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El hijo de Osama bin Laden es pintor y Estados Unidos es su musa

Hablamos con Omar bin Laden sobre su traumática juventud y su fascinación artística por el Salvaje Oeste.
Gavin Butler
Melbourne, AU
LC
traducido por Laura Castro

Cuando Omar bin Laden se siente deprimido, ve Unforgiven, una película clásica del oeste estadounidense sobre un forajido reformado, interpretado por Clint Eastwood, quien renuncia a la serenidad de la vida agrícola para una última incursión en su violento pasado. El resto del tiempo, pinta. En su mayoría, paisajes: escenas desérticas del Nilo a la luz de la luna o el salvaje oeste americano; árboles muertos y cráneos de ganado y altas mesetas yermas.

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El cuarto hijo mayor y aparente heredero del líder de Al Qaeda, Osama bin Laden, es la viva imagen de su padre. Incluso a través de la cámara de un teléfono inteligente es fácil ver que Omar heredó la robusta nariz de su padre y sus atrevidos ojos oscuros. ¿Pero y su inclinación artística? Esa la heredó de su madre.

“Algunos miembros de la familia de mi madre son muy artísticos”, explica Omar vía WhatsApp. “A mi madre le encanta pintar, y también a una de mis hermanas. Mi tío también era un muy buen artista. Por lo tanto, la necesidad de dibujar y pintar corre por mis venas”.

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'Desierto de Arizona' de Omar bin Laden

En los últimos 12 meses ha pintado más de una docena de obras originales, todas ellas terminadas en el estilo del arte naïf, con colores vibrantes y planas pinceladas expresionistas. En una pintura, recrea las afiladas montañas de Tora Bora, donde su padre fue a esconderse a raíz del 11 de septiembre de 2001. Los picos son irregulares, como los dientes de una sierra, y los pintó en furiosos tonos rojizos. En otra, la pintura favorita de Omar, plasma el desierto de Arizona —a unos 12 mil kilómetros del escondite en la cima de la montaña de su padre—, donde una cabaña rústica y varios cactus verde pálido se agrupan bajo una gran luna y el cielo estrellado.

Todas sus pinturas tienen, tal vez como era de esperar, una simplicidad infantil. Al hablar con Omar, uno tiene la impresión de que su trabajo es una forma de conectarse con la tranquilidad hace tiempo perdida de su lejana juventud, para volver al principio, antes de toda la violencia y el derramamiento de sangre.

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“Extraño los momentos divertidos que tuve, los momentos en que era demasiado joven e inocente para conocer y ver el mundo que me rodeaba”, dice de manera reveladora. “Extraño las vastas extensiones de las dunas del desierto y los mares ondulantes. Extraño la paz de la infancia".

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'Desértico 3' de Omar bin Laden

Las dunas del desierto y los mares ondulantes de la infancia de Omar se encuentran en Jeddah, una ciudad portuaria que se extiende por la costa occidental de Arabia Saudita. Cuando era niño, pasó sus primeros años entre un pequeño departamento en el centro de la ciudad y el campo abierto de la granja de la familia bin Laden, donde su padre tenía caballos, cabras y gacelas. Desde muy joven demostró una inclinación hacia la pintura

Omar recuerda que cuando tenía 7 años hacía “hermosos dibujos” de los caballos de Osama, y ​​conserva un recuerdo particularmente preciado de la vez en que en su escuela decidieron colgar uno de sus dibujos en la pared del aula, lo que él describe como “ el único momento feliz ”que puede recordar.

Pero esa nostalgia pertenece solo a un breve instante en el tiempo. En un lapso de dos años, Saddam Hussein había invadido Kuwait y Osama, convencido de que necesitaría proteger a Arabia Saudita de las fuerzas iraquíes, había convertido la granja familiar en una base militar. Al paso de tres años, después de enemistarse con los propios sauditas, la familia bin Laden había emigrado a Sudán.

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'Memoria' de Omar bin Laden

Fue en el fuego cruzado del conflicto geopolítico que Omar se convirtió en adolescente, por lo que pasó los primeros años de su adolescencia siguiendo a su padre por la ciudad sudanesa de Jartum y el final de su adolescencia siguiéndolo a través de los valles, colinas y zonas de guerra de Afganistán. Omar tenía 15 años cuando lo llevaron a los campos de entrenamiento de Al Qaeda cerca de Tora Bora para que se preparara para la batalla contra los ejércitos infieles de Occidente; tenía 16 años cuando lo llevaron a la línea de fuego de la guerra civil afgana.

