Chupe, comida y albures: una tarde con albañiles en el Día de la Santa Cruz
Rafael, el 30-30, Arturo, Axel, Comanche y José. Fotografías por Nestor Santana

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Chupe, comida y albures: una tarde con albañiles en el Día de la Santa Cruz

Entre cervezas, anécdotas y muchas risas, pasé un día a todo dar entre los maestros de la construcción.
NS
fotografías de Nestor Santana

Este artículo fue publicado por VICE México.

Los albañiles comen, beben cerveza y alburean con una destreza natural, como si trajeran esa habilidad verbal impresa en su código genético. El 3 de Mayo, Día de la Santa Cruz, es su día y lo desquitan como se debe. Al preguntarles si conocen el origen de esta celebración, casi todos se encogen de hombros y dicen simplemente que “es una tradición del oficio”, pero no saben a ciencia cierta de dónde viene. Lo que sí saben es que su trabajo no lo puede hacer cualquiera: diariamente ponen a prueba su cuerpo correoso y desafían a sus propias fuerzas, con una condición y resistencias que no dan ni el gimnasio ni el crossfit.

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El 30-30.

Teorías acerca de cómo este día fue instituido en el santoral y adoptado por los trabajadores de la construcción hay varias, siendo una de las más aceptadas que se trata de una fiesta prehispánica antiguamente dedicada a Tláloc, pero que gracias al sincretismo, la deidad de la lluvia fue reemplazada por uno de los símbolos más fuertes de los conquistadores: la cruz. Los antiguos mexicanos, al ser utilizados como mano de obra en las edificaciones coloniales, nunca dejaron de elevar sus plegarias al cielo. Ya no pedían por sus cosechas, pues su área de especialidad había migrado del campo a las zonas urbanas. Ahora pedían que les fuera bien en las construcciones, que no sufrieran accidentes en las obras y que los capataces no se excedieran con las horas de jornada.

El 30-30 y El Comanche.

Este día se chambea a la mitad: apenas entrada la media tarde se abandonan las herramientas para comenzar el festejo. Alguien, generalmente uno de los chalanes, es el encargado de hacer la cruz. En esta edificación, con la misma madera con la que día a día se trabaja, un par de clavos dispuestos estratégicamente y tarán: la cruz está lista. Con algo de rafia, un ramo de claveles se fija la cruz y entonces ya está lista para llevarla a bendecir a la iglesia más cercana. “Lo ideal es que venga el padre hasta acá y así también bendiga la construcción, pero como hoy tienen mucha chamba, casi siempre somos nosotros los que la llevamos a bendecir”, me cuenta Alejandro, a quien todos conocen como El Axel.

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Una vez cumplido con el ritual de liturgia comienza el huateque: el encargado de la obra es el responsable de poner la comida y la bebida, que son indispensables en toda fiesta del 3 de Mayo que se respete. En esta obra tocaron papas con longaniza y salchichas en chile verde, ideales para echar el taco y consentir a la panza, que ya pide echarle algo de combustible. Los botes de plástico que en otro momento sirven para acarrear arena, grava o hacer mezcla, simplemente se voltean y ¡voilá!, como en un truco de magia ya tenemos unas buenas sillas. Y ahora sí, es hora de la “con-bebencia”.

Si algo les sobra a los maestros albañiles, además de ingenio para improvisar en la chamba, es labia. Siempre tienen una frase que puede parecer inocente, pero cuando te das cuenta ya resultaste bien albureado y no sabes ni por dónde te pegaron. Pero no todo es doble sentido. Esa habilidad lingüística también les sirve para contar historias, y como los más habilidosos cuentacuentos, de repente tienen a un público cautivo que escucha con devoción y respeto. Así es como Toribio, el 30-30, Rigoberto, El Comanche, Rafael y El Axel cuentan sus historias, casi todas teñidas de un dramatismo cotidiano. Rafael sólo pierde la sonrisa cuando cuenta que tiene menos de una semana que terminó con la chava con la que creía que ya iba en serio. “Nos dejamos, ninguno dejó al otro. Pero no por eso es menos culero. Es gacho llegar a la casa y ya no tener a nadie a quién abrazar después de un día cansado. O saber que ya no voy a poder ver como crece mi hija”, cuenta con una ternura y tristeza que contrastan con sus chistes y sus frases de picardía habituales.

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Al Axel no le para la lengua: pasa de un tema a otro con una destreza asombrosa. Tiene 37 años, de los cuales lleva más de la mitad dedicándose al oficio. “Cuando me dice mi hijo que quiere dedicarse a lo mismo, le digo que no sea güey, que estudie. Él nada más ve los días que me pagan y seguro piensa que es lana fácil, pero lo que no ve es que hay días en que casi no hay ni para comer. Muchas veces son acá mis compas los que me tiran paro y gracias a ellos uno tiene algo para llevarse a la boca. Ora, sin albur, ¿eh?”.

Cuando le pregunto si cree que esto es un oficio de alto riesgo no duda en afirmar que sí y me cuenta de la vez que, por un breve descuido, arrojó unos alambres a unos cables de alta tensión y lo alcanzó una descarga, percance que lo dejó sin poder trabajar casi medio año. En otra ocasión, al pisar mal y no ver un hueco mientras laboraba en un tercer piso, se cayó y se lastimó la espalda. “Esa vez casi no la cuento. De no ser porque estoy acostumbrado a siempre traer puesta mi faja, dice el doctor que ahí sí me hubiera roto la columna”, me cuenta pelando los ojos, mientras sus compañeros confirman: “esta es una chamba de mucho riesgo, aunque no parezca”.

Las botellas de chela vacías se van acumulando mientras las historias se agolpan también. Cambian de tema: ya no hablan de los riesgos laborales, sino de las veces que fueron campeones de fútbol con sus equipos llaneros, o cómo resultaron vencedores en las madrizas colectivas que se armaron en sus respectivas colonias. No hay estéreo ni bocinas, pero ni falta hacen: uno de ellos pone en su celular canciones de Bronco y con un vasito improvisan un amplificador de sonido para que todos disfruten de la voz de Lupe Esparza mientras la charla sigue y sigue. De pronto llegan la lluvia y la noche. Es hora de despedirse, pues mañana es día de chamba. Hoy la friega ofreció una breve tregua, pero mañana, bien tempranito, estos titanes de bronce tienen que volver a la obra. Nos despedimos y todos me abrazan con una naturalidad y honestidad que ya quisiera percibir en otros ambientes. De repente, mientras estrecho sus manos trabajadoras, no puedo evitar pensar en cuánta razón tenía Frida Kahlo cuando afirmaba: “a veces prefiero hablar con obreros y albañiles que con esa gente estúpida que se hace llamar gente culta”. Y pues sí.

@PaveloRockstar