Súper Sangre Joven: La historia de El Quinto Escalón
Foto: Gonzalo Lima Fvckksociety, cortesía suya

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Música

Súper Sangre Joven: La historia de El Quinto Escalón

La más emblemática competición de freestyle callejero en la historia del habla hispana.

Este artículo forma parte de nuestra Semana del Hip Hop. Reportajes, entrevistas, conteos, tutoriales y más, en un especial sobre el hip hop latinoamericano.


A Muphasa hay una pregunta que le hacen todos los días, varias veces, desde hace casi un año: ¿Cuándo vuelve El Quinto Escalón? “Me hacen esa pregunta tres o cuatro veces por día, mínimo. Mirá…”, dice y scrollea en la pantalla de su smartphone. Hasta noviembre de 2017, cuando celebró su última batalla, El Quinto Escalón fue como La Masia del Barcelona para el circuito de batallas de rap en Argentina, el semillero del que salieron Duki (la cara del trap argentino), Paulo Londra (el más fuerte en Spotify), Ecko (el que más factura en las discotecas) o Lit Killah (el más seguido en las redes), por nombrar solo algunos de los que dominan las métricas de YouTube y Spotify.

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Incluso sus dos organizadores, que tomaron caminos separados, lograron reinventarse: con el nombre artístico de Ysy-A, Alejo Acosta formó Modo Diablo junto a Duki y Neo Pistéa. Por su lado, Muphasa —alias de Matías Berner— se destapó como un formador de opinión con programa de radio propio. Pero mientras ellos pudieron seguir adelante, los fans todavía lloran en las redes sociales con una nostalgia propia del país del tango.

Muphasa, de 25 años, y Alejo, de 20 (y con un hijo de 3), estaban en edad de ir al secundario cuando esta historia empezó. La primera vez que Muphasa fue a El Quinto Escalón tenía 18 y acababa de abandonar la escuela. Era “la segunda o tercera fecha”, dice, y ese mismo día conoció a Alejo, un chico de cara redonda y flequillo pegado a la frente que tenía 13, recién entraba a primer año del Ingeniero Huergo (un industrial con buena reputación) y estaba a cargo de todo.

Ambos eran fanáticos del Halabalusa, una competencia organizada por Dtoke y sus amigos (Primera Mancha Crew) que se hacía fuera de la capital, en los suburbios del sur de la ciudad, y se había vuelto viral en tiempos del parón de Batalla de los Gallos por una graciosa combinación de factores: el lugar tenía una mística especial (competían en una especie de bosque junto a las vías del tren, en Claypole) y filmaban las batallas, lo que atraía a los mejores de momento (hubo algunos Dtoke vs. Kódigo; también iban Papo, Sony y T&K, entre muchos otros). Pero además tenían hits bizarros (Dase y Pambox, unos pre MC Dinero), lo cual resultaba un detalle super llamativo para dos chicos como Alejo y Muphasa, que veían las batallas por Internet. “La data es que no había otra competencia además del Hala, y era en la loma del orto y yo tenía 13”, dice Alejo ahora. “A mi vieja no le gustaba que me fuera tan lejos.”

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Los primeros años

Empezaron a juntarse en Parque Rivadavia domingo por medio (la primera vez fue el 13 de marzo de 2012), eligiendo los domingos que no había Halabalusa, en parte para poder ir y también, para poder traer competidores de allá. Poco después se establecieron en una de las entradas laterales, sobre las calles Chaco y Doblas, donde están los cinco escalones que le dieron nombre al evento.

Que El Quinto Escalón se hiciera en Parque Rivadavia y no en otro lado, es una de las claves menos explicadas de su éxito. Parte del barrio Caballito (donde vivían Alejo y Muphasa), a solo un par de cuadras de Primera Junta (un punto neurálgico de la capital, en el que se cruzan varias líneas de tren, subte y colectivo), Parque Rivadavia siempre ha sido un lugar de encuentro accesible desde cualquier zona del Conurbano. Desde principios del siglo pasado, enamorados, parientes y amigos quedaban ahí para verse; también los coleccionistas de diferentes cosas y zonas.

