Repartiendo regalos con los Reyes Magos Punk

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Repartiendo regalos con los Reyes Magos Punk

Siete punks recorren la CDMX repartiendo bolsitas con galletas, ropa y juguetes recolectados por familias del Centro Histórico y Ecatepec.

Muñecas de la recolección de juguetes por los vecinos del edificio de Zapata #68.

Son pasadas las once y media de la noche del 5 de enero y los reyes se reúnen. No llevan dinero y los regalos parecen haber caído del cielo, pero no. Unas vecinas de Ecatepec hicieron unas bolsitas con galletas y dulces. También acopiaron ropa. Varias de las familias desalojadas en junio pasado del edificio de Argentina #99, en el Centro Histórico, juntaron juguetes a pesar de los pesares. Otros vecinos que no muy lejos resisten su propio desalojo de un edificio en la calle Zapata, aportaron otro tanto. Lupe, vecina, susurraba por lo bajito a los reyes que volvieran más tarde cuando pudiera hacerse de los juguetes que su hijo no había querido soltar, una vez que el niño se fuera a la cama, porque tiene demasiados. Otros llevaron sus regalos a El Real Under, el Bar que sirvió como centro de acopio. Ahí se reunieron los reyes punk.

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No llevan dinero porque no lo precisan, los juguetes están y a los transportes los abordan como se abordaría un camello: sin pedir permiso. Sin capas ni coronas, salen caminando a buscar a sus niños perdidos. Al principio eran tres pero en seguida se sumaron otros tres más. Cada uno carga al hombro una bolsa negra. Se ve que pesan. Los guía un lucero de carne y hueso, un punk que esconde la cresta bajo una gorra. Está entusiasmado. El año pasado volvió a salir a repartir juguetes en la noche de reyes a los chavos de la calle como lo hacía antaño. Entonces logró que otros tres se le sumaran. Este año, son seis que siguen sus pasos y obedecen su olfato criado en las calles.

Los reyes punk limpian los juguetes donados.

Salen hacia la Glorieta Insurgentes en el minuto en que dan las doce. Ya es 6 de enero en las calles de la Ciudad de México. No están ahí los chavos donde siempre. Sí está un hombre que desarma lento su puesto, alumbrado por un foco de 40 watts, después de trabajar como mexicano el mayor promedio de horas del continente. El rey punk que hace de guía también salió de trabajar hace un ratito, antes de empezar a trillar las calles en la madrugada.

¿Dónde están los chavos? Los chavos no aparecen. "Pero siempre está aquí", dice en voz alta el punk. Se le perdieron los niños en la noche de reyes. Revisan los rincones de la rotonda. Nada. Mejor moverse hasta las inmediaciones del monumento a la Madre, en la esquina de Reforma e Insurgentes. Los reyes, que son siete y no tres, se trepan sin pagar al Metrobús por la parte de atrás.

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La madre en su monumento es una señora de piedra súper tosca que está cargando un niño. Ni una silla le pusieron los escultores para que se siente y descanse. El rey punk indica que hay que ir con las indígenas que están vendiendo sus artesanías más allá de la feria del juguete. De "todo tipo de juguete y chatarrita" debería llamarse: desde avioncitos dirigidos a distancia a frazadas de cola de sirena para que la niña meta dentro sus piernitas y comprenda finalmente el valor de tener vagina y no cola de pez.

"Siempre quise estrellarle uno de esos avioncitos en la cabeza a un político o un policía y reírme a la distancia y que no vean que fui yo", carcajea el panki de sonrisa dañada y gesto flaco. No está arruinado. Panki rey lleva en el cuerpo 40 años de memoria viva de esta ciudad, que va soltando a los que van con él a medida que las baldosas que pisa se lo recuerdan. Finalmente aparecen.

Muñecas que no fueron donadas, posan para foto.

Las madres están en el piso vendiendo sus muñequitos de trapo. El año anterior, en ese punto, los niños coparon la voluntad de los tres reyes en un enjambre atolondrado de manitos que tiraban y sacaban y pedían y elegían. Ahora, como son siete, van ordenadamente los reyes, grupito a grupito, repartiendo lo que traen en sus sacos de plástico negro.

Detrás del monumento hay un joven tirado y al lado un gordo algo mayor. No hay niños. "Los chavos no son solo niños", explica el panki. El más joven decide sumárseles en el reparto. No debe tener más de 18 años el niño que se esconde detrás de los expansores en las orejas y la cresta rubia. No quiere nada de las bolsas, lo que quiere es la campera que lleva puesta el rey punk, con una manga roja y una esvástica tachada, pintada por él mismo. "Eskorbuto", lleva escrito también en pintura blanca. Aunque insiste, el niño no consigue ese regalo porque el frío empieza a apretar a esa hora de la madrugada. Falta poco para que den las dos. No muy lejos de esa esquina está la que supo ser su oficina, dice el rey punk, durante los años en que sobrevivió en las calles y en los semáforos.

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Punk entra al Bar El Real Under.

