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Mi mejor amiga es suicida

La mayoría del tiempo la frustración que acompaña al hecho de tener una amiga con una enfermedad mental no tiene nada que ver con la amiga en sí.

Foto por el usuario de Flickr David Rosen

No recuerdo muchos detalles sobre la primera vez que mi mejor amiga me dijo que se quería matar. Me lo dijo mientras estábamos estacionadas en la entrada de su casa, viendo a través del parabrisas el aburrido blanco de su portón. Dijo que la semana anterior estuvo a punto de hacerlo. Después de eso yo empecé a decir un montón de palabras que sabía que no ayudarían en nada. Me la pasé repitiendo: "No puedes. No puedes. No puedes", hasta que me volteó a ver y se limpió una lágrima.

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Desde aquella noche pienso en ella varias veces al día. Me pregunto cuándo recibiré una llamada de su mamá con voz entrecortada que apenas pueda articular palabras. Entro en pánico cuando tarda días en contestar mis mensajes. Siempre checo su Instagram para ver si subió algo. Me meto a su Tumblr. Busco si ya volvió a abrir su Facebook.

Siete meses después de esa noche me habló del teléfono de un psiquiátrico, el mismo al que había ingresado después de la primera vez que me dijo que era suicida. Me dijo que esta vez su mamá la engañó para reingresarla. Ella lloraba, suspiraba entre palabras y me dijo que cuando su mamá muera, ella también lo haría. Le dije que no dijera eso. Ella dijo que ése siempre había sido el plan, que hasta su mamá lo sabía. Sentí cómo empecé a frustrarme. "Eso no es normal", le dije. No sabía si era malo decirle algo así. No estaba segura de si debía tratar de calmarla y decirle que estaba bien tener esos sentimientos o si debía decirle lo que realmente sentía, que era que no estaba nada bien.

Foto vía el usuario de Flickr Delores

La primera vez que le pregunté qué pensaba de que escribiera este artículo, ella no respondió durante todo un día. Yo estaba preocupada de que me pidiera que no lo hiciera, o peor aún, que se enojara de que yo fuera una insensible por tan sólo pensarlo. Pero cuando al fin respondió, dijo que al estaba lista para sacarlo a la luz y me empezó a contar los detalles de la enfermedad, de las medicinas y los pensamientos que la habían atormentado durante años.

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Ella fue diagnosticada con trastorno depresivo mayor, uno de los trastornos mentales más comunes en Estados Unidos. De acuerdo con la Organización Mundial de la Salud, la depresión mayor es también la más común entre los trastornos mentales y de comportamiento.

Es posible que ella sufriera de trastorno bipolar II y trastorno esquizoafectivo. Sin embargo, estos desórdenes son difíciles de diagnosticar cuando los pacientes son jóvenes, ya que es difícil separar los síntomas de la angustia juvenil. En promedio, tarda diez años para que los pacientes bipolares sean diagnosticados y tratados. Hasta entonces, básicamente se trata de prueba y error.

Yo estoy siempre vigilándola, agarrándola cuando puedo y tratando de que no se caiga.

Wendy Parker, una especialista en enfermería clínica que se especializa en prescribir medicinas a niños y adolescentes, me dijo que los doctores a menudo experimentan con medicamentos para ver qué funciona mejor antes de diagnosticar a los jóvenes con cosas como trastornos bipolares. "Si le das medicina como Prozac, rápidamente verás si responde", dijo Parker. "Si no responde y su humor empieza a cambiar de deprimida a eufórica, de triste a feliz o de deprimida a muy enojada", entonces los doctores tendrán que probar con un nuevo diagnóstico o una medicina nueva.

Hace algunos años, a mi amiga le recetaron 20 miligramos de Prozac. Luego se los subieron hasta 60 y luego le añadieron 250 miligramos de Seroquel, un estabilizador del ánimo. Ella me ha dicho varias veces que la medicina no está funcionando. En diciembre decidió dejar de tomar todo. Desde entonces se salió de la universidad y se mudó al otro lado del país por tiempo indefinido. Dice que no sabe dónde estará el mes que entra, lo que me aterra. Siempre se está mudando, desarraigándose a sí misma en un carrusel de decisiones que le cambien la vida por completo. Y yo estoy siempre vigilándola, agarrándola cuando puedo y tratando de que no se caiga.

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Hace dos años, cuando las dos vivíamos en Nueva York, me llamó de su departamento al otro lado de Manhattan. Ella alternaba entre risas y susurros y me preguntaba si recordaba los tenis que lancé sobre los cables eléctricos afuera de su ventana. Le dije que sí. "¿Y si tienen una cámara dentro?" me preguntó. En ese entonces asumí que sólo había fumado mota y se había puesto bien paranoica, pero recuerdo haber colgado y acostarme en la cama sin poder dormir, imaginando cómo se quedaba viendo con enormes ojos hacia la oscuridad afuera de su ventana.

La mayoría del tiempo la frustración que acompaña al hecho de tener una amiga con una enfermedad mental no tiene nada que ver con la amiga en sí. Me frustra que esto le haya pasado a ella. Me frustra que las medicinas no funcionen. Me frustra que las medicinas parezcan ser su única opción. Me frustra que no tengamos una mejor solución. Me frustra que no puedo hacer nada para ayudarle.

"Hay mucha gente con trastorno bipolar que vive muy bien", me dijo Parker. "Aprendes a vivir con ello y a cuidarte a ti mismo. Pero cuando eres joven es bastante difícil. La gente que lidia con ello tiene que aceptar que como persona está bien, pero que su cerebro hace cosas horribles que hacen que la vida sea muy, muy difícil".

Le pregunté a Parker si había algo que pudiera hacer por mi amiga. Me dijo que siempre fuera comprensiva; que aunque no entienda, puedo intentarlo, y que eso hace la diferencia. Me dijo que cuando me molestan las cosas que hace, separe a mi amiga del trastorno. "Algunas cosas son ella y otras son la enfermedad", dijo.

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Me frustra que las medicinas no funcionen. Me frustra que las medicinas parezcan ser su única opción.

Hay veces en que mi amiga se abre sobre lo que ocurre en su mente y yo no sé qué decirle. Ella menciona las notas suicidas que ya ha escrito o su plan de matarse cuando su madre muera. Parker me dijo que en momentos como éstos, cuando no sé las palabras correctas y estoy desesperada por decirle algo que importe, y me aterra que lo que le diga le haga más daño que bien, lo mejor es ser honesta.

"Ése sería el momento de decir: 'La vida es importante. Tu vida es importante'. Eso ayuda", dijo.

Y no puedo darme por vencida hasta que ella lo entienda. Dejo que ignore mis mensajes durante días sin expresarle mi frustración. No me quejo de que me oculte cosas y de que no me cuente de su vida. Ignoro el hecho de que sólo hablamos cuando ella quiere. Nuestra relación se basa únicamente en sus términos y creo que así seguirá siendo hasta que se mejore. Tampoco me hago la que cree que mantener nuestra amistad es su prioridad número uno. Yo no quiero eso, ya que siempre que me siento relegada, ignorada o lastimada, la perdono en un segundo. Y seguiré haciéndolo.

Si tienes problemas de depresión o suicidio, llama al Servicio de Apoyo Psicológico por Teléfono (SAPTEL) al 01-800-472-7835.

Sigue a Catherine Pears en Twitter.