

María Dolores Martín Consuegra Martín Fontecha, Doctora en Antropología y fundadora y presidenta de la asociación Mujeres, Memoria y Justicia, que nace con propósito de investigar y difundir los crímenes de género cometidos en España durante la dictadura de Franco, se ha ocupado durante años en estudiar y rescatar la memoria de las rapadas.

"Los crímenes de género durante los conflictos y posconflictos bélicos no son algo nuevo ni que empiece con el régimen de Franco sino que prácticamente acompaña a la historia de la humanidad, de la misma manera que acompaña también la impunidad al castigo de esos crímenes. La violencia sexual ha sido siempre una estrategia de guerra porque llevándola a cabo se contribuye a la destrucción y desmoralización del enemigo. Por otro lado, también es muy sencilla de realizar: tradicionalmente las mujeres han permanecido al margen de los conflictos y han estado en desigualdad en relación a los contendientes en el sentido en el que eran personas que no estaban armadas y quedaban al cuidado de quienes se quedaban en los domicilios y no participaban directamente en las batallas", explica.

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"El hecho de rapar a las 'rojas o mujeres de rojo' era, sobre todo, un acto simbólico. Cuando se rapa a una mujer contra su voluntad no solo se le corta el pelo, también se la desposee de su feminidad en cierto modo. Es un atentado contra ella y su feminidad, porque el pelo simboliza lo femenino en la mayor parte de culturas, desde luego en las de la órbita en que nos encontramos, en Occidente, pero también en otras como el Islam es un atributo sexual", cuenta.

"Además de eso muchas iban con otro tipo de estigmas como carteles en los que se leía 'Rapadas por putas', o se las sometía a un paseo público por las zonas más transitadas de los pueblos, como ocurrió en Bolaños, donde desfilaban tras la banda de música aprovechando la inauguración de las fiestas locales", añade.

"Cuando se rapa a una mujer contra su voluntad no solo se le corta el pelo, también se la desposee de su feminidad"

Al rapado de pelo y a este paseo de la vergüenza, en el que las peladas desfilaban a veces con sus hijas, otras delante de ellas, se sumaban otras prácticas, como un cambio de indumentaria. "En ocasiones iban todas a juego o con prendas que agudizaran aún más su pérdida de dignidad, algo que revelara que ellas realmente no eran nada o estaban a disposición de los perpetradores", explica la antropóloga. Porque tras el afeitado de cráneo venían también con frecuencia las violaciones y los abusos sexuales, además de, por supuesto, el escarnio público.

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"En uno de los pueblos en los pueblos sobre los cuales hemos investigado, Herencia, en Ciudad Real, se las interpelaba durante el desfile público preguntándoles '¿Por qué vais rapadas?', a lo que ellas tenían que responder: 'Por putas'. Testigo de estas humillaciones podían ser sus madres, maridos, hijos, vecinos… lo que reforzaba muchísimo más el carácter denigratorio de este rapado", narra Martín Consuegra, que cuenta además como el consumo de aceite de ricino para que las mujeres se defecaran durante los desfiles denigratorios que se dieron en toda España provocó incluso muertes en algunos puntos de Andalucía.

La práctica tenía un doble objetivo: humillar a las mujeres en particular y amedrentar a la población en general. "Tanto es así", comenta la antropóloga, "que en algunas poblaciones, como Alhambra, está documentado que las cabelleras de las mujeres eran colgadas en los árboles. Aquello era un aviso a navegantes, un castigo muy completo. Se humillaba a las mujeres, pero también a los varones a través de la humillación de estas, que en muchos casos eran mujeres que practicaban el extraperlo, una práctica que no fue regulada hasta 1952, doce años después de terminar la Guerra, y cuyos castigos eran la cárcel pero también la humillación y en muchos casos la violencia sexual".

Sobre estos escarnios se ha contado poco y mal, aunque cada vez son más colectivos, de memoria o artísticos que, como Art al Quadrat y su proyecto Yo soy. Memoria de las rapadas, se ocupan de rescatar las historia de esos cientos de mujeres. Solo se han encontrado tres fotografías que dan fe de la crudeza de aquellas prácticas.

"En algunas poblaciones está documentado que las cabelleras de las mujeres eran colgadas en los árboles. Aquello era un aviso a navegantes, un castigo muy completo"

"El silencio respecto a estos hechos no solo se impuso en el bando vencedor tras la Guerra, dado que les indignificaba aún más, sino también entre los vencidos, entre las víctimas directas o indirectas de aquellas torturas. La sexualidad de la la mujer sustentaba entonces el honor de la familia con independencia de que fuera o no consentida, por lo que con mucha frecuencia se impuso el secreto, incluso el encierro durante años si esas mujeres quedaban embarazadas después de las agresiones sexuales", dice la presidenta de Mujeres, Memoria y Justicia. "Aquello fue una estrategia guerra, no un acto aislado de unos cuantos locos. Una estrategia de guerra ideada por Millán Astray desde los inicios de la guerra", añade. "Y funcionó como tal".

Sigue a Ana Iris Simón en @anairissimon.

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