Circuitos urbanos, o cómo la adicción a la adrenalina supera el miedo

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Circuitos urbanos, o cómo la adicción a la adrenalina supera el miedo

Las carreras de coches nacieron en las calles hace más de un siglo... y aún hoy sigue habiendo multitud de pilotos capaces de jugarse la vida voluntariamente en pos de la adrenalina y la sensación de velocidad.

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La carreras comenzaron su vida en las calles. Antes de los circuitos más modernos, con sus cabinas VIP con aire acondicionado y botellas de Moët&Chandon, los miembros más salvajes de la sociedad saciaban sus ansias de velocidad sacando sus máquinas a la vía pública para desafiar sus peligros. A veces era legal; a veces… no tanto.

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Para muchos de los esos competidores, de todos modos, eso no importaba; la naturaleza ilícita de lo que hacían era parte de su atractivo.

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Ojo, sin embargo, porque no solo hablamos de personas en la periferia de la sociedad: nombrad cualquier competición automovilística respetada y podrás encontrar sus raíces en las calles. Una de las carreras más populares de la Fórmula 1, el Gran Premio de Mónaco, se disputa en el patio trasero de un multimillonario en el Mediterráneo; el Gran Premio de España se corrió en varias ocasiones en el circuito urbano de Montjuïc, en Barcelona.

La NASCAR estadounidense —y por extensión, la europea— tiene orígenes aún más proletarios. Durante la ley seca, los contrabandistas transportaban el alcohol ilegal usando coches rápidos y ágiles que pudieran dejar atrás a los policías; además de para ganar dinero cargando licores, las persecuciones les servían para probar lo que se sentía al conducir a velocidades increíbles por carreteras públicas. Tras la prohibición, muchos quisieron seguir experimentando esa emoción, así que las carreras con coches modificados se volvieron muy populares. A medida que fue pasando el tiempo, esto se convirtió en las carreras de 'stock cars'… y de ahí, a lo que conocemos como NASCAR.

El piloto vasco Ander Vilariño celebrando un triunfo en la Euronascar. Imagen vía Facebook.

En nuestros días, las carreras en circuitos callejeros son parte de casi cualquier tipo de automovilismo: Fórmula 1, Fórmula E, turismos… prácticamente todas las disciplinas compiten en circuitos urbanos al menos una vez al año. Es una suerte de tradición, como brindar con champán para celebrar las victorias o que la selección inglesa de fútbol se quede en los cuartos de final de los torneos importantes.

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Que los circuitos urbanos hayan pasado a formar parte del paisaje típico del automovilismo, sin embargo, no significa que hayan perdido su peligrosidad. A pesar de que las instalaciones actuales suelen ser extremadamente seguras, las pistas callejeras siguen teniendo cierto aire terrorífico: su superficie suele estar llena de baches, no tienen zonas de escape, y en general la sensación de velocidad al recorrerlos es mayor. Se ven salvajes, en resumen.

Desde el punto de vista del espectáculo, los circuitos urbanos ofrecen una intensidad mucho mayor. En una pista estándar, las barreras están alejadas: en las calles, los pilotos las rozan en cada esquina. Si cometen un error podrían dejar el coche convertido en papilla en cuestión de segundos… y además hacerse daño. De hecho, no es necesario ni que sea su error: si le pasa algo al coche o si el tipo de atrás no valora especialmente su seguridad, la posibilidad de terminar estampado contra el muro es más que real.

Además, y siempre desde el punto de vista visual, el hecho de correr frente a casas y señales de tránsito lleva la competición a otro nivel. Cuando los monoplazas corren en circuitos callejeros están atravesando los mismos caminos sobre los que vosotros o yo conduciríamos —solo que lo hacen mil veces más rápido.

El piloto de Red Bull David Coulthard (debajo) y el de Williams Kazuki Nakajima se ven involucrados en un accidente en el Gran Premio de Interlagos en 2008. Foto de Roland Weihrauch, EPA.

