Por qué fui hasta Hawái para hacerme un tatuaje

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Por qué fui hasta Hawái para hacerme un tatuaje

Norman “Sailor Jerry” Collins es una leyenda entre los artistas del tatuaje. En Hawái, el día en que cumpliría 106, fui a hacerme mi primer tatuaje a la tienda que fue suya hasta el mismo día de su muerte, en 1973.

Hawái no es solo playas, surf y paisajes que quitan el aliento. Existe otro Hawái que el del calor, el mar azul turquesa y las olas perfectas. Las palmeras y los collares de flores suelen eclipsarlo y mantenerlo al margen de las miradas de los turistas menos curiosos. La oportunidad de visitar Honolulú en un viaje con periodistas de varios países del mundo de la mano de la marca de ron Sailor Jerry me abrió los ojos a toda una herencia cultural relativamente desconocida que cambió por completo mi percepción de Hawái.

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Pese al clima maravilloso, las playas de ensueño, los alohas y los mahalos, el afecto genuino de las gentes de la zona, el recuerdo único de las primeras grandes olas del año en Pipeline, y las inmersiones en Waimea Bay y de recordar, con lágrimas en los ojos, a mi yo de 13 años contemplar extasiado las (raras en la época) revistas de surf con las que forraba mis cuadernos del colegio y soñaba despierto con visitar aquellos lugares, lo que permanecerá conmigo toda la vida es la oportunidad de haber contribuido con mi propia piel, literalmente, a mantener vivo el legado de un icono.

Waikiki, la cara más visible del paraíso (pero no la más encantadora). Todas las fotos por el autor, excepto si se indica lo contrario

El 14 de enero, día en que Sailor Jerry habría cumplido 106 años, y en la que fue su tienda y espacio de creación durante décadas hasta su muerte en 1973, decidí marcar en mi cuerpo una parte imprescindible de la historia del tatuaje, que no es poco.

En plena Chinatown, donde durante la Segunda Guerra Mundial millares de militares norteamericanos se olvidaban durante unas horas de las atrocidades del conflicto entre putas, alcohol y tatuajes, crucé el umbral del número 1033 de Smith Street y el peso histórico del lugar me provocó un estremecimiento.

En el Punchbowl Cemetery, un lugar que corta la respiración, yace Norman "Sailor Jerry" Collins. Junto a él, centenares de veteranos de la Segunda Guerra Mundial, muchos de ellos con apellidos portugueses, descansan eternamente. Este también será el último lugar de reposo de Barack Obama. El cementerio es un punto de peregrinación obligatoria y forma parte de la historia de EUA

En aquel mismo lugar, Sailor Jerry se dedicó durante más de 40 años a un arte que contribuyó a modernizar y en el que dejó una impronta tan profunda que alcanzó el estatus de leyenda. Hacerse un tatuaje allí, donde hoy su legado se preserva con devoción casi religiosa, es un honor que muchos anhelan. Para alguien como yo, que no tengo ningún tatuaje y que he empezado a plantearme la posibilidad desde hace unos pocos años, es una inmensa suerte tener esta oportunidad. La elección del flash, entre las posibilidades que me presentaron, salidas directamente del catálogo original de Norman Collins, fue, por tanto, sencilla: "Lucky".

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El espacio es minúsculo y, en línea con muchos de los lemas de la vida del legendario artista, está desprovisto de grandes artificios. No hay reservas, ni conversaciones circunstanciales, ni tampoco intención de monetizar la popularidad creciente de los tatuajes alimentada por innumerables reality shows. Simplemente llegas, escoges, te tatúan y te vas. "My Work Speaks For Itself" o "Originating, Never Imitating" son dos lemas clásicos de Sailor Jerry.

Lemas que repetía a los marineros que desembarcaban en Pearl Harbor y se pasaban por el barrio rojo de Honolulú, también conocido como Hotel Street, para beber los cuatro chupitos permitidos, liberar tensiones en alguno de los numerosos burdeles de la zona e inmediatamente después inmortalizar el momento sobre su piel.

