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Cultură

El idiota, el que se meó encima y el nazi: varios tatuadores nos hablan de sus clientes más memorables

Le pedí a unos cuantos tatuadores de Viena que me contaran sus anécdotas favoritas.

Los artistas de tatuaje se ganan la vida marcando de forma permanente el cuerpo de la gente con diseños que a menudo son el fruto de noches de borrachera. Viendo la de personas que van a pasar el resto de sus días paseándose con tatuajes tribales en la zona lumbar, no me explico de dónde sacan estos tipos tiempo para descansar. Supongo que, como cualquier hijo de vecino, ellos también tienen gastos que pagar.

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Supongo que las cosas eran más sencillas cuando las únicas personas que recurrían a la modificación corporal eran los delincuentes rusos y los artistas alternativos, pero hoy día, los amantes del body art son tan variopintos como las propias imágenes con las que les gusta cubrirse la piel.

En un intento por comprender mejor a los que deciden estampar su cuerpo con unas cuantas letras chinas al azar, le pedí a unos cuantos tatuadores de Viena que me contaran sus anécdotas favoritas. Estas son sus historias, contadas con sus propias palabras.

Ahí dentro también podría haber un tatuaje.

La clienta satisfecha

«Es bastante común que los que vienen por primera vez aparezcan acompañados por unos cuantos amigos dándole apoyo. Hace poco vino una chica con tres amigas. Cuando le pregunté qué quería hacerse, las chicas empezaron a soltar risitas nerviosas y la clienta se puso como un tomate. Me explicó que tenía una marca de nacimiento en la zona del bikini, y había pensado que estaría bien añadirle unos pétalos para que pareciera una margarita. Un trabajo de lo más sencillo.

Se quitó los pantalones y, a regañadientes, se bajó un poco la ropa interior. No veía la marca por ningún lado, ya que esta resultó estar muy, muy hacia dentro en la zona del bikini, concretamente justo al lado de los labios. Le dejé claro que no podría hacerle lo que me pedía si no se bajaba del todo las bragas, se tumbaba y abría las piernas. Sus amigas empezaron a reír a carcajadas, pero a ella no parecía importarle.

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Mientras la iba tatuando, de vez en cuando levantaba la vista y siempre la veía con los ojos cerrados y mordiéndose el labio, pero no de la misma forma en que lo suelen hacer otros clientes. No tardé en darme cuenta de que la vibración de la máquina le producía cierto placer sexual y de que la chica estaba al borde del orgasmo. No tengo ni idea de si se corrió o no, pero a sus amigas la situación les pareció de lo más divertido».

El que se meó encima

«Hay una gran diferencia entre tatuar a alguien que ya se ha hecho bastantes tatuajes y alguien que no tiene ni uno. Por lo general, el que ya lo ha probado anteriormente conoce el dolor que produce. No hace mucho, vino un cliente que tenía muchas partes del cuerpo tatuadas y me pidió que le tatuara las manos. Tras una breve charla sobre el diseño, empecé mi trabajo por los nudillos. Es una zona sensible, pero se puede soportar porque por lo general no se tarda más de 20 minutos en acabar el diseño en esa parte.

Cuando estuve a punto de empezar con el tercer dedo, noté que el cliente daba ligeros respingos. Le pedí educadamente que se estuviera quieto, pero cuando levanté la vista, vi que estaba sacudiendo todo el cuerpo. Todo sucedió muy rápido. De repente, se le pusieron los ojos en blanco, se meó encima y se cayó de la silla. Estaba a punto de llamar a una ambulancia cuando, con la misma rapidez con la que se había caído, se volvió a sentar como si nada hubiera pasado. Se limitó a atarse una camiseta a la cintura para ocultar la mancha de pis. La verdad es que no tenía ganas de seguir tatuándolo, pero el cliente me convención prometiéndome que al salir iría directo a que le viera un médico. Sobrevivió al resto del tatuaje, aunque dudo que finalmente fuera al hospital».

