Después de 25 años, el Twin Peaks Festival sigue siendo extrañamente maravilloso

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Después de 25 años, el Twin Peaks Festival sigue siendo extrañamente maravilloso

Este año se vendieron los 300 abonos casi con un año de antelación y en solo diez días.

North Bend, Washington, en 2015. Foto por Jeremy DK Sell

La primera noche del Twin Peaks Festival 2015, en North Bend, me encontraba en una sala de fiestas de un beige exageradamente intenso situada en el campo de golf de Snoqualmie, rodeada por un par de docenas de imitadoras de Lady Leño y Audrey Horne. Estamos en el mes de julio y la anodina sala de eventos está repleta de parejas de aspecto amable procedentes del centro del país, tipos vestidos de negro y con el pelo largo, chicas malhumoradas de Portland con flequillo y una rubia alta cuyas seductoras piernas quitan el sentido en esta tierra de lloviznas y jerséis. El bufé de la cena ya ha terminado, y con él las horas de cola para conseguir la firma de las verdaderas estrellas de Twin Peaks, como Catherine Coulson, quien por haber interpretado a Lady Leño, tuvo que rubricar infinidad de troncos recogidos de los bosques cercanos.

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Ha llegado la hora del concurso de disfraces: veo a un Hombre de Otro Lugar muy convincente, con sus pantalones y chaqueta rojos, bailar por la anodina sala, deteniéndose un instante frente al jurado de famosos. Una Lady Laño avanza con paso vacilante, apretando entre sus brazos un tronco de peluche. Luego aparece una caja de cartón pintada como una grabadora de voz, con largas piernas vestidas con ligas y medias de rejilla, y se pasea por el centro de la estancia.

«Y tú, ¿quién eres?», pregunta el presentador sosteniendo el micrófono frente a un pequeño agujero oscuro en el lateral de la caja.

«Diane», llega una voz amortiguada, «ahora tengo una caja de bombones en mis manos». La sala entera prorrumpe en vítores y aplausos.

Hombre de Otro Lugar con la autora. Foto por la autora

Una fan disfrazada de grabadora. Foto por la autora.

Desde hace 25 años, el Twin Peaks Festival ha reunido a cientos de fans en esta pequeña región montañosa que fue escenario de la popular serie de David Lynch. Invaden los moteles de North Bend y Snoqualmie, abarrotan sus restaurantes pidiendo tartas y cafés y pintan grafitis en los lugares más emblemáticos. Este año, han llegado aficionados de todo el país e incluso de Inglaterra, Noruega, Italia, Alemania y Suecia. Resulta sorprendente la enorme participación para tratarse de una serie que se estrenó hace 25 años, y en los últimos años la asistencia no ha hecho más que crecer: en las cuatro ediciones anteriores se agotaron las entradas y en la de este año se vendieron los 300 abonos casi con un año de antelación y en solo diez días.

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Yo soy una de las que compró entradas el día que salieron a la venta, y desde entonces me he estado preguntando por qué. ¿Qué pensaba encontrar en esta reunión de fans y superfans? ¿Un ejército viviente de personajes de David Lynch, todos ellos inquietantes y entretenidos? ¿Un portal hacia una dimensión extraña y oscura?

Pues todo eso y también, quizá, una resolución. Ver Twin Peaks es a la par una de las experiencias más gratificantes y menos satisfactorias de la televisión: una serie que se deleita en la inclusión de escenas mordaces y antinarrativas que socavan la gravedad del asesinato de Laura Palmer; una serie en la que la resolución del misterio y la captura del asesino se producen a mitad de la segunda temporada. Pese a ello, el peligro no solo sigue acechando, sino que es presagio de una amenaza todavía mayor y más incomprensible. Aunque flojea en su segunda temporada, la serie no parece perder su poder de atracción sobre los fans, que no están dispuestos a dejar que la llama se extinga: devoran cada capítulo con atento desagrado y se lamentan en los foros por las subtramas de Evelyn Marsh, Windom Earle o la malvada Donna, que según ellos echaron a perder la mejor serie de televisión de todos los tiempos.