Admite, y no sin una punzada de tristeza, que nunca fue particularmente cercano a su padre. Lejos de ser un modelo de paternidad, Osama era un patriarca austero que privaba a sus hijos de juguetes, los golpeaba con regularidad y, más tarde, intentaría persuadirlos para que se ofrecieran como voluntarios para misiones suicidas. Sus tropas sometían a las mascotas de los niños a experimentos fatales con gas venenoso, y si Omar o alguno de sus hermanos se quejaba de síntomas de asma, les decían que chuparan un trozo de panal o una cebolla. Pero fue en el feroz crisol de su adolescencia cuando el firme apoyo de Omar hacia su padre comenzó realmente a decaer.

Recuerda un punto de inflexión fundamental, durante la guerra civil, cuando fue acorralado por disparos de francotiradores en un sendero montañoso de Afganistán. Las escaramuzas territoriales entre los talibanes y la Alianza del Norte del país se habían vuelto caóticas y confusas, y cada bando había abierto fuego en diferentes ocasiones contra sus propias filas cuando sus soldados no podían distinguir entre aliados y enemigos. Parecía no haber una diferencia claramente discernible, y en un momento, un soldado aliado le dijo a Omar por la radio que si lo veía en el campo de batalla, no dudaría en seguir las órdenes y dispararle. Fue allí, en ese sendero montañoso, con los disparos de francotiradores golpeando la ladera a su alrededor, que Omar se dio cuenta de la insensatez de la guerra.

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Tenía 18 años cuando finalmente decidió abandonar la misión de Al Qaeda y viajar a Siria con su madre. La última vez que vio a Osama fue en su complejo en Afganistán en 2001. Omar tenía 20 años y vivía en Arabia Saudita cuando dos aviones de pasajeros chocaron contra las torres norte y sur del World Trade Center de la ciudad de Nueva York. Y poco después de los ataques del 11 de septiembre, Osama huyó a su base militar en las montañas cavernosas de Tora Bora; los mismos picos escarpados que su hijo pintaría en un lienzo, en acrílico rojo sangre, casi dos décadas después.

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'Tora Bora (Intocable)' de Omar bin Laden

Omar, de ahora 39 años, ha condenado repetidamente durante los últimos 20 años los ataques del 11 de septiembre, expresando una terrible pena por las miles de víctimas que perdieron la vida y denunciando a Al Qaeda por la matanza desenfrenada de civiles inocentes. Rechaza las ideologías violentas de su padre y, aunque nunca ha renegado del apellido de su familia, hace mucho que trata de distanciarse de sus salvajes implicaciones.

"Mucha gente piensa que los árabes, especialmente los bin Laden y, sobre todo, los hijos de Osama, son todos terroristas", le dijo Omar a The Associated Press en 2008. "Esto no es verdad".

Quería convertirse en un "embajador de la paz", agregó, y tratar de compensar lo que llamó el "gran error" de su padre. Una tarea colosal, sin duda. Pero a pesar de que es posible que nunca se libere por completo del sangriento legado de Osama bin Laden —incluso mientras lucha con un trastorno de estrés postraumático, un trastorno bipolar y las cicatrices psicológicas de su educación—, Omar ahora afirma haber finalmente logrado un atisbo de paz interior.

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Una paz que proviene, en gran parte, de la pintura.

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'Aguas occidentales' de Omar bin Laden

“Quiero que el mundo sepa que he crecido; que me siento cómodo conmigo mismo por primera vez en mi vida; que el pasado es el pasado y hay que aprender a vivir con lo que ha sucedido”, dice. "Hay que perdonar, si es que no podemos olvidar, para estar en paz con nuestras emociones".

Omar ahora vive en Normandía, donde la campiña francesa bordea el Canal de la Mancha, con su esposa Zaina Mohamed Al-Sabah y una pequeña caballada. Estos son sus amores: su esposa, sus corceles y su recién descubierta vena artística.

A Zaina también le apasiona el arte. Omar recuerda que poco después de conocerse en 2006, los dos pasaban horas dibujando y jugando con Photoshop, creando imágenes en la computadora. Estos pasatiempos gradualmente fueron quedando en el olvido a medida que otras cosas adquirían prioridad en sus vidas. Pero cuando el COVID-19 sumió a Europa en un confinamiento sancionado por el estado, Zaina evitó el aburrimiento de la misma manera que lo hicieron muchos otros en todo el mundo: retomando su lado creativo. Comenzó a dibujar edificios y casas para pasar el tiempo y, finalmente, le sugirió a Omar que debía intentar pintar.

“Buscamos suministros en las tiendas de arte y, aunque eran escasos debido al confinamiento, logramos encontrar todo lo que necesitaba”, recuerda él. "Desde ese día me senté en mi estudio de arte y pinté desde mi corazón".

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'El Nilo' de Omar bin Laden

La inspiración artística de Omar bin Laden proviene de su entorno: su esposa y amigos; la paz que siente cuando monta a caballo o mira el río pasar sigilosamente por su casa. Es evidente por su obra que Omar tiene un inquebrantable aprecio por la naturaleza. Pero aunque las escenas pastorales aparentemente le recuerdan “el hermoso lugar” donde vive ahora, hay otras que invocan algo mucho menos bucólico.