"En esta plaza teníamos montada la Radio Pirata Televerdad y nuestro programa se llamaba Los Tiempos Nuevos, por un programa de Francia de anarquistas que se llamaba Les Temps Nus o así o Nuvó Temps. Los de la Unam nos habían dado una antena con la que llegábamos a esta zona y transmitíamos música, información antirrepresiva y actividades hasta que vino la policía y nos llevó la antena. Peor para ellos cuando los de la Unam nos dieron otra con mayor alcance", cuenta. A fines de Setiembre de 1994 estaban al aire.

El rey punk se prepara para repartir.

En los recodos del monumento a la Revolución sí hay puros jóvenes. Salvo una mujer que pide un regalito para su hijo, que no está con ella, pero que se lo va a hacer llegar. No encontrar niños provoca una mezcla de sensaciones extrañas: por un lado, de trabajo que no termina de realizarse, pero que a su vez es gratificante, porque implica no encontrar niñitos durmiendo en la intemperie, menos aún con las temperaturas que empieza a traer enero. El punk cree que, en realidad, no hay niños en las calles por la fecha: "el gobierno es culero y esta noche vienen por ellos, les dan de cenar, los bañan y al día siguiente los regresan a la calle."

La entrega se hizo a las madres, juguetes o ropa para niño o niña, que traían diferenciada en las bolsas para agilizar la tarea en la calle.

Niño recibe un juguete en el Monumento a la Madre.

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"Esta es la Guerrero, la colonia de la perdición", suelta de repente. Panki recuerda a los caídos al pasar por el Panteón San Fernando, pero no porque ahí se alojen ya que el panteón es un cementerio colonial en medio de la CDMX. Recuerda a Alejandra, la chava que paraba con ellos bajo los arcos de San Fernando y que la mataron unos policías de todo lo que le pegaron cuando ella se resistió a subirse a la patrulla..

Más adelante, en una calle oscura aparecieron los recuerdos de los tokines de Exploited y GBH, en dónde primero los seguridad mataron un punk y en el siguiente fue la revancha. Del tokín en el Deportivo Mina, una batalla campal de la que salieron corriendo y coparon la iglesia de ahí junto. "Era bien violenta la banda del ponk. Era un banda bien bien loca. Todos tenían su aka", y lleva su mano a la cabeza como en señal de ¿qué?

Un hombre recibe un regalo en la madrugada del 6 de enero.

Tampoco hay niños sobre la Nissan de Puente de Alvarado, pero sí entre la gente que duerme en las puertas del Museo Franz Meyer. Uno de los muchachos de ahí llama a una señora que se armó una precaria habitación con una sábana y una frazada para cubrir el lugar en dónde su familia duerme a esa hora. ¿La respuesta de la gente al recibir los regalos, la ropa, los "aguinaldos" armados por las señoras de Ecatepec? Bendecir a los reyes sin corona.

Reyes Punk en el exterior del Museo Franz Mayer.

Más gente habita en las afueras del Teatro Hidalgo, en la esquina de Cuba con el Eje Central, y al cruce de esa avenida con la calle Paraguay, dónde hay un gran campamento instalado, que indica que ahí llevan buen tiempo viviendo en la calle. Nadie salió allí a recibir los regalos. Dónde sí salieron fue en el que está ubicado en el triple cruce del Eje Uno Norte, el Eje Central y la Avenida Reforma.

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Campamento ubicado sobre la Avenida Reforma.

El lugar está armado como se arman las carpas de circo: con un palo en medio que sostiene la lona como un tinglado que cuelga y hace escurrir el agua de la lluvia cuando cae. En el centro hay una mesa y alrededor, en los sillones, todos descansan. No tienen más de veinte años, aunque parezca que tienen más de treinta. En la calle, los años cuentan doble. "¡A ver, cámara, ya llegaron los reyes!", gritó para despertarlos uno que estaba afuera. Ninguno se quería levantar en realidad.

"El punk siempre estuvo en las calles, es en las calles en donde tiene que estar". Esa es la sencilla razón de todo esto, algo tan básico y tan natural. Mientras los reyes punk terminaban su reparto, en Tepito o en la calle del Carmen en el Centro Histórico, en esa esquina dónde las imágenes de la Santa Muerte y San Judas Tadeo se juegan un duelo frente a frente, los tianguis seguían funcionando a las seis de la mañana. Otra pareja de reyes sin corona volvía a casa con una bolsa negra que delataba en su forma la bicicleta que llevaba dentro. Seguro que el mensaje les llegó adentro de un globo de cantoya, que horas antes tiraron los niños, cerquita, en la Plaza de Santo Domingo.

Una mujer vende globos para mandar cartita a los reyes magos, afuera del Hospital La Raza.

Familia suelta globo de cantoya en Santo Domingo.

Niños lanzan globos con cartas a los reyes magos en la plaza de Santo Domingo.

Los reyes punk en el Panteón de San Fernando.

Mujer en la calle Belisario Domínguez.