FYI.

This story is over 5 years old.

La guía Vice de la salud mental

Así es estar internado en un psiquiátrico

Hablamos con varios pacientes que fueron internados de forma voluntaria e involuntaria en hospitales psiquiátricos de Gran Bretaña.
internado psiquiátrico

"Hay algo intrínsecamente absurdo en lo de coger a personas que están pasando por el peor momento de sus vidas y meterlas a todas juntas en el mismo edificio", dice el Dr. Mark Salter, que ha pasado los últimos 20 años de su vida trabajando a la vanguardia de la psiquiatría para adultos en el este de Londres, una de las áreas más étnica, económica y mentalmente confusas del Reino Unido. Una gran parte de su trabajo es decidir cuándo la gente debe ser retenida en el hospital o en una celda policial bajo la Ley de Salud Mental británica de 1983, también conocida como "ley de internamiento".

Publicidad

El año pasado, la ley fue puesta en práctica más de 50.000 veces, lo que supone un aumento del 30% en los últimos diez años. Una de cada 100 personas va a desarrollar una enfermedad psicótica en su vida. Sin embargo, tanto si nos estamos volviendo más locos, más malos o más tristes (o, simplemente, mejores en el tratamiento de la salud mental), para muchas personas, dicha estancia en un hospital psiquiátrico acarrea aún hoy un gran estigma, a pesar de suponer a menudo un punto de inflexión en la vida de las personas después de meses, a veces años, de angustia mental.

Parte del problema es que sigue habiendo una gran falta de comprensión en torno al internamiento, aunque la sociedad global es hoy mucho más consciente de las condiciones que rodean a la salud mental. Este es el último tabú, caracterizado por bromas sobre "manicomios" y "hombres con batas blancas". Pero, para el Dr. Salter, esta es una herramienta vital para tratar las enfermedades mentales. "Yo diría que el internamiento salva vidas", dice. "En Hackney podemos salvar unas tres vidas cada noche".

Juno, un joven de 24 años con esquizofrenia paranoide, empezó a oír voces y a sufrir alucinaciones cuando apenas tenía 14 años. "Veía escarabajos arrastrándose por el suelo y metiéndose en mi comida, y a un gran espantapájaros escondido entre las sombras, detrás de mi cama e incluso en la calle entre la gente". Cuando tenía 16 años lo enviaron a un hospital psiquiátrico y aún hoy no sale de su sorpresa con las ideas preconcebidas de la gente. "Las películas lo hacen fatal cuando muestran hospitales psiquiátricos. Los presentan como lugares en los que ponen a las personas camisas de fuerza y los dejan en salas acolchadas para que mueran o se pudran ahí. ¡Me asombra que la gente crea que eso es lo que pasa en realidad!"

Publicidad

"Yo diría que el internamiento salva vidas", dice. "En Hackney podemos salvar unas tres vidas cada noche".

La realidad es que es muy difícil que te internen y que te dejen retenido. Por ley, detener a alguien por razones de salud mental —porque ya no puede tomar decisiones por sí mismo y supone un riesgo para él mismo o los que le rodean—, es un acto de último recurso.

Jo alcanzó lo que podría considerarse su peor momento una noche de enero de 2013, cuando llamó a la policía para que internaran a su propia hija. Nikki, que ahora tiene 28 años, estaba caminando por el arcén de la A143 con una maleta repleta de cosas extrañas, diciendo que se iba a Londres (vive en Norfolk). Cuando Jo llegó a su lado, Nikki empezó a dar vueltas en medio de la carretera. "Nadie quiere que internen a su pequeña, pero en ese momento sentí que aquel era el único camino a seguir", explica Jo.

De hecho, Nikki llevaba casi ocho años sufriendo un trastorno bipolar no diagnosticado, y se había presentado reiteradamente en el departamento de A&E (Accidentes y Emergencias) mostrando una gran angustia mental. La retuvieron durante periodos cortos como paciente voluntaria, lo que significa que era libre de irse en cualquier momento y que el hospital estaba en su derecho de darle el alta si necesitaba la cama, sin seguir además ningún tratamiento o recibir cuidados en dicho lugar. Dado que en Gran Bretaña se han perdido casi 2.000 plazas de salud mental en los últimos cinco años, el espacio escasea y es una prioridad. En algunas partes del país, solo los casos más agudos pueden permanecer en los centros. Según el Dr. Salter, "por no llamarlo un nido de serpientes, las salas son algo parecido a lo que podríamos imaginarnos de Bedlam. Las salas son más caóticas y más turbulentas, pero hacemos todo lo que está en nuestras manos para hacer frente a este problema".

