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Tecnologia

El mercado de reventa de iPhones

En Hong Kong, algunos comerciantes compran todos los iPhones de la tienda de Apple y los revenden justo afuera del local a un precio mucho más caro.

Revendedores de iPhones a la salida de la tienda Apple del distrito de Causeway Bay, en Hong Kong (fotos por Michael Grothaus y José Farinha).

En Hong Kong hay una calle tan atestada de gente, que circular por ella es casi imposible. No me estoy refiriendo a las zonas ocupadas por los manifestantes a favor de la democracia —que, desde luego, también están muy concurridas—, sino a Kai Chiu Road, la calle en la que está la tienda Apple en el distrito hongkonés de Causeway Bay.

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Sus aceras están abarrotadas de personas que acampan desde la primera hora de la mañana hasta altas horas de la noche, sólo que a diferencia de sus vecinos manifestantes que están a sólo 20 minutos de ahí, su intención no es la de exigir unas elecciones transparentes y abiertas, sino ganar dinero fácil vendiendo iPhones nuevecitos. Es más, en Kai Chiu Road hay tantos de estos vendedores que me atrevería a decir que es la zona cero del mercado gris de Apple en Asia.

Cuando llego al lugar, observo que hay una mezcla de capitalistas chinos, algunos empleados de Apple haciéndose los despistados y un nutrido grupo de revendedores ganándose el sustento para sus familias. “Tengo un iPhone 6 Plus dorado de 128 para ti”, dice uno de ellos en cuanto me ve llegar. Intento pasar de largo. “Solo por diez mil dólares de Hong Kong (unos 17,000 pesos)”.

“Es un robo”, le contesto, mientras señalo la tienda Apple, unos pocos metros más allá. “Ahí puedo comprarlo por ocho”.

El hombre se echa a reír. “Los de Apple no tienen. Se los compramos todos”, asegura.

La mujer que está junto a él, otra vendedora con menos aparatos, agita la mano frente a mí cuando paso de largo al primer vendedor. Tiene siete iPhones envueltos en una caja de plástico. No habla inglés, pero sabe el precio que me ha pedido su vecino, así que toma una calculadora y me enseña la cifra “9,700”.

Sonrío educadamente y sigo caminando. Paso los siguientes minutos caminando por Kai Chiu Road, frente a la tienda Apple, viendo cómo cambian de mano miles de dólares. La mayoría de los compradores son turistas chinos del continente que están de visita en la ciudad para hacer compras y están ansiosos por hacerse con un iPhone. En Hong Kong, los nuevos dispositivos de Apple se pusieron a la venta el 21 de septiembre, casi un mes antes de que se comercializaran en la China continental, e incluso entonces fue casi imposible conseguir uno hasta varias semanas después.

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Mientras saco mi propio iPhone para fotografiar el único mercado de un solo producto que he visto en mi vida, me pregunto hasta qué punto este comercio paralelo molesta a los responsables de la tienda Apple que hay justo enfrente.

La respuesta no tarda en llegar.

Hasta ahora, los guardias de seguridad de Apple, vestidos con camisetas negras —posiblemente trabajadores de una empresa subcontratada— se han limitado a observar la escena con total pasividad desde atrás del escaparate de la tienda. Sin embargo, en el momento en que me ven sacar el móvil y empezar a tomar fotos, salen de la tienda, se dirigen hacia donde me encuentro y se paran frente a mí para obstruir la vista, ya que por lo visto soy la única persona que está cometiendo algo ilegal.

Durante varios segundos, me encuentro en la violenta situación de estar cara a cara frente a un escudo humano compuesto por cinco guardias de seguridad. Decido guardar el teléfono en mi bolsillo y me dirijo a la tienda mientras ellos no me quitan ojo de encima.

Un revendedor de iPhones frente a la tienda Apple.

En el interior, un empleado me saluda, a lo que yo respondo apuntando con el dedo a todos los vendedores que hay en la calle. “Qué mercado tienen ahí fuera, ¿no?”, comento.