Primero llegaron los filatelistas, y con las crisis económicas cíclicas de Argentina se sumaron las mesas de trueque, donde la gente vende su ropa y objetos usados. Ya a finales de los 80, se montaron los puestos de libros y discos fijos, que a principios de los 90 atrajeron a las diferentes tribus urbanas de Buenos Aires: punks y skinheads, fundamentalmente, pero también a la vieja escuela del rap argentino, que iba hasta ahí para intercambiar discos y revistas. En Parque Rivadavia es donde, por ejemplo, Mustafá Yoda se reunía con DJ Hollywood para aprender sobre los cuatro elementos de la cultura hip-hop, Juan Data vendía Moshpit Posse (el primer fanzine especializado local) y donde se formó La Organización, el primer grupo de rap de competición argentino.

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Pero la entrada de Chaco y Doblas no era muy popular en los 90: había un subsuelo con unos baños públicos que usaban los yonkis y sin techo que paraban por la zona, y que el Gobierno de la Ciudad había tapado con tierra y convertido en una pista de patinaje para niños cuando Alejo y los demás llegaron a los cinco escalones. La batalla se hizo conocida rápidamente, volviéndose casi de inmediato una contraparte del Halabalusa dentro de la capital. Como el Hala, tenían un gran spot, y entonces Alejo hizo otro movimiento maestro: copió el sistema de puntos que Dtoke había tomado del futbol e impuesto en el Hala, como parte de una estrategia pensada específicamente “para que los competidores no faltaran al evento”, en palabras de Dtoke.

De algún modo, estas dos cosas —el territorio y el sistema de puntos, que transformaba el evento en una liga— marcaron el destino del Quinto Escalón. “El Quinto empezó como una familia de pocos que teníamos el sueño de rimar”, dice Wolf, que ganó ese primer torneo de 2012. Conocidos por estar en cuanta competencia under hubiera, él y su hermano menor, MKS (sus nombres son Damián y Marcos), acababan de perder a su mamá por una complicación relacionada con un cáncer hepático, y fue entonces cuando junto a su crew, la CMK (Comunidad Mutante Krew), los hermanos Mansilla se volvieron locales del torneo. “A mi el rap me sacó de la cabeza un montón de mierda”, dice MKS. “Cuando pasó lo de mi vieja, yo no pensaba en otra cosa. Y de la nada podía expresarme, rimar, decir cómo me sentía…”

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MKS es fan del animé, le encantan las referencias a Dragon Ball y Los Supercampeones, así que le brillan un poco los ojos cuando le digo que él y su hermano —los dos competidores con más campeonatos ganados en la historia del Quinto— eran como los Korioto. “Nosotros estuvimos ahí desde el principio”, dice. “De hecho, por eso tengo tatuado Sangre joven.” MKS gira la muñeca derecha y me muestra el tatuaje, con tinta negra en la cara interna. Es una cita a los Super Saiyajín, ese estadío de transformación superior que alcanzaban algunos personajes de Dragon Ball, pero también una referencia oblicua a la sigla SSJ, que quiere decir Super Sangre Joven: el nombre que adoptó la CMK cuando se sumaron Duki (que en las redes aun figura como @dukissj), Luchito (de Ligas Juveniles) y otros de la nueva generación.

—Es el nombre que le diste a esa etapa, amigo –le dice Wolf.

—Ahí [en El Quinto Escalón] aprendí un montón de cosas –continúa MKS–. Hasta aprendí a ser hermano para mi hermano.

—No, aprendiste a ser mi amigo.

Entre 2012 y 2015, el torneo sentó sus bases. Lo definía un respeto inédito por los que habían estado antes y un amor enorme por el rap. “Desde el principio, el Quinto fue muy rapero. Los primeros años, era muy underground”, dice Alejo ahora. “Para mí, la premisa siempre fue que más gente conociera el hip hop.”

Inspirados en Afrika Bambaataa, cosa que daba un poco de ternura, Alejo y Muphasa (que trabajaba de tester de páginas web y se encargaba de los flyers y los desarrollos online del Quinto) habían formado una banda llamada Zulu Hip Hop Jam. (En 2013 ganaron un concurso de bandas e hicieron una gira por Argentina; luego el grupo derivó en una primera encarnación de La Cofradía). Además de organizar el torneo empezaron a hacer un festival en el barrio, el Quién Habló De División?, y unas fechas con el nombre de Sonría, la estamos rapeando, donde ponían a tocar a los artistas under del momento (ahí fue donde Malajunta presentó Mucho Lov!, y T&K su aclamado Writing Classics). Y además les pagaban, algo que no solía verse mucho en el circuito rapero, donde las falsas promesas eran un clásico de toda la vida.

