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Música

Por qué las mujeres abandonamos la música

El exceso de rigidez de la academia, la marca de género en los roles instrumentales o la falta de referentes están entre los principales causantes del abandono de la música por parte de las mujeres.
Fotografía cortesía de la autora

Realizando algunos estudios sobre la escasez de mujeres sobre los escenarios, llegué a formularme la siguiente pregunta: ¿por qué hay multitud de chicas en las aulas de música y tan pocas en la cumbre de la industria? Algunas han seguido años después, de forma no profesional. ¿Qué nos hace quedarnos en la sombra, en el lado amateur, en la invisibilidad?

Como mujeres, se habla de nuestro físico, se nos exige que rindamos al máximo y que demostremos por qué merecemos ocupar el puesto que ocupamos. Y por si esto no fuera poco, nos acabamos creyendo nosotras mismas este discurso. El listón está tan alto que genera frustración, abandono y malestar. En resumen: nos educan para llegar a ser perfectas y…. pues no.

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Yo dejé la música (también lo hicieron muchas de mis compañeras del conservatorio) y ahora quiero entender el por qué. Para ello he investigado sobre algunos de los motivos y he entrevistado a varias mujeres que dejaron la música sobre sus motivos para hacerlo. Esto es lo que me he encontrado.


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Me crucé con Lia Sampai, estudiante de Psicología y Artes Escénicas, en la final del Certamen de Cantautores de Xàtiva (Valencia). Al instante, me di cuenta de las semejanzas entre su experiencia vital y la mía. Lia abandonó los estudios musicales en la adolescencia. Ella estudiaba piano, yo, violín. Las dos hemos acabado encontrándonos con la música de otra forma, volviendo a lo que nos gusta. Nunca vimos la música como una opción profesional, aunque, sea como fuere, nos terminamos llevando los premios gordos del Certamen en el que coincidimos. La música nunca se había ido del todo, aunque nosotras la abandonáramos en su día.

¿Qué hizo que Lia tomara la decisión de dejar la carrera musical? No fue por pérdida de interés en la música. En su caso, la exigencia del conservatorio la bloqueaba y le impedía disfrutar. Tomó el camino de la universidad, aparcando la música durante unos años y retomándola de más mayor desde fuera de la academia. Aún guarda cierta amargura de aquella época en lo relativo a lo musical.

“Quizás nos sentimos inferiores y nos vemos sin derecho a soñar”

Comentamos la ausencia de mujeres en la industria de la música. Lia se muestra precavida a la hora de dar un diagnóstico acerca de las causas, aunque es consciente de la prevalencia masculina en la cumbre del sector y reflexiona: “Quizás algunas mujeres renuncian de entrada porque no creen que tengan lugar en el escenario. Quizás nos sentimos inferiores y nos vemos sin derecho a soñar." Pero Lia sigue cantando, y cree que el cambio de tendencia es posible. Se muestra esperanzada por la afluencia cada vez mayor de grupos femeninos y voces dispuestas a cambiar el panorama social.

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Algo similar le pasó a Irene Vendrell; es abogada y trabaja en el sector social y, al igual que Lia, fue a clases de piano hasta la adolescencia, época en la que decidió aparcar la música. No fue hasta los 24 años cuando empezó a formarse en el estudio del bajo, los dos primeros años con un profesor particular, y después de forma autodidacta. Actualmente, forma parte de Ke Te Kalles, una banda formada por cuatro mujeres comprometidas con la igualdad de género, el empoderamiento de los colectivos más vulnerables, la lucha por las libertades y la emancipación social.

Cuando habla de los motivos que la llevaron a abandonar la escuela de música, Irene destaca el alto nivel de exigencia y la falta de tiempo como principales motivos. Explica que “de joven era incompatible estudiar música, ir al instituto y vivir la vida; demasiado compromiso y rigidez; la segunda vez fue cuando dejé las clases de bajo, por verdadera falta de tiempo después de una jornada de trabajo a tiempo completo.”

Para Irene, la forma de socializar de hombres y mujeres es distinta, debido a la educación que recibimos. Me cuenta que en el instituto, exceptuando algunas compañeras que realizaban actividades artísticas fuera del aula, ninguna de sus amigas tenía interés en el campo la música o del arte en general. Las conversaciones entonces solían girar en torno a los chicos y poco más. En cambio, entre los chicos se hablaba de grupos de música y de otras inquietudes culturales.

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"Creo que muchas mujeres se acaban decantando por cantar porque la voz se concibe como un instrumento natural, corpóreo e irracional, que no requiere demasiada disciplina y técnica, ya que la técnica se asocia a lo masculino"

Otra de las antiguas estudiantes de música con las que he podido charlar ha sido Jacarandá Disidente, poeta y comunicadora, quien reflexionaba sobre la marca de género en los instrumentos: ese mandato invisible que designa cuáles son adecuados para chicos y cuáles para chicas. “A los siete años, salí del conservatorio diciendo que quería tocar el saxofón pero me dijeron que era muy pequeña y que no tendría suficientes pulmones.” Jacarandá empezó a tocar el violín y lo terminó dejando unos años después, a los catorce años. Ya de más mayor, retomó la música a través del saxofón, fuera del conservatorio. “Me dije a mí misma: '¿Cómo que no tengo pulmones? ¡Si tengo dos!'”.