Cuando le pregunté sobre la melancolía que se percibe en algunas de sus pinturas, y de dónde viene, Omar respondió: “Me entristece la forma en que ha cambiado el mundo desde que era un niño; veo la tristeza en los ojos de los demás; siento el dolor que sienten... veo la soledad y la angustia que causa el hambre y la guerra; veo y siento el dolor causado por la violencia”.

Esta es la función dual del arte de Omar: una forma de cristalizar la serenidad de su infancia en Arabia Saudita y su nueva vida en Francia, y al mismo tiempo lidiar con el trauma de todo lo que ocurrió entre esas dos épocas. En de notar que esta lucha a menudo tiene como telón de fondo el escenario del oeste estadounidense, una floritura irónica, dada la acritud de Osama hacia esa parte del mundo en particular.

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'Salvaje Oeste' de Omar bin Laden

Omar nunca ha estado en Estados Unidos de América y, al crecer, su percepción de ese lejano país debió haber sido indudablemente moldeada por su padre, quien alguna vez describió a Estados Unidos como “la peor civilización vista en la historia de la humanidad”. Sin embargo, al ver las pinturas de Omar y escucharlo hablar, es claro que su comprensión de ese país también se ha visto influida por otras cosas: los trinos románticos de la música occidental y country, por ejemplo, que escuchó por primera vez cuando era adolescente en Afganistán mientras buscaba en la radio los sonidos del mundo exterior; o las fantasiosas creaciones de sus películas favoritas de Hollywood.

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“Me gustan los viejos wésterns occidentales”, dice, y luego explica: “Respeto a los vaqueros. Amo la dignidad de los vaqueros".

El mito del vaquero es esencialmente estadounidense, pero seguramente debe resonar con el hijo de Osama bin Laden: la historia del renegado "noble" que toma lo que quiere y usa la violencia como medio para lograr sus propios fines. No hay mejor arquetipo para ello que Clint Eastwood, gran favorito de Omar. Pero Unforgiven, una de sus películas wéstern favoritas, es también una subversión de ese mito: una película que se propone deslegitimar la “dignidad del vaquero” y que pone en entredicho las historias que nos contamos sobre la gloria de la violencia y la guerra.

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'Sueño americano' de Omar bin Laden

Como señala el crítico de cine Brian Eggert: “todo lo relacionado con la trama de Unforgiven... refleja una imagen inversa de los tropos del wéstern occidental clásico... Los rudos pistoleros son expuestos como cobardes, debiluchos y mentirosos, mientras que otros descubren que han superado cualquier deseo de quitarle la vida a otro hombre... Nuestro autorreflexivo protagonista se resiste a su naturaleza una vez violenta solo para convertirse de nuevo en un asesino a sangre fría, lo que sugiere que el héroe de los wésterns no necesariamente es 'el chico bueno', sino solo el que sobrevivió".

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Lo mismo podría decirse de Omar: el que sobrevivió; el vaquero amante de los caballos que lucha contra las mareas de la historia para ser el "chico bueno"; el pistolero retirado que sigue regresando, obsesivamente, al sueño pasajero de un salvaje oeste americano, donde los hombres tienen dignidad y son libres para forjar su propio destino. O también podría decirse de Osama: el asesino a sangre fría con quien está irrevocablemente unido el destino de Omar.

Omar siempre será el hijo de su padre. El pasado es el pasado, como él dijo, y hay que aprender a vivir con lo que ha sucedido. El arte lo ha ayudado a hacer eso. La pintura, dice, lo ayuda a conseguir paz interior y lo transporta al “mundo de los sueños y la imaginación”. Le frece no sólo un medio de escape —a la inocencia de su infancia; a las amplias llanuras estadounidenses de sus sueños—, sino también un proceso de curación.

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'Sueño' de Omar bin Laden

En una de sus obras, titulada "La luz", ha pintado una carretera negra que se precipita hacia un horizonte iluminado. Las líneas medianas atraen la mirada hacia ese horizonte, sobre la colina donde la carretera desaparece y una luz blanca radiante emana de una fuente invisible. Se trata quizás de la obra más oscura de Omar. También es la más simbólica.

"Creo que estoy tratando de encontrar algo de luz al final de este oscuro camino", dice con pesadez. "Espero que la pintura traiga de vuelta la luz a mi vida".

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'La luz' de Omar bin Laden

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'Jinn' de Omar bin Laden

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'Desértico' de Omar bin Laden

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'Muerte y pájaros' de Omar bin Laden

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'Pueblo seguro' de Omar bin Laden

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'Día estadounidense' de Omar bin Laden

Mahmood Fazal es escritor y cineasta. También habló con Omar bin Laden para The Monthly.

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