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Los idiotas

«Gran parte de mi trabajo consiste en rechazar peticiones de algunos clientes. Una vez, vino un chico de 20 años que quería que le tatuara la palabra whore (puta) con letras enormes en el antebrazo. No sé qué respuesta esperaba que me diera, pero cuando le pregunté por qué leches quería que le tatuara eso, su contestación fue, "Porque es mi palabra preferida˝. Le dije que no lo haría y le aconsejé que reflexionara sobre lo que diría su madre cuando lo viera.

Lamentablemente, a veces nos piden que tatuemos símbolos nazis. Normalmente, los capullos que lo piden saben que es un tema delicado, suelen darle vueltas al asunto, haciendo muchas preguntas genéricas, hasta que finalmente te piden que les hagas una calavera de las SS, runas o, en el peor de los casos, un retrato enorme de Hitler. Naturalmente, me niego a hacerlo y les digo que no se molesten en volver. Lo terrible de esto es que suelen ser tipos de aspecto insignificante y no los típicos rapados que uno espera ver.

Los tortolitos

«Hay un par de tatuajes que la gente pide mucho y que me suelo negar a hacer. En una ocasión accedí, pero solo porque era un conocido. Me convenció asegurándome que había encontrado el amor verdadero y que los dos querían tatuarse para demostrárselo al mundo. Sería algo muy «especial». Imaginé que, a sus 40 años, tendría la sensatez para elegir un diseño razonable, por lo que le dije que sí.

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Esa misma noche, me desperté y eché mano de mi móvil de forma instintiva para leer mensajes, como siempre hago. Me había enviado una foto. Lo primero que vi fue la imagen de una polla enorme y luego la de una vagina. Por lo visto, quería que le tatuara un dibujo realista de las partes de su novia en su pene y que a ella le tatuara su pene en el abdomen, ambos a tamaño real.

Su novia se presentó a la primera cita y, en efecto, se fue con un pollón enorme en el estómago. Luego llegó el turno del chico. Como medía casi dos metros y tenía un pene descomunal, me pidió que le tatuara la vagina un poco más grande que en la vida real. El producto final acabó teniendo el tamaño de un folio DIN A4. Mientras trabajaba en mi tatuaje, el cliente recibió un mensaje de texto en el que había una nueva foto de la misma vagina, solo que esta vez había algo blanco, también. Le pregunté si era semen. «¡No! ¿Qué crees, que somos unos pervertidos?», contestó indignado. Nunca supe qué era aquella sustancia blanca, pero para rematar la faena, me pidió que también le tatuara un mensaje que dijera "No hay un coñito como el de mi chica". Encantador.

Varias semanas después, me lo encontré por la calle. Le pregunté cómo iban curándose los tatuajes y él me dijo que ya no estaban juntos. Seguramente les fastidiará tener que llevar los genitales del otros tatuados en el cuerpo, pero no les debe de ir tan mal cuando ninguno de los dos me ha pedido que les cubriera los tatuajes.»

El error

«Una vez vino un conocido que pertenece a un grupo de moteros y me pidió que le hiciera un tatuaje. Siempre me decía que quería tatuarse el nombre de su mujer, pero nunca me dijo cómo se llamaba. Nos bebimos dos vasos de whisky para calmar los nervios y le mostré algunos bocetos. Le pareció genial y quiso hacérselo en la muñeca, para que todo el mundo pudiera verlo. Bebimos más y me puse manos a la obra.

A la mañana siguiente, me lo encontré a él y a un grupo de amigos moteros esperándome en la puerta. Venían dispuestos a darme una paliza, pero, por suerte, antes logré preguntarles de qué iba todo eso. Al parecer, los efluvios del whisky le habían hecho confundirse de nombre y, en lugar de darme el de su mujer, me dijo el de su amiga, con quien la primera estaba, obviamente, bastante cabreada. Como ofrenda de paz, les aseguré que le cubriría el tatuaje, pero solo si sus amigos se quedaban como testigos».

Traducción por Mario Abad.