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¿Cuál fue el lugar más insólito donde cagaste?

Algunos argentinos nos cuentan, cómo desesperadamente, encontraron un sitio para evacuar
Mariana

Artículo publicado por VICE Argentina

El pavoroso drama de cagar lejos de un inodoro nos vuelve seres con inventiva. Nos iguala a todos, nos expone al mismo pesar: sale o sale y la cuestión se torna de vida o muerte. Así, lo sabemos muy bien, cualquier espacio más o menos digno se convierte en uno presto para el sacrilegio. El estómago siempre juega su propio partido. El universo de intestinos es caprichoso por elección y por naturaleza. Por eso, porque cuando pide hay que concretar, entonces flota una pregunta que corta hasta el aire: ¿cuál fue el lugar más raro en el que alguna vez cagaron en su vida?

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Nada es más simple, no hay otra norma, nada se pierde, todo se transforma: la evacuación urgente es la más poética de las trampas del hombre. Nadie la espera y, por eso, todos quieren despedirla rápidamente. Chau, basta, por favor no jodas más. Urgente, veloz, impúdica, como realmente pinte. Cagar en cualquier lado como una solución final. El crujiente cuerpo alimentado necesita, ahora, ya, no hay más tiempo, dejar de estarlo, porque, como decía el Señor Mojón en South Park: “Todo lo vivo en la Tierra tiene que defecar, es un ciclo que comienza y no puede terminar”. Y cuando apremia, apremia.


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Siempre que no sea demasiado tarde, el ínfimo instante en el que resolvemos el asunto luego de abandonar el fondo del fondo deviene en una pequeña victoria de los hombres. Listo, ahora sí, ya está. Entonces, por todo aquello, en este artículo recopilamos algunas historias de personas cagando en lugares insólitos y resolviendo de forma elegante e impensada: gente con mañas, borrachos que improvisan, soluciones de entrecasa, la mismísima Pachamama recibiendo “regalos”, el sacrificio de bóxers y medias, el meadero de los gatos y hasta ¡unas papas fritas!

Como por un tubo

Estaba con una ex (ex garche, no sé, nunca definimos demasiado) y fue en el año 2008/2009. Ambas habíamos ido al Bajo Flores a pegar porro y ambas estábamos con re ganas de cagar. Cuando llegamos a su casa, ella primerió el baño (obvio era su casa) y yo re “waiting” afuera, caminando de un lado al otro pidiéndole que se apure. Parecía ser la historia sin fin. No salía más y yo pensaba que me cagaba y no estaba en mi casa y empecé a desesperarme. Psicológicamente la pase mal, pero mal, mal. En fin, dando vueltas miré con cariño una bolsa, de las que te daban en ese momento en el supermercado. Igual, la idea no me cerraba mucho. Seguí mirando, y nada. Volví a insistirle: “Boluda, me cago encima, me muero si me cago encima, dale”. A lo que ella me decía: “No puedo salir, perdón, me siento re mal”. Así que agarre un tubo de papas fritas Pringles, tiré arriba de la mesa las pocas que quedaban y me fui a un rincón de la casa. Si ella salía, me daba tiempo de acomodarme. Ya había agarrado rollo de cocina, todo planeado en dos microsegundos. Acomodé el tubo y daría más detalles pero no. Hice un “perfect”, uno solo y lo corté. Pasé el rollo, salió casi limpio (un golazo a esta altura), metí el rollo, cerré el tubo de papas fritas, lo tiré en la basura y cuando salió se lo tuve que confesar, porque vio el quilombo de papas fritas que hice. Nunca más volvimos a hablar de eso, y calculo que toda la gente que ella conoce debe saber esta anécdota.

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Mariana, 36 años, supervisora en un call center.