Paul Monahan, embajador de "Sailor Jerry", frente a la meca de los tatuajes: el estudio original de Norman Keith Collins, en el número 1033 de Smith Street, en Honolulú

El número 1033 de Smith Street era el local favorito de la mayoría. Sailor Jerry ya se había ganado la reputación de tener los diseños más originales y adecuados al estilo de vida de los hombres que seguían a bordo de los navíos de guerra norteamericanos. Anclas, pin-ups, dragones, veleros, símbolos patrióticos… Todo un imaginario que perdura a día de hoy y que resulta reconocible de inmediato.

Su expolio único, valioso y verdaderamente innovador para la época, en lo que respecta a los materiales usados, con tintas, hojas o máquinas, forma hoy parte del acervo de William Grant & Sons Distillers. Al adquirir estos artículos y crear el ron Sailor Jerry, la empresa no se limitó a desempaquetarlos y hacerles unas cuantas fotografías promocionales para vender la marca, sino que les devolvió la vida y los cuidó con el respeto que el arte contemporáneo merece y no siempre recibe, y se valió de ellos para crear una narrativa que en realidad no precisaba de añadidos inventados ni que la embellecieran. Es una narrativa tan real como el barrio sórdido que frecuentaba Norman Collins, tan cruda como las vidas de los marineros y soldados cuyos cuerpos tatuaba, tan rica como la vida que conquistó a través de su honestidad y su originalidad. "El buen trabajo no es fácil, y el trabajo fácil no es bueno", solía decir.

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La creación de un ron basado en la vida de Sailor Jerry no se limitó a la capitalización de la increíble vida de este artista. La conservación de su obra original perpetúa el legado de una forma única y posibilita la salvaguarda de un acervo raro y de valor incalculable. Samantha Sheesley es la responsable de la restauración de todo el material

Frente a una pared que brilla con 16 piezas de colores vibrantes y trazos perfectos, entre flash sheets, diseños, esbozos y plantillas en acetato, todas originales de Norman Collins, la responsable de restauración y conservación de las piezas, Samantha Sheesly me explica que "el trabajo minucioso que se está llevando a cabo desde hace varios años es de una importancia extrema para cartografiar la evolución del tatuaje en el siglo XX y llegar a comprender exactamente la huella que Norman dejó en la industria moderna de este arte milenario".

Samantha, que anteriormente ha trabajado en el ámbito de la restauración y la conservación en varias instituciones y museos, entre ellos el del Vaticano, asegura que es el proyecto más ambicioso en el que ha participado y espera que, en breve, una gran exposición de todo el acervo pueda "recorrer el mundo y honrar el recuerdo de un verdadero artista". Se trata de 81 piezas enmarcadas que forman una colección considerada "rara, notable y de un valor incalculable".

El propio Sailor Jerry era un hombre de mundo. De mar. Viajado y curioso. Su gran pasión era Japón, y fue allí donde, tras la guerra, desarrolló y perfeccionó aun más su arte y adoptó un alter ego: Hori Smoku. Sin embargo, terminó regresando a Hawái, donde se sentía entre los suyos, pese a no ser su tierra natal.

Natural de Reno (nació en 1911) y criado en Sierra Nevada, Norman K. Collins fue, desde una temprana edad, un espíritu inquieto. El apodo de "Jerry" se lo puso su padre por la terquedad que siempre mostraba Collins, a quien su progenitor comparaba con el burro que tenían en la finca en la que creció (lo de "Sailor" llegó más tarde). Siendo adolescente, abandonó el hogar para recorrer los EE.UU en tren, en camión o en las motos de gente a la que iba conociendo por el camino.

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Aprendió el oficio de los vagabundos, que hacían tatuajes manuales con una aguja y tinta negra. En Chicago aprendió a usar la máquina bajo la atenta mirada del también legendario Gibs "Tatts" Thomas, y más tarde se enroló en la marina. En los años treinta, se asentó en Honolulú, una ciudad por aquel entonces tranquila y paradisíaca bañada por las cálidas y cristalinas aguas del Pacífico.

