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Repetición instantanea: Releer "Open" de Andre Agassi

Las memorias del tenista estadounidense fueron un éxito de ventas y un caso de colaboración excelente entre personaje y escritor.
Foto: Wikimedia Commons

Es difícil concebir la afición deportiva sin un objeto —equipo o persona— en el cual depositemos nuestros anhelos de triunfo o derrota. Es fácil ser aficionado a un equipo, por ejemplo, de futbol: el equipo se renueva con los años y aunque no quede uno solo de nuestros ídolos de la infancia, nos queda el recuerdo de que apoyábamos a once jugadores y que en el fondo siempre dio lo mismo y dará lo mismo quiénes son los once sujetos a los que apoyaremos.

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Con los deportes individuales —me temo— pasa lo contrario. Importa que un sujeto nos ha parecido simpático, tal vez por su habilidad, tal vez por sus escándalos extradeportivos, y un día, como es natural, se hace viejo y se jubila, y entonces ya no tenemos a quién irle porque no da lo mismo quién fue el sujeto en el que habíamos depositado nuestros anhelos de triunfo o derrota.

Eso me pasó con el tenis. No he vuelto a ver un solo partido completo desde el año 2006, cuando se jubiló Andre Agassi.

Me limitaba, como se dice en el argot tenista, a "bolear"; es decir, a pasar la pelota del otro lado de la red, tratando de complicar que el adversario pudiera regresarla a mi lado fácilmente. Nunca jugué de manera competitiva por culpa de mi mal saque y por mi mal revés también. Aunque hubo otros factores a los que podría achacar aquel fracaso deportivo. Mi padre por ejemplo, que a veces se preocupaba por mi pusilanimidad y me inscribía al karate, y luego por mi gordura incipiente y me inscribía a la natación, y luego al tenis nada más porque, bueno, ya estábamos inscritos en un club deportivo con catorce canchas de arcilla, etcétera. A mi padre, en el fondo, sólo le importaba que me mantuviera distraído, que aprendiera a mantenerme lejos del ocio mundano, de acuerdo con él, perjudicial.

"Mi padre estaba ausente, el de Agassi estaba demasiado cerca. Es casi lo mismo", dijo, en una entrevista para El Mundo, J.R. Moehringer, coautor —¿autor?—, de las memorias de Andre Agassi tituladas Open.

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Moehringer, un periodista —ganador del Pulitzer en el año 2000—, publicó en 2005 el libro autobiográfico The tender bar. El mismo libro que Agassi leyó mientras disputaba su último torneo Abierto de Estados Unidos en 2006: "era una importante distracción ante las difíciles emociones a las que me enfrentaba al final de mi carrera, pero al final se convirtió en una fuente más de angustia porque temía acabar el libro antes que mi carrera". Agassi afirma que mientras disputaba el torneo se comunicó con Moehringer para plantearle la posibilidad de que lo ayudara a abordar sus propias memorias y que, para su sorpresa, aceptó.

El premio Pulitzer, por su parte, asegura que en un inicio se mostró reacio. Tenía colegas que habían trabajado con atletas escribiendo libros sin buenos resultados. En aquellos días, cuando trabajaba para un periódico de Los Ángeles, le pidieron que escribiera un artículo sobre el chimpancé más longevo del mundo —Cheeta, de las películas de Tarzán—. Escribió el artículo en la voz del chimpancé. Sus editores, poco convencidos de la estrategia, le pidieron que reescribiera el texto varias veces hasta que se cansó, y decidió aceptar la oferta del tenista.

J.R. Moehringer se mudó a Las Vegas, la ciudad en donde reside Agassi, donde vivió un año, y grabó 250 horas de conversación. Afirma que las primeras entrevistas fueron dolorosas, que el tenista se encontraba completamente bloqueado, que podía recordar los partidos que jugó de manera cristalina pero que no podía recordar sus relaciones personales, que era incapaz de sacar conclusiones que devinieran en epifanías. Poco a poco, con el apoyo de herramientas psicoanalíticas, especialmente la teoría de Freud acerca del instinto de muerte, Agassi pudo soltarse. Sus tendencias autodestructivas eran una parte orgánica de su naturaleza. Moehringer asegura que usó como modelo las memorias de Bertrand Rusell, que están llenas de conexiones, conclusiones y aforismos, pues Agassi era lo opuesto a Rusell, un Rusell bizarro, por llamarlo de alguna forma, y el estilo del libro, por lo tanto, debía construirse a partir del presente narrativo y sin ninguna cita, para que fuera una especie de flujo de conciencia.

Hace un año, más o menos, un exnadador olímpico me pidió que lo ayudara a escribir sus memorias. Él ya había trabajado algunos capítulos y sólo necesitaba que les diera una mano y que lo ayudara a establecer una estrategia narrativa para hilvanar todas las partes. Acepté porque sabía que él era un escritor eficaz, que mi trabajo consistiría en dar algunos consejos y hacer corrección de estilo; me encontraba, supongo, ante una situación opuesta a la de Moehringer —toda proporción guardada—, porque el exnadador había obtenido ya todas las conclusiones que pueden obtenerse sobre una vida y lo que su libro necesitaba era despojarse de algunas conclusiones para que la historia fluyera. Le pregunté si tenía alguna referencia y me contestó que Open: "Es fenomenal". Conseguí el libro, cuya edición castellana se encontraba atiborrada de blurbs, uno de ellos especialmente lapidario, escrito por Alessandro Baricco: "El mejor libro que he leído en la última década".

Open fue un éxito en Estados Unidos y en España. La estrategia de ventas, o, por lo menos, la estrategia de los periodistas que reseñaron el libro, fue enfocarse en los grandes escándalos y confesiones: que el típico peinado mullet de Agassi era en realidad una peluca; que consumió cristal y mintió al respecto; que un día, cuando era pareja de Brooke Shields, no pudo soportar, durante una grabación de Friends, los celos provocados por una escena en la que Shields debía chuparle los dedos a Matt LeBlanc; que odiaba el tenis que era, en todo caso, una obsesión de su padre y que le gustaba la poesía; que a final de día Pete Sampras era el 1 del mundo.

Otros artículos que hablan sobre Open refieren que el libro está "inusualmente" bien escrito —olvidando, de paso, que es un gran libro—, y luego acotan que el rasgo inusual del libro tiene una explicación lógica: fue escrito por un Premio Pulitzer.

Agassi afirma que, en numerosas ocasiones, le pidió a J.R. Moehringer que firmara el libro; no obstante, éste se opuso bajo el argumento de sólo un nombre podía figurar en la portada.