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Elecciones 2016

Fui suplente en una mesa electoral y viví el infierno de "la fiesta de la democracia"

Primero pasé por la fase de negación y de rabia. Pero así son las cosas, una vez que alguien de tu entorno coge la temida carta... ya no hay vuelta atrás: toca pringar.

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Cuando mi compañero de piso interrumpió los arrumacos de media tarde con mi pareja para aporrear la puerta y gritar que tenía correo, supe que no podía ser nada bueno. No sabía cuán acertado estaba. Mi colega acababa de llegar del trabajo y el portero le había entregado, para que me la diera, una citación para ser suplente de presidente o vocal en una mesa electoral.

Primero pasé por la fase de negación y de rabia. No sabía por qué habían tenido que aceptar mi correo, más aún cuando hacía unos minutos que había hecho caso omiso de una llamada al timbre de casa. Pero así son las cosas, una vez que alguien de tu entorno coge la temida carta… ya no hay vuelta atrás: toca pringar.

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La situación me parecía tremendamente injusta. No sólo porque me iba a perder una fiesta de 30 cumpleaños de uno de mis mejores amigos que se celebraba ese fin de semana, sino porque, por decirlo suavemente, no creo en ESTA democracia. No tenía pensado ir a votar, no solicité el voto por correo (error) y tampoco quise tener implicación alguna en el proceso ni en la campaña electoral. Cuando es tiempo de elecciones intento no ver el inicio de los informativos, me salto las portadas de los principales diarios en internet e incluso paso de la radio.

Una vez que alguien de tu entorno coge la temida carta… ya no hay vuelta atrás: toca pringar

No espero que nadie me entienda, pero creo que ninguno de los partidos me representa. También creo que mientras el sistema siga corrupto y no se le otorgue poder real al ciudadano para decidir sobre cuestiones básicas más que cada cuatro años y por medio de una delegación total de poderes en una sola persona, pues seguiré sin ir a votar y sin interesarme por la política.

Bien aclarado este punto, diré también que me parece un abuso que la elección de los integrantes de una mesa electoral deba hacerse por sorteo puro y duro. En este caso yo perdí un viaje y una fiesta, pero seguro que hay personas que han perdido mucho más. Además, creo que hay personas que necesitan los 60 euros que pagan en concepto de dieta mucho más que yo y que desempañarían las labores por ese dinero y también, objetores de conciencia que no lo harían ni por 300 euros, como yo. ¿No sería más justo elaborar una lista de ciudadanos que se ofrecen para hacer esto y de otros que no lo hacen por motivos ideológicos?

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Ese fue mi siguiente paso, investigar si era posible declararme objetor de conciencia y así poder asistir a la fiesta. Encontré entonces una página de la asociación Grupo Tortuga que se dedica a asesorar a personas que, como yo, no desean asistir a las mesas porque su ideología se lo impide. En su web tienen todo un manual que incluye avisar a la prensa y montar el numerito para darle visibilidad a nuestra protesta. Sin embargo, este método requiere de una inquebrantable voluntad y un poco de desobediencia civil que puede acabar con penas de cárcel "de tres meses a un año" o "multa de seis a veinticuatro meses", según el artículo 143 de la Ley Electoral. Demasiado castigo por mantenerme firme a mis principios.

Así que llegados a este punto, no quedaba otra opción. Tendría que ir, como un cerdo al matadero, a la temida mesa electoral. Yo, que pensé en vender mi voto en Wallapop y escribir un artículo para VICE contando la experiencia.

LA FIESTA DE LA DEMOCRACIA

Levantarse antes de las 8 de la mañana un domingo sólo debería estar justificado en caso de viaje fuera de tu país. Pero al menos hacía fresco. Me presenté en el colegio electoral y me sorprendió la gran cantidad de personas que había a esa hora de la mañana. ¿Estarán haciendo cola para votar? Pues no, todos forman parte del equipo de mesas electorales. Habrá cerca de 50 o 60 personas y eso sólo en este colegio.