Sin embargo, tras el ataque japonés a Pearl Harbor, todo cambió, y la zona de Hotel Street pasó a ser una especie de centro de catarsis para soldados con licencia temporal antes de iniciar un viaje que, para bien o para mal, les marcaría para el resto de sus vidas. Esa era la clientela de Norman Collins, y tanto sus convicciones como su valentía, sentido del humor y perspectiva agridulce de su propio destino quedan claramente reflejados en el legado artístico del tatuador.

The Real Deal. Abrir y escoger

"En aquel entonces", me cuenta el embajador mundial de Sailor Jerry, Paul Monahan, "Hotel Street era uno de esos sitios que haría ruborizarse a más de un padre, pero también era un lugar donde la verdad tenía cabida y hombres y mujeres podían expresarse sin tapujos".

Y añade: "Eso es precisamente lo que el trabajo de Sailor Jerry, a su manera, demuestra y eterniza. Es la obra de una época concreta pero que, incuestionablemente, también resulta atemporal y continúa siendo una influencia de tanto peso para las nuevas generaciones de artistas del tatuaje".

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Harisumo es el artista que ha tomado el relevo de Sailor Jerry. Foto por James Grant

Hotel Street es hoy más conocida como Chinatown. Los burdeles han desaparecido y los efectos de la gentrificación son evidentes. Sin embargo, el lugar todavía parece estar a miles de kilómetros de las playas de Waikiki que aparecen en las portadas de las revistas, pese a encontrarse realmente a tiro de piedra. Por los bares, restaurantes y las tiendas de la zona se ven turistas, y en las calles todavía vagan muchos toxicómanos.

Pese a la evidente modernidad, se respira un ambiente genuino. Se oyen temas punk y hardcore, por todas partes hay bolos con bandas tocando y karaokes, y predomina una sensación constante de peligro inminente, aunque la seguridad es absoluta. Aquí quizá no te reciban con un collar de flores, pero sí con la misma calidez.

Uno de los carteles que perpetúan las raíces de Hotel Street. Los burdeles han desaparecido, pero el municipio mantiene encendidas las luces de esta casa histórica a modo de homenaje. Foto por James Grant

El número 1033 de Smith Street, sin embargo continúa como si se hubiera quedado paralizado en una cápsula del tiempo. Quizá en el año 1973, cuando Norman Collins falleció tras sufrir un ataque cardiaco mientras conducía su moto por la carretera que une Honolulú con North Shore. Hoy el local se llama Old Ironside Tattoo y, desde entonces, estuvo cerrado durante una breve temporada, después del suicidio, en 2001, del "heredero" de Collins, el también mítico Mike Malone.

Ambos artistas han quedado inmortalizados en murales en la parte exterior del estudio. Posteriormente, el artista de tatuajes californiano Chris Danley recuperó el espacio y lo mantuvo hasta su muerte por accidente, en 2013. Actualmente, el carismático artista Harisumi ha asumido el relevo y la tarea de perpetuar el espíritu del maestro.

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El momento en que @tattoosue (echad un vistazo en Instagram) me dibujó la historia en el brazo

Minutos antes de sentarme para sentir por primera vez en la vida una aguja en la piel (duele un montón, es verdad), tomé plena conciencia de lo que estaba a punto de vivir y empezaron a temblarme las piernas (se me pasó con tres chupitos de "Sailor Jerry").

Tener la oportunidad de estar entre estas paredes, absorber la historia del arte de los tatuajes y, al mismo tiempo, la de uno de los periodos más importantes del siglo XX, constituye uno de esos momentos de la vida que jamás se olvidan. No podría aunque quisiese. Basta con arremangarme y mirarme el brazo para devolverme el recuerdo.

Ron y tatuajes. A Norman Keith Collins le habría gustado. Foto por James Grant

La redacción de VICE Protugal viajó a Hawái invitada por Sailor Jerry / Primedrinks.

Traducción por Mario Abad