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Resultaba inspirador ver a Alejo con 15, 16 años mostrando como podía hacer las cosas una nueva generación, aparentemente menos viciada y menos tóxica que sus antecesores. En un momento se animó y empezó a traer artistas internacionales: primero trajo a Foyone, después a Dano… Así, frente a la mirada de todos, Alejo se ganó su crédito callejero. “De chico, yo sabía que estaba haciendo cosas grandes”, dice él, “solo que no sabía que eran tan grandes”.

Durante esos primeros años, se gestó un ecosistema de personajes relacionados a El Quinto Escalón que cuando el boom del torneo se impuso como una realidad, se convirtieron instantáneamente en auténticas celebridades. Todo empezó a cambiar exactamente en enero de 2016, cuando se hizo una fecha a beneficio de Acru, un competidor que había sufrido un robo. “Ese día fue la primera vez que noté que había un público, que ya no eran solo los competidores y sus amigos”, dice Juan Golberger, conocido como Juancín, un músico y productor amigo de la adolescencia de Muphasa, que se volvió uno de los jurados estables.

Cimentando la leyenda

Desde finales de 2015, el torneo se había convertido en la batalla más importante de Argentina, desplazando a batallas grandes y de escenario como A Cara de Perro (organizada por Mustafá y con Kódigo como emblema) e incluso bajándole el volumen por completo a BDM, que estaba en plena expansión internacional. En el Facebook y las incipientes redes de El Quinto Escalón ya habían empezado a llamarlo “el kingto”.

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En esa fecha especial de enero de 2016, empujados por la convocatoria, los organizadores decidieron mudar la competencia a pocos metros de los escalones, a uno de los bancos del parque, donde se sentó el jurado (yo, que había ido a colaborar, era uno de los jueces, y también estaba Invert; lo pueden comprobar en el video arriba). Ataron una cinta plástica de “Peligro” a una de las patas del banco, de ahí fueron hasta un árbol que estaba justo enfrente, luego a otro que estaba a un costado, hasta llegar a la otra pata del banco, formando un cuadrado grande que el público rodeó completamente.

Esa fue la etapa del “cuadrilátero”. (El mismo día del Quinto x Acru apareció por primera vez Dam; luego lo siguieron Nacho y Ecko, que en los 3 vs. 3 se presentaban como el Auge Team: un equipo que dialogaba a distancia con el trío Compare-Zasko-Jado, sus contemporáneos españoles, quienes estaban llevando las rimas métricas a otro nivel en las Full Rap).

En junio, durante la fecha 4 del torneo 2016, se dio una batalla histórica entre MKS y Underdann dentro del cuadrilátero: fue una de las primeras en superar el millón de views, y para cuando se hizo viral (es la del “bebé de Mustafá”), el público ya se había multiplicado y habían tenido que mudarse de nuevo. La fecha 6 del mismo torneo, en agosto, El Quinto Escalón se hace por primera vez en el anfiteatro del parque, un pequeño circulo con unas gradas bajas. Ahí es donde comienza la historia grande del Quinto y donde ocurre una saga de batallas épicas, empezando ese mismo día por el batallón Trueno vs. Replik vs. Dani.

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“Ahí El Quinto Escalón se convirtió en la vidriera de las plazas”, dice Juancín. “Y eso lo legitimó.” Mucho más que el Halabalusa, Las Vegas (que era más de battle rappers de Capital Federal) o cualquier otra competencia de plaza antes, El Quinto Escalón reunía raperos de distintas partes, con diferentes técnicas, y esa diversidad era de hecho la quintaesencia de su frescura. En el anfiteatro es donde, por ejemplo, Wos suelta la rima de “la avalancha”, Sony la de “sube tu level por favor”, Klan el “iuju, Kodi estoy listo para vos”; Replik le dice a Trueno que sus “voces de mierda las hacen todos”, Midel funde a Dam con lo de “salame-soltame una rima propia”, y Ecko se compara con Toreto.

“Fue una era dorada”, dice Duki, y ensaya una explicación sobre aquellos días en los que El Quinto Escalón era el lugar donde una nueva generación catalizaba su talento. “Fue un momento, un lugar justo. Algunas personas podrían decir que fue una coincidencia, no sé”, continúa él. “Fue un momento de energía en el que se alinearon las estrellas, y pasó lo que tuvo que pasar”.