“¿Qué quieres decir?”, replica, mirando a la calle.

“Pues toda esa gente que está vendiendo iPhones guardados en maletas”, respondo. “Hay cientos de ellos”.

“No podemos determinar qué están vendiendo”, afirma mientras contempla una maleta rebosante de celulares. De repente me da la sensación de estar hablando con una de las autoridades de Pekín que, a principios de semana, había asegurado que los manifestantes en Hong Kong se reducían a poco más de “un puñado”.

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Tengo más suerte con el segundo empleado, quien admite que, pese a que Apple desaprueba enérgicamente la reventa de iPhones y desearía poder hacer algo al respecto, de hecho “no hay nada que podamos hacer, ni siquiera echarlos de ahí, porque es un mercado libre”.

También me explica que, en los últimos años, Apple ha tratado de librarse de los revendedores imponiendo un sistema de “iReservas”, por el que los clientes debían reservar sus teléfonos previamente por internet antes de pasar a recogerlos a la tienda. Para ello, debían proporcionar un número de teléfono y un documento oficial de identidad, que eran introducidos en una base de datos y que permitía limitar la compra a dos aparatos por persona.

“La razón por la que hay tantos revendedores con maletas llenas de iPhones”, afirma el empleado más comunicativo, “es que pagan a sus amigos o incluso contratan a trabajadores emigrantes para que se registren y compren dos iPhones”.

En ese momento interviene un cliente que estaba oyendo nuestra conversación, y asegura que Apple debería actuar más contundentemente con los “oportunistas” de la calle. Añade que no es justo que los revendedores abusen del sistema de iReservas mientras que él tenía que esperar. A continuación le pregunta al empleado cuánto tiempo falta hasta que vuelva a haber iPhones dorados en existencia.

Se hace tarde y quiero llegar a tiempo para escuchar el discurso de Joshua Wong, el estudiante de 18 años a quien se le atribuye haber iniciado las protestas de Hong Kong. Mientras camino por el interminable mercado de revendedores, advierto un pequeño lazo amarillo en el cuello de la camisa de una mujer que se encuentra casi al final de la calle y que solo tiene un iPhone a la venta, un modelo de iPhone 6 de 16GB plateado.

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El lazo amarillo es un símbolo ampliamente reconocido de apoyo al movimiento en pro de la democracia. Le pregunto qué está haciendo ahí, que si no sabe que Joshua Wong dará un discurso esta noche.

Ella me contesta con una sonrisa aprensiva.

“Ya lo sé”, responde.

Insisto y le pregunto por qué está aquí, intentando vender el modelo más básico de lo último de Apple —el que nadie quiere— en lugar de ir a escuchar a Wong. ¿Había tenido una dura jornada en el mercado de la reventa y ese era el último modelo que le quedaba por vender?

Me cuenta que no todas las personas que están ahí son capitalistas. Algunos, como ella, llevan todo el año ahorrando para comprar un iPhone con el que —en el momento adecuado— pueden obtener el doble de lo que pagaron por él, lo que equivaldría casi al salario de un mes para muchas personas en Hong Kong, una ciudad que no sólo lucha contra una democracia autónoma, sino contra un enorme abismo en el que vive sumido casi el 20 por ciento de la población por debajo del umbral de la pobreza.

El iPhone de 16 GB es el único modelo que puede comprarse y yo empiezo a lamentar que, con tanto revendedor ofreciendo mejores modelos, no logrará obtener el beneficio que esperaba.

“Es como un juego de azar”, afirma, “pero de momento tengo que alimentar a mi familia”.

A continuación echa un vistazo a los revendedores regateando sus iPhones y declara, “Pero mi corazón está con los manifestantes. Preferiría mil veces estar con ellos que aquí”.

La expresión de preocupación de su cara se torna en una sonrisa. “Pero al menos guardo el recibo, por si no puedo venderlo en unos días”.