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Charlyfornication

Contra el vinil

Hace unos años que el vinyl comenzó a ponerse moda me prometí a mí mismo que no me convertiría en una víctima más de la nostalgia.

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Soy hijo del walkman. Un producto de la era de la música portátil. Pero tuve mi affaire con el vinyl. Cuando los estéreos para auto debutaron en el top ten, el menosprecio por los acetatos se popularizó. Nací en un barrio rocker. Aunque no había greñudos. En una esquina siempre había un aferrado con una gabacha (grabadora) escuchando cerciana. Beatles, Creedence, Joan Jett, Posion. Como yo era escolapio, no tenía para comprar música, recorría los cantones de batos más grandes mendigando vinyles. Les valían madres los acetatos. Sobajándome me hice de una colección: el Pump de Aerosmith, el Garage Days Re-revisited de Metallica (incluía póster de la banda en un baño, obvio lo pegué en mi chanta), el Shout at the devil de Mötley Crüe, etc. A mí familia le interesaba la música, pero no lo suficiente para invertir en un equipo de alta fidelidad. Escuchaba los discos en un estéreo Fisher vale verguero. A esa edad jamás puse atención de si el vinyl sonaba mejor que el casette. Estaba viviendo MTV. La nostalgia no me paraba la monda todavía.

Descreí en el vinyl porque me esclavizaba al aparato. Mi vida consistía en grabar los discos en casettes vírgenes. Para luego escucharlos en unos walkman Sony azules por los que me tuve que arrastrar todo el año. Pero esa es mi visión de perro romántico. Neta, me desenverijé del vinyl porque descubrí que era más sencillo robar casettes de centros comerciales que estar grabe y grabe a lo pendejo. Realicé entonces que el vinyl suponía una desventaja en mi vida. Hurtar un casette era sencillo. Pero un vinyl, dónde te lo escondías. Mejor dedicar las tardes a robar y a oír el fruto de la delincuencia en una gabacha mientras hacía tiros al aro en la cancha de basquetbol hasta la madre de rivotril. Transcurrieron muchos años hasta que compré un casette por mi cuenta. Y ni siquiera fue de mi propia bolsa. Me atraparon en una Soriana. Pero como era menor de edad me soltaron. No sin quitarme el dinero que traía. Que no alcanzaba, obvio, para pagar el producto. Mendigué, sí, pedí limosna hasta completar el cassete. Fue así como me hice del Core de Stone Temple Pilots.

Hace unos años que el vinyl comenzó a ponerse moda me prometí a mí mismo que me convertiría en una víctima más de la nostalgia. No necesitaba otro vicio. Con la cocaína, el alcohol y los travestis es suficiente. Me topé con el mismo problema que hace dos décadas. El acetato no se puede robar. Sumemos otro inconveniente igual de grave: pinches vinyles están carísimos. No pienso gastar un puto peso, me aleccioné. Pero el oído es más débil que la carne. Un compa me invitó a su casa a vinylear. Me recetó el sermón de que se escuchaba mejor, el sonido es más profundo. Y se lo compré. Hipócritamente. Por hipsterismo de sala. Toda mi vida he escuchado la música a todo volumen, y he vivido con los audífonos pegados, que la neta tengo los oídos hechos mierda. Que ya me cuesta distinguir una mentada de madre de un halago. Un día hicimos una escucha comparativa del vinyl con el cd y me vale madre que me tachen de ignorante, le voy al compact. Pero como uno es un tarado, me tragué la regañiza.

Semanas después me compré una tornamesa. La conecté a mi equipo Bosé. Le tiré un cable a una morra con la que entonces salía. Destapamos unas chelas. Abrimos el álbum. El Mellon Collie & The Infinite Sadness de los Smashing Pumpkins. Que si en cd es doble, en vinyl es cuádruple. Todo el pedo ceremonioso. Cuando se acabó el lado a, nos prendimos a besuquearnos la morra y yo. Le di vuelta al lado b y me la comencé a bombear. Tuve que interrumpir el coito. Para poner el lado c. Pero cuando me disponía a hacer lo mismo con el lado d, la morra se opuso. Ya ignora esa chingadera. No me la desdirijas. Pero ya sabes que no puedo coger sin oír música. Me vale ñonga, me contestó emputada. Tú no puedes hacer nada sin oír música. Bañarte, cagar, leer. Tú duermes con la tele prendida, le respondí encabronado. Si te paras me voy, amenazó. Oh, aguante, le dije. Nel, ya quita esa mamada y pon un mp3. No le creí, ta fanfarroneando, pensé. Y me fui a la sala a poner el tercer disco. Pero sí lo cumplió. Se largó y yo todavía no me venía.

Me quedé todo consternado. Qué hago. ¿Me masturbo? Ni que estuviera en la secu. No estaba en la secu pero sí haciendo lo mismo. Oyendo putos vinyles. Qué pinche necesidad. Al día siguiente regalé la tornamesa. Y los pocos vinyles que me había comprado. Algunos sin abrir. Y volví a la mala calidad. Al mp3. Y me convertí en un enemigo del vinyl. Estoy en contra de él porque no sirve para coger.