Entonces, El Quinto Escalón tuvo su momentum. Los últimos cuatro meses de 2016, daba la sensación de que todo lo que tocaba se volvía viral, y eso en parte tenía que ver con cómo estaban filmadas las batallas, algo de lo que Muphasa es enteramente responsable. Ese fue uno de sus aportes sustanciales en el tándem con Alejo: se compró una cámara de mano pequeña (se niega a revelar marca y modelo) especial para filmar deportes extremos, y empezó a moverse entre los competidores poniéndoles el lente cerca y girando la cámara 360 grados en el anfiteatro después de una buen punchline, para capturar el grito de la gente en esa especie de Coliseo. Era una escena salvaje, que recordaba los videos de Aczino destapándose en el CCH Sur de CDMX en 2010, con el parque repleto de gente y a plena luz del día.

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Muphasa no había visto nada de Avocado (el gran filmaker de batallas norteamericano), pero era un ex competidor que había llegado a clasificar para una nacional de Batalla de los Gallos (en 2013) y un consumidor voraz de este tipo de contenidos online. Sabía lo que buscaba. “Detrás de las batallas hay momentos dorados que no se pueden perder”, dice Muphasa, “como el gesto de un MC tragando el vidrio de un punchline muy, muy bueno. O la cara del público reaccionando a una u otra cosa”.

Batallar en el anfiteatro del Rivadavia era como rapear adentro de una olla a presión que estaba agitándose, a punto de explotar. En ese momento, los contenidos que empezaron a ofrecer las redes de El Quinto Escalón empezaron a tener cada vez más “replay value”. Habían dado “un salto de calidad increíble”, según Muphasa, que para su sorpresa, además descubrió que el micrófono de la cámara tenía buena compresión y el gran angular (una especie de ojo de pez) era perfecto para capturar el ambiente del torneo, que fecha a fecha juntaba más gente. “Esa cámara cumplió un rol muy importante”, sigue él. “Hay muchas cosas que se captaron ahí y que capaz, si no hubiéramos tenido ese criterio de filmación, no hubiéramos registrado. Momentos geniales”.

Esos videos marcaron una identidad visual fuerte a la vez que lograron transmitir la atmosfera del Quinto en su apogeo, cuando la organización tuvo que empezar a hacer tres rondas de clasificatorias en simultáneo (tenían unos 300 inscriptos por fecha, de los que salían 32) y se estableció una especie de entourage con cargos, donde además de Juancín (“jefe del departamento de jurados”) estaban, entre otros, Iacho (el beatboxer oficial del evento), Juan Medina (un ex boxeador que se encargaba de una suerte de seguridad sui generis) y algunos personajes satélite como Bizarrap (que hizo escuela con sus remixes virales a partir de momentos graciosos de batallas), el tatuador Luis Alcázar (que tatuaba al ganador de cada fecha) y el ilustrador Biscarrita.

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Esta popularidad repentina de El Quinto Escalón provocó una inesperada gentifricación del rap en Argentina, que pasó de ser una subcultura eternamente ignorada (siempre detrás del rock, del pop, del metal, del punk, del hard-core e incluso del reggae argentino) a ganar la portada de los grandes medios masivos. Básicamente, lo que ocurrió en ese momento fue que los hijos y sobrinos de los editores de los diarios más importantes de Argentina se habían vuelto de pronto fanáticos de las batallas, empujando a sus mayores a escribir sobre ese fenómeno juvenil que los había dejado afuera. “Lo que veía era una subcultura en el punto justo de explosión, ya pasada la primera maduración pero antes de volverse previsible”, dice Pablo Plotkin, el periodista que llevó el fenómeno a la tapa del diario La Nación.

La masificación del Kingto

Un año antes, a finales de 2015, Plotkin —una de las firmas más importantes de la crónica latinoamericana actual— había presenciado Shecka vs. Dtoke desde el escenario de la nacional argentina de Batalla de los Gallos, un cruce que sirvió como acelerador para el éxito de El Quinto Escalón. Que en 2016 los editores del diario le pidieran un artículo sobre la final argentina de BDLG, donde “el kingto” ya tenía más de un 50 por ciento de representación en el draft, era apenas una excusa para escribir sobre un fenómeno que ahora se le presentaba claro. “También se veía ese recambio generacional que había quedado muy expuesto en la final de 2015, y eso lo hacía más vibrante”, dice Plotkin. Con una experiencia de 20 años escribiendo sobre rock desde Argentina, Plotkin (que fue director de Rolling Stone, donde actualmente se desempeña como asesor editorial) veía en las batallas de rap —y en especial en las del Quinto— un fuego distinto. “Me interesaba la idea de un montón de pibitos muy jóvenes armándose una carrera en un circuito competitivo exigente, sin más recursos que su retórica y la voluntad. Una escena dinámica y autosuficiente, más allá de ese ámbito patrocinado que es la batalla de Red Bull.”