El árbol de la vida

Matías

Soy una persona con mis manías para hacer caca. Trabajé durante 10 años unas 9 horas por día en una oficina y sólo cagué dos veces, para que se den una idea. Ahora estoy más relajado, pero de elegir siempre prefiero que sea en casa. Incluso, teniendo que aguantar, elijo mi inodoro. En esa época, hace 20 años atrás, mi toc era peor: sólo y exclusivamente en mi casa. Aún vivía con mi vieja en Lugano. Estábamos esperando el colectivo, era tarde, 4 am con un amigo. Sobre la calle Bouchard, enfrente del ex edificio del diario La Nación, sobre la Plaza Roma. El 147 no venía y ya hacía un rato largo que venía extendiéndose la agonía. Corría 1998. El estado interior era más líquido que sólido y su intermitencia, por tanto, era más incontrolable. Hacía una hora que esperaba el colectivo y al menos habría que calcular una hora más en llegar a casa y caminar esas 8, 9 cuadras por la calle Larrazábal. Entonces empecé a pensar en qué podía llegar a tener en la mochila que haga las veces de papel. Sólo las satinadas, duras y muchas veces puntiagudas páginas de un bloc Líder. Eso fue definitivo. Todos sabemos que la urgencia por cagar es ganas más pensamiento. En cuanto cedemos las ganas a la posibilidad cierta de definir el proceso, lo fisiológico se impone al deseo. Lo podemos comprobar cuando reprimimos las ganas de hacer pis durante cuadras pero al abrir la puerta de casa el tiempo ya se agotó: las ganas están, el pensamiento contiene hasta que el pensamiento habilita. Volviendo a la Plaza Roma, el sólo hecho de reparar en un posible sustituto del papel higiénico activó en mí la apertura de la compresa estomacal y no hubo más que hacer para contener lo inevitable. Recuerdo haber oteado, con anterioridad, evaluado, un viejo ombú que se extendía desde hacía décadas en uno de los vértices de la plaza, a escasos metros de la parada del colectivo 147. No fue más que acercarme a registrar el terreno para descubrir que entre sus carnosas raíces ya expuestas por el tiempo existía un natural letrina improvisada con heces de toda laya. Cagar, como hacen pis las chicas en los baños públicos, en el aire, casi levitando, controlando salpicaduras, terminando, la tarea, volviendo a la vida; las hojas Líder como facas, más dañosas que eficaces. El 147 siguió sin venir durante otro largo tiempo. El boleto costó 50 centavos. Tiempo después podaron el ombú. No alcanzó para revitalizarlo. Lo eliminaron. Se desconocen los motivos.

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Matías, 39 años, periodista


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Lo echaron del bar

Jorge

Esto fue en Mar del Plata, en invierno del 2011. Salimos a un bar, El Salmón, había canilla libre. La cuestión es que en un momento de la noche mi amiga Belén estaba muy ebria. Bardeaba al barman. Y al final se peleó con el seguridad del bar y nos echaron. Éramos ella, otra amiga más (Flor) y yo, quienes la queríamos llevar a su casa y no podíamos. Se tiraba por ahí, se quiso robar un helado del quiosco de enfrente de Plaza Colón y yo que me estaba cagando. Tardamos un montón en llegar a su edificio, eran unas 10 cuadras y tardamos como una hora. Subimos por el ascensor y nos da las llaves. Eran un montón de llaves y no nos sabía decir cuál era. Y yo que me cagaba y me cagaba. No podíamos abrir la puerta y Belén no nos decía qué llave era. Ella estaba tirada en el pasillo. Y en un momento no me aguantaba más y me fui a cagar en el ascensor. Mientras cagaba, Flor se asomó y me preguntó qué hacía. “¡Estoy cagando!”, grité. Con el calzón y las medias me limpié el culo y tiré con el calzón el sorete por el hueco del ascensor. La cosa es que después de terminar de cagar mi amiga borracha, Belén, abrió la puerta de su departamento como si nada.

Jorge, 37 años, empleado administrativo y cantante hardcore

El repasador

La anécdota ocurrió en octubre de 2011. Yo soy de una ciudad del interior de la Provincia de Buenos Aires, al terminar la secundaría me mudé a Capital Federal a estudiar cine y trabajar. Solía volver algún fin de semana a visitar a mi familia. La historia arranca en uno de esos viajes… la idea era volver el domingo a la noche a Capital, pero por culpa de un asado nos quedamos y decidimos salir el lunes muy temprano a la mañana. Me levanté a las 5 am, vi un culito de salamín en la tabla sobre la mesada de la casa de mis viejos y de apurado me lo mande bajándolo con un jugo de naranja. Pasé a buscar a mi amigo Pablo y ya empecé a sentir un chucho de frío en las patas. A mitad de viaje le cedí la conducción del vehículo a Pablo porque me sentía descompuesto y un poco mareado. La cosa no duró mucho más, entre el sueño y la vigilia me desperté sobresaltado porque me estaba empujando un sorete y, para mi ingrata sorpresa, ya estábamos en la autopista. Le pedí a Pablo que por favor frene que me estaba re cagando y me dijo que aguante que había una estación de servicio adelante que por una mala maniobra de una auto de adelante no pudimos entrar y me la quedé mirando como un cachorro separado de su madre. Más adelante había un peaje y un embotellamiento. Cruzamos el peaje y ya empezaba a asomar el asunto. Mi amigo maniobrando perfectamente puso el auto contra el paredón del medio de la autopista (bocinazos detrás) y yo abrí la puerta y con maestría absoluta me bajé los pantalones y cagué en asfalto con el auto haciéndome reparo. Como no tenía nada para limpiarme manoteé un repasador que me había regalado mi abuela y me quedó el culo 0km.