Con el estreno en 1992 de Fuego, camina conmigo, la precuela que narra la vida de Laura Palmer la semana antes de morir, Lynch consiguió ilustrar todos y cada uno de los acontecimientos de pesadilla a los que se hacía alusión en la serie sin llegar a dar más respuestas sobre los mismos. Por otro lado, la aparición repentina de Annie (por quien Cooper mostró mucho interés en los últimos episodios de la serie) en la cama de Laura Palmer apunta a un nuevo elenco de misterios y reafirma la estructura cíclica e irresoluble de la serie. En medio de la vorágine de especulaciones sobre la nueva temporada que emitirá Showtime y que contará con la batuta de Lynch después de que se arreglaran las desavenencias entre ambos, parece bastante probable que la nueva entrega siga en la misma línea de intencionado ejercicio de anticatarsis, de coitus interruptus narrativo.

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Con este panorama, resulta casi comprensible que, cada año, cientos de personas vayan a North Bend en peregrinación para disfrazarse de su personaje de Twin Peaks preferido y atiborrarse de los platos estrella de la serie. Freud lo llamaría compulsión de repetición: la necesidad imperiosa de recrear y revivir escenas traumáticas con la esperanza de alcanzar cierto grado de control sobre ellas.

Sé que estoy en un lugar llamado Snoqualmie Falls, pero no puedo evitar sentir que estoy en la serie.

El segundo día del festival, me sumo a docenas de otros fans en una visita en autocar por las localizaciones en las que se rodó la serie. El ritual consiste en bajar del vehículo de forma ordenada, posar para las fotos en la postura correcta, tomar las instantáneas desde el ángulo que más se asemeje a las tomas de la serie y volver al autocar rápidamente. Visitamos el campo en el que James Hurley grabó a Laura y a Donna de picnic poco antes de la muerte de aquella; nos acercamos a ver los restos de la planta de extracción de gas de Big Ed y la casa en la que vivían él y Nadine, ahora pintada de otro color. Cuando la propietaria sale a recibirnos, alguien le pide que pose como si estuviera gritándonos, como hacía Nadine en el episodio piloto. La mujer hace un intento con la mejor intención, agitando un puño frente a nosotros mientras la retratamos desde todos los ángulos. También visitamos el puente en el que encontraron a Ronette Pulaski caminando, medio comatosa y amoratada, el día después de que apareciera el cadáver de Laura Palmer. Y la comisaría del sheriff, que actualmente es una escuela de pilotos de coches de carreras.

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Es la primera vez que asisto al Twin Peaks Fest y, por tanto, mi primera visita guiada. Pero para algunos de los incondicionales, que llevan viniendo desde el 2000, es la tercera, la quinta o incluso la décima vez que lo hacen. Reconozco a una de las asistentes de anoche, de la cola para pedir autógrafos a los actores y actrices. Es una mujer de mediana edad, con el pelo extremadamente rizado. Lleva ocho años seguidos acudiendo a esta cita anual. Va correteando delante de mí, haciéndole a nuestra guía infinidad de preguntas cuya respuesta estoy segura de que conoce de memoria. Anoche estuvo explicando su teoría de que el mismísimo David Lynch iba a estar presente en el festival la noche de la proyección, algo de lo que ni siquiera los propios organizadores del festival estaban al corriente. Nos confesó que la única razón por la que lo sabía era porque había encontrado pistas ocultas en la cuenta de Twitter de Kyle MacLachlan que solo ella podía descifrar. Añadió que cuando era joven había estado saliendo con Charlie Sheen y se habían «metido mogollón de farla».

En los exteriores de la Casa de carretera, la guía sostiene la foto de un fotograma de la película, y enseguida nos arremolinamos frente a ella para fotografiar su mano con la instantánea, la imagen superpuesta al escenario real. Hoy, el edificio de la Casa de carretera es una especie de hostal restaurante. Nos permiten ir al aparcamiento de la parte trasera para hacer fotos, pero sin acercarnos demasiado –la guía nos cuenta que por lo visto, hace un par de años, unos visitantes se acercaron demasiado a la casa y acabaron huyendo despavoridos de uno de los clientes del hostal, que salió a recibirlos hasta arriba de metanfetamina y con una escopeta. Hago una docena de fotos de la casa y de la librería cercana; esta otra localización, chapada con laterales de plástico gris, resulta muy poco sorprendente. Me siento ligeramente decepcionada con la visita a todos estos lugares: antes de visitar la Casa de la carretera, tenía una imagen muy clara y emblemática en la cabeza de una motocicleta saliendo del aparcamiento y llevando a Donna al encuentro de James para advertirle de que la policía sospecha de él por el asesinato de Laura. Pero ahora ya he visto demasiado: ahora sé que la fachada frontal de la Casa de carretera de Lynch es realmente la parte trasera de este edificio. Sé que no hay ningún cartel de neón ni ninguna motocicleta. No hay ninguna imagen emblemática: solo contenedores de basura, como en cualquier restaurante, y pintura verde militar.