Respecto a las oportunidades, piensa que no pueden ser las mismas para hombres y mujeres, debido justamente a ese sesgo que feminiza o masculiniza algunas actividades musicales o instrumentos. “Yo creo que muchas mujeres se acaban decantando por cantar porque la voz se concibe como un instrumento natural, corpóreo e irracional, que no requiere demasiada disciplina y técnica, ya que la técnica se asocia a lo masculino”

“No aparecemos en los libros de teoría musical, ni en cabeza de cartel ni en los jurados, ni se nos cita, ni se crean instrumentos con nuestros apellidos”

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También cree que la rigidez de las instituciones de enseñanza musical es determinante en el abandono de la carrera musical: “El conservatorio, como la misma palabra indica, es conservador, así que la rigidez y exigencia con la que se trata al alumnado, sumado a que no nos enseñan a encontrar nuestra propia voz con el instrumento, ni a improvisar, ni a disfrutar con la música, sino a repetir partituras de señores, desde el perfeccionismo más feroz, propició que abandonara”.

Cerramos la conversación hablando de la autoexigencia y su relación con la educación. ¿Por qué nos juzgamos de una manera tan dura? Al igual que Irene, Jacarandá piensa que los mensajes que recibimos desde muy pequeñas tienen un importante peso. Mensajes como el “déjamelo a mí, que tú no sabes”. Tampoco aparecemos en los libros del cole: “No aparecemos en los libros de teoría musical, ni en cabeza de cartel ni en los jurados, ni se nos cita, ni se crean instrumentos con nuestros apellidos".

La cuarta de mis entrevistadas es la educadora social Nuria Guasch, con una experiencia de vida muy similar a las anteriores. Después de siete años de estudios de violín en la escuela de música, terminó dejando el instrumento durante la pubertad, como las demás. Nuria se crio en una familia de músicos en la localidad menorquina de Ferrerías. Explica con orgullo que su madre fue la primera mujer que entró a formar parte de la banda municipal.

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Para ella, la ruptura con el violín supuso una ruptura con la norma, pero años más tarde pudo reencontrarse con él. “Dejé el violín para terminar con lo pautado y con lo académico. Fue un acto de rebeldía, de ir contracorriente y de ‘no pienso hacer lo que se supone que tengo que hacer’. Con el paso del tiempo nos hemos reconciliado: es el instrumento al que yo amo".

“Si no tenemos referentes, ¿cómo vamos a querer parecernos a algo que no existe?”

Nuria explica el abandono de las mujeres músicas a través de dos factores. En primer lugar, la falta de referentes. “Si no tenemos referentes, ¿cómo vamos a querer parecernos a algo que no existe?”. En segundo lugar, por el cuestionamiento y la evaluación constantes que se hace a las mujeres músicas. “Además de un buen nivel técnico, a una mujer se le presupone que tenga una buena presencia, y que tenga rollo y actitud, mientras que el nivel de exigencia no es igual para un hombre”.

Cerca de la treintena, Nuria se relaciona con la música de una forma más relajada. Toca el violín en Lo Petit Comité, un grupo en el que el resto de miembros son hombres. Sus compañeros a menudo se preguntan por qué en los conciertos solo la fotografían a ella. A Nuria le parece que esto no es más que otra de las huellas del sexismo.

Pero a pesar de ello, anima a las chicas jóvenes a perseguir lo que les haga disfrutar y a salir del cascarón. “A las nuevas generaciones les diría que no se pongan barreras a sí mismas, porque ya tienen suficientes. Que prueben y que lo intenten porque tienen todo el derecho del mundo a equivocarse. Que salgan las mujeres que están ahí escondidas porque seguro que hay talento oculto que nos estamos perdiendo”.

Los privilegios se dan por razones de género, raza, clase y sexualidad, entre otras, y es transversal: actúa en la política, la empresa, el conocimiento y, por supuesto, en la música

En la cultura americana, existe el dicho “Born in third, thinks he got a triple” (en castellano: “nació en la tercera base, cree que ha logrado un triple”). Esta construcción, que proviene del béisbol y que popularizó el escritor, político y activista Jim Hightower, viene a decir que algunas personas parten de posiciones de privilegio a la hora de alcanzar sus objetivos.

Este privilegio se da por razones de género, raza, clase y sexualidad, entre otras, y es transversal: actúa en la política, la empresa, el conocimiento y, por supuesto, en la música. ¿Tiene alguien que renunciar a su privilegio para dejar espacio a otras propuestas? Lo que seguro que tiene que pasar para mejorar en este aspecto es que se tome conciencia. Si aceptamos que existe una desigualdad, podremos debatir qué medidas tomaremos para el acceso de las mujeres y de otros colectivos al espacio público.

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