Publicidad

Jo admite que no creía que pudieran ayudar a Nikki. "Pensé que tal vez lo mejor sería dejar que se suicidara", dice.

Nikki fue internada en la sección 136, aquella que utiliza la policía para llevarte a un lugar seguro cuando estás en un lugar público, como en medio de una importante carretera principal. Afortunadamente para Nikki, debido a la falta de camas en su zona, la llevaron a un hospital psiquiátrico de otro condado, donde finalmente la diagnosticaron como bipolar y, estando bajo internamiento, tuvo que tomar medicamentos.

Nikki también tuvo la suerte de no tener que pasar la noche en una celda policial, lo cual ocurre más a menudo de lo que debería cuando no hay suficientes camas. Una mujer con la que hablé, Claire, estaba traumatizada por verse recluida bajo custodia policial, lo que incluye un registro completo. "Yo ya me veía como una mala persona por tener problemas de salud mental, pero al recluirme en la celda me sentí muy avergonzada y me di pena a mí misma".

Ali Fiddy es la directora del departamento legal en el área de salud mental. Dice que la detención de personas con problemas de salud mental en celdas es un tema de extrema importancia para ellos. "El simple hecho de estar en una celda policial puede hacerle a uno sentirse aún más angustiado. No se le está acusando de cometer un crimen; esa persona no está bien y una comisaría de policía no es el ambiente adecuado".

Publicidad

El internamiento según la sección 136 de la ley solo dura un máximo de 72 horas, momento en el cual se deja ir a la persona —como en el caso de Nikki— o se la asigna a la sección 2, la cual da al equipo de salud mental hasta 28 días para evaluarla y tratarla. Jo dice que Nikki mejoró rápidamente y se volvió una persona más comunicativa, más de lo que había sido en meses. Sin embargo, Nikki no sintió lo mismo. En lugar de esto, como ocurrió con la mayoría de la gente con la que hablé, apeló contra su internamiento.

Dentro de la ley de Salud Mental existen otras leyes para protegernos de los abusos de estos poderes para detener a la gente. Al amparo de la sección 2, las personas tienen el derecho a una apelación durante los primeros 14 días. Dicha solicitud se llevará a un tribunal asistido por un juez, un psiquiatra y otro trabajador de salud mental, así como el propio psiquiatra del solicitante y un abogado pagado por la asistencia jurídica.

La apelación de Nikki fracasó y, de hecho, la mantuvieron interna en dos hospitales. Los médicos no se sorprenden de que la gente se resista al tratamiento. El Dr. Dele Olajide es un psiquiatra especialista de la zona sur de Londres y en la fundación Maudsley NHS Trust. "Si internas a alguien contra su voluntad, no es muy razonable esperar que coopere". Esto es especialmente cierto debido a la separación entre el cuidado comunitario y el tratamiento del paciente bajo hospitalización, así que lo más probable es que, cuando se admite a la persona, esta no conozca a nadie. "Puede ser un lugar realmente aterrador si pasa directamente de su comunidad a una sala donde las personas están muy perturbadas".

Publicidad

El Dr. Olajide me contó que el período de 28 días de la sección 2 es el tiempo necesario para que un equipo de salud mental —incluyendo al psiquiatra, las enfermeras y el psicoterapeuta— se gane la confianza del paciente y pueda resolver el problema. Y, si no consiguen que la persona esté segura en este periodo, pasan a la sección 3, la cual proporciona a los médicos hasta seis meses para tratar a alguien, y este tiempo puede extenderse, pero cada vez con más posibilidades de que el paciente apele o que lo haga el pariente más cercano, lo cual supone una larga lista de personas que abarca desde la pareja o el compañero hasta todos los miembros de la familia. Mientras el proceso de evaluación y tratamiento tiene lugar, la medicación es una herramienta vital en el departamento.

Para la mayoría de las personas, ser internado no supone el final de la historia, sino un punto de inflexión.

Laura, de 24 años, ha sido diagnosticada con trastorno esquizoafectivo, que es una combinación de esquizofrenia y trastorno del humor que puede hacer la vida del paciente bastante impredecible si no toma la medicación. No obstante, el hospital necesitó mucho tiempo para diagnosticar su problema y después encontrar la combinación adecuada para tratarla. Mientras tanto, Laura estaba decidida a suicidarse, hasta el punto en que fue trasladada de una sala abierta a una unidad de seguridad.

