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Sexo

Pasé un día en una fábrica de juguetes sexuales

Esta gente ha sacado el autoplacer del armario.

Cuando tenía doce años, encontré una peli porno escondida detrás de los tomos de la enciclopedia del salón de mi casa. Mi madre lo ha negado cada vez que se lo he recordado, pero yo juro que ahí estaba y que se llamaba "Chorizo de cantimpalo". Sintiéndome horrorizada y llena de curiosidad a partes iguales, la siguiente vez que mi mejor amiga vino a mi casa y mis padres no estaban, la pusimos.

Panteón de todo lo innecesario, vulgar, médicamente desaconsejable y poco ergonómico, "Chorizo de cantimpalo" iba de una chica que no paraba de meterse objetos varios por sus partes pudendas. Aquella muchacha, de pura frustración sexual, se -perdón por la zafia expresión- dejaba el coño en cada cosa con o contra la que se masturbaba. Había un fondo de sufrimiento perpetuo, de no encontrar la pieza que de verdad la calmaba, que nos acongojó. Nuestra conclusión, que pronunciamos casi instantáneamente, mirándonos a los ojos, fue: "Pobrecita". No había paz para ella.

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Yo haciendo mi propio dildo. Foto cortesía de Fun Factory

Lo cierto es que yo había olvidado completamente a esta chica de la película. Pero, aparcada en un rincón de mi cerebro, aquella muchacha insatisfecha que probaba formas y texturas viene a mi mente sin remedio cuando entro por primera vez en la sala principal de la Fábrica de Fun Factory, en Bremen. En esta ciudad del norte de Alemania, el juguete sexual es uno de los productos patrios. De modo que si una se sube a un taxi e indica "A Fun Factory", el taxista sabrá perfectamente cómo llegar sin necesidad de darle más indicaciones.

Son uno de los fabricantes de juguetes sexuales más grandes de Europa, y el número uno mundial en materia de dildos y vibradores. Desde luego, la fábrica habría hecho las delicias de la muchacha de "Chorizo de cantimpalo". No más búsqueda del tamaño o la forma perfecta (Fun Factory tiene infinidad de tamaños, formas y colores, desde vibradores que se centran en el punto G hasta impulsores que puedes utilizar sin manos), no más dolor (estos juguetes han sido creados por un equipo de ingenieros y médicos, atendiendo a las más variadas anatomías humanas) y cero infecciones y alergias (todos los juguetes están hechos de silicona médica).

Vibradores a falta de incorporar los motores en la fábrica de Bremen. Foto Sabina Urraca

Así como Rajoy tenía a su niña española imaginaria a la que mejorar la vida, esa niña que después fue "la niña de los chuches", yo, mientras admiro cada máquina (¡PROHIBIDO SACAR FOTOS! ¡DEMASIADAS MARCAS DE LA COMPETENCIA BUSCANDO LA FORMA DE COPIAR LOS SISTEMAS DE FABRICACIÓN!), pienso en mi muchacha del chorizo de cantimpalo, de las patas de las sillas, del mango del mortero, del vete-tú-a-recordar todo lo que se metía aquella moza entre pecho y espalda.

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Guiada por dos trabajadoras de la fábrica, paseo por los 13.000 m2 de fábrica situados a orillas del río Weser, viendo cómo un equipo de 200 personas hacen un trabajo de principio a fin, desde la ideación y el diseño, investigación mediante, a la creación propiamente dicha. Me sorprende que, dadas las toneladas de producto al que dan salida, el trabajo sea tan manual, tan, de alguna forma, íntimo.

Pruebas de sumergibilidad de los vibradores. Foto Sabina Urraca

En un lado de la sala, una joven ingeniera comprueba que los vibradores cumplan con el requisito de ser resistentes al agua, sumergiéndolos uno por uno en un recipiente de agua y comprobando fugas de aire (esta gente fueron los primeros en crear juguetes sumergibles). En una pequeña cadena de montaje, dos empleadas incorporan la maquinaria a la estructura de silicona de los impulsores, incorporando la pieza que les permite ser recargables (otra cuestión en la que la marca es pionera). La conversación entre trabajadores es tranquila, distendida, pero hay seriedad en las formas de todo el equipo. Veo casi como se huye, de forma muy intencionada, del cliché de fábrica de algo que tiene que ver con el sexo considerado como algo banal, divertido sin más. Entre las paredes de esta fábrica, de pronto, el placer se vuelve algo serio. Los juguetes se diseñan y se fabrican con la solemnidad con la que se comprueba la eficiencia y la seguridad de un coche. No es para menos.