Los circuitos urbanos, además, confieren un pedigrí especial a quienes los dominan. Mucha gente asocia la habilidad en las pistas callejeras con la verdadera grandeza. En la F1, los pilotos que han ganando en Mónaco son considerados como la élite de la élite; Ayrton Senna ganó la carrera seis veces, Michael Schumacher se llevó cinco victorias y Alain Prost cuatro. Con eso tienes a tres de los pilotos más aclamados de todos los tiempos. No es coincidencia.

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El brasileño Senna era un dios en Mónaco, pero incluso él fallaba de vez en cuando. En 1988 se estrelló mientras estaba a la cabeza cómodamente, otorgándole la victoria a su némesis Prost. Senna estaba tan angustiado que se encerró en su apartamento (que, al tratarse de un circuito callejero, estaba convenientemente cerca) y no le habló a su equipo durante varias horas. El episodio tuvo un gran peso sobre Senna: ganó los demás Grandes Premios de Mónaco en los que participó hasta su fallecimiento en 1994.

El incidente hizo más grande el encanto de Mónaco. Si alguien con la habilidad de Senna podía errar de esa forma, los mortales comunes y corrientes no tendrían oportunidad. Si preguntásemos a los pilotos que allí han corrido, casi todos nos dirían que una victoria en Mónaco es más importante que en cualquier otro lugar. Casi todos, al menos: el tres veces campeón del mundo Nelson Piquet, por ejemplo no era fan de Mónaco. "Es como andar en bicicleta por tu sala", afirmó una vez el brasileño. Pero tal vez lo dijo porque nunca ganó allí…

El hijo de Piquet, Nelsinho, ha tenido mucho más éxito en los circuitos urbanos… aunque también ha protagonizado algún que otro escándalo. En 2008, su equipo le forzó a estrellarse intencionadamente en el circuito callejero de Singapur para ayudar a su compañero de equipo Fernando Alonso a ganar la carrera. Al final, el plan se hizo público y la carrera de Piquet en la F1 quedó arruinada.

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Nelsinho, no obstante, ha logrado redimirse. Piquet ganó el primer campeonato de Fórmula E la temporada pasada… y cabe recordar que todos los eventos de la Fórmula E se corren en centros de ciudades, para mostrar su tecnología sostenible en los mejores escaparates posibles. Así, Nelsinho ganó en Long Beach (EEUU) y Moscú (Rusia), y aseguró el título por un punto en la carrera de Londres, donde el recorrido atraviesa los caminos de Battersea Park.

Dominar los circuitos urbanos, pues, es clave para triunfar en la recién nacida Fórmula E. Hasta el momento, sus protagonistas más exitosos —como Piquet, Sebastien Buemi y Lucas di Grassi— comparten el gusto por estos recorridos. No obstante, no todo sale siempre rodado, si nos permitís el terrible juego de palabras. La primera carrera de Fórmula E terminó con un accidente brutal tras una agresiva defensa de Nico Prost frente a Nick Heidfled. Para hacerlo aún más dramático, se disputaban la victoria y ambos tuvieron que abandonar.

Lo verdaderamente extremo de los circuitos urbanos, sin embargo, llega cuando hay motocicletas de por medio. En este caso, todo toma un cariz muchísimo más épico —y terriblemente más peligroso.

Buenos ejemplos de ello son el recorrido de la Snaefell Mountain que alberga la carrera Isle of Man TT y el Manx Grand Prix. Ambas carreras son icónicas y extremadamente populares en el mundo del motociclismo, pero poner una moto a tope corriendo alrededor de una montaña puede ser espeluznantemente arriesgado. Este año, de hecho, han muerto tres pilotos —uno en la TT, dos en el Manx GP—: en los últimos cinco años, hasta 17 personas han perdido la vida en estas carreras.

La cifra, terrible en sí misma, confirma no solo el peligro de las carreras en caminos y calles, sino también la fascinación que estos eventos deben levantar para que alguien se arriesgue a correrlos. Que haya tanta gente inscribiéndose a pesar de que no saben si jamás regresarán a casa demuestra lo adictivas que pueden ser estas carreras. Al fin y al cabo, mientras sigan siendo felices, ¿quién somos nosotros para detenerlos? Claramente son una especie diferente de humanos.