Ahora Argentina había tomado el spotlight por asalto, siendo reconocida por todos los países del circuito de habla hispana como la nueva e indiscutida superpotencia del freestyle (superando a gigantes de siempre como España, México y Chile), y El Quinto Escalón era ahora el battlefield favorito de la escena internacional. Su encanto tenía que ver con que se trataba de un evento gratuito, al aire libre, organizado por adolescentes en un lugar público — sin seguridad, ni sponsors ni contención del Estado de ningún tipo—, que había pasado de ser una competencia de 20 en un cypher a convocar 3000 personas sin ayuda de nadie. Y con la masificación, todos querían formar parte de eso: Bifo, de Full Rap, que había intentado que Alejo y Muphasa trabajaran para él llevando una sucursal de Full Rap en Buenos Aires, ahora les pedía disculpas e invitaba competidores de su torneo a España; organizadores como Pime de México y Trujamán de Perú intentaban aliarse.

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Para la misma época, apareció una nueva especie de fans conocida como los “niños topo”, seguidores nuevos que eran defenestrados en las redes por otros más antiguos pero que, según Juancín, no sólo aportaban un jugoso caudal de views sino que también le daban cierto equilibro natural al asunto. “Yo sentí que desde que empezó a haber público empezó a ser como más objetiva la cosa”, dice él. “Porque cuando no había público y eran todos competidores, a un pibe que le caía mal a todos nadie le gritaba un acote.”

Pero el problema más grave no fueron los nuevos fans, sino sus padres, que por consentir los caprichos del chico hacían cualquier cosa. “Los padres eran los peores, porque te enchufaban al nene y no podías decir que no”, cuenta MKS. “Yo tuve muchas secuencias de ese tipo en el parque.”

El ambiente, que antes era totalmente relajado, se había vuelto agobiante: los competidores no podían entrar ni salir del parque sin ser asediados por los fans que buscaban una foto. Hay un video en YouTube titulado “Lit Killah comiendo helado” que sirve para entender hasta qué punto llegaba esta especie de quintomanía: un centenar de pibes con celulares en mano rodean a Lit mientras, como el título del video lo indica, come un helado.

Incluso, esos últimos meses de 2016, todo eso se había salido un poco de control, cuando unos borrachos del parque provocaron una pelea con algunos fans del torneo y el desborde llegó a las noticias. La placa roja de Crónica TV decía: “Competencia de rap terminó en batalla campal”.

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Sin embargo, daba la sensación de que nada podía parar esta especie de moda que ya olía a movimiento, y El Quinto Escalón cerró ese 2016 triunfal con su primer evento pago en Groove, una discoteca con capacidad para 1600 personas. MKS, que había hecho un buen papel en la BDM de Chile ese año, fue el ganador del torneo de ese año (“Ahí si, fui feliz”, dice él) y esa noche le entregaron una corona hecha en 3D que era el premio de este año.

El verano de 2016 para 2017, fue el verano de El Quinto Escalón. Surgían batallas fake como La Sexta Escalera, y el logo de El Quinto Escalón (los cinco escalones legendarios en blanco sobre negro adentro de un circulo) estaba por todas partes. En la peatonal de Mar del Plata, la popular ciudad balnearia del Atlántico argentino, prácticamente todas las tiendas vendían tazas y remeras no-oficiales del evento: la prueba más rotunda del alcance de este éxito independiente.

Alimentado por las videorreacciones de los youtubers especializados en batallas más importantes (como los españoles Force y Kapo 013), ese boost impactó directamente en los chicos que competían en el torneo, que en pocos meses se convirtieron en figuras públicas y empezaron a trabajar de esto, viajando por el país para competir o dar batallas de exhibión (varios de ellos, como Replik, siendo todavía menores de edad). Incluso algunos, fueron invitados a batallar en lugares poco comunes. Por ejemplo, a MKS –el campeón de los últimos dos torneos– lo contrataron para rapear en en Bar Mitzvah. Incluso los padres de una fan le pagaron para que le llevara el desayuno a la chica el día de su cumpleaños.

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En los primeros meses de 2017 se hicieron dos fechas más en el anfiteatro, como parte de la “pre-temporada”. Durante la segunda, en formato 2 vs. 2, la cantidad de gente que había en el lugar había vuelto las cosas un poco peligrosas. Esa tarde, durante una de las batallas, desde el público tiraron un encendedor que pegó en Duki, algo que Klan aprovechó como material de punchline con el histórico: “No falte el respeto, ¿me oyó?/¡Que el único que maltrata a este puto soy yo!” Era sólo un encendedor, pero se podía oler en el aire que en cualquier momento alguien podía salir lastimado.