El en laboratorio creativo con uno de los creadores de Fun Factory. Foto cortesía de Fun Factory

Observo cómo se mezclan los colores con las siliconas, cómo se introducen en los moldes, cómo se desmoldan. Los dildos con forma de delfín, de dinosaurio, con superficies finamente estriadas, lanzan destellos de color. En las vitrinas entre una sala y otra se muestran las piezas de coleccionista, las ediciones especiales. También sistemas de prueba y resistencia: En uno de ellos, un Bück dich (En castellano sería algo así como 'Agáchate'. Consiste en un juguete doble: por un lado es un dildo, y por el otro una pala de dar azotes) enganchado a una máquina, azota una y otra vez un culo de silicona. El objetivo es ver el aguante del juguete cuando se lo usa durante largo rato y con gran intensidad.

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Cuando, visitando una de las salas, soy invitada a fabricar mi propio dildo, vuelvo a pensar en la chica de aquel VHS escondido tras las enciclopedias del salón de mis padres. Hago mi primer dildo, eligiendo el color, mezclándolo con la silicona, vertiéndolo en el molde, dejándolo secar, desmoldándolo, pensando en ella, en querer crear algo que al fin la satisfaga.

Uno de los creadores montando un vibrador. Foto Sabina Urraca

Cuando, tras recorrer todas las salas, me hacen subir al laboratorio del creador, el responsable de todo esto, y tengo la oportunidad de hablar con él, todo hace 'clac', y encaja. Comprendo, de alguna forma, por qué me ronda tanto la figura de la chica insatisfecha que se masturbaba con todo lo que encontraba por delante sin encontrar nunca paz.

En 1996, los ingenieros recién graduados Dirk Bauer y Martin Pahl, fundadores de Fun Factory, crearon un dildo de silicona en la mesa de la cocina de su casa. Habían visitado la tienda erótica de una amiga, y sentían que el mundo del autoplacer femenino del momento, plagado de horrorosas pollas color carne de materiales rígidos y ambición realista, iba en una dirección errónea: Ofrecer a la mujer una copia del pene para que pudiese usarlo a falta de este. Craso error. ¿Por qué limitar la masturbación femenina a una burda imitación del pene, cuando podían crearse formas y movimientos que le ofrecieran mayor placer que este? En cuanto a la cuestión estética, había un mundo inmenso por explorar. Su primera creación huía completamente de la figura estrictamente fálica, y tomó la forma de un pingüino majísimo que se llamó Paddy Penguin. De alguna forma, lo que necesitaba la protagonista de "Chorizo de cantimpalo" era esto: un equipo completo de ingenieros, médicos, comerciales, personal de fábrica, atendiendo a sus necesidades, mimándole ese frenesí suyo.

Yo haciendo mi propio dildo. Foto cortesía de Fun Factory

Y así dejo Bremen, imaginando a esa muchacha tranquila al fin, dormida en un pajar, bajo del torreón secreto, de esa habitación misteriosa en la que trabajan los cerebros creativos de Fun Factory.

Al día siguiente, en Venus, el Festival Erótico de Berlín, el stand de Fun Factory refulge a la entrada de la feria. Las actrices porno que inauguran el festival se detienen, se fotografían con los dildos, admiran sus colores. La sensación del momento son los impulsores, que permiten utilizarlos sin usar las manos, y que imitan el movimiento de embestida solos, sin necesidad de moverlos. Observo allí desplegada en forma de juguetes sexuales toda su historia. Quizá si alguien, dentro de doscientos años, encontrase un arsenal de sus productos ocultos bajo tierra, podría de alguna forma armar en su cabeza una breve historia de la sexualidad femenina y del autoplacer. Podría ver cómo esta sexualidad se iba desenvolviendo, convirtiéndose en algo abierto, sano, que no hacía falta esconder (Estuches de viaje para llevar los dildos, modo especial de viaje para que los vibradores no se pongan a funcionar en medio de un vuelo, formas coloristas, estéticamente bellas, más cercanas a un objeto que uno quiere mostrar que a un secreto vergonzoso resguardado en un cajón). Esta persona podría ver cómo, de alguna forma, Fun Factory contribuyó a sacar el autoplacer del armario.