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Hernán, 28 años, baterista y director de cine.

Culo con arena

Andrea

Año 2008. Estaba de vacaciones. Bosque de Villa Gesell. Verano, primeros días de enero de esos que la costa está llena de gente. 12:30 am y estaba muy lejos del camping. Había salido a comprar cosas en el súper y volvía. Corría el sudor frío por mi espalda. Un suave pedo antecedía la desgracia, venía acuosa la cosa. Intenté caminar y cruzar el bosque pero la urgencia tocaba mi puerta de atrás. Y no me dejaba avanzar mucho más. Sabía que no llegaría muy lejos. Me metí entre los árboles y fingí meditar. Creo que más de uno se dio cuenta que estaba cagando. Cerré los ojos y seguí “meditando”. Me limpié el culo con arena y me fui derecho al mar.

Andrea, 33 años, fotógrafa

En china hay letrina

Mateo

4:40 am, 28 de enero del 2017, me encuentra caminando por la Nanjing Road, Shanghai, post año nuevo chino. Mis compañeros de viaje se habían vuelto más temprano a la casa que estábamos alquilando, y yo me había quedado en el boliche (The Rouge, un lugar que no tiene desperdicio aunque van pocos chinos, o al menos ese día, y son todos extranjeros con mucho nivel adquisitivo que están viviendo en la New York del Oriente) charlando con una inglesa. Hay que entender que en invierno, en China hace mucho frío, por lo menos en Shanghai, unos dos bajo cero quizás, sumado a eso la cantidad de bebida y una cena a las 8pm, es lógico que tipo 4 am empieces a sentir una fuerte presión en el estómago advirtiéndote que es hora de evacuar. Para que se entienda, el año nuevo chino no es como acá, quilombo, fuegos artificiales, fiestas, excesos, etc. Allá es una semana de vacaciones en donde casi nadie trabaja, por lo que todos esos lugares 24 hs en donde podés entrar al baño de canuto están cerrados. Ya caminando despacito para que nada se escape me dirijo al subte en busca de cualquier baño. Para salvarme de esta. Llego a las 5am a la puerta de la estación de subte, y me encuentro un cartel con los horarios en la cortina de hierro que decía que abrirían 10 minutos después. Fueron 10 minutos eternos, con un frío que castigaba y un dolor de panza aún peor. Abrió el subte y me metí corriendo (al mejor estilo marcha olímpica) a lo que encontré más parecido a una puerta de baño. En China hay letrina en la mayoría de los baños, una posición a la que uno no está acostumbrado a estar, la famosa posición caca de perro. Por eso a los chinos no les cuesta nada ponerse de esa forma, seguro vieron alguno en cuclillas así. En fin, una vez finalizado el acto, me percato de la falta de papel en la letrina, así también como la falta de medias en mis pies, fue cuando le dije adiós al boxer y lo dejé abandonado en un baño de la estación de subte de Shanghai en la Nanjing Road. Volví a casa con más frío, sin boxer, pero relajado.

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Mateo, 28 años, emprendedor gastronómico


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Las piedritas de la gata

Sofía

Volvía de tener un día re largo de laburo y cursada, en ese momento vivía en Ituzaingó y cursaba en Almagro, así que venía de viajar como dos horas haciéndome encima y deseando llegar a casa. Llegué y mi viejo recién entraba a bañarse, siempre tardaba mil años en salir del baño. Me empecé a desesperar intenso y mi vieja me tiró la de ir a cagar afuera. Después de transpirar cinco minutos salí y mi vecina estaba colgando la ropa en el techo de su casa, que daba directo al patio de la mía. Entré desesperada y me paré en la puerta del baño, que está en frente a la del lavadero donde poníamos las piedritas de la gata. Lo pensé dos segundos y me dispuse. Cerré la puerta del lavadero y cagué en la batea. Lo peor no fue hacerlo sino tener que limpiarlo después. Cuando salí mis viejos estaban muriéndose de la risa y hoy, cuatro años después, siguen acordándose de la anécdota.

Sofía, 23 años, diseñadora audiovisual

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