Una foto tomada ese día por 314arg desde la azotea de uno de los edificios aledaños al parque, resultaba categórica: El Quinto Escalón ya no era la batalla de parque más grande de Argentina, ahora era la batalla callejera más grande del habla hispana y también del mundo. Fue ahí, en marzo de 2017, cuando –como en la fábula de David vs. Goliath– consiguieron superar en seguidores a las redes de Batalla de los Gallos, que contaba con toda la estructura de una multinacional como Red Bull (todavía hoy siguen arriba).

“El Quinto Escalón fue como Revolución Industrial del freestyle en habla hispana”, dice Cayu, el host de DEM, la competencia chilena que en 2018 recogió el legado de la gran batalla argentina. Cayu estuvo hace poco en Buenos Aires para una activación de BDLG y lo primero que hizo cuando llegó a la ciudad fue ir a Parque Rivadavia por su cuenta, a ver dónde se hacía el legendario kingto. “Fui al Rivadavia a conocerlo porque El Quinto Escalón es, fue y será una leyenda en el freestyle”, dice. “Revolucionó la manera de hacer competiciones con su formato de liga.”

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Cayu relata el impacto que tuvo esta competición fronteras afuera de Argentina. En Chile, las batallas de parque funcionaban bajo el esquema de las batallas de escenario, como BDM: varios eventos y los ganadores de cada uno de ellos se veían en una final nacional. “Luego llegó el boom del Quinto, que es el primer torneo que veo que funciona con un ranking”, dice Cayu, “y se empezó a implementar eso en las callejeras chilenas”.

Eso cambió por completo el enfoque del circuito under y democratizó las oportunidades, lo que viró el foco de discusión al contenido a la vez que puso en igualdad de condiciones a jóvenes organizadores y viejos jugadores del circuito. Pero Cayu rescata algo más, que tiene que ver con el grupo humano que había detrás de El Quinto Escalón. “Esa es otra arista importante”, dice, “que fueron capaces de formar una familia más que un monstruo. Como nosotros en DEM: los freestylers son conocidos entre sí, amigos, comparten en el parque. Los freestylers del Quinto tenían una segunda casa, que era el círculo, el ambiente ese del Rivadavia”.

Los pilares de esa familia tan especial eran Alejo y Muphasa, que ya había dejado La Cofradía un tiempo antes y se sentó delante de Mario Pergolini y lo convenció de que lo dejara conducir un programa El Quinto Escalón en Vorterix (nunca había hecho radio). Ahí fue cuando empezó a hacerse más evidente la ruptura entre Muphasa y Alejo, que no formó parte del programa. Pergolini, famoso hombre de los medios en Argentina, ayudó a Muphasa a conseguir los permisos del Gobierno de la Ciudad para poder seguir haciendo el evento en Parque Rivadavia, y financió parte del costo de sacar una tanda de remeras oficiales de El Quinto Escalón.

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El penúltimo escalón

Ese es el momento en el que el torneo hace su último cambio de piel. La gran batalla de plaza decide pasar al escenario y usar micrófonos (un debate interno difícil, casi moral), y el evento se traslada debajo del monumento a Simón Bolívar, en el corazón de la plaza: un lugar emblemático para la cultura joven argentina donde, en los 90, se habían hecho muchos shows de rock y punk (entre ellos un festival con La Renga, 2 Minutos y otros grupos contra la represión policial en 1996, que terminó con un skinhead muerto).

Mientras los fans debatían si el kingto había perdido o no su esencia (por pasar a ser una competencia de escenario, aunque siguieran en el parque), después de cinco años seguidos la relación entre Alejo y Muphasa no daba para más. El vínculo se había desgastado al punto de que ya no podían seguir trabajando juntos. En agosto, Alejo había formado parte del primera gira de trap de Argentina, el Quiero Ganarme La Vida Tour de La Cofradía y KMD Label. “Y a partir de ese momento”, dice Alejo, “yo me empecé a separar cada vez más de lo que era la escena del freestyle”.

Según Alejo, la competencia que había creado “se empezó a llenar de mucha gente random y terminó quedando como un producto para niños”, dice. “Y cuando pasó eso, me dejó de representar.” Internamente, en la organización del Quinto, algo ya no se sentía igual. “Llegó un momento en el que Muphasa tenía ganas de hacer de El Quinto Escalón una marca, y yo ya estaba con los planes de hacer música. Porque las batallas están buenísimas, pero la música es eterna, ¿me entendés?”