"Por más seguros que traten de mantenernos, siempre vamos a encontrar la forma. En un momento en que tuve a mano una cuchilla de afeitar, me rebané el cuello por encima de la yugular y necesité puntos externos y también internos. Me quedé a un milímetro", me comenta. "Tomé veneno. Me autolesioné y me corté una vena. Era realmente peligroso, así que entendí por qué tuvieron que trasladarme. Podría fácilmente haber muerto".

Publicidad

Cuando pregunté al Dr. Salter cuáles fueron los retos de trabajar en un centro psiquiátrico, pareció como si el comportamiento de Laura fuera su pan de cada día. "Gritos y más gritos, la necesidad constante de realizar un seguimiento de las personas en riesgo, gente que se niega a comer y a beber, la implacable necesidad de ser amable… ¿Te imaginas tener que usar todo tu amplio espectro de bondad de esta manera? Es agotador".

Laura encontró la vida en una unidad de atención muy diferente a un pabellón abierto. "Estaba ingresada y me inyectaban medicamentos muy a menudo. Te agarraban y te pinchaban en la pierna justo debajo del trasero. Tomaba otros sedantes con mi medicación normal tres veces al día, y tenía que tomarlos sí o sí. Es algo a lo que nunca logré acostumbrarme", señala.

Laura recurrió sin éxito cuatro veces contra su internamiento, pero hoy afirma: "Me aterroriza pensar lo que podría haber pasado si no hubiera ido al hospital. Mucho de lo que sucedió no habría sido necesario, pero la experiencia sí lo fue porque, sinceramente, de no haber sido así, no creo que estuviera viva ahora mismo". Me contó que guardaba los diarios de todo el tiempo que pasó en el hospital y es evidente el momento en que las cosas empezaron a mejorar porque fue cuando empezó a escribir sobre el futuro. En su peor momento, decía ella, no podía ver más allá del minuto presente.

Ceder el control es muy a menudo, en una persona confundida que solo tiene a su alcance una mínima comprensión del desorden en el que está sumida, algo que los pacientes agradecen más adelante, comentaba el Dr. Salter. La mayoría de las personas con las que hablé creían que su estancia en el hospital psiquiátrico había sido vital para su recuperación, aunque no hubieran disfrutado especialmente de su tiempo allí.

Buscaban amistades allá donde podían. "Por suerte, los otros pacientes no eran el tipo de personas que se podría esperar que estuvieran internos en una unidad psiquiátrica. Estaban mal pero seguían funcionando; eran amables y simpáticos", me describía Laura. Sin embargo, Claire, quien después de su noche en la celda policial fue finalmente internada en el hospital, comenta que los pacientes cotilleaban sobre los miembros del personal.

Muchas de las personas con las que hablé sentían que les habían dado el alta demasiado pronto o que en el exterior no encontraban el cuidado adecuado. Para cualquier persona a la que se dé el alta desde la sección 3, está garantizado el postratamiento bajo la sección 117, que puede variar desde un lugar para vivir hasta alguien que se asegure de que se toma la medicación a diario. Sin embargo, el Dr. Salter admite que "mientras tanto, en el mundo real, donde no es que haya un montón de dinero pululando por ahí, no siempre es tan fácil". El Dr. Olajide afirmaba que "la presión ahora se basa en dar el alta a los pacientes en cuanto estén lo suficientemente bien". Esto puede provocar una especie de puerta giratoria entre la atención comunitaria y la hospitalaria, algo que el doctor opina que afecta al desgaste de las relaciones con los amigos y familiares, que tan vitales son para el bienestar del paciente.

Para la mayoría de las personas, ser internado no supone el final de la historia, sino un punto de inflexión. "Es una coma en la oración. ¿Y después?", dice el Dr. Salter. Para Nikki, el "¿y, después…?" implicó otra estancia voluntaria en el hospital y nuevos medicamentos, pero ahora mismo está esperando un bebé y es defensora de la salud mental. Laura trabaja en estrecha colaboración con su equipo comunitario de salud mental y estudia psicología en la universidad. El propósito del internamiento no es el de institucionalizar a las personas, sino el de traerlos de vuelta al mundo real. "En un momento dado, tienes que correr el riesgo", afirma el Dr. Salter. "Hay que recordar que el objetivo del juego es no tenerlos encerrados para siempre".

@CatMcShane