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Fotografías de Carlos Espinosa.

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Munchies

El Padrino, el taquero elegante, nos contó por qué su comida es tan elevada

“La verdad es que mis tacos sí son una cosa muy elevada”.

Artículo publicado por VICE México.

Enrique Landeros es El Padrino. Así lo conocen desde hace años en los alrededores de la Glorieta de Insurgentes, en la CDMX. El hombre es una celebridad y su taquería, del mismo nombre, también.

“La comida de este compa nos ha salvado a todos por lo menos una vez”, dice un hombre que le pone guacamole a un plato rebosante de pico de gallo, salsas, rábanos y cuanto ingrediente extra existe en la barra del negocio, alojado en una caseta metálica anclada a la banqueta.

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El Padrino sólo sonríe, con las mejillas impecablemente rasuradas. Hoy ha venido vestido como Michael Corleone, el de la película. Trae un mandil negro de taquero bien fajado debajo del esmoquin, así como corbatín y una rosa roja en la solapa.

“No siempre me visto del personaje. Sólo a veces, en días especiales. Para atender hay que hacer de todo. Si diario anduviera así de elegante terminaría muy sucio. Y en eso soy muy estricto: mi taquería ha de estar impecable”, dice, mientras se pone bolsas en las manos y cobra unas órdenes para llevar.

Un niño de buenos gustos

El hombre dice que la película en la que inspiró su nombre artístico le gusta mucho, y que se siente identificado con los gustos refinados del protagonista. Pero que en su casa no tiene una sola copia del filme. El mote, asegura, inicialmente no le viene de eso. Lo llaman así desde hace décadas porque, literalmente, es padrino.

“Era yo muy niño cuando me escogieron para apadrinar a una niña de donde yo vivía, en Toluca, Edomex. Habré tenido unos diez años. Ella creció, fui de nuevo su padrino de bodas y yo me enamoré de su cuñada. Me casé con ella. Y pues nada, se me quedó de por vida el sobrenombre”.

No obstante, hace un año y medio ocurrió algo que le afianzó al alter ego. Una italiana pasó frente a su negocio, vio una lona donde anunciaba tacos de guisado con el mismo nombre de una de las glorias nacionales de su país, y se acercó a pedirle que se dejara tomar una foto.

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Él accedió, hasta con el disfraz puesto y sirviendo tacos, como si normalmente lo hiciera así. La mujer le explicó que era para un concurso de fotografía llamado Amamos México, soñamos Italia. Si ganaba, él podría irse a dicho país de viaje durante una semana. Enrique se emocionó mucho.

Poco después, la mujer le avisó que no había ganado. Y aunque primero se sintió un poco triste, porque verdaderamente sueña con volar alguna vez a Europa, después se sobrepuso. Ahora lo recuerda como una buena anécdota. Sólo que, desde entonces, se encariñó más con el atuendo.

“De por sí, soy una persona que viste bien. Eso lo aprendí desde chiquito, cuando estaba en un internado. Mi mamá tenía que trabajar para sostenerme a mí y a mis hermanos, y no podía cuidarme. En ese lugar me enseñaron a ser pulcro, almidonarme los cuellos y puños, a tener los zapatos siempre lustrosos. Por eso, aunque no vengo diario como El Padrino, siempre llego al puesto con saco y camisa blanca bien planchada”, sentencia.

Tacos y vino

La infancia del señor Enrique estuvo marcada por la comida. No tanto porque sobrara en su casa, sino porque su mamá se dedicaba a venderla para tener ingresos.

Por eso, aunque él creció y se dedicó a pintar con brocha gorda, trabajar el campo, limpiar oficinas y autos, vender ropa de paca y hasta estar en una refinería, volvió a la comida y puso su primer negocio cerca de la iglesia de la Covadonga, en avenida Paseo de Las Palmas.

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Ahí, recuerda, el sitio no tenía nombre. Era sólo una mesita sobre la que preparaba tacos de guisado. Fue una época difícil, pues la comida no siempre se le acababa. Recuerda que crecer fue un proceso lento y doloroso. No obstante, un día todo se alineó y empezó a ver medio escampado el horizonte.

Meros azares del destino lo llevaron a donde está ahora, en la intersección de la calle Puebla, con Avenida Insurgentes, en la colonia Roma. Ahí, desde hace 15 años, expende todo lo que sea guisado, o corte de carne, y se deje envolver por dos tortillas de maíz y una lluvia de ingredientes anexos a gusto del comensal.

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El repertorio del sitio es amplio: hay arroz, arroz con huevo, bistec, pechuga capeada, chuleta, longaniza, campechanos, pollo, pechuga, choriqueso, costilla, aguja, pollo con queso, T-bone, rib eye, filete de pescado, wagyu y salmón. Y según El Padrino, todos los tacos tienen su cierto caché, pues las tres personas que lo ayudan —entre ellas, su esposa— sólo cocinan con aceite de oliva.

“Soy aficionado del vino y de otros pequeños lujos de la vida que podemos darnos, después de haber trabajado tan duro. Me encantaría que mis tacos pudieran comérselos con un buen tinto, pero si lo hago me lleva la policía. Acá en la calle no se puede”.

*

La taquería El Padrino es 24 horas y se trabaja en dos turnos. Al señor Enrique siempre le toca el de la tarde, que termina en la madrugada del día siguiente. Dice que hasta hace algunos años, cuando en la zona todavía existían numerosos table dance, muchos de sus clientes nocturnos eran strippers y bailarinas exóticas.

“Algunos aún nos visitan, pero la mayoría de los que vienen ahora son oficinistas, albañiles, oficiales de tránsito, gente que pasa y se antoja. No los culpo, la verdad es que mis tacos sí son una cosa muy elevada”, afirma El Padrino, al tiempo que le hace una reverencia a un par de jóvenes que se sientan y piden “dos de chuleta, por favor”.

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