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La versión de Muphasa tiene algunos matices. “Nunca fuimos una marca, apenas pudimos sacar una tanda de remeras oficiales”, responde. “Lo máximo que hicimos como marca fue registrar el nombre y logo, y fue algo que tuve que terminar haciendo yo, porque él ya no aparecía en los skypes. Y yo creo que teníamos algo muy zarpado entre manos que había que defender, porque era nuestro”. Después de un silencio, termina: “Y si fuimos una marca, fuimos una marca independiente”.

En septiembre de 2017, Alejo y Muphasa grabaron un video anunciando que la temporada en curso sería la última de la historia del torneo y donde Muphasa decía a cámara: “En estos últimos meses nos dimos cuenta con Alejo, con Ysy-A, que tenemos visiones distintas para lo que es El Quinto Escalón y decidimos también preservar la amistad que construimos en todos estos años y entendimos que lo mejor es dejar el Quinto como está, terminar en 2017, y de ahí en adelante seguir con nuestros proyectos personales”.

Al mismo tiempo que el éxito creciente del trap argentino comenzaba a canibalizar el circuito (a diferencia de otros países, en Argentina las estrellas del género salieron de las batallas), El Quinto Escalón decía adiós para siempre. Le quedaban por delante solo dos fechas en el parque. “Ese video es algo que yo propuse”, dice Muphasa, que ahora lidera el desembarco de la liga española FMS en Argentina. “Porque me pareció que para que siguiera siendo un faro para otra gente, la mejor manera de terminarlo era con entereza y no dejar el mensaje horrible de que todo lo bueno se echa a perder por guita o por egos.”

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MKS ganó el último torneo por un punto, en una batalla de a tres contra Wos y Lit Killah en simultáneo, y se consagró bicampeón del torneo. Ese último día había llegado temprano a Parque Rivadavia para evitar a la gente, y se había puesto a tomar algo de alcohol, como hacía con su hermano y sus amigos las tardes de Quinto cinco años atrás, mucho antes de que la competencia se pegara. Aunque ese día era obviamente histórico y él de hecho hasta se cayó del escenario durante la batalla, MKS no se acuerda mucho, salvo por el hecho de que pudo recrear un poco se sentía todo al principio. “Llegué re temprano y me puse re empedo”, se ríe. “¡Por eso me caí del escenario!”

El Quinto Escalón: El Final

Estaba lleno de gente y Muphasa se despidió del Parque Rivadavia anunciando un último evento para el 11 de noviembre; el evento se llamaría El Quinto Escalón: El Final. Con toda la simbología a cuestas, la batalla sería en el Malvinas Argentinas, el estadio donde Dtoke ganó el título internacional de BDLG en 2013, y poco después confirmarían que, entre los 32 competidores de esa última batalla, habría un cupo de 8 invitados internacionales, que eran MCKlopedia, Stigma, Jony Beltrán, Dominic, Jota, Teorema, Valles-T y Force. Por la potencia del evento ––o tal vez por como dinamitaba los cimientos de la Torre de Babel que habían construido–– todo el mundo lo rebautizó como el 11-N.

Como cierre perfecto para esta historia, después de dos batallas épicas contra MKS y Wos (las dos mayores figuras del torneo) terminó ganando Dtoke, el creador del Halabalusa, la competencia que había inspirado a El Quinto Escalón en sus comienzos. “Creo realmente que el Quinto fue lo mejor que podía ser porque lo hicimos con amor y con un montonazo de ganas”, dice Muphasa. “Y terminó en el momento que tenía que terminar, de la mejor manera posible, y eso siempre me va a hacer sentir orgulloso”.

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En la casa que comparten los hermanos Mansilla en Paternal (donde alguna vez vivió Duki), Wolf dice: “El último Quinto fue nuestra fiesta de egresados”. Para algunos esto era un boom que había aparecido de la noche a la mañana, pero para otros había sido un proceso largo, cinco años (¡un secundario!) en los que El Quinto Escalón pasó de ser una competencia de 20 adolescentes en una ronda de freestyle a convertirse un movimiento. Curiosamente, sus dos organizadores no terminaron la escuela (y tampoco está en sus planes volver al estudio).

Mientras se pasan un mate sentados alrededor de una mesa de fórmica, se ven como dos jugadores curtidos por la experiencia, aunque después de todos estos años de batalla siguen siendo escandalosamente jóvenes (MKS tiene 21 y Wolf, 24). “Mucha gente te pregunta si no extrañas el Quinto”, dice Wolf. “En todas partes conocen El Quinto Escalón, pero fue como cualquier otro evento.”

Alrededor de Wolf, por toda la casa, hay trofeos de competencias underground que ganaron él y su hermano. “Lo que se extraña del Quinto era tener un lugar para estar”, continúa él, “domingo por medio estábamos en El Quinto. Y fueron cinco años de eso. Así pasaron un montón de cosas que la gente no vió, como el hecho de juntarse los fines de semana, de festejar cuando salía un evento del Quinto; cuando hicieron Groove, cuando hicieron el Malvinas. Las remeras. Creo que lo que más se extraña de El Quinto Escalón no es El Quinto Escalón, sino esa sensación de pertenencia”.

“Cuando se terminó el Quinto, esto murió”, dice MKS. “La gente vive muy excitada por los huérfanos del Quinto.” MKS, que este año fue contratado para FMS Argentina, describe el momento en el que todo terminó. “Fue como si se dividiera una selección”, dice, y usa una referencia que tiene a mano. “Como cuando se separan Los Supercampeones, cuando dejan de jugar en Japón y cada uno se va a jugar a un país: Tom Misaki a Francia, Benji Price a Alemania, Oliver Atom a Brasil. Algo así…”, sigue. “Es eso. A ver qué hace cada uno. La gente se quedó mirando a ver qué hacemos.”

No sabe si el año que viene va a seguir compitiendo. Dice: “Compito en FMS porque son unas vacaciones con los pibes”, un fin de semana por mes donde algunos de los que solían competir en El Quinto Escalón reviven un poco eso que pasaba ahí. MKS se siente claramente incómodo con cómo cambiaron las cosas, “dejó de ser algo de unos pibes rapeando y pasó a ser el show”, dice. “La gente come con la vista, y yo no disfruto eso. Yo no soy un león de circo, yo soy un perro de calle y la mía es estar por todos lados, ¿entendes?” Después, un poco más enojado, dice “yo estoy más para los negocios que para el teatro”.

Cuando le pregunto qué le parece la música que están haciendo algunos ex competidores del Quinto, sonríe. “Dicen que cuando hay plata uno muestra quién es realmente, ¿o no?”, dice. “Pasa que somos todos guachos, y los guachos la quieren toda servida.” Después, como si entrara en una breve ensoñación, fantasea con que va a volver a competir “algún día, cuando baje todo, en alguna plaza”.

Los entrevistados de este artículo que formaron parte del torneo tienen versiones más o menos diferentes de la misma historia; sin embargo, todos coinciden en algo: ninguna competencia de freestyle rap en habla hispana podrá superar el legado de El Quinto Escalón.

En Argentina, el fin del Quinto marcó lo que Muphasa define como “el fin del idealismo dentro del rap”. Mientras el trap argentino corona y se proyecta fuerte internacionalmente (Duki, que llegó a la tapa de Rolling Stone Argentina en agosto, toca con Bad Bunny; Paulo Londra graba con Becky G), el vacío se siente. Todavía no ha pasado un año del 11-N y parece como si hubiera pasado una década, y los youtubers internacionales especializados en batallas que antes querían ser argentinos ahora hacen videos sobre “la decadencia de la escena argentina”.

“Pasó mucho que los referentes se volvieron locos”, dice Muphasa, intentando explicar cómo todo llegó a este punto. “O sea, teníamos que destruirlos no unirnos a ellos, ¡imbéciles! Ese imperio del dinero y el reggaetón en un momento era malapalabra, boludo.”

Y para los que preguntan, por como se ven las cosas hoy, las probabilidades de que El Quinto Escalón vuelva algún día parecen nulas. “No hay chance”, dice Muphasa, que sigue al frente del programa de radio, ahora ahora se llama DAMN (lo acompañan Juancín y Veeyam, el DJ del Quinto de escenario).

Él sabe que está parado del otro lado de una grieta enorme que partió al rap argentino en dos justo en el momento en que había logrado volverse relevante. Y es cierto que Muphasa no quiere sonar así, pero puede escucharse la resignación en su voz cuando repasa cómo terminaron las cosas. “Me parece que capaz ahí se echó a perder una generación re interesante de mentes”, dice él, “que capaz iban a hacer algo para cambiar ––aunque sea un poquito–– el mundo”.

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