Todos parecen tener mejores cosas que hacer y casi ninguno puede quitarse la cara de pocos amigos. Después de un poco de espera, esto es España y aquí la puntualidad no tiene cabida, nos dirigen como ovejas hacia la parte de arriba del edificio. Entre carteles hechos a mano por los alumnos con mensajes ecologistas en inglés, llegamos al aula donde está dispuesto todo para que dé comienzo la fiesta de la democracia.

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Levantarse antes de las 8 de la mañana un domingo sólo debería estar justificado en caso de viaje fuera de tu país. Pero al menos hacía fresco

De nuevo, toca esperar a que vayan llegando el presidente, los vocales y todos los suplentes. Es otra de las cosas que sorprende. En cada mesa hay entre cinco y seis suplentes que tienen que personarse, como yo, lo que les hará perderse cualquier actividad de fin de semana que hubieran planificado fuera de su ciudad. En concreto en esta mesa falta uno de los vocales y yo empiezo a hacer cálculos de probabilidades sobre qué pasaría si sortean el suplente que debe quedarse.

Las aulas están protegidas con rejas, muy propias para este ambiente de supresión de libertad. Por los pasillos circulan varios representantes de los distintos partidos que se presentan. Tal y como un perro se parece a su dueño, cada uno de estos individuos tiene un look que rápidamente identifico con su partido, antes incluso de ver la tarjeta que llevan colgada al cuello.

La depresión hecha cartel

El representante del PP viste camisa blanca Ralph Lauren remetida por dentro del pantalón azul cielo y mocasines, cómodos pero elegantes. Va repeinado con gomina hacia atrás. El del PSOE, por su parte, viste un polo de la misma marca pero de color rojo corporativo. No destaca demasiado. El de Podemos va entero de negro con camiseta y pantalón vaquero y lleva zapatillas rosas, barba y pelo largo. Por último, la representante de Ciudadanos parece la más emocionalmente inestable. Calza zapatillas plateadas y pantalón orlado a juego. Lleva pañuelo, bolso y un abanico metido en el bolsillo de atrás del color del partido. Masca chicle muy fuerte y lleva los ojos muy abiertos incluso para ser las 8:30 de la mañana. Sobre todo para ser las 8:30 de la mañana.

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LA CAJA

Mientras la mesa de al lado -hay dos por aula- se va constituyendo, la nuestra sigue parada por el tedio del presidente. No me cambiaría por él ni por 300 euros. Por 350 ya empezaríamos a hablar. Finalmente, tomo la palabra y le exhorto amablemente a que abra LA CAJA, como una suerte de Jesús Vázquez en Allá Tú. La caja es el elemento crucial, dado que contiene los materiales necesarios para poder empezar con la fiesta: un paquete de folios, tres bolis bic, tres lápices y tres reglas. El presidente se dispone a abrirla como quien tiene que abrir el ataúd de su perro muerto Timmy.

El resto son documentos en los que hay que firmar para constituir la mesa y después unas interminables listas que hay que rellenar, votante a votante, para dejar constancia de que han acudido a las urnas. No, en 2016, aun no se ha inventado ningún aparato que pueda facilitar y/o mejorar la rapidez y la eficacia con la que se toma nota de los votos. Hay que hacerlo uno a uno. Hay que apuntarlo en papel con un boli bic.

Una señora que parece que ha venido a esto más de una vez indica que cada uno de los elegidos para formar la mesa tendrá una hora de descanso en toda la jornada y que "mejor os dejamos solos para que estéis más tranquilos". Lo único que puede hacer que alguno de nosotros nos toque acudir a la mesa sería que esta gente experimentara algún problema de salud. Pero la señora certifica que no hay tal problema: "se os ve fuertes como robles", les dice a los pobres elegidos.

Finalmente, la mesa queda constituida. Un tipo de la organización nos indica que ya podemos irnos después de votar. Supongo que mi cara lo dice todo, porque después añade mirándome: "en el caso de que quieras votar". Automáticamente, cojo mis cosas y desaparezco del lugar del crimen para volver a casa. Podrán llevarse mi libertad, pero jamás me quitarán una mañana de domingo en la cama.