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El Roadhouse. Foto de la autora.

Foto de la autora

Sin embargo, el Salish Lodge and Spa, que hacía las veces del Gran Hotel del Norte en la serie, tiene exactamente el aspecto que uno espera. Encaramado al borde de una cascada de 82 metros cuyos chorros gemelos de agua parecen caer a cámara lenta, el hotel hace que te sientas como en casa, frente al televisor, viendo los títulos de crédito de Twin Peaks . La sensación es desconcertante: sé que estoy en un lugar llamado Snoqualmie Falls, pero no puedo evitar sentir que estoy en la serie. Es como si no estuviera ni en un sitio ni en otro. Me dirijo a la tienda de regalos y compro varias postales y un tarro de miel de la zona. «Es genial poder ver estos lugares», dice un chico con pelo canoso, pese a su juventud aparente, mientras subimos al autocar. «Puedo sentir el espíritu de Laura; es tan triste y hermoso… Es como si esta ciudad estuviera viva con ella».

Puede sonar un poco loco eso de que el espíritu de un personaje de ficción ronde un sitio real, pero lo cierto es que en North Bend reina la misma atmósfera espeluznante e incómoda que en Twin Peaks. Los árboles, oscuros y majestuosos, asoman por entre una niebla que se desplaza a una velocidad inquietante. Por la noche, los carteles de neón parpadean sobre las puertas de los bares de la zona y se reflejan con un brillo intenso sobre el asfalto mojado. En esta ciudad, las cosas son como debería ser: el tiempo parece haberse detenido, las cafeterías conservan sus paredes forradas con vinilo rojo y hay largos camiones cargados de troncos frente a los edificios. Me alojé en el Sunset Motel, un hotel de una estrella que serpentea alrededor de una estrecha zona de estacionamiento. Fuera había una destartalada y polvorienta máquina expendedora de Sprite. A la puerta de mi habitación le faltaban dos centímetros y medio para llegar al suelo y por aquella rendija se colaba la luz del pasillo toda la noche. Una de las opiniones que se pueden encontrar en internet sobre este lugar dice: «Después de pagar por la habitación, advertí que había un hombre mirándome fijamente desde su habitación en el primer piso mientras aparcaba el coche y descargaba el equipaje… Un poco inquietante».

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El momento más lynchiano se produjo cuando estaba en la ciudad, lejos del festival. Me encontraba al otro lado de la calle, frente al Twede's Café (el restaurante Double-R en la serie, en el que Norma y Shelley servían café y tarta a media ciudad), cuando vi a una mujer muy anciana apoyada en el muro y haciéndome señas para que me acercara. Empecé a alejarme, pero su insistencia me hizo dudar, y finalmente crucé la calle y me dirigí hacia ella. Iba vestida con prendas de distintos tonos de beige y llevaba los pómulos maquillados de un rosa intenso. Cuando llegué junto a ella, la mujer dejó de hacerme señas. «¿Se encuentra bien?», le pregunté. «¿Quería decirme algo?». La anciana me miró, abriendo y cerrando la boca como si fuera a hablar, pero no articuló palabra. La mujer era espeluznante. Entré en el Twede's y me senté a la barra. Un tipo enorme cuyos ojos apuntaban en direcciones casi opuestas advirtió mi presencia y me preguntó si había llegado con el grupo de Twin Peaks. Le dije que sí y a continuación el hombre empezó a hacerme todo tipo de preguntas sobre la serie. «Entonces, ¿va de una chica a la que matan?», me preguntó. Asentí con la cabeza. «¿Quién la mató?, prosiguió. Le respondí. «Entonces, ¿la violó?», inquirió, «¿en su propia habitación?». Volví a asentir. «Eso no está bien», sentenció, repitiéndolo cuatro o cinco veces. «Eso no está bien, no está bien».

Miré por la ventana y la mujer de beige había desaparecido entre la bruma.

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Las fotos son macabras, pero ellos se lo están pasando en grande y no dejan de reír y de repetir la frase: «¡Está muerta… envuelta en un plástico!».

El lunes, último día del festival, conducimos en nuestros vehículos propios hasta Bainbridge Island, edificio que sirvió para filmar los interiores del Gran Hotel del Norte y los exteriores del Blue Pine Lodge, hogar de Josie Packard y Pete Martell. Pese a que estoy agotada de ir de un lado a otro para asistir a los eventos –la noche de las películas de David Lynch en el cine de North Bend, el picnic de celebridades en el parque estatal Olallie, el bufé del sábado en la Casa de la carretera-, me entristece que se acabe. Aunque se sientan fascinados por el morbo de los hechos ficticios que ocurrieron en todos aquellos lugares, los fans de Twin Peaks resultan ser un puñado de personas amables, formales y sorprendentemente normales. Son inteligentes y bondadosos, y solo uno de ellos me provocó escalofríos, un hombre bastante guapo vestido como Leland Palmer, con un jersey ajustado de cuello de cisne y una americana, que no dejó de guiñarme un ojo durante la cena pese a que su mujer estaba sentada a su lado. Son personas agradables y divertidas, capaces de responder a las preguntas de Trivial más complicadas, como, «¿Adónde viajaron Ed y Nadine para su luna de miel?» (Respuesta: Eagle Pass, Montana) o «¿De qué trata el especial del número de Flesh World del que se extrajo la letra B que hallaron bajo la uña de Ronette?» (Respuesta: «Un club de swingers para entusiastas del caniche estándar»).

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Como Lady Leño dijo en un mensaje de vídeo proyectado en el festival y dirigido a David Lynch: «Son grandes amantes de tu obra, gente adorable, dulce e inocente. No son raros».

En el Kiana Lodge, los asistentes al festival dan cuenta de sus almuerzos y fotografían el interior del edificio desde todos los ángulos imaginables. Josh Eisenstadt, cineasta y devoto de Twin Peaks que afirma conocer la serie entera fotograma a fotograma, nos guía en la visita por el hotel, señalando los lugares en los que en algún momento estuvieron los personajes. A continuación ocupa el mismo lugar que ellos y recita el guión, interpretando a Audrey y Ben Horne y al recepcionista, tras lo cual, docenas de fans aplauden entusiasmados y toman otra tanda de fotos.

Josh se detiene frente a un pino junto al agua. «¿Alguien reconoce este árbol?», pregunta mientras señala el árbol nudoso, cuyas ramas oscuras se ciernen sobre el agua. «Y ¿qué me decís de esta rama?», continúa, «¿quién de vosotros reconoce esta rama? Es la rama que aparece en la primera escena de la introducción. Exactamente, la rama en la que está posado el pájaro». Tomamos cientos de fotos de la rama del pájaro. Hay tanta gente haciendo fotos que en todas las mías aparecen al menos otro par de manos haciendo fotos del mismo objeto.

Foto por la autora

Foto cortesía de Samantha Weisberg

Detrás del hotel, junto al agua, hay una playa de guijarros en la que descansa el enorme y blanquecino tronco de una vieja conífera. Se trata del lugar en el que hallan el cadáver de Laura Palmer envuelto en plástico en el primer capítulo. Aquí, los fans se hacen fotos unos a otros tumbados en la orilla y envueltos en plásticos, imitando el cuerpo azulado y sin vida de Laura. Se humedecen el pelo y se colocan para que la escena sea lo más realista posible. Las fotos son macabras, pero ellos se lo están pasando en grande y no dejan de reír y de repetir la frase: «¡Está muerta… envuelta en un plástico!».

Mientras los observo, empiezo a entender que esa obsesión por los sitios, las fotos y las recreaciones no es solo una forma de gestionar o neutralizar el horror de las escenas. Twin Peaks nos enseñó que el mundo que conocemos, tan corriente y ordinario en apariencia, es más extraño de lo jamás podamos imaginar: espíritus maléficos pueden acechar en el colmado de la esquina, o quizá algún ama de casa esté poseída y dotada de una grotesca fuerza sobrenatural; el espectro de una chica asesinada podría vagar por algún lugar vinculado a tu ciudad, pero solo de la misma forma que un rostro está vinculado a su reflejo en un espejo. No resulta sorprendente que queramos atraer toda esa extrañeza a nuestro mundo y hacer que suceda una y otra vez ante nuestros ojos, al menos para el instante que lleva tomar una fotografía.

Alexandra Kleeman debutará con su la publicación de su novela You Too Can Have a Body Like Mine (Harper, 2015) e Intimations (Harper, 2016), una recopilación de relatos cortos. Síguela en Twitter.

Traducción por Mario Abad