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Mi doble vida como hooligan acabó con mi relación, mi trabajo y mi dinero

Durante una década, Nick Hay* pasó su vida como hooligan de futbol, viajando por toda Holanda para ver a su equipo jugar e involucrarse en una que otra pelea.

Este texto fuye publicado originalmente en VICE Sports, nuestra plataforma de deportes. 

Un oficinista experimentado puede presionar cerca 150 teclas por minuto. Ahora imagina hacer lo mismo con dos dedos fracturados. No podrías presionar más de 30 teclas por minuto.

Me encontraba sentado en mi oficina, traía puesto un traje azul marino Hugo Boss y moría del dolor.

El problema es que no sería nada fácil decirle a mi jefe: "Tengo que ir al hospital porque tengo dos dedos fracturados, lo que pasa es que ayer me pelee en un partido de futbol. Seguro ya se enteró en los periódicos". El hecho que mi doble vida como hooligan implicaba más riesgos de lo aparente se manifestó aquel jueves por la mañana, 30 veces por minuto, no había de otra.

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En una ocasión, en el cumpleaños 50 de mi ex suegro, tuve que marcharme repentina y abruptamente. Mis amigos estaban en la puerta y su auto listo para arrancar. Nuestros enemigos habían sido vistos en grupo en el centro de la ciudad. Antes de cerrar la puerta detrás de mí, tomé rápidamente la sombrilla favorita del tío de mi esposa. Supe que sería muy útil. Aquella noche no llegué a casa; dormí en la estación de policía local sobre un repugnante colchón y una almohada de plástico. Recuerdo perfectamente la pequeña corriente de aire que salía de la almohada cada vez que movía mi cabeza.

Cuando regrese a casa, encontré pedacitos de papel con números telefónicos por todos lados. Habían sido arrancados de la agenda y eran números de estaciones de policía y hospitales. Después de ser arrestado, jamás me tomé la molestia de avisarle a mi familia. Mientras yo me frustraba por la corriente de aire que salía de la almohada, ellos ponían la ciudad de cabeza por el pánico que sentían. Como era de esperarse, mi relación con mi esposa terminaría dos semanas después.

Durante una década pude balancear dos extremos de mi vida con un cuidado especial. La mayoría ni siquiera sospechaba que tenía dos vidas. Mis amigos del futbol conocían mi vida social más allá del hooliganismo, pero mis colegas y gran parte de las personas que me rodeaban no tenían idea de mi lado oscuro. Ahora sé que el hecho de poseer un secreto lo hacía más emocionante.

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Estoy seguro que sucedió por ahí del 2009, cerca del final de mi carrera como hooligan activo. Nada hace de una temporada algo tan sensacional como un partido para disputar la copa local. El idiota promedio de cualquier club echa un vistazo al calendario de partidos al inicio de la campaña, e inmediatamente aparta la fecha para un partido de alto perfil en contra de uno de los "grandes". Nadie tiene que ocultarlo de sus familias y colegas. Los enfrentamientos de copa hacen las cosas más interesantes. Se presentan en el lugar así de la nada y no tienes de otra que aguantarlos. Se te acabaron los días libres pero ya hiciste planes en el trabajo y con tu familia. Es en este momento cuando las dos vidas, la normal y la de hooligan, se cruzan.

Es miércoles por la noche y hay partido. El juego empieza a las siete. Es un completo desastre para todo hooligan con esposa, hijos, trabajo, todo. Debes tomar un descanso por la tarde y después ser capaz de verle la cara a tu jefe y esposa al día siguiente. Esto conforma un grave elemento de riesgo.

Esa mañana me apuré en el trabajo para poder salir a la hora de la comida con una excusa estúpida. Era momento de dejar libre mi lado oscuro una vez más.

A veces tenemos uno de esos días en el que todo sale mal, y aquel funesto miércoles sería uno de ellos. Nuestra organización fue pésima y terminamos en la parte baja de la grada, acorralados contra el túnel de los jugadores. Ante nuestros ojos, un grupo numeroso de hombres corpulentos se dirigía en nuestra dirección. Después de una pelea extremadamente difícil, me encontraba seguro sobre la cancha con una cortada gigantesca en mi pierna y dos dedos fracturados, de nuevo.

A la mañana siguiente me tropecé, intentando contender el dolor, con la alfombra vieja de la oficina de mi apartamento. Era algo que nunca había experimentado. El tipo de cuentas mencionó los desmanes de la noche anterior en la cocina del trabajo y los describió como una total vergüenza. Al mismo tiempo que hablaba podía sentir cómo mis calzones se pegaban constantemente a la herida fresca en la parte trasera de mi pierna derecha. Y, aún así, me habría importado nada. Mi orgullo había sido apaleado y necesitaría tiempo para sanar.

De todos modos, podía sentir el mismo orgullo que formaba parte de mi motivación principal y la razón por la que estaba dispuesto a arriesgarlo todo. La mayoría de las personas se conforman con un buen trabajo, un lindo auto o un salario decente, pero yo me identifica con la otra parte de mi vida: el hooliganismo y el ego. Arriesgarlo todo era lo único que me importaba.

Finalmente, mi vida como hooligan acabaría con mi excelente puesto porque el Servicio de Inteligencia y Seguridad me ficharía por ser una "amenaza para la seguridad nacional". Por supuesto, supe que se trataba de una exageración, pero la verdad es que gasté la mayoría de mi dinero en mi pasatiempo, perdí días de descanso y una buena cantidad de mis ingresos totales. Si nunca me hubiera convertido en hooligan seguramente habría concluido mis estudios cinco años antes, y tendría un perro, una casa y una encantadora esposa. Sin embargo, jamás sentí un momento de duda aquel miércoles cuando salí temprano de la ofician con la peor excusa para poder vivir mi otra vida.

*Nick Hay es un seudónimo. VICE Sports conoce su verdadero nombre