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Cultură

En el Congo, mutilar a las mujeres es un arma más en la guerra para el coltán

Caddy Adzuba lo ha vivido y ahora dedica su vida a frenarlo.

Caddy Adzuba (foto via)

El rostro de Caddy Adzuba transmite cierto cansancio, quizá del miedo que la acompaña a diario hasta su trabajo en Radio Okapi, en la región de Kivu del Norte, al este de la República Democrática del Congo. Agotamiento de denunciar desde su micrófono financiado por la ONU la muerte que desgarra su país, donde se acumulan entre cuatro y seis millones de muertos desde 1996.

Paradójicamente, la miseria se ceba con este país a causa de su riqueza. En las entrañas de la República Democrática del Congo se encuentra el 80% de las reservas de coltán del planeta. “Con él funcionan teléfonos móviles, ordenadores portátiles y toda clase de dispositivos electrónicos. Con él se financian los grupos rebeldes que siembran el terror. Para nosotros el coltán  sangre”, explica Caddy.

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Décadas de guerra han repartido en el este del país entre 7.000 y 8.000 hombres armados, divididos en milicias que responden a intereses de los vecinos Uganda y Ruanda, según informes de la ONU. Las Fuerzas Democráticas para la Liberación de Ruanda (FDLR), movimiento hutu presente en Congo desde el fin del genocidio ruandés en 1994, y el M-23, que comprende antiguos milicianos tutsis que desde 1999 asedian la ciudad de Goma, capital de Kivu del Norte. En total, suman una veintena de pequeños ejércitos.  Ellos han trasladado el campo de batalla al cuerpo de la mujer congoleña.

Milicia M23 en Goma.

“El cuerpo es utilizado como arma de guerra, como un campo de batalla. Vivo, trabajo y respiro esa violencia. ¿Por qué? La mujer es mutilada. Mutilada. No se utiliza la violación para obtener un alivio sexual. Meten armas en sus vaginas. Se queman trozos de caucho y se les introducen. Fusiles y machetes. Y les roban a sus hijos para convertirlos en soldados”, denuncia en Madrid Caddy, en su intensa lucha contra la violencia sexual como arma de guerra. Según Caddy, es la llave para desestabilizar al conjunto de la sociedad. “Los huertos trabajados por las mujeres y sus pequeños comercios son la base de la economía familiar. Las mujeres estaban levantando el país. Acabando con ellas, destruyes a todos”. Según Caddy, son 40.000 las mujeres tratadas en el único hospital de Kivu durante el último año.

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La realidad aterra. El hambre amenaza la vida si uno se esconde. Salir de las ciudades supone exponerse a las milicias . “Tienes miedo a salir a trabajar los campos. Tienes que trabajar la tierra para sobrevivir, pero a lo mejor no vuelves nunca a casa. Un grupo de guerreros llega a tus tierras. Agrupan a las mujeres y las van llamando de una en una. Las violan con las herramientas con las que estaban trabajando. Otras son raptadas durante meses, vuelven embarazadas, rechazadas”, cuenta Caddy. “Vivo la guerra en el Congo desde los trece años. En el Congo hay un genocidio contra las mujeres. Nos ha destruido. Nos ha traumatizado”.

Jóvenes armados norte Kivu.

En junio de 2012 recogió la masacre de 65 personas en Kivu. “Los pistoleros reúnen a toda la familia. Cogen a la madre e introducen el arma en la vagina, destrozándola. Luego meten sus genitales y las manos. Lo hacen delante de todos y obligan al resto de familiares a participar. Después lo hacen con las niñas. Los que no pueden huir son quemados dentro de sus casas”. Por decisión propia, decidió tomar un transporte hacia una zona de campos de cultivo por la que actuaba el FDLR.  “Viven en la selva, armados mejor que el ejército congoleño. Fui directamente a preguntarles, porque no entendía de dónde salía todo esto. Me afirmaron que las multinacionales minerales les financian. ¿Qué multinacionales practican el genocidio? ”. Caddy salió de allí en un autobús.

“Los inocentes, estamos cansados”. Caddy llora. El cuerpo de una compañera de profesión, Guylain Chandjaro, ha sido encontrado con heridas en la nuca en el río que atraviesa la ciudad de Bunia, al este del Congo. Llevaba 12 días desaparecida. Silenciar a Caddy también es un objetivo de los rebeldes. En 2009, un mensaje a su móvil le prometía en swahili una bala en la cabeza.

Su voz y su denuncia es su defensa. “He perdido muchos familiares. No puedo tener hijos. No me puedo casar. Deseamos que los rebeldes se marchen. La guerra nos agota”, se lamenta Caddy. Para ella la solución pasa por una intermediación africana que logre poner fin a las injerencias extranjeras. “El Congo debe recuperar su